POR QUÉ LAS CREENCIAS GENERAN BIENESTAR?
Tener convicciones profundas –ya sean creencias religiosas, espirituales, filosóficas o existenciales– es una experiencia universal y profundamente humana. Estas formas de interpretación del mundo pueden funcionar como refugio, como marco para dar sentido a la vida o como sostén frente al dolor.Aunque algunas de estas certezas suelen quedar fuera del
ámbito científico, sí que podemos estudiar el impacto subjetivo y emocional
que, desde el punto de vista neurobiológico, generan las prácticas
contemplativas asociadas a ellas.
Cabe decir que si bien hay prácticas, como la oración o la meditación, que presentan una intención espiritual e implican la adhesión a creencias (ya sea en lo divino, en valores profundos o en uno mismo), otras, como la meditación secular o de atención plena, no se basan en creencias religiosas.
Y más allá de su contexto cultural o simbólico, estas
actividades están profundamente arraigadas en nuestra neurobiología, pues
activan circuitos cerebrales que promueven el bienestar emocional y físico, tal
y como demuestran diferentes estudios científicos recientes.
No obstante, los mismos mecanismos cerebrales que refuerzan creencias
beneficiosas pueden, en ciertos casos, alimentar el fanatismo y bloquear la
apertura al diálogo. En este sentido, hay estudios que apuntan a que
las creencias radicales se asocian a fallos metacognitivos, es decir, a una
menor capacidad para cuestionar las propias ideas.
El cerebro premia la creencia
José R. Alonso, catedrático de biología celular y neurobiólogo, escribía: “La mayoría de los neurocientíficos y psicólogos que
han trabajado en el tema coinciden: las creencias en lo sobrenatural están
enraizadas en los procesos cognitivos normales”.
Alonso citaba un trabajo en el que se detectó que
durante el rezo se producía un aumento significativo de la activación del
núcleo caudado, una zona del cerebro relacionada con el sistema de recompensa.
Esto apoya la hipótesis de que la oración estimula el sistema dopaminérgico y
el circuito de recompensa cerebral.
Nuevas evidencias lo respaldan. En un estudio de
revisión reciente se indica que las experiencias religiosas o espirituales
intensas dependen de la interacción entre el núcleo accumbens, una estructura
cerebral con un papel fundamental en los sistemas de recompensa, motivación y
placer, y dos redes cerebrales que configuran un patrón cerebral similar al que
se observa en momentos de disfrute estético, conexión interpersonal o
motivación profunda.
La primera de ellas es la red por defecto, cuya función
resulta esencial para la vida mental interna, la construcción del sentido del
yo y la preparación del cerebro para responder de manera flexible a las
demandas del entorno.
Y la otra sería la red de saliencia. Imprescindible para la
adaptación al entorno, permite que el cerebro se enfoque en lo verdaderamente
importante, regulando el cambio entre diferentes modos de pensamiento y
conectando emociones, cuerpo y cognición para una respuesta flexible y
efectiva.
Efectos similares al amor, el sexo o la música
En esta misma línea, investigadores de la Universidad de
Utah mostraron que las experiencias religiosas y espirituales
encienden el núcleo accumbens de manera similar a estímulos como el amor, el
sexo o la música. Además, observaron activación en la corteza prefrontal
medial, implicada en la valoración y la toma de decisiones morales.
En otro análisis de imágenes de resonancias
funcionales cerebrales se detectó que cuando las personas devotas sienten lo
que denominan “el espíritu”, al rezar o leer textos sagrados, también se
activan la corteza orbitofrontal medial y el córtex cingulado anterior, zonas
clave en la evaluación emocional y el control de la atención. Cabe decir que el
córtex cingulado anterior resuelve el conflicto emocional suprimiendo
la actividad de la amígdala, estructura clave en las emociones.
Lo más sorprendente es que esa actividad cerebral parece
preceder subjetivamente al momento en que la persona reconoce su conexión
espiritual. Esto sugiere que el cerebro no solo acompaña dichas experiencias,
sino que puede anticiparlas, activándose antes incluso de que seamos
conscientes de ellas.
Creencias que dan sentido, conexión… y salud
Una de las funciones más potentes de las creencias profundas
es que otorgan sentido a nuestra vida, incluso en los momentos más difíciles.
Esta función no es meramente narrativa, sino que tiene efectos biológicos
reales.
Por ejemplo, en un metaanálisis con más de 136.000
participantes se demostró que las personas con mayor propósito en la vida (el
cual puede surgir de una convicción religiosa, filosófica, espiritual o
existencial) tenían un riesgo un 17 % menor de mortalidad por cualquier causa y
también menor incidencia de eventos cardiovasculares, incluso tras ajustar por
edad, sexo y salud física.
Asimismo, un estudio publicado en 2025 con más de
85.000 adultos mostró que un propósito elevado se asocia a mejores valores de
función pulmonar y a un 9 % de menor riesgo de deterioro respiratorio con el
tiempo.
Por otro lado, estudios recientes muestran que la
diversidad de fuentes de significado (familia, trabajo, espiritualidad,
comunidad) se asocia a mayor resiliencia, satisfacción vital y menor riesgo de
depresión. Las personas con múltiples fuentes de sentido afrontan mejor el
estrés y los cambios vitales.
Estos resultados sugieren que percibir que nuestra vida
tiene dirección y propósito contribuye no solo al bienestar psicológico, sino
también a una mejor salud física y mayor longevidad.
Una interpretación relevante desde otra cultura es el
concepto japonés de ikigai,
que podríamos traducir como aquello que da sentido a la existencia; es decir,
lo que nos motiva a levantarnos cada mañana. Una revisión de 86
trabajos científicos concluyó que el ikigai se asocia con una
reducción de los síntomas depresivos, mayor satisfacción con la vida, menos
riesgo de mortalidad y menos discapacidad funcional, además de mejoras en la
conexión social y en la participación en actividades.
¿Y si no soy creyente?
Lo interesante es que estos efectos no son exclusivos de
quienes tienen fe religiosa. Como hemos apuntado, muchas personas no creyentes
experimentan bienestar mediante formas de espiritualidad laica como la
meditación, la contemplación de la naturaleza, la práctica de la gratitud o el
compromiso ético con una causa.
Así, se ha demostrado que tanto las creencias
religiosas como las no religiosas activan la corteza prefrontal ventromedial,
relacionada con la recompensa, la autorrepresentación y la motivación. Las
convicciones religiosas, en particular, muestran mayor activación en regiones
asociadas a la gestión emocional y la autopercepción.
Lo importante no es tanto el contenido de la creencia como
su función psicológica y biológica, pues ofrece estructura y la posibilidad de
conectar con algo que da sentido a la experiencia vital. Creer es un fenómeno
con raíces profundas en el cerebro, en las emociones y en nuestra necesidad de
sentido.
En definitiva, existen evidencias científicas que confirman
que las experiencias religiosas y espirituales activan consistentemente las
redes cerebrales de recompensa, saliencia y atención, reforzando la idea de que
el bienestar derivado de las creencias tiene una base neurobiológica robusta.
Entender estos procesos puede ayudar al desarrollo de
terapias (meditación, mindfulness) que permitan potenciar las
experiencias de bienestar y reducir la depresión o la ansiedad.
https://theconversation.com/por-que-las-creencias-religiosas-o-no-generan-bienestar-260511
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