LA REVOLUCIÓN QUE NUNCA PUDO SER
En el mundo reina hoy una gran inquietud multifactorial: a
las guerras presentes y a la amenaza de otra nueva, se suma la ineficacia y
descrédito de instituciones como la ONU, el Tribunal Internacional de derechos
humanos, el Defensor del pueblo, la militancia política ultra de muchos
jueces, el descrédito de la Iglesia -pese a estrenar Papa- el auge del
fascismo y la indecente y criminal pasividad de los gobiernos ante el
horroroso genocidio del pueblo palestino a la vez que muestran beligerancia
frente a Rusia y apoyo a Ucrania, pero no por un principio humanitario del que
carecen si se trata de Palestina, sino por lo de siempre entre
ambiciosos violentos: conseguir su parte en las abundantes tierras
raras, y eventualmente en el control de su gobierno, convertido
ya de facto en un Estado fallido.
Esta procesión no viene sola, sino muy acompañada. A los dramáticos daños ambientales, económicos y emocionales de las catástrofes producidas por las defensas del Planeta, acosado, envenenado y enfermo por el capitalismo depredador, destructor humano y medioambiental, se suma su gestión neoliberal -neofeudal- con su crisis económica permanente y global como resultado.
El estancamiento económico es peligroso
Lleva a despidos laborales crecientes y a la
búsqueda desesperada de recursos, nuevos productos y mercados, y a
los gobiernos a competir por las nuevas tecnologías y las tierras
raras que necesitan, por ventajas de posición geopolítica que permita al más
poderoso controlar territorios y poder mundial y prevalecer como árbitro de
nuestras vidas y recursos.
Este conjunto de elementos climáticos, económicos y
políticos se unen fatídicamente en nuestro tiempo y los
poderosos siempre eligen la guerra como forma de solución de esos
problemas. De ahí el rearme acelerado ahora mismo, y de ahí la
inquietud que supone para nosotros el camino elegido por estos ricos
ególatras y sus gobiernos serviles. Por satisfacer su miserable vanidad, su
codicia, y sus cuentas de resultados nos vemos obligados
los pueblos a asumir una economía de guerra, que solo es la de ellos entre ellos,
pero no la nuestra. No es la nuestra, no, pero somos quienes les fabricamos las
armas con las que luego nos matamos entre nosotros; los que pagamos los gastos
militares, los que nos matamos en el frente si somos soldados o morimos
bombardeados o asaltados si somos población civil.
¿Por quién? Por supuestos enemigos creados
artificialmente con bulos y propaganda para que sintamos por ellos
odio, rechazo y deseos de destruirlos, cuando únicamente son eso: gentes del
pueblo, trabajadores, aunque sean de otro pueblo y tengan tal vez
otro idioma, otro color de piel u otra religión o ideología,
pues los pueblos somos siempre un solo pueblo y no debemos dejarnos
engañar. Y cuidado: ellos lo saben e intentan impedir que lo pensemos, pues la
guerra produce muchos beneficios que siempre reparten
entre ellos, pero no con los pueblos de todos los bandos que se los
procuramos a sangre y fuego.
Camino a una guerra indeseable
Eso siempre comienza de la misma manera: crisis, guerra
arancelaria, rearme y economía de guerra y al fin alguna excusa para
decretar la guerra misma y la muerte para los pueblos. Y los
pueblos, obligados o voluntarios, da lo mismo eso, siempre son los
que van con todo: tienen que morir o vivir para que los ricos, sus gobiernos y
sus familias, que nunca van a la guerra, vivan mucho mejor que
antes. Fatalmente, este es el final de todas las guerras.
Se hace urgente una revolución pacífica
Una revolución debería comenzar por la desobediencia
impertinente y constante de los pueblos. Así fue cómo Gandhi expulsó a los
ingleses de India y así fue cómo el pensamiento original de Jesús de Nazaret ha
perdurado en las conciencias a pesar de la Iglesia. Así el pacifismo y la
insumisión son armas muy poderosas para el cambio de la conciencia mundial que
conduzca al desarme , a la paz y a la justicia social. Esa arma poderosa
necesita ser alimentada, pero no con balas ni odio sino con amor, pues el amor
es más fuerte porque es la energía que mantiene el Universo. Dios es esa
energía, no un ídolo de procesiones y templos o un juez
terrible que castiga. Todo eso es mentira y fabrica ateos o “meapilas”.
Armas revolucionarias
Para llegar a una revolución profunda que
facilite una nueva civilización basada en conciencia social, ética, ecológica,
científica y política generalizada hace falta, por tanto, partir de
un nivel de conciencia que supere el yo excluyente, el
nivel ególatra que lleva al individualismo, a la competencia y a
la confrontación por poseer bienes, poder y ascendiente social. Porque
todas esas miserias morales son las que necesita el capitalismo para poder
conducir a los pueblos a los frentes: al de sus empresas, donde a diario se
muere en el trabajo, y al otro, al de las trincheras y cañones.
Para desarrollar el estado de conciencia
pacífica se precisan elevadas dosis de tolerancia y respeto mutuo
pero intolerancia al abuso y al autoritarismo; hace
falta madurez psicológica y espiritual, conocimientos y
capacidad crítica suficiente para distinguir la diferencia entre
bulo y verdad; entre propaganda y realidad.
Una revolución pacífica con este estado de conciencia
renovada no necesita una revolución violenta -como las ya experimentadas– y
menos ahora, con tanta tecnología militar refinada en manos de los
poderosos. Un levantamiento popular en estas condiciones no
tendría ninguna posibilidad.
En cambio, las armas de los
pueblos cuando nacen de la unión de conciencia
y consciencia, son infalibles, pues al fin y al cabo, ir hacia la
justicia, la igualdad y la paz desde el amor y la cooperación es
algo natural dentro del proceso evolutivo de nuestra especie. Y a
estas alturas es más que evidente que si algo representan los gobiernos del
mundo es justo lo contrario a todo eso; la feroz oposición a todo
cambio en esa dirección de más conciencia y más consciencia.
Nos quieren tontos sumisos, ignorantes programados,
consentidores distraídos y consumidores, consumidores consumidos. ¿Seremos
capaces de evitarlo?
En las dos anteriores guerras mundiales se comenzó paso a
paso de la misma manera que hoy vemos desarrollarse ante nosotros. Entonces no
fuimos capaces. ¿Y ahora? Tal vez sea este un buen momento para
hacerse un chequeo de conciencia por si hace falta algún reseteo que -eso
sí- nadie puede hacer por nadie.
https://kaosenlared.net/la-revolucion-que-nunca-pudo-ser-y-espera-su-momento/
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