LA BASE DE TODO
En muchas
ocasiones me pregunto sobre la auténtica causa de la crisis
medioambiental en la que nos encontramos. En cierta forma, se puede
observar cómo este problema cada vez ocupa un lugar más importante
en el ámbito político y social, pero, en última instancia, las
medidas encaminadas a enmendar nuestros errores no dejan de ser
tímidas e insuficientes. Parece que el desarrollo “a lo
occidental”, basado en la cantidad más que en la calidad, y en la
acumulación del beneficio más que en la satisfacción de auténticas
necesidades, es algo imposible de parar. Hemos entrado, al parecer,
en un círculo vicioso del que es imposible salir.
Los informes del IPCC cada vez son más alarmantes: las temperaturas registradas en los últimos meses baten récords; la desertificación avanza; las especies se extinguen a ritmos pocas veces vistos en la historia de la tierra; los mares suben; los bosques retroceden; y, sobre todo, poca gente parece interiorizar la gravedad del asunto. Incluso, aquellos a los que les importa de verdad estas cuestiones, los “concienciados”, terminan asimilando las cada vez más dramáticas noticias con una resignación tan triste que quita el aliento hasta al más comprometido de los activistas.
Pero, ¿qué es lo que falla? Están las evidencias, las previsiones y las difíciles medidas que solucionarían el problema. Todo tiene una lógica extrema y una causalidad incuestionable. La racionalidad del argumento es radical… Y radicalmente inútil al mismo tiempo, en lo que respecta al empuje hacia el cambio social necesario al que nos tenemos que enfrentar. No lo digo yo, lo dicen los hechos.
Los informes del IPCC cada vez son más alarmantes: las temperaturas registradas en los últimos meses baten récords; la desertificación avanza; las especies se extinguen a ritmos pocas veces vistos en la historia de la tierra; los mares suben; los bosques retroceden; y, sobre todo, poca gente parece interiorizar la gravedad del asunto. Incluso, aquellos a los que les importa de verdad estas cuestiones, los “concienciados”, terminan asimilando las cada vez más dramáticas noticias con una resignación tan triste que quita el aliento hasta al más comprometido de los activistas.
Pero, ¿qué es lo que falla? Están las evidencias, las previsiones y las difíciles medidas que solucionarían el problema. Todo tiene una lógica extrema y una causalidad incuestionable. La racionalidad del argumento es radical… Y radicalmente inútil al mismo tiempo, en lo que respecta al empuje hacia el cambio social necesario al que nos tenemos que enfrentar. No lo digo yo, lo dicen los hechos.