Todos venimos a este mundo con una combinación única de
habilidades, características, entorno familiar y social, y nuestro propio libre
albedrío. Las diferentes combinaciones no siempre nos parecen justas a primera vista.
Algunos humanos son hermosos, otros inteligentes, otros trabajadores y otros
valientes. Algunos tienen padres amorosos y solidarios, otros nacen en una
sociedad segura y que funciona bien. Algunos son altos, otros son entrañables,
otros son robustos o tienen una vista particularmente buena.
Lógicamente no todos estamos dotados de características
que consideramos positivas. Pero, ¿quién puede decir qué atributos son
realmente positivos? Nuestra capacidad de adaptación a las circunstancias a
partir de nuestras posibilidades es lo que hace que un atributo sea positivo, o
no. Si hay suficiente para comer, puede ser beneficioso ser alto y fuerte. Pero
si hay una hambruna, es posible que prefiera ser pequeño y eficiente. Si hay
una pandemia, un buen sistema inmune es esencial. Sin embargo, en ausencia de
amenaza microbiana, otras propiedades son probablemente más importantes.
Más importante que los atributos con los que nacemos es
lo que hacemos con ellos. Alguien que nace con un corazón
débil y, por lo tanto, presta una atención rigurosa a su salud, puede terminar
siendo más saludable que alguien que tiene buenas condiciones iniciales pero
que, tal vez por ello, se deja llevar. Alguien que no aprende tan rápido, pero
que lo intenta una y otra vez con voluntad de hierro, puede terminar siendo
mucho más exitoso que alguien que es inteligente pero vago o perezoso. Aquellos
que nacieron en circunstancias adversas pueden volverse fuertes y maduros
debido a las circunstancias más difíciles de sus vidas, mientras que el que
siempre lo tuvo todo puede seguir siendo lento y acomodado, incapaz de superar
la más mínima dificultad.
En occidente habíamos reconocido hace mucho tiempo que
nadie puede juzgar quién, desde la totalidad de su situación en su destino,
está en ventaja o en desventaja. Tampoco nadie puede juzgar la mejor manera de
usar el tiempo de otra persona. ¿Es más útil trabajar mucho, graduarse, leer
muchos libros, hacer deporte, acumular calorías o mirar las noticias? Depende …
Dependiendo del objetivo y la situación, todo tiene su funcionalidad.
Por esta razón se desarrolló la filosofía del
individualismo en Occidente. Todos nacen con circunstancias únicas, y todos
deberían tener las mismas oportunidades de utilizar de manera óptima sus
fortalezas para perseguir su felicidad. Precisamente por ello todos deben tener
la libertad de hacer lo que quieran, siempre que no restrinjan con ello la
misma libertad de los demás. Es cierto que los detalles del diseño de este
principio son difíciles de definir. ¿Cuánto ruido, olor o sustancias tóxicas
puede liberar alguien antes de que afecte los mismos derechos al silencio o el
aire limpio de otro? A pesar de estas dificultades, el principio central
permanece intacto y justo.
En realidad, solo existen dos alternativas: o todos
pueden elegir su propio camino a través de la vida y luego también tienen que
soportar las consecuencias de su elección, o ciertas personas pueden decidir
por otros qué camino tomar en la vida y qué consecuencias se derivan de no
seguir lo dictado. De estas dos alternativas, solo la primera se puede llamar
justa. Porque todos, sin importar cuán nobles e iluminados seamos, nos guiamos
por el impulso instintivo de mejorar nuestras circunstancias particulares tanto
como sea posible con el menor esfuerzo posible. Y aunque quien definiese las
acciones de todos los demás fuese el más noble del planeta, él tampoco podría
resistir la tentación de ajustar al menos parcialmente sus acciones a su propio
bienestar. Nadie puede decidir lo mejor para los demás de manera completamente
imparcial, incluso si supieran lo que sería lo mejor para los otros.
Naturalmente, nadie puede saber qué es lo mejor para
todos. Ya es bastante difícil descubrir qué es lo mejor para uno mismo, adoptar
siempre las decisiones correctas. Las personas no solo tienen características
fundamentalmente diferentes, sino que también tienen necesidades y deseos
fundamentalmente diferentes. Muchas personas optan por un camino inseguro en la
vida, por la aventura, el peligro y el desafío, ignorando los pasos más seguros
que nos describe Maslow en su
pirámide. Músicos, adictos a la acción, exploradores, sacerdotes,
atletas de alto rendimiento, investigadores, inventores, delincuentes y
policías, todos demuestran que las personas nunca eligen el camino más seguro
en la vida. Ni el más cómodo.
Nadie puede saber lo que otro quiere o necesita, y nadie puede juzgar o decidir imparcialmente por otro. Por lo tanto,
nadie puede distribuir equitativamente las ventajas y desventajas de cada uno
entre todos los demás.
Vivimos tiempos de zozobra. Zozobra intelectual y ética.
Las emociones y las preferencias que nos dictan desde los medios y la política
no solo determinan nuestro comportamiento social, terminan convirtiendo en
paria asocial a todo aquél que no comparta las mismas emociones, a todo aquél
que no guste de lo que a la mayoría agrada.
En el fondo somos perfectamente conscientes de que nos
manipulan y es por ello, tal vez, que miramos enconados y de reojo a quien se
manifiesta diferente. Perdida la capacidad de afrontar nuestra vida desde
nuestras dotes y carencias personales, pretendemos obligar a todos los demás a
hacer lo mismo, pensar lo mismo, vivir lo mismo que nosotros. Es la redistribución
de la frustración, la mutualización de nuestras derrotas.
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