LA METÁFORA DE LA HIGUERA
UNA OBSESION DE LA GENERACIÓN Z
El deseo de serlo todo, el miedo a elegir y la parálisis que
provoca. La metáfora de la higuera en La
campana de cristal resuena con fuerza entre jóvenes que sienten cómo las
posibilidades se pudren una a una ante sus ojos.
Hay decisiones que no se toman. No porque no sepamos qué
queremos, sino porque queremos todo. Serlo todo. No perder ninguna versión de
lo que podríamos haber sido.
Esa sensación —ese abismo— es lo que ha llevado a que, en los últimos años, el fragmento de la higuera de La campana de cristal, de Sylvia Plath, se vuelva viral entre las generaciones más jóvenes.
TikTok está lleno de videos que reproducen ese párrafo, con audios de voces dulces y nostálgicas, como si esa imagen literaria dijera en palabras exactas lo que muchos sienten, pero no saben explicar: el miedo de elegir y, en ese miedo, quedarse sin nada.En la novela, Plath escribe sobre Esther Greenwood y su imposibilidad de decidir. Frente a ella, un árbol lleno de higos. Cada uno representa un futuro deseable, pero excluyente: poeta, madre, viajera, amante, académica, campeona olímpica. Al no poder escoger solo uno —por miedo a renunciar a los demás— se queda inmóvil. Observa, duda, espera. Y mientras tanto, los higos se marchitan y caen.
Es fácil entender por qué este fragmento se volvió tan
popular. La vida ya no parece una línea recta. Hoy todo está abierto, todo
parece posible: mil carreras, mil ciudades, mil versiones de uno mismo conviviendo
al mismo tiempo. Pero tanta posibilidad no siempre es libertad. A veces es
ruido. A veces es ansiedad. Porque elegir implica matar todo lo demás.
Y entonces uno se queda ahí, como Esther. Sin comer ningún
higo. Con hambre. Pensando que tal vez, si se espera lo suficiente, algo
sucederá por sí solo. Pero el tiempo no espera. Los momentos no se congelan
hasta que decidas. La vida no hace pausa. Uno se queda mirando cómo las cosas
se pierden sin haber sido.
Esa es la parte que más duele. No perder algo que se
intentó, sino todo lo que no se vivió por no atreverse. No por cobardía, sino
por un deseo profundo —y a veces absurdo— de quererlo todo. De no fallarle a
ninguna de tus posibles versiones. Pero al final, el no elegir también es una
forma de fallarse.
Vi mi vida extendiendo sus ramas frente a mí como la higuera
verde del cuento.
De la punta de cada rama, como si de un grueso higo
morado se tratara, pendía un maravilloso futuro, señalado y rutilante. Un higo
era un marido y un hogar feliz e hijos y otro higo era un famoso poeta, y otro
higo era un brillante profesor, y otro higo era Europa y África y Sudamérica y
otro higo era Constantino y Sócrates y Atila y un montón de otros amantes con
nombres raros y profesionales poco usuales, y otro higo era una campeona de
equipo olímpico de atletismo, y más allá y por encima de aquellos higos había
muchos más higos que no podía identificar claramente.
Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol
de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos
escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder
el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de decidirme, los higos
empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a
mis pies.
―Sylvia Plath
La higuera se ha convertido en una especie de símbolo
compartido. Se viraliza en TikTok, se convierte en audio, se subraya en libros
usados. Pero más allá de la estética triste o la pose melancólica, lo que
conmueve es que habla de una sensación universal y muda: esa idea de que la
vida se escapa por no haber hecho nada con ella.
Porque sí, cada camino implica una pérdida. Pero también la
inacción. No tomar nada te deja exactamente con eso: con nada. Y no hay regreso.
No hay forma de volver a ese instante donde todos los higos estaban colgando,
perfectos, al alcance. Solo queda mirar el suelo.
Tal vez la enseñanza no está en elegir el mejor higo. Tal
vez ni siquiera hay un higo correcto. Quizá se trata de morder alguno.
Cualquiera. Asumir sus consecuencias. Aceptar que no se puede tenerlo todo. Que
la vida no se trata de acumular versiones, sino de habitar una. Y que perder lo
que no fue también es parte de crecer.
Hay quienes convierten esta metáfora en consuelo, en excusa,
en explicación. Pero a veces, simplemente, es un espejo. Un recordatorio de que
quedarse esperando también es elegir. Y que el deseo de infinitas vidas puede
terminar quitándotelas todas.
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