LA LENTITUD TAMBIÉN ES SUBVERSIÓN
La enseñanza de Momo de Michael Ende:
Este maravilloso libro nos recuerda lo importante y
necesario que es ir más despacio para poder disfrutar la vida
Es común que en la temporada navideña mucha gente esté llena
de cosas por hacer. El trabajo, las fiestas, buscar adornos, regalos o todo lo
necesario para la cena. Cualquiera que sea el caso, es común en las
sociedades del siglo XXI tener un ritmo de vida acelerado que abstrae por
completo a las personas de lo que es realmente significativo en estas
fechas. Aprender a ir más despacio, con más calma, con una
exigencia menor a cumplir los requisitos sociales sobre cómo transitar e
l fin
de año, podría significar posicionarnos disruptivamente contra el
sistema.
Para entender mejor esta declaratoria de pereza social, no hay mejor recurso que un libro. Existen muchos tratados filosóficos que abordan las cuestiones del tiempo en la sociedad. También hay quienes escriben sólo el legítimo derecho al descanso en las sociedades de consumo y producción constante.
Hace algunos años el periodista canadiense Carl Honoré expresó que vivir deprisa no es vivir, es sobrevivir, que estamos atrapados en la cultura de la prisa y de la falta de paciencia, en un estado constante de hiperestimulación e hiperactividad que nos resta capacidad de gozo, de disfrutar de la vida. La consecuencia de vivir en este constante estado acelerado nos lleva a llenar nuestra existencia con nimiedades que no dejan tiempo para afrontar lo esencial.A pesar de que nuestro modo de pensamiento rápido pueda
resultar adaptativo en muchas circunstancias, la falta de reflexión y de
sosiego nos aboca a la irracionalidad y a las malas decisiones. Esto es
realmente peligroso en todo en lo que atañe a la determinación de los fines y a
la organización de la vida en común. Sesgos como los de disponibilidad,
polarización grupal, confirmación, género y raciales, provocan un efecto
deformante sobre el juicio humano que conduce muchas veces a un miedo excesivo
hacia acontecimientos improbables y, a la vez, una confianza infundada hacia
situaciones que plantean un peligro genuino.
La prisa en la que vivimos no responde casi nunca a que
tengamos cosas importantes que hacer con urgencia, sino a los requerimientos de
un modo de vida que trata de mantenernos distraídos y ocupados todo el
tiempo. Es imposible terminarlo todo en nuestras sociedades del
rendimiento, da igual si nos proponemos mucho o poco. La impresión de no poder
concluir nunca algo satisfactoriamente conduce a un remolino que nos hunde
incesantemente. Nos falta tiempo; para todo lo que hacemos, utilizamos menos
tiempo y sin embargo tenemos menos tiempo que la generación anterior. Cuanto
más nos apresuramos, menos tiempo nos queda. Y el tiempo se convierte en un
instrumento de dominación porque hay una insatisfacción constante por el tiempo
(supuestamente) desperdiciado.
Por eso, la lección de Momo de Michael Ende es tan simple, sencilla y
contundente. El libro trata de lo que vivimos en la actualidad, pero escrito
muchos años atrás: la prisa, la competitividad malsana, la sensación de
estar perdiendo el tiempo si uno no hace lo mismo que los demás y
siendo doblemente productivo. Habla de la incomunicación, de la incapacidad
para disfrutar de momentos sencillos con personas queridas, de una visionaria
dificultad para conectar los unos con los otros, de este automatismo global y
esta mecanización de rutinas que nos va convirtiendo en seres grises y que
termina debilitando incluso a las personas que por dentro emanaban arco iris
enteros de colores y respeto por lo verdaderamente valioso.
¿Y qué es lo verdaderamente valioso? Esa es la pregunta
sobre la que cada capítulo de Momo recae. Desde luego, lo valioso no es el
dinero (cubiertas las necesidades básicas). Tampoco lo es el tiempo en sí
mismo, sino el buen uso que se haga de él. No es valioso ser un esclavo del
trabajo, ni del chantaje, ni de la imitación al prójimo. No son valiosas las
etiquetas, el encasillamiento, los prejuicios ni las apariencias. Lo
importante está detrás de lo que cada uno elige para ser pleno y feliz,
pero desde el reconocimiento de las capacidades y las condiciones propias de
nuestra vida.
Por eso ir más despacio en esta vida llena de exigencias y
no desperdicio del tiempo es un
acto de rebeldía, revolucionario, subversivo.
La lentitud no
siempre es calma o pereza, es simplemente el goce la existencia misma.
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