12/12/16

La promesa del dinero es, nuevamente, una falsa promesa


EL TIEMPO Y EL DINERO

En un mundo agobiado por la servidumbre del trabajo asalariado, por las deudas, el consumismo y el frenesí de la sociedad contemporánea, disponer de dinero es disponer de tiempo para hacer lo que yo quiero con él.

¿Cuál es el atractivo del dinero? ¿En qué consiste su poder? ¿Por qué tantos lo buscan, lo desean, dan su vida por él y están dispuestos a sacrificar sus sueños y su dignidad por obtener más dinero?

La respuesta más obvia es que necesitamos dinero para vivir. Para comer, vestirnos, educarnos, tener una vivienda y salud. En fin, existen necesidades reales, concretas que sólo se pueden satisfacer con el dinero. Esta respuesta, además de obvia, es cierta aunque cierta sólo en la superficie. Es decir, aunque es verdad que necesitamos el dinero para satisfacer necesidades vitales, el poder trascendental del dinero reside en otro aspecto. En otro aspecto oculto pero que siempre aflora cada vez que usamos el dinero para adquirir algún servicio o bien.

Tiempo

El poder del dinero reside en su capacidad de representar el tiempo. Para ser más específico, su poder reside en que, para nosotros, el dinero es tiempo (lo que no tiene nada que ver con el lugar común que afirma que el tiempo es dinero).

¿Qué significa esto que el dinero es tiempo? Para responder esta pregunta y entender la relación entre ambos, es necesario primero hacer unos muy breves comentarios acerca del tiempo y después acerca del dinero.


Para el ser humano, el tiempo representa uno de los misterios más grandes que existen. No tenemos claro qué es. No tenemos claro porqué es cómo es (es decir, porqué el tiempo se mueve hacia adelante, porqué el futuro es desconocido o porqué lo que se hace no se puede deshacer). Sólo sabemos que el tiempo es el horizonte que limita nuestra existencia o, en palabras de Heidegger, el fin de nuestro tiempo (la muerte) es el horizonte que hace posible vivir el presente de manera auténtica. Sabemos, también, que el tiempo pasa inexorablemente y nada lo puede detener. Y con cada segundo, con cada día y con cada año que transcurre tenemos menos tiempo disponible. Estas son pocas certezas. Pero son certezas implacables.

Lo otro que sabemos del tiempo es que este siempre se nos presenta, siempre lo vivimos y lo percibimos de manera subjetiva. Es decir, dependiendo de ciertas condiciones, el tiempo puede pasar lento, muy lento. O puede pasar rápido, demasiado rápido. Si algo demuestra esto, es que la sensación del paso del tiempo se puede manipular. Podemos hacer que el tiempo se sienta lento o que se sienta rápido. Aquí está, al parecer, la única posibilidad que tiene el ser humano por intentar manejar y controlar el tiempo. Y a que estamos perennemente impotentes ante el paso del tiempo, al menos podemos, al parecer, manipular la forma en que este pasa (más preciso, podemos manipular la forma en que se siente el paso del tiempo).

Subjetivamente, entonces, el tiempo lo podemos acelerar o ralentizar. En último término, a muchos nos atormenta el misterio, lo indefinible, lo efímero y lo inescrutable del tiempo. Nos embarga una cierta ansiedad cuando pensamos en el tiempo. Una ansiedad por controlar y poseerlo. Entonces cualquier cosa que nos dé la ilusión de manejar el tiempo adquiere para nosotros un poder especial. Si tan sólo existiera ese algo que nos permitiese tener la ilusión de manejar el tiempo…

El dinero

La naturaleza del dinero es algo que se ha venido discutiendo, a lo menos, desde Aristóteles. ¿Cómo se determina su valor? ¿Qué función cumple en la economía? Lo claro es que, en términos estrictos, el dinero es sólo una promesa. Es una muestra de confianza (por ejemplo confianza en la capacidad del estado por hacer cumplir el valor del dinero). Es siempre un acto de fe. Pero sobretodo el dinero es posibilidad. Pero no cualquier posibilidad. No me refiero a la banal posibilidad de comprarse alguna cosa. La posibilidad a la que me refiero es a la posibilidad de controlar el tiempo y de convertirse en su encarnación.

Que el dinero aspira a ser el tiempo es algo relativamente nuevo. Es una característica que se la ha ido asignando al dinero sólo en tiempos recientes, producto del malestar moderno que tan bien identificó Charles Taylor y que muchos tratamos de contrarrestar (malestar cuyo origen Taylor ubica en el individualismo, la instrumentalización de la razón y la pérdida de nuestra libertad). Este malestar de la persona moderna está influenciada, también, por la incertidumbre del tiempo. Es decir, el tiempo genera incertidumbre porque se nos presenta como algo que está fuera de nuestro control. En este escenario, el dinero se presenta como el que puede aliviar esta incertidumbre porque el dinero prioriza el tiempo; lo ordena; le da estructura; lo puede extender. El dinero es nuestra forma de capturar, materializar, y cosificar el tiempo.

Esto significa que un billete de cincuenta dólares representa no sólo cincuenta unidades de dólar (unidades que a su vez tienen una relación con el precio de bienes y servicios) sino que representa cincuenta unidades de tiempo posible. Tener cincuenta dólares entre mis manos, entonces, hace posible que yo pueda adquirir algo que vale cincuenta dólares (o menos). Al mismo tiempo, esos cincuenta dólares me ofrecen la posibilidad de dividir, ordenar, y subjetivamente manipular algún fragmento de tiempo. Por ejemplo, me puedo juntar con mi persona favorita entre las 17 y 19 horas para tomarme una taza de café con ella. Y esas dos horas placenteras y agradables, aunque probablemente han pasado muy rápido, han sido dos horas de placer y gozo personal que fueron hechos posibles gracias a esos cincuenta dólares. En un mundo agobiado por la servidumbre del trabajo asalariado, por las deudas, el consumismo y el frenesí de la sociedad contemporánea, disponer de dinero es disponer de tiempo para hacer lo que yo quiero con él.

Libertad existencial

Decir que el dinero me permite disponer del tiempo (o me da la ilusión de que puedo disponer del tiempo) no es lo mismo que decir que el dinero nos da libertad. Nuestra libertad existencial, como nos hizo ver Jean-Paul Sartre, no está subordinada a la posesión de dinero. Ser libre es un aspecto fundamental de lo que significa existir. Es decir, por el sólo hecho de existir somos libres y siempre somos los únicos responsables por las decisiones que tomamos (incluso cuando no decidimos, estamos decidiendo). Negar esta libertad es vivir en lo que Sartre llamó mala fe y por mucho dinero que se tenga, siempre es posible vivir en mala fe; siempre es posible negar nuestra libertad. Puedo, por lo tanto, no tener dinero y vivir abrazando mi libertad plenamente. Y a la inversa, puedo tener dinero y, sin embargo, estar viviendo en mala fe.

El dinero, entonces, es sólo el eslabón más reciente en nuestra larga historia por intentar cuantificar y controlar el tiempo (que empezó incluso antes del uso de relojes). Al igual que el tiempo, el dinero no es una cosa y su característica es que se mueve. Su realidad, su naturaleza es el movimiento, es el de circular constantemente, nunca detenerse. El dinero escondido bajo el colchón y que deja de circular, pierde su valor y deja, en términos concretos, de ser dinero. Y tiempo que no pasa, que no se mueve, que deja de circular, no es tiempo (que el tiempo circula es una afirmación que, por ejemplo, los eternalistas disputarían ya que para ellos el tiempo existe como un bloque eterno donde pasado, presente y futuro existen todos simultáneamente).

Como ya vimos, entonces, el que posee dinero posee tiempo (o puede intentar poseerlo). El dinero, por ejemplo, compra salud. Y la buena salud aumenta la posibilidad de extender la vida. El que posee dinero puede hacer más con su tiempo. Es libre de manejar y dividir su tiempo según estime. El que posee dinero puede hacer que las actividades placenteras y provechosas se extiendan. Con dinero, el tiempo está disponible. El calendario que rige nuestras vidas diarias pierde su poder, deja de ser un tirano que dicta ritmos y ordena actividades. Los fines de semana se pueden extender. De hecho, los días se pueden fundir, se confunden los unos con los otros hasta el punto que pasa a ser irrelevante si hoy es lunes, martes o viernes. Tener mucho dinero permite que yo me convierta en el dueño del tiempo, me permite manejarlo y decidir qué hago con él.

Al contrario, la falta de dinero genera inseguridad. Y la inseguridad genera sensaciones de urgencia que conllevan un acortamiento del tiempo. Todo se hace imperioso, todo se necesita ahora. Los días, ordenados de lunes a domingo, pesan sobre mi vida ya que priorizan mis actividades y me dicen qué debo hacer y cuándo. Sin dinero, no hay tiempo que perder. En esta sociedad moderna, sin dinero la vida se vuelve, en palabras de Tomás Hobbes, “brutal y corta”.

La falsa promesa del dinero

El dinero, por lo tanto, satisface una necesidad espiritual muy profunda al crear la sensación de que el tiempo es algo que se puede poseer. Si poseo dinero, entonces creo poseer el tiempo. Sin embargo, aquí se presenta una de las grandes paradojas de nuestra era. El dinero pareciera que da tiempo, pero en la búsqueda de ese tiempo, el tiempo se nos pasa. Vivimos esclavizados (aunque nunca perdemos nuestra libertad existencial) y encadenados a la búsqueda de dinero para tener tiempo y sin embargo ese tiempo nunca lo terminamos de tener. Todo es fútil. La vida, inexorablemente, demuestra que en última instancia el tiempo no se puede manejar ni controlar porque para nosotros, este pasa, siempre pasa y un día se nos acaba.

La promesa del dinero es, nuevamente, una falsa promesa.

Por Ignacio Moya Arriagada

Ignacio Moya Arriagada M.A. en filosofía, profesor de filosofía en varias universidades en Santiago de Chile y director de la revista De Filosofía. © Ignacio Moya Arriagada

Fuente: DeFilosofía



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