ADIÓS AL DINERO
Las cosas que nos abandonan lo hacen de maneras muy
distintas. La vida nos acostumbra a que (casi) todo pase y algo nuevo aparezca,
y el hábito que adquirimos con esa mudanza nos va haciendo algo menos
insolentes, un poco más advertidos. Como ahora vivimos un momento de cambios
muy rápidos y de culto, aunque en ocasiones de histeria, hacia los cambios,
llega un momento en que acabamos por considerar normal hasta lo más
extraordinario y ya no nos asustamos de nada.
Como los progres de mi generación, muy mayoritarios, se
han ido haciendo viejitos, me parece que cada vez se escucha menos una
expresión que les era muy querida y que a mí me producía cierto regocijo. Mis
amigos y colegas progres decían mucho aquello de “es muy inquietante”, y con ese
temor sabio hacia lo porvenir parecían vivir bastante satisfechos, encantados
de conocerse y de no dejarse engatusar por las falsas promesas de este mundo
traidor, capitalista y borrego. Y es que los progres de verdad siempre se han
considerado leales al pueblo, solidarios y muy cultos.
He traído esta historia al cuento porque no he oído
todavía a ningún progre asustarse de un anuncio que ha hecho el Gobierno sobre
la desaparición del dinero, y no se crean que es porque los progres se han
hecho pedristas o pablistas, sino porque ese
mero anuncio tiene algo que suena a sociedad sin clases, a fin
del capitalismo, a ruina del mercado, y eso todavía produce
sueños húmedos en muchos corazones contritos y asustados con el trumpismo,
el racismo, la transfobia y la amenaza de los robots que no paguen seguros
sociales, no vamos a negar que les falten motivos.
El caso es que, si no he oído mal, el Gobierno ha dicho
que se iba a poner a trastear con un proyecto para que desaparezca el dinero;
no estoy seguro porque este Gobierno dice tantas cosas que lo mismo lo he
entendido mal, pero estoy casi seguro de que no lo ha dicho la ministra
portavoz, porque, en ese caso, estaría cierto de que ha dicho algo así: “que el
dinero va a desaparecer porque no es bueno que el dinero desaparezca o no
desparezca, y que el Gobierno quiere que todo el mundo tenga mucho dinero, así
que no se puede asegurar todavía que vaya a hacerlo desparecer, aunque puede
que desaparezca y entonces ya veremos lo que se hace, todo a su tiempo que es lo
que conviene a todos y lo único que de verdad preocupa a este Gobierno tan
riguroso, puntual, exacto, preciso y previsible”.
En medio de la pandemia, tampoco me parece que el público
haya reparado mucho en los detalles del asunto, pero me temo que muchos hayan
pensado lo que yo, que un Gobierno al que le desaparecen con tanta facilidad
los muertos y el dinero que ingresa no le costará gran cosa perpetrar un número
de magia y que desparezca todo al tiempo.
El dinero lleva un tiempo de capa caída, está ya viejo,
no cabe duda, pero no me acaba de convencer que haya de ser el Gobierno el que
le dé la puntilla, ni que vayamos a ser más felices cuando se la dé cualquiera.
Los bancos, las tarjetas, los teléfonos, todo sirve para quitarnos el dinero
del bolsillo y, hasta ahora, podíamos estar casi agradecidos, porque todos esos
sistemas han sido lo suficientemente amables y engañosos como para que no
caigamos en la cuenta de que nos han hecho un agujero en la mano, pero sarna
con gusto no pica, y al fin y al cabo, cabe pensar que el dinero no está hecho
para los ahorradores sino para los gastadores.
Sin el crédito para gastar lo
que todavía no tenemos este mundo no sería lo que es y, al menos a primera
vista, no parece mucho peor que el mundo de hace cien años, cuando el dinero se
guardaba en los colchones o en el refajo y los bancos estaban solo para los que
tenían tanto que no les cabía en su lugar natural. Este capitalismo de consumo
solo ha parecido inquietante en los sermones, pero hasta los progres más
conspicuos se han pervertido en su sobriedad y han entrado al trapo todo lo que
han podido.
¿Alguien cree que el Gobierno se propone dar un paso más
para facilitarnos la vida? Yo no, desde luego, pero no creo que se lo crean ni
siquiera los que están dispuestos a creer que el Gobierno ha evitado la muerte
de casi medio millón de españoles, como ha dicho varias veces nuestro apuesto
presidente. Me temo que el Gobierno trate de impedir que defraudemos, que esté
dispuesto a prohibirnos cualquier forma de mala conducta porque, al fin y al
cabo, este ejercicio de confinamiento no le ha salido mal y por eso se crece
cuando habla de que sin él muchos estaríamos muertos y bien contabilizados.
Cabe imaginar a un Gobierno estableciendo nuestra lista
de la compra, recomendando ir a las rebajas, o sacándonos los billetes para ir
de vacaciones con la antelación necesaria para evitar problemas con los atascos
y garantizar la rentabilidad de las compañías estatales de movilidad
sostenible. Todo bajo control, sin desperdiciar ni un euro, o la moneda que
rija en esa Arcadia, que deba ir a las arcas comunes, ese dinero que no es de
nadie porque es de todos, pero que solo administran unos pocos sin dar cuentas
a nadie porque no se puede, ¡hombre!
Un mundo sin dinero de bolsillo puede parecer a algunos
una deseable Utopía tecnológica, pero tendrá sin duda el aspecto de un
Panóptico, esa cárcel universal y transparente para el vigía de la que ya nunca
nadie podrá salir. No es que nos metan
la mano en la cartera, es que nos darán lo que sobre después de administrar
el mundo sostenible y feliz al que debemos dejarnos llevar sin protestas,
porque una cosa es protestar contra el tirano y otra poner pegas a la
democracia total en la que ya no tendremos ni que ahorrar ni que preocuparnos,
como lo de la pandemia, pero a lo grande, el mundo feliz.
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