Frente
al debate sobre cómo recuperar una conciencia comprometida con los
problemas sociales, los Stop Desahucios son realmente
revolucionarios. No tan solo porque el derecho de la familia a un
hogar prevalece sobre los intereses económicos de bancos y fondos
buitre. Sino también porque une a personas de todo tipo y condición.
Las
Navidades son una festividad que nos atraviesa. Nos despierta todo
tipo de emociones, recuerdos y esperanzas. Durante estas fiestas,
nuestras ciudades se convierten en el escenario de un Belén. Un acto
ritual que conecta diferentes generaciones. Vale la pena acercarse y
contemplar que, en su obviedad, se oculta un mensaje fundamental: el
nacimiento de Jesús ocurrió en un viaje migratorio, finalizando en
un pesebre, en una infravivienda.
¿Imaginan
que durante el nacimiento de Cristo, María y José se hubieran
encontrado un muro para impedir que alcanzarán Belén? ¿O que unos
legionarios romanos ejecutarán un desahucio del pesebre? La imagen
sagrada del Belén nos recuerda una condición humana, muy humana. La
fragilidad y la vulnerabilidad que nos caracteriza. Y, por tanto, la
necesidad de nuestros vínculos comunitarios. De aceptar al otro. De
crear un “nosotros” inclusivo y plural. Por eso se dice que
las navidades son tiempo de encuentro, paz y amor.
Bastaría
abrir cualquier libro de historia para ser conscientes de que el
motor de los cambios sociales enraíza con valores así de sencillos.
Sin embargo, quien se acerque a algunos bares corre el riesgo de
presenciar un espectáculo que prescinde de toda la empatía que
requieren. En el mismo, se condena a las personas migrantes, las
feministas y los homosexuales de haber provocado un falso olvido de
la clase trabajadora y una supuesta desviación de la izquierda.