3.7.25

Vencer sería hacer de la insumisión un acto cotidiano, un amor que no se exhibe

¿VENCER AL SISTEMA?                      

«El juego del calamar» bajo la crítica radical de Herbert Marcuse

Exploramos el desenlace de «El juego del calamar» a la luz de Herbert Marcuse para entender si realmente es posible romper con el sistema capitalista que perpetúa la explotación y la ilusión de libertad

En el último suspiro del sistema que retrata El juego del calamar —ese sistema voraz que engulle vidas, aplasta voluntades y recicla esperanzas— se abre una grieta apenas visible, pero tan profunda como un abismo: la pregunta de si se puede, realmente, vencer al monstruo que nosotros mismos alimentamos.

La tercera temporada nos entrega un acto final que es un eco fatal: una bebé, inocente y sin conciencia, es colocada en la línea de fuego, transformada en pieza de un tablero macabro donde el protagonista, Gi‑hun, se arroja al vacío para salvarla.

No es un acto heroico de conquista, sino una negación brutal, un gesto que rompe la lógica de la competencia, de la supervivencia a cualquier precio. Un acto que, sin embargo, no detiene el juego; solo alimenta su mito.

Aquí es cuando Herbert Marcuse, con su mirada incisiva desde El hombre unidimensional 1964), se vuelve imprescindible para entender la trampa donde estamos atrapados. Marcuse nos dice que “La gente se reconoce en sus mercancías; encuentra su alma en su automóvil, en su aparato de alta fidelidad, en su casa de varios niveles, en los utensilios de cocina.”

No son solo objetos: son las cadenas invisibles que el sistema ha forjado para encerrar deseos, para llenar con ecos fabricados el vacío de nuestras existencias. Los concursantes de la serie no se presentan a la muerte solo por deudas reales, sino porque el sistema ha cincelado en su interior la idea de que su vida —y su dignidad— valen justamente el precio de esas cadenas materiales y simbólicas.

Más cruel aún es el espejismo de la elección. En la arena de la tortura, los jugadores pueden votar para detener el juego, pueden hacer alianzas, planear estrategias, negociar. Pero Marcuse advierte: “La libertad de elegir y planear tu propia vida desaparece si las únicas opciones son determinadas por una sociedad cerrada.”

Aquí la libertad es un espejismo que el sistema expone para justificar su continuidad, para hacer creer que la servidumbre es una elección libre. El juego de la vida o la muerte se convierte en una urna de cristal que refleja la sociedad entera: una sociedad donde la posibilidad de salirse del guion es apenas una sombra, y rebelarse se convierte en una anomalía.


Gi‑hun, que en ese mundo parece un lunático al sacrificarse por la bebé, encarna otra cita de Marcuse que atraviesa el corazón del drama: “La rebelión radical aparece hoy como una conducta anormal.” La resistencia auténtica —esa que no produce ganancias, que no puede ser etiquetada ni mercantilizada— es descartada, reprimida, convertida en un parpadeo errático en la pantalla del sistema. Por eso su muerte no detiene el engranaje, solo hace que este se escuche con una nueva forma de crueldad: una crueldad que siempre encuentra cómo renovarse y crecer.

Este es el sistema que nos consume, que nos vende la idea de que somos libres, pero que al mismo tiempo nos sumerge en una competencia incesante, un abismo donde sólo gana quien se convierte en la sombra de la máquina. ¿Cómo entonces vencerlo? ¿Con qué arma se puede enfrentar a un monstruo que transforma la rebeldía en espectáculo y el sacrificio en un capítulo más?

Marcuse no nos promete revoluciones de fuegos artificiales ni derrotas épicas. Más bien nos regala una clave escondida en su filosofía: la victoria radica en negar el juego, en interrumpir la cadena de deseos que el sistema fabrica y que nosotros reproducimos sin pausa. En ese sentido, “La gente se reconoce en sus mercancías...” se vuelve un llamado a des-identificarse, a desmontar esas piezas que nos atan para ser algo más que consumidores de nuestras propias vidas.

El gesto final de Gi‑hun —que no es un acto de gloria, sino un acto de amor y negación— es la encarnación de esa Gran Negación de Marcuse, un “NO” radical que no busca destruir desde fuera sino resquebrajar el interior, abrir una grieta donde otro modo de existir pueda filtrarse, aunque sea fugaz. Pero el sistema es un leviatán con mil bocas y esa grieta, por pequeña que sea, es devorada por la maquinaria que la convierte en nuevo espectáculo.

Por eso, en esa escena del juego del calamar —los VIP reclutando nuevas víctimas, la niña que inicia su camino en el abismo— nos arroja a la cara la amarga verdad: el sistema no se vence con sacrificios individuales ni con gestos que el poder pueda absorber y vender como producto. Vencerlo sería abandonar la mesa del juego, negarse a aceptar sus reglas, cuestionar la necesidad misma de esa competencia caníbal.

Vencer, entonces, no es ganar el juego diseñado para devorarte, sino negar el contrato invisible que firmamos con nuestras propias cadenas. Vencer sería negarse a reconocerse en las mercancías que el sistema impone, resistir la ilusión de elección dentro de una cárcel sin barrotes. Vencer sería hacer de la insumisión un acto cotidiano, un silencio contra el ruido del espectáculo, un amor que no se vende ni se exhibe.

Pero, ¿es realmente posible? ¿Puede esa grieta diminuta, ese quiebre en la lógica del sistema, abrir la puerta para salir del engranaje que nos contiene? En ese espacio donde la rebelión radical se vuelve anormal pero no imposible, quizá comience la verdadera batalla, o quizá solo un parpadeo efímero antes de que la maquinaria vuelva a devorarlo todo.

Tal vez esa batalla no tenga un trofeo visible ni un final feliz, y quizás, aunque digamos “yo no juego”, el sistema siga encontrando nuevas formas de reabsorber la resistencia, de convertir la negación en espectáculo y la insumisión en rutina.

La duda queda suspendida: ¿puede romperse realmente el hechizo de la máquina, o estamos destinados a ser piezas atrapadas en un juego infinito?

Quizás sólo en esa incertidumbre habite la posibilidad más humana y cruda, la que nos invita a seguir intentando, a seguir dudando, a seguir negándonos, aunque no sepamos si el triunfo será más que un instante salvaje y fugaz.

https://pijamasurf.com/2025/07/vencer_al_sistema_el_juego_del_calamar_y_la_critica_radical_de_herbert_marcuse/  

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