DURA LEX, SED LEX
Luis García Berlanga, uno de los mejores cineastas que ha
dado este país, firmó en 1964 El Verdugo, una película que la
historia ha sido capaz de clasificar como de obra maestra. La genialidad del
valenciano le permitió introducir un maravilloso Caballo de Troya en el cine
del franquismo, disfrazando de historia de amor lo que en realidad era una
feroz crítica a la pena de muerte.
En una de las escenas de la película, Emma Penella -que hacía de hija de Pepe Isbert, el verdugo- está planchando en la mesa del salón de su casa y recibe la visita de su pretendiente, el galán Nino Manfredi, que en la película hace de empleado de una funeraria. Se entabla una conversación entre Isbert y Manfredi en la que el protagonista alaba las bondades del garrote vil como forma de ajusticiamiento que respeta la dignidad del condenado y lo compara con la guillotina francesa, «¿usted cree que hay derecho a enterrar a un hombre hecho pedazos?» y con la silla eléctrica americana «los deja negros, abrasados, ¡a ver dónde está la humanidad de la famosa silla!».