LA NUEVA NORMALIDAD COMO OPORTUNIDAD
El capitalismo explotador de la juventud
A diario escuchamos a la clase política hablar sobre la
nueva normalidad, pero ¿cuál era la realidad de la vida pre COVID-19 que
teníamos la juventud? Desempleo, precariedad laboral, exclusión social,
competitividad e individualismo, y un planeta en vías de extinción como
herencia debido a la contaminación, la sobreexplotación de recursos, la pérdida
de biodiversidad, etc. Todo esto, y entre otras causas sociales y consecuencias
en las personas y el entorno, provoca malestares psicológicos. Pongamos en el
foco la Generación Y o Millenials ya que la juventud vivimos nuestra segunda
crisis económica sin haber superado la primera.
Durante años, la juventud en búsqueda de empleo hemos podido
encontrar una oferta laboral con requisitos tales como: una carrera
universitaria, dos másteres, tres idiomas, cursos de especialización,
experiencia laboral, capacidad de adaptación al cambio, flexibilidad horaria,
autoorganización (y un huevo de dragón si el sueldo es superior a mil euros).
Este podría ser un ejemplo de oferta laboral para los puestos de trabajo a los
que aspiran muchas personas jóvenes de nuestra generación, la más preparada de
la historia. Se nos prometió que cuanto más nos formáramos mejores condiciones
laborales encontraríamos. Sin embargo, va a ser la primera generación en vivir
peor que la anterior.
No solo hemos hecho grandes esfuerzos junto a nuestras
familias, sino que también se nos han pedido requisitos casi imposibles para
entrar en el mercado laboral. Cuando no lo logramos, nos ofrecen prácticas (la
mayoría sin remunerar) para desempeñar las mismas funciones que una persona
contratada, o voluntariado, donde una y otra vez se vulnera la ley cubriendo
puestos de trabajo con personas voluntarias. En todas estas circunstancias se
produce un desajuste entre expectativas y realidad y esto ha provocado en
muchas ocasiones sufrimientos tales como estrés, angustia, ansiedad, depresión,
incertidumbre o miedo.
Volviendo a la oferta prototipo mencionada anteriormente,
las “aptitudes” que se demandan no dejan de ser eufemismos para esconder la
peor cara del capitalismo: adaptación al cambio, o dicho de otra forma, te
vamos a pedir constantemente que te enfrentes a cambios en el trabajo de los
que puede que no tengas ni idea, pero es tu responsabilidad resolverlos y
rápido; flexibilidad horaria, es decir, tu vida gira en torno al trabajo,
tienes que estar disponible al teléfono 24/7 y predispuesta a una reunión en
cualquier momento; y, autoorganización, es decir, apáñate como puedas pero
tienes que tener X resultados durante el horario de tu jornada laboral, y si no
te da tiempo, haz más horas, porque si no, ya sabes, eres prescindible para la
empresa ya que hay centenares de curriculums encima de la mesa esperando a que
tú falles. Esta es la realidad y la presión que vive especialmente la juventud
en nuestro país (aunque por desgracia también lo sufren personas de otras
edades).
El capitalismo no sólo se manifiesta en sus condiciones
laborales draconianas, también en nuestra manera de procesar el hecho de que
nuestras vidas no se desarrollen como habíamos esperado. De forma sutil, nos
hacen creer que si no somos felices es porque no queremos o no nos esforzamos
lo suficiente, pues la dictadura del positivismo nos ha hecho mucho daño. En
lugar de buscar la raíz de todos los problemas, señalarlos y explorar las
alternativas, se ha puesto el foco en la responsabilidad individual. De esta
forma, la persona que no consigue encajar en este sistema cruel y despiadado se
autopercibe culpable de su propio malestar.
Socialmente, la felicidad es un
indicador de éxito, y las afectaciones psicológicas, sobre todo las
relacionadas con el estado de ánimo, lo son del fracaso. El triunfo se consigue
viviendo deprisa, corriendo y haciendo malabares con todas las facetas de la
vida, celebrándolo en redes sociales. Mientras tanto, los dolores se guardan y
se ocultan, como si no existieran.
Durante este periodo del Estado de alarma, esas
condiciones de trabajo que nos dejaron los recortes en derechos sociales y
laborales durante la gestión de la crisis de 2008 se han acentuado. A pesar del
Escudo Social establecido por el Gobierno de coalición en colaboración con las
fuerzas aliadas está siendo insuficiente y todo indica que una dura crisis está
por llegar.
Pero reflexionemos. Este confinamiento ha puesto de
manifiesto que no estar constantemente consumiendo y produciendo no ha supuesto
el fin del bienestar de muchas personas, de pronto hemos descubierto (o redescubierto)
lo que es estar tranquilamente en casa “sin hacer nada” viviendo y conviviendo
con las demás cohabitantes del hogar o con los propios pensamientos en soledad.
Con esto no quiero negar otras realidades, también hay quienes han podido pasar
por distintos estados de ánimo según el día o la semana, quienes han sufrido la
aplicación de un ERTE, quienes han trabajado más explotadas que antes, quienes
se hayan sentido angustiadas por las limitaciones del confinamiento y haya
percibido su casa como una prisión.
Quizás esto nos haya permitido sentir mayor
empatía hacia las personas privadas de libertad como prisiones, internamientos
psiquiátricos, CIES. Por supuesto, no olvidemos que hay quienes no tienen la
suerte de encontrar en su hogar un refugio seguro o quien directamente no goza
de este derecho básico. Todo esto sin mencionar el miedo al propio virus, la
preocupación por personas queridas de riesgo o que han enfermado y el dolor de
haber perdido seres queridos.
Desafortunadamente, caemos sin darnos cuenta en la rueda
de la productividad incluso en este periodo. A veces, no nos perdonamos no ser
productivas y por ello nos ponemos a hacer cursos, asistimos a charlas y nos
mantenemos haciendo y haciendo para no parar ni un minuto. “Hago, luego
existo”, sin permitirnos simplemente SER, SENTIR(NOS) y EXISTIR. Como dijo
recientemente Anna Sopena, coportavoz de la Red Equo Joven, incluso confinadas
se nos han robado los ritmos y necesitamos recuperarlos. Como he mencionado
antes, no todas las personas han llevado el confinamiento de la misma manera,
algunas al poder pasar tiempo con una misma de pronto nos ponemos frente al
espejo y nos preguntamos: “¿Quién soy? ¿Qué estoy haciendo con mi vida y mi
tiempo? ¿A dónde voy yo dentro de este sistema que me han impuesto?”
La cuestión es: ¿Queremos recuperar todo lo que teníamos
antes, o solo lo bueno? Porque claro que estamos deseando en algún momento
poder reencontrarnos con nuestras familias y círculos de amistades “con
normalidad”, darnos muestras de afecto, pasear sin restricciones horarias y
retomar actividades culturales y de ocio sin fases ni limitaciones. Pero
sinceramente, ¿quién echa de menos los atascos, el tráfico, el ruido, los humos
y seguir destruyendo el planeta? Quizás solo le pase a alguna política de derechas
contenta con la eliminación de Madrid Central, pero las personas en general
solo queremos un buen vivir con nuestras necesidades cubiertas. El sistema
capitalista nos promete darnos todo lo que queramos a cambio de renunciar a
nuestro bienestar y a nuestro tiempo que, por otro lado, es lo más valioso que
tenemos.
No, esto no puede sostenerse por más tiempo. Tampoco es
posible mantener la lógica del crecimiento y la producción infinita en un
planeta de recursos finitos. Y somos personas, tenemos necesidades y emociones,
no somos máquinas de producir. Necesitamos avanzar hacia una transición
socioecológica justa con una Ley de Cambio Climático más ambiciosa que deje a
un lado el trabajo como centro de todo y ponga la vida, el bienestar y los
cuidados en el lugar que le corresponde: empleo verde y reparto del trabajo que
permita conciliar, transporte público ecológico, servicios públicos, energía y
modelos de ciudad sostenible con perspectiva de género. Y una Renta Básica
Universal que garantice que todas las personas tienen sus necesidades
cubiertas. Más comunidad y menos individualismo equivalen a una mayor calidad
de vida. En definitiva, cambiar el sistema porque el que tenemos no sirve.
“No es saludable estar adaptado a una sociedad profundamente enferma”.
Jiddu Krishnamurti, filósofo hindú.
Helena Vidal Brazales.
Coportavoz de Equo Región de
Murcia y activista de la Red Equo Joven. Graduada en Psicología, especializada
en Intervención social y Mediación.
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