27.10.25

Hemos de aprender a mirar sin prisa, a escuchar sin distracción, a estar en el presente

LA ILUSIÓN DE PERFECCIÓN            

Así cambió nuestra mirada del mundo

Desde cuerpos perfectos hasta vidas cuidadosamente curadas, Instagram no solo muestra imágenes: redefine cómo vemos, sentimos y habitamos la realidad. Descubre cómo los filtros y publicaciones moldean nuestra percepción y nuestra presencia en el mundo

El pasado 6 de octubre fue el aniversario de Instagram. No son solo cinco, diez o quince años: son años de transformación silenciosa, de redefinir cómo miramos, cómo sentimos y cómo habitamos la realidad. Una plataforma que nació como un simple escaparate fotográfico se convirtió en espejo y escenario, en una curaduría de lo que deseamos mostrar y, quizá, de lo que empezamos a olvidar vivir.

Las redes sociales han cambiado nuestra forma de pensar y de percibir la vida real. Nos distraen del presente porque queremos recordar los recuerdos en nuestros teléfonos, y mostrar que estamos prosperando, que nuestra existencia tiene color y brillo. Publicamos fotos, historias, buscando siempre la mejor versión de nuestra vida, y sin darnos cuenta, esta versión editada nos absorbe, nos fragmenta y nos aleja del instante mismo. 

Como recuerda Byung-Chul Han, “el lenguaje se ha convertido en información y cuando lo usamos solamente como tal, pierde su carácter contemplativo” Infocracia la digitalización y la crisis de la democracia. Cada “me gusta” y cada comentario se vuelve un pequeño tirón de atención que nos roba la parte poética de vivir.

Instagram democratiza la moda, el arte y los viajes. Diseñadores y marcas abren sus mundos, y los artistas muestran sus procesos, invitando a todos a una intimidad cuidadosamente filtrada. Incluso la gastronomía se volvió espectáculo visual: los platos ya no solo se comen, se miran, se fotografían, se exhiben. Sin embargo, esta cercanía ilusoria también nos convierte en espectadores perpetuos, comparando vidas que parecen perfectas, universos construidos con filtros, y olvidando que lo real nunca cabrá del todo en un rectángulo de pantalla. 

Han advierte que la digitalización fragmenta nuestra atención y erosiona la comunidad: “Pese a las redes sociales, estamos más solos que nunca”. La tecnología, tan fascinante y seductora, funciona como un órgano adicional del cuerpo, ampliando nuestro mundo y, al mismo tiempo, aislándonos. Nos hace nómadas de los paisajes virtuales, nos invita a recorrer culturas y destinos remotos con un toque en la pantalla, pero quizá nos aleja del contacto, de la mirada sostenida, del instante compartido sin mediación, inclusive de nuestra propia forma de habitar.

Hoy, recordar el aniversario de Instagram no es solo contar usuarios y stories: es preguntarnos cómo habitamos la realidad que hemos construido mediante filtros y publicaciones. Nos recuerda que mirar ya no es solo ver: es seleccionar, narrar, exhibir. Que existir en la red no garantiza presencia en el mundo. Que la vida no está en publicar, sino en aprender a mirar sin prisa, a escuchar sin distracción, a estar, en el presente.

Pero también es inevitable reconocer otra cara de este espejo digital: la distorsión de nuestro propio cuerpo. Instagram nos enseñó que todo debe ser perfectamente curado, que la piel, la sonrisa, los viajes y hasta los platos de comida tienen que estar listos para la exhibición. Esa presión silenciosa se filtra en nuestra percepción, nos hace cuestionar nuestras formas, nuestros gestos, nuestras imperfecciones. Nos invita a compararnos con versiones editadas de la realidad, a sentir que lo natural no basta. La plataforma que abrió el mundo ahora nos devuelve fragmentos de nosotros mismos que no alcanzan, que siempre parecen necesitar retoque, siempre parecen fuera de foco.

Instagram es, en este sentido, un territorio seductor y peligroso: nos permite ver más, conocer más, viajar con un dedo, admirar la creatividad global… pero también nos arrastra hacia un ideal que nunca existió más que en pixeles y filtros. Y tal vez, recordar su aniversario signifique también recordar que mirar no debería ser solo para mostrar: mirar puede ser, simplemente, aprender a habitar nuestro propio cuerpo y nuestra propia realidad sin la urgencia de exhibirla.

Instagram nos regaló un nuevo lenguaje, un espacio de encuentro global, una ventana abierta a mundos lejanos. Pero también nos enfrenta a nuestra fragilidad, a nuestra necesidad de atención sostenida, a la poética que hemos perdido. Como plantea Han, si seguimos como estamos, quizá nunca habrá un segundo Cervantes.

Hoy, mientras deslizamos y damos “me gusta”, podemos recordar que la revolución digital comienza en el ojo que mira: elegir qué observar, y aprender a habitar la realidad más allá de la pantalla.

https://pijamasurf.com/2025/10/instagram_y_la_ilusion_de_perfeccion_asi_cambio_nuestra_mirada_del_mundo/  

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