QUÉ SUERTE PODER ABURRIRTE
¿Cómo aprovechamos las
vacaciones? ¿Para descansar? ¿Para viajar? ¿Para desarrollar la creatividad?
¿Para crecer personalmente? ¿O simplemente para desconectar y volver más
productivos al trabajo? Tal vez “aprovechar” no es la mejor palabra.
Como humanidad somos capaces de lograr cosas increíbles, pero cuando tenemos tiempo en nuestras manos se nos escapa lo más esencial: centrarnos en el presente. Y en verano, cuando se supone que es más fácil, nos cuesta incluso más: no solo necesitamos desconectar del trabajo, también de un mundo digital que no descansa.
Ese que, entre fotos idílicas, vídeos de rutinas perfectas y viajes envidiables, te recuerda cómo se supone que deberías vivir tus vacaciones, cómo deberías aprovecharlas al máximo… Qué agotamiento.
Volvamos un segundo al momento del apagón eléctrico, cuando
tanto reflexionamos sobre la importancia de desconectar. Obligados a parar
llegamos a una conclusión reveladora: fuimos capaces de disfrutar de esas
extrañas horas porque tuvimos la certeza de que los demás también lo hacían. Y
ese es el matiz que lo cambia todo, porque no es tan fácil parar cuando tenemos
la sensación de que el resto del mundo nos adelanta por la derecha.
Aunque creas que consumir redes sociales en tus tiempos
muertos no te influye tanto como dicen, tu cerebro no deja de recibir un
bombardeo constante sobre lo que hacen los demás. No descansas. Demasiados
planes, demasiados estímulos. Sobrepiensas. Y te enredas inevitablemente en
comparaciones imposibles que, poco a poco, alimentan una silenciosa sensación
de fracaso y construyen expectativas totalmente desajustadas.
Así, sin darte cuenta, vives las vacaciones con una especie de presión. Podrías estar en otro sitio, ser más interesante. Esto tiene un nombre: el miedo a perderse algo y está conectado con la comparación social y la ansiedad que afecta a la percepción de tu propio disfrute. Sin embargo, la realidad es que el verano de la mayoría es mucho más cotidiano y se aleja de esas experiencias espectaculares y escenarios exóticos que parecen la norma.
Sentir envidia es natural, no vamos a
maquillarlo. Es sano quejarte. Pero no te quedes ahí, porque lo más importante
de la vida es mucho más sencillo: una conversación con amigos, una siesta sin
culpa, un atardecer en tu pueblo, despertar sin alarma. La verdadera aspiración
está en la tranquilidad de lo cotidiano.
Es difícil porque vivimos con prisa y aunque muchos queremos
bajarnos de la rueda, no sabemos muy bien cómo hacerlo. Pero la parte que sí
podemos gestionar -porque también hacen falta cambios sociales y
estructurales-, no pasa por métodos extravagantes de crecimiento personal, sino
por actividades que nos conecten con lo que realmente valoramos y nos devuelvan
al presente.
La ciencia avala el poder de estos pequeños gestos. Por ejemplo, leer seis minutos al día puede reducir el estrés hasta un 60%. Una simple caminata entre árboles ha demostrado disminuir la actividad de la amígdala, relacionada con la ansiedad y el procesamiento emocional.
No revisar
el móvil nada más despertar se asocia con mayor claridad mental. La meditación,
por su parte, calma la mente y mejora la concentración. En resumen, cualquier
actividad que hagamos de forma más consciente es una solución real y efectiva
de autocuidado.
Por si te apetece ponerte a leer y profundizar en estas
ideas, te recomiendo Reconquista tu tiempo, de Jenny Odell, y Elogio
de la lentitud, de Carl Honoré. También la
película Perfect Days, que ofrece una mirada muy sensible y
culturalmente chocante sobre el valor de vivir a otro ritmo.
Te deseo que este verano tengas el privilegio de aburrirte
mucho y entregarte a las cosas sencillas. Que hagas lo que hagas -leer,
pasear, quedar con amigos, ir al cine, a la playa, viajar o simplemente
quedarte en el sofá- puedas disfrutarlo viviendo realmente el momento.
María Gómez @merigopsico
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