EL MAYOR FRACASO DE LA HISTORIA
En
el verano de 2012, un espectáculo teatral del Royal Court de Londres
causó gran impresión. En el escenario, durante más de una hora, el
monólogo de un actor que nunca antes había actuado. Y que allí
tampoco actuó. Se limitó a presentar datos científicos sobre el
crecimiento de la población mundial (que podría ser de diez mil
millones durante este siglo) y sobre el impacto de la actividad
humana en todos los sistemas planetarios. El actor en cuestión era
un científico de prestigio, Stephen Emmott, que acompañaba su
intenso monólogo con gráficos e imágenes impactantes, moviéndose
ocasionalmente apoyado en un bastón (sufre un problema discal).
Diez
mil millones es
la versión en libro de aquel espectáculo. Una especie de thriller o
de relato de terror construido a base de datos académicos y de
racionalidad sin ingenuidad, constatación de “nuestro fracaso,
nuestro fracaso como individuos, el fracaso de nuestra economía y el
fracaso de nuestros políticos”. Un texto brevísimo (se lee en un
par de horas), con un estilo casi aforístico y un diseño que busca
el máximo impacto: páginas en blanco para reflexionar, páginas en
negro para encajar el golpe. Todos los ecosistemas globales, todos,
no sólo se dirigen hacia una catástrofe sin precedentes, sino que
ya están en transición hacia ella.
Con
calculada frialdad y abundante ironía, Emmot resume velozmente cómo
estamos afectando el clima, el ciclo del agua y el conjunto de los
ecosistemas terrestres, y cómo, con la tecnología y los
conocimientos actuales, no hay modo de proporcionar a medio plazo un
mínimo de energía, agua y alimentos para una población mundial
cada vez más numerosa y más voraz. Un par de ejemplos sobre el
agua: producir una hamburguesa requiere 3.000 litros de agua; una
barra de chocolate, 2.700. Para fabricar un chip semiconductor, como
los que usan a millones las TICs (en 2012 se fabricaron más de dos
mil millones de ellos) hacen falta 72.000 litros de agua.
Emmot
compara nuestra situación con lo que ocurriría si mañana
supiéramos que el impacto de un asteroide destruirá la mayor parte
de la vida en la Tierra el 3 de junio de 2072. Los gobiernos de todo
el mundo enrolarían a todos los científicos, profesionales y
empresarios disponibles para una doble tarea: intentar evitar el
impacto y, si ello no es posible, “buscar soluciones con el fin de
que nuestra especie sobreviva y reconstruya lo destruido”. Según
Emmott, nuestra situación es aproximadamente la misma. Pero no
haremos nada, porque aquí el problema no es tangible como un
asteroide. El problema somos nosotros mismos.
Stephen
Emmott (Yorkshire, 1960) no encaja en las descripciones habituales de
autores apocalípticos. Es director de Ciencias Informáticas en
Microsoft Research, profesor en Oxford y asesor científico del
gobierno británico. La ciencia y la tecnología modernas suelen ir
acompañadas de una fe en el progreso que es tan inquebrantable como
ingenua: se da por supuesto que siempre, si una tecnología tiene
efectos nocivos, otra nueva tecnología lo resolverá. Pero Emmot ha
sabido librarse de ese ingenuo optimismo. Propietario de diversas
patentes tecnológicas, Emmot hoy reconoce que el optimismo
tecnológico es “una fantasía peligrosa”. Incluso se permite
ironizar sobre el acelerador de partículas del CERN: 8.000 millones
de euros gastados en buscar una partícula subatómica que
probablemente no sirve para nada. “Y los físicos del CERN se
mueren por convencernos de que es el mayor y más importante
experimento de la historia de la Tierra. No lo es.
El
mayor y más importante experimento de la historia de la Tierra es el
que llevamos a cabo entre todos, en este momento, con la propia
Tierra”. Detrás de su discurso se siente rabia e impotencia ante
el modo como actúan “nuestros políticos, nuestros empresarios y
nuestra estupidez”. Esa rabia se aprecia en alguno de los pasajes
finales, como cuando concluye que realmente necesitamos hacer algo
radical “para impedir una catástrofe planetaria. Pero creo que no
haremos nada. Creo que estamos jodidos (I
think we are fucked).”
¿Hay
alguna solución? Emmott sospesa todas las tecnologías conocidas
para concluir que ninguna sirve ante un reto de esta magnitud. Las
ideas de geoingeniería, por ejemplo, son enomemente costosas y todas
tienen imprevisibles repercusiones negativas. Desechada la vía
tecnológica, la única otra solución que queda es “cambiar
radicalmente nuestro comportamiento”. Sabemos que necesitamos
grandes cambios en el rumbo de nuestro mundo. Por ejemplo:
“Necesitamos consumir menos. Mucho menos. Menos comida, menos
energía, menos bienes domésticos. Menos coches”. Pero Stephen
Emmot no ve indicios de que semejante cambio radical pueda suceder.
Entre las imágenes espectaculares que acompañan al texto hay una de
los líderes del G20 reunidos en Londres. El cinismo de fondo que
transmiten sus sonrisas deja claro que de ellos no va a venir el
cambio.
Aun
así, el único camino es un cambio radical en nuestro modo de
relacionarnos con el planeta, con la humanidad y con nosotros mismos.
Entre las convulsiones del mundo de hoy podemos entrever que un mundo
nuevo quiere nacer. Está claro, como afirma Emmott, que el cambio no
vendrá de las élites políticas o económicas. Tampoco puede venir
de los más desposeídos. Pero podría venir (o podría estar
viniendo ya) de los cientos de millones de personas anónimas que
todavía podemos permitirnos el lujo de comer, leer y meditar. Como
las que nos asomamos a estas páginas.
(Recensión
de Diez
mil millones de
Stephen Emmott —Anagrama, 2013— previamente publicada en
Cultura/s el
30/10/2013)
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