DISEÑANDO UN REINICIO
El primer confinamiento global de la historia ha llegado a su fin y
volvemos a salir a la calle. Sin embargo, la epidemia sigue su curso. El
peligro de causar la muerte a ese 5% de personas más vulnerables ante el
covid-19 sigue existiendo. Seguimos siendo responsables de hacer todo lo que
podamos para evitar el contagio. Nos movemos entre la prudencia y las ganas de
hacer aquello que echamos de menos hacer.
Cada uno de nosotros ha vivido el confinamiento en diversas circunstancias
laborales y personales. Salimos de este en diferentes condiciones, con
distintos problemas que determinan lo que nos gustaría hacer, cambiar, dejar
atrás o conseguir. Muchos sufrirán la desigualdad de recursos para seguir
adelante y verán su estado de bienestar e incluso sus vidas amenazados.
Por ellos, espero que se abran debates en todos los sectores que organizan
nuestra vida. Por ellos y por nosotros mismos, todos tenemos ahora el deber de
cuestionarnos el sistema en el que vivíamos, para corregir lo que hemos visto
que no funciona: la distribución de la “riqueza”, la gestión de la “pobreza”,
el consumo excesivo, la contaminación descontrolada, el trato de seres vivos
como productos y su injustificada explotación; en definitiva, el respeto hacia
los ciudadanos, hacia los animales no humanos y hacia el planeta.
Es el momento de hablar de justicia social, de igualdad de derechos y de
ecorresponsabilidad. Como bien plantea Florent Marcellesi en su artículo No
rescatar el ayer; invertir en el mañana, podemos actuar “con valentía
ante la encrucijada histórica en la que nos encontramos, pueden aprovechar las
enormes ayudas previstas al servicio de una gran transición ecológica y justa,
que marcará los próximos decenios”. Ese “pueden” se refiere a todos los
mandatarios del mundo que tienen en estos momentos las riendas de los sistemas
económicos y legislativos y van a decidir hacia donde seguiremos. No será el
azar, no será un algoritmo, ni un mercado quienes elijan; serán personas las
que nos empujen hacia una u otra dirección.
Aunque tal vez seamos nosotros quienes marquemos el rumbo. A nivel
individual, nos hemos convertido en agentes activos que como consumidores
tenemos más poder que nunca para intervenir en la transformación del mundo.
Tras el parón empresarial y la reducción de nuestras compras, antes de
recuperar nuestro ritmo de vida, deberíamos preguntarnos si vamos a seguir
consumiendo lo mismo y haciendo lo mismo, en la misma medida, cueste lo que
cueste.
Por ejemplo, ¿nuestra alimentación seguirá incluyendo tanta carne
innecesaria como antes? ¿Queremos que siga existiendo la ganadería intensiva?
Deberíamos reducir el consumo de carne y preocuparnos por su origen. El método
de explotación en el que se basa la industria cárnica actual es un peligro para
la salud y la vida de todos los seres vivos del planeta; ya que tener hacinados
a miles de animales facilita la transmisión de virus entre ellos y a humanos
causando zoonosis, como el SARS de 2002 y el covid-19 de hoy.
Tal vez sea hora de reconocer la tortura y el maltrato que sufren millones
de animales, cada segundo en todo el mundo, para obedecer a caprichos humanos.
Hay otras formas de llevar una alimentación equilibrada y no es necesario, ni
saludable, ni sostenible comer carne todos los días. Si alguien tiene dudas y
quiere indagar, puede comenzar leyendo el artículo Carcinogenicidad
del consumo de carne roja y de la carne procesada y Obesidad
y diabetes, una plaga lenta pero devastadora, de la Organización
Mundial de la Salud (OMS).
Por otro lado, ¿mantendremos nuestros hábitos? Como viajar a tantos lugares
como nos sea posible por ocio o trabajo. ¿Nos dejaremos cegar por vuelos
baratos, olvidando otros lugares y otras formas más sostenibles de expandir
nuestro mundo y experiencias? Me pregunto si seguiremos siendo esclavos de
nuestra comodidad. Es decir, ¿seguiremos pidiendo comida a domicilio a pesar de
saber que las condiciones de trabajo de los repartidores son inaceptables?
Vayamos un paso más lejos. ¿Acaso no vamos a exigir de una vez
explicaciones por la infracción de los derechos humanos? ¿No vamos a discutir
la manera de acabar con la “economía sumergida”? ¿No vamos a ocuparnos de los
inmigrantes, cuyas vidas penden de un hilo de esperanza que nosotros mismos les
dimos en algún momento? ¿No vamos a debatir la contratación obligatoria para
cualquier servicio?
Estas últimas cuestiones me acompañan desde que vi el documental Manger autrement, de
la cadena francoalemana Arte. Está disponible en francés con subtítulos y nos
muestra la realidad de los invisibles, que merecen dejar de serlo. Sin ir más
lejos, en el sur de España se sigue explotando a los llamados “temporeros”. Se
recoge a personas en la calle, cada día las mismas o diferentes, se las
traslada a invernaderos para que trabajen todo el día en condiciones nefastas
para su salud, sin protección, y se les da 10 euros al final del día. ¿Cómo
poner fin a este delito? Tal vez este es uno de nuestros límites como
consumidores y agentes activos, ya que hay tantas empresas involucradas en esta
práctica ilegal que quizá no podamos boicotearlas a todas.
Sin embargo, los medios podemos actuar. El periodismo tiene más influencia
que nunca para implicarse en la redefinición de este nuevo mundo. Tenemos el
deber moral de recordar lecciones del pasado y de seguir denunciando lo que
sucede. Dar visibilidad a los olvidados, poner el foco en los delitos,
atrocidades e injusticias que ocurren es ahora imprescindible. Crear debate,
fomentar la opinión, ofrecer pensamientos para la reflexión y presentar
información veraz y contrastada debe ser nuestra principal línea de acción.
Señalar y poner nombre a los problemas es el primer paso para poder encontrar
soluciones.
La publicidad también tiene un papel protagonista en este reinicio de un
nuevo orden de las cosas. ¿Asumirá su ecorresponsabilidad? ¿Nos invitará a
consumir de manera más sostenible? ¿Se promocionarán los productos locales? ¿Se
optará por productos de buena calidad que duren a lo largo del tiempo? ¿O
volverán a hacernos creer que necesitamos ponernos un perfume en el cuello o
maquillarnos para ser irresistibles? ¿O que teniendo un deportivo somos
superiores al resto de mortales? ¿Seguirán incitándonos a comprar el nuevo
teléfono de 300 euros cada año, a pesar de que el antiguo todavía funciona
perfectamente?
Quiero creer que este panorama de reflexiones está vivo. No obstante, al
salir a la calle es otro panorama el que me encuentro. Las personas parecen
obsesionadas con volver a tomarse una cerveza y una tapa de chorizo ibérico en
una terraza. Su preocupación parece ser la planificación de sus vacaciones
(viajando lejos si es posible, como de costumbre). Y lo peor es que muchos medios
se hacen eco de esto y realmente parece que nadie está cavilando, sino
dejándose arrastrar por lo que le apetece. Algunos no hacen más que mostrarnos
a la gente infringiendo las normas de desconfinamiento, intentando justificar
la “necesidad” de evasión.
Lo único que puedo decir es que solo hay un mundo. Dejemos de ser ingenuos.
Las decisiones que tomemos, aunque decidamos intentar seguir viviendo como
antes, traerán consecuencias. No importa lo que hagamos o no hagamos. Todo va a
cambiar. Desaparecerán puestos de trabajo, habrá recortes, subirán los
impuestos, crecerá el paro; o surgirán nuevos empleos, veremos ideas
revolucionarias como la renta básica universal o la proliferación de la
filantropía. La única cuestión es si actuaremos para elegir o dejaremos que nos
impongan lo que algunos consideren mejor para nosotros.
¿Realmente no queremos corregir lo que no funcionaba? ¿Vamos a seguir
haciendo lo que nos dé la gana para autocomplacernos, sin considerar las
consecuencias? ¿O vamos a volver a aprender a respetar a los demás y a lo que
nos rodea? Todos queremos perder estas inquietudes de vista y divertirnos, pero
no deberíamos dejar pasar la oportunidad que tenemos delante. Nadie quiere ser
responsable de nada, pero todos lo somos, queramos o no.
ESCRITORA, @UNBICHOINQUIETO
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