Lo reconozco. Cuando empezó todo esto, un aura de
esperanza por el cambio me invadió. Pensaba que era tan evidente que nuestro
modelo de convivencia y organización social actual era tan injusto, desigual y
suicida que era imposible que “la gente” no lo viera. El coronavirus sería como
una bofetada de realidad que nos quitaría la venda de los ojos y nos mostraría
el camino a seguir hacia una senda más lógica. Pobre iluso. Tan solo un par de
meses después, ese soplo de esperanza ha sido arrastrado por el vendaval de la
realidad, volviéndose tan lejano como aquel fin de año de 2020.
A pesar de que nuestra generación ya ha pasado por
otros shocks/crisis (ya sean reales o inventados, mayores o menores), el guion
se ha repetido otra vez, esta vez con su propio hilo argumental y multiplicado
por mil. Comenzamos con
una fuerte impresión y miedo a lo desconocido. De repente, militares en las
calles y por primera vez en nuestras vidas (de la mayoría al menos) nos obligan
a recluirnos en nuestras casas. El Gobierno “nos obliga” a estar en casa. Suena
casi más fuerte ahora que en su momento.
Comienzan a reproducirse como familia del opus
dei los memes de todo tipo y la información cuñadil. Nadie sabe nada, pero
el primo de mi tía es enfermero y me asegura que está muriendo gente en los
pasillos del hospital.
Las descargas de apps para hacer videollamadas hacen su
agosto y nos dejan la cabeza como una canción de Giorgie Dann. No se entiende
nada, pero estamos juntos en esto. Nos hipercomunicamos hasta el infinito, más
allá, y vuelta al punto de partida. El buenrollismo hace acto de
presencia. Todos nos queremos, todos nos apoyamos y todos saldremos juntos
de esto.
En las ventanas, carteles con arco iris y mensajes de Mr.
Wonderfull, Pandemia edition. A las 20:00, catársis
colectiva. Nos queremos.
Zizeck marca primero y va ganando a Chul Han. El
cambio es posible. Unidas podemos con el cambio climático, hay medusas en
Venecia! Madrid se ve desde Toledo! Esta crisis nos ha hecho despertar del
letargo, un nuevo horizonte para la humanidad. Calentitos en casa, descubrimos
que nuestra vida no tenía mucho sentido, pero tampoco sabemos qué hacer con el
tiempo libre.
Pasan los días. Unos dan toques con
los miles de rollos de papel higiénico que guardan en la despensa. Otros hacen
pan para todo el edificio, pero no lo reparten. Otros hacen un baile para
TikTok y casi rompen la mesa del salón.
Algunos empiezan a echar en falta el trabajo que tanto
odian. Otros se dan cuenta que sus hijos son unos cansinos, y que a lo mejor el
profe tenía razón cuando le decía que era un maleducado. El muertómetro de
Ferreras no para de sumar, y Ana Rosa dice que los comunistas la han liado
parda. Ya no queda nada interesante en Netflix.
El término “día de la marmota” de repente cobra
significado. Las mismas rutinas. Las mismas sensaciones. La misma calle,
el mismo parque allí a lo lejos, me miro en un espejo y siento que me
hago viejo… Coño ha pasado un mes! Sin darnos cuenta, Chul Han ha remontado
y sin saber muy bien cómo ya va ganando por goleada. Pasamos del
buenrollismo a la conspiranoia.
Los memes del cuñado han cambiado, y ahora la información
que nos llega del tío de mi prima asegura que es todo culpa de los putos
chinos, que quieren hacerse dueños del mundo compinchados con Trump y que
gracias al 5g han logrado diseminar el virus por Madrid gracias a las feminazis
del 8m para instaurar una dictadura bolivariana apoyada por Bill Gates.
Los aplausos de las 20:00 ya no motivan igual, y además
el DJ de después es un cansino. Los carteles de Mr. Wonderfull Pandemia edition
están descoloridos y parecen de una peli de zombis. Joder. Los sueños de cambio
a mejor no se han producido, ni se esperan ya. Es raro, porque no hemos hecho
nada. Sea como sea… Hemos llegado a la nueva (sub)normalidad!
En este nuevo escenario, los que nos trajeron a porrazos
hasta aquí ya están armando sus taser y demás material antidisturbios de última
generación en el apartado físico. Seguro que hará falta. Y a nivel psicológico,
ya podemos ver muestras del nuevo gaslightning neoliberal que
nos hará amar esta nueva (sub)normalidad.
Para los que no conozcan el término, el gaslightning es
una forma sutil (pero tremendamente eficaz) de abuso emocional y control
psicológico en la que la víctima es manipulada para que llegue a dudar de su
propia percepción, juicio o memoria, haciendo que se sienta ansiosa, confundida
o incluso depresiva. Y por lo tanto, fácilmente manipulable. Exactamente una
de las técnicas que utiliza el sistema para que continúes enganchado a él.
Así lo avisó hace más de un mes (pasado lejano!) el periodista Julio
Vincent en un interesante artículo, y así lo estamos viendo ya.
Publicidad, medios de comunicación,
instituciones, think tanks, productos de consumo cultural de
masas… todos los mecanismos de manipulación mental del neoliberalismo
están trabajando a toda máquina para que abraces la nueva (sub)normalidad con
un deseo irrefrenable, y sin cuestionarte siquiera que existan otras
posibilidades. Y si las hay, son ETA.
Seguro que ya has escuchado eso del “síndrome de la cabaña”, que es eso que hace que te cueste
salir de casa y aceptar la nueva realidad postcoronavirus. El mundo tal y como
lo conocemos no tiene nada que ver con que te cueste salir de casa. En
realidad, tú amas trabajar ocho horas al día para generar una plusvalía para tu
jefe, para que así él pueda seguir creando empleos y mantener a la vaga plebe
que solo ansía vivir de paguitas.
A ti te encanta esa horita de bus/metro/coche al trabajo
donde tienes tiempo para pensar en ti mismo. Y sobre todo, te encanta llegar a
casa muerto de cansancio y no tener ánimos para jugar con tus hijos. Tu afición
favorita es meterte en un espacio cerrado a sudar y que te griten consignas
para conseguir que tu vientre esté plano y así poder subir fotos maravillosas a
Instagram en los dos días de vacaciones que tienes, y donde te gastas todos tus
ahorros en ir a un sitio paradisíaco que es la envidia de todos.
Porque tu vida mola un montón, y lo que hace
que no quieras volver a la normalidad es el síndrome de la cabaña. Pero
tranquilo, que de todo se sale. En cuanto podamos ir de compras otra vez, en
cuanto saquen el Iphone XI o me pueda beber una CocaCola con mis amigos,
volveremos a ser plenamente felices, como lo éramos antes. Al menos eso dicen
en la tele.
De momento hay que ir poco a poco recuperando
sensaciones, abrazando esta nueva (sub) normalidad. En
realidad, la vida es igual que antes, solo que adaptada a las nuevas
circunstancias. Podemos ir de cañas igual, solo que no hay pincho, ni
periódico, y la mitad de los bares cerraron. Podemos ir de compras igual, solo
que estamos sin un duro y hay que hacer cola media hora en la calle. Poco a poco.
En esta nueva (sub)normalidad, aquellos que han luchado a
brazo partido para evitar un mayor número de muertos, ya han sido despedidos y
están a la espera de tener la suerte de un nuevo contrato basura. Eso sí,
dormirán tranquilos y orgullosos con su premio princesa de asturias bajo el brazo.
A los que sí han subido el sueldo un 20% por partir
brazos ajenos durante la pandemia ha sido a la policía nacional y guardia
civil. Sin ellos dando hostias por las calles sí que lo hubiéramos pasado mal,
sin duda merecían ese ascenso más que nadie.
Al igual que nuestra amada nobleza. En cuanto su Majestad el Rey les ha pedido que colaboren con unos litros
de leche y aceite, han salido en tromba para ayudar al populacho y que no
haya niño en España sin su litro de leche. Recordemos otra vez (por si hay
dudas) que el virus fue culpa de los chinos, que quieren acabar con nuestro
estilo de vida. Que los muertos en residencias de ancianos privadas fueron
culpa del coletas, y aún menos mal que tito Amancio donó un montón de material
a la sanidad, que si no no salimos de esta. Y sobre todo: al igual que
la violencia de género, el cambio climático no existe. Ambas son
invenciones de los nuevos progres, que siguen empeñados en jodernos el
crecimiento ilimitado y la felicidad extrema que el capitalismo nos
brinda.
Así que ya sabes, de todo lo que está pasando a tu
alrededor, el sistema económico y social de las últimas décadas no tiene nada
que ver. Es todo una conspiración chinomasónica. El capitalismo funciona.
Repite conmigo: el capitalismo funciona. La normalidad era
maravillosa. Y la nueva (sub)normalidad también lo será.
Wellcome to
the new (sub)normality!!
Por Juan
Teixeira / Artículo de Eulixe
https://contrainformacion.es/bienvenidos-a-la-nueva-subnormalidad/
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