30.6.25

Aun si damos por hecho que el colapso es inevitable, no da igual la forma de colapsar

ASALTO AL PODER ABSOLUTO               

EL FINAL DE LA MEGAMÁQUINA

Por casualidad se han cruzado en mis lecturas estas dos publicaciones (El fin de la Megamáquina y «NRx: El movimiento subterráneo que quiere cargarse la democracia») que, desde diferentes perspectivas, son complementarias y desvelan muy bien las fuerzas que operan en la deriva de una civilización suicida.

No sé hasta qué punto hay un cerebro central maquiavélico que dirija esta deriva, pero el resultado es el mismo si hay muchos pequeños centros empujando en la misma dirección. Es «La Megamáquina» de la que habla Fabian Scheidler retomando un conglomerado de intereses económicos y de poder político y militar (con su correlato ideológico) que adopta múltiples disfraces, que todo lo fagocita, que nunca se sacia, que ha engordado mórbidamente. 

No es algo nuevo. La megamáquina ha crecido a lo largo de la historia, desde el surgimiento de los primeros centros estatales de poder y riqueza, pero sobre todo a partir del advenimiento de la ciencia renacentista y de la tecnociencia, que la ha dotado de una potencia desmesurada y la ha hecho cada vez más ubicua, hasta convertirse en el sistema-mundo, el gran Leviatán global.

Es la apoteosis neoliberal: un espacio sin reglas ni fronteras (¡eso era la globalización!) en el que los piratas actúan a sus anchas, un mundo cada vez más suyo, en el que sobra todo lo que les limita o molesta, incluidos todos esos zarrapastrosos que no han sabido ganarse la vida, a los que no podemos seguir manteniendo, que ocupan tierras que podrían ser estupendos  resorts, o con recursos que no saben cómo usar y que a nosotros nos vendrían tan bien para seguir sometiendo con nuestro superior ingenio a esta naturaleza tan imperfecta en la que todavía queda algo por exprimir y que ya reconstruiremos a nuestro gusto; para nosotros, que estamos a punto de dotarnos de una inteligencia poshumana.

Hay que reconocer su habilidad para vender esta mercancía: «Amigos, os han estado engañando. Las democracias son inútiles en un mundo globalizado, tan complejo y lleno de tensiones. Se necesitan liderazgos fuertes. Confiad en nosotros.» Y los lobos se ponen al frente de los corderos mientras los conducen dócilmente al matadero con sus perros pastores. ¡Qué buenos perros pastores, las redes sociales! ¡Qué buen perro, la desinformación!

En esta cruzada se inscribe la acción de NRx (Movimiento de la Neorreación, o Ilustración Oscura), en la que se centra el artículo de Fanjul. No es una organización formal, sino un movimiento solapado, subterráneo, cuya fuerza reside en que es un caldo de cultivo que nutre de ideología a los movimientos más populares de la cruzada ultraliberal. Entre los impulsores e ideólogos están el ingeniero Curtis Yarvin, o Nick Lan, gente que pretende «curar a la sociedad de la democracia», que tiene gran predicamento y encuentra soporte entre los magnates de Silicon Valley, como Peter Thiel, cofundador de PayPal, un tipo que tampoco se recata en decir que libertad y democracia son incompatibles y que apadrina a otras formaciones del mismo espectro ideológico y a buena parte de la camarilla del emperador Trump, en quien los piratas globales han encontrado la marioneta que necesitaban —por su desprecio de los controles y la falta de escrúpulos— para llevar a término sus propósitos, aunque, como dice un analista, probablemente Trump, la marioneta, ni siquiera sepa de la existencia de NRx, como probablemente tampoco la conozcan muchos de los movimientos que crecen en ese magma ideológico en el que se mezclan la fe en la religión tecnocrática, el elitismo económico-político, el supremacismo racial y el negacionismo climático: la internacional en ascenso de partidos de ultraderecha, la Fox, los think tanks y blogs de la fervorosa militancia neoconservadora, etc. 

Todos ellos forman las tropas de la Gran Cruzada. Por supuesto, en el pabellón de mando, están los piratas del océano global, las grandes corporaciones tecnológicas, que se han asegurado la presencia física en la Casa Blanca para manejar mejor los hilos del títere …aunque empiezan a darse cuenta de que este va demasiado por libre.

En fin, este es el punto en el que estamos. La Megamáquina, una hidra de muchas cabezas, o una ameba con sus pseudópodos en constante transformación, se reorganiza para dar un paso adelante. Es, o parece, su gran momento. Con el silencio de los corderos (y la inestimable ayuda de los borregos), los lobos se desembarazan sin complejos de los últimos obstáculos, de las instancias reguladoras, de los organismos de arbitraje, de los derechos laborales, ciudadanos, humanos y de todas las enojosas barricadas que se habían levantado frente al poder absoluto. Podrían proclamar su victoria remedando un antiguo y famoso parte de guerra: «Cautivo y desarmado el ejército humano, nuestras tropas han alcanzado sus últimos objetivos»

Pero hay algo falso en la celebración del triunfo. Su exhibición de fuerza esconde su máxima debilidad. Tras el asalto a los órganos de poder —simbolizado, (por más que se frustrara pero en realidad no se ha frustrado), en el asalto al Capitolio de Estados Unidos—, con menosprecio de la burocracia democrática que hasta ahora han consentido y les ha servido, hay un reflejo defensivo: cada vez les quedan menos recursos que depredar; y hay que asegurárselos como sea, porque no hay paraíso para todos y ya no es cosa de disimular. Los lobos no son amigos de los corderos.

Pero, como suele decirse, cuanto más arriba, más dura será la caída. Podemos remodelar el mito: Sísifo, un gran escarabajo pelotero, se ve ya cerca de la cima y arrastra más ufano que nunca, por una cuesta cada vez más empinada, la desmesurada bola que ha ido hinchando, sin saber que está a punto de ser arrastrado y aplastado bajo el enorme peso. Una borrachera de hybris le hace sentirse triunfante; sigue pensando que puede superar los límites y engañar a su destino. Pero no puede burlar a la naturaleza. A su pesar, los límites existen, la bola ha crecido demasiado, la cima a la que aspira es inaccesible, y el destino, inexorable. Había mucha sabiduría en los oráculos y en los mitos antiguos.

Ante este panorama, siempre nos asaltan las mismas preguntas: ¿qué se puede hacer frente a la imparable inercia suicida de la megamáquina y frente al enorme empuje militante de las organizaciones sobre las que trata el artículo de Fanjul?, ¿hay alguna esperanza de revertir una situación que conduce al colapso? Muchos de quienes compartimos en esta revista las ideas críticas con la deriva civilizacional, pensamos que el artefacto, el sistema, la Megamáquina, o como queramos llamarlo, no admite corrección desde dentro, que tiene demasiada inercia y que las ideas que se proponen para mantener el invento (el oxímoron, o la cantinela, del desarrollo sostenible) no son más que una huida hacia adelante (¡pero con un buen nicho de negocio por el camino!) hacia el mismo precipicio que querrían evitar. Scheidler dice que el sistema, si quisiera, puede cambiar, como se puso de manifiesto en la toma de decisiones radicales durante la crisis del coronavirus, que habrían resultado antes impensables. Pero no es realista que esto suceda cuando no son mecanismos parciales o la supresión temporal de valores o principios, sino el propio sistema el que está en juego. En realidad, el sistema no quiere.

Es el final de la Megamáquina. A partir de esta convicción, suelen adoptarse diferentes posturas, que dependen tanto del análisis racional como del estado de ánimo, y que van desde el escepticismo melancólico e inhibidor (no vale la pena intentarlo y me refugio en mis aposentos particulares), pasando por el escepticismo voluntarista (al menos hay que intentarlo… ¿Quién sabe si…?), hasta el activismo ferviente, con todas las iniciativas que ya conocemos, el Decrecentismo, los Movimientos de Transición, etc., a las que también se adhieren los voluntaristas.

Scheidler, al tratar en su libro sobre estas iniciativas o movimientos, apunta algunas ideas interesantes. Lo que algún día sustituya a la Megamáquina no tiene por qué ser —y más bien no debe ser— el resultado de un plan maestro, que seguramente fracasaría, sino de múltiples iniciativas; no tiene por qué ser un sistema, o un modelo de sociedad, sino una multitud de formas de sociedad muy heterogéneas según las regiones, «como un jardín con gran variedad de biotopos».

Las iniciativas o «actividades de resistencia» que ponga en marcha la ciudadanía políticamente despierta pueden parecer ilusorias mientras el sistema, la Megamáquina, siga funcionando, pero pueden ser determinantes cuando empiece a colapsar. Las crisis sistémicas son oportunidades para la reconstrucción social.

Podemos quedarnos con este último refugio emocional. Incluso si damos por hecho que el colapso, de un modo u otro, es inevitable, no da igual la forma de colapsar ni, como en la parábola de las diez vírgenes, la forma de vivir la espera en este difícil tiempo terminal. Si no podemos cambiar el rumbo del sistema, los esfuerzos que voluntariosamente hagamos y las alternativas que propongamos y pongamos en marcha no solo nos servirán ahora como pequeños oasis en el despiadado desierto neoliberal; también podrían servirnos como paracaídas, y convertirse, más adelante, en los embriones de un saludable renacimiento. 

Es una idea estimulante que justifica los esfuerzos de todos aquellos que contra viento y marea, heroicamente (otros muchos somos más cobardes), tratan de construir islas de vida a salvo de la Megamáquina, como los pequeños mamíferos que se ganaban la vida entre los grandes dinosaurios el minuto antes del pedrusco que abrió una nueva era.

José David Sacristán de Lama

https://www.15-15-15.org/webzine/2025/06/30/asalto-al-poder-absoluto-el-final-de-la-megamaquina/  

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