EL FIN DEL CONTROL POLICIAL
El libro `El fin del control policial´ de Alex S. Vitale mapea la extensión del poder policial y ofrece medidas concretas para sustituir a la Policía en la gestión de problemas sociales. En España queda pendiente una reflexión en el movimiento vecinal y en la intervención social sobre la policialización urbana.
Desde Metropolice seguimos con mucha atención las
iniciativas alrededor del programa político Defund the Police, lanzado por el
movimiento Black Lives Matter en 2020. Dos años antes de la irrupción de dicho
programa se publicaba The end of policing, traducido y publicado
recientemente por Capitán Swing como El fin
del control policial. El libro es un magnífico análisis del crecimiento de
la institución policial en los últimos cuarenta años y un desgranamiento
pormenorizado de las áreas de trabajo que ha ido colonizando, mostrando su
ineficacia y el daño social que provocan sus intervenciones.
En su lugar, Vitale plantea una serie de acciones prácticas y realistas, tanto a nivel público como comunitario, para abordar los problemas relacionados con las drogas, el sinhogarismo o el trabajo sexual sin la intervención de la Policía.
En el Estado español, el programa de decrecimiento policial
apenas empieza a sonar entre los movimientos sociales, cuando no se ve como un
exotismo norteamericano. En su lugar, las únicas propuestas desde la izquierda
tienen que ver con el control de los aspectos más violentos del poder policial
y con la reforma de los cuerpos (formación y proximidad).
Las
CUP han planteado la fiscalización externa de las fuerzas de seguridad en
Cataluña, así como la limitación de su armamento en la gestión de las
manifestaciones. Sin embargo, el programa de decrecimiento y redistribución del
presupuesto policial no ha sido apropiado hasta el momento por formaciones
políticas ni por organizaciones vecinales y sociales.
La lectura del libro de Vitale puede ser un revulsivo para
reinventar la militancia vecinal y la intervención social y comunitaria en
nuestro contexto. Permite a los actores presentes en los problemas de los
barrios (militantes vecinales, personal de la intervención social) identificar
la penetración de lo policial que ha experimentado su trabajo en el contexto
neoliberal, así como poner en valor lo que estos mismos actores pueden ofrecer
—con más recursos, más participación, análisis más complejos y una buena dosis
de imaginación— para conseguir unas ciudades y unos barrios más justos, cohesionados
y confiados.
La llegada de partidos progresistas a las instituciones
en el Estado español nunca ha supuesto un decrecimiento policial, sino la
implementación del kit de reformas al que te refieres en tu libro (formación en
diversidad, policía comunitaria, rendición de cuentas). ¿Por qué crees que una
agenda progresista y transformadora debería dejar de apostar por las reformas
policiales?
Incluso los partidos políticos “progresistas” de Europa han
aceptado, en lo esencial, los parámetros del neoliberalismo según los cuales el
Estado cede cada vez más poder a los agentes del mercado y, luego, gestiona los
problemas sociales que se derivan del clima de austeridad. Es más fácil, tanto
para equilibrar los presupuestos como para producir legitimidad estatal,
cultivar una narrativa liberal que redefine los problemas sociales como
problemas de delincuencia, y que da poder a la Policía para gestionar esos
problemas, bajo el amparo de una ideología de producción de seguridad pública y
protección del estado de derecho.
Ese marco es tan poderoso que incluso los políticos
anti-austeridad no pueden, o no quieren, desafiarlo directamente. Por lo tanto,
cuando la Policía produce violencia y racismo, la solución es siempre restaurar
su legitimidad en consonancia con esta narrativa dominante del “estado de
derecho” y la “seguridad pública”, a través de reformas de tipo procedimental,
diseñadas para devolver la confianza del público a la Policía, no para
desmantelar la hegemonía de los mercados.
Planteas que es un mito que la Policía exista para
proteger a la ciudadanía: la experiencia de las poblaciones racializadas, tanto
en Estados Unidos como en España, es justo la contraria. ¿Cómo transformarías
este enunciado en un mensaje capaz de replicarse y viralizarse por fuera de
círculos activistas?
Es muy difícil, porque muchos sectores sociales se
benefician del actual estado de cosas. Temen perder privilegios, seguridad
personal y riqueza material a manos de quienes están en el lado perdedor del
modelo económico. El primer reto es generar más solidaridad entre quienes están
en ese lado perdedor y no ganan nada del control policial, sino que son objeto
de su función represiva, ya se trate de trabajadores organizados, comunidades
de inmigrantes, refugiados, comunidades LGBTQ, etc. Estos colectivos pueden
encontrar una causa común en el papel que desempeña la Policía como debilitador
de su poder y de su seguridad.
El siguiente paso es construir un análisis que reconozca que
esto no se debe sólo a la falta de profesionalidad de la Policía, sino a que la
Policía ejecuta e implementa un sistema de desigualdad, que estas desigualdades
y opresiones están directamente interrelacionadas y que, por lo tanto, la única
solución es una transformación más profunda del Estado, que lo convierta en una
fuente de producción de bienestar humano y no de ganancias privadas.
En el libro afirmas que la ciudadanía no demanda Policía,
sino intervención institucional sobre problemas abandonados por las políticas
neoliberales. ¿Qué factores explican que en Estados Unidos se haya extendido la
demanda de redistribución del gasto policial para políticas sociales e
inversión comunitaria?
Durante décadas los líderes políticos les han dicho a las
comunidades que enmarquen sus problemas de seguridad pública como algo que
tiene que ser gestionado por la Policía. En ese contexto es lógico que la gente
intente movilizar a la Policía para una amplia gama de actividades no
tradicionales, realizadas bajo la apariencia de policía comunitaria.
Si las comunidades no pueden conseguir servicios sociales de
verdad, entonces intentarán que la Policía preste esa función. Por eso ahora la
Policía dirige programas para jóvenes, da asistencia a personas sin hogar,
contrata a trabajadores sociales para que trabajen con ellos, etc. Es un error,
porque esto reproduce la lógica de que, en última instancia, hablamos de
problemas de delincuencia. Además, demasiado a menudo estos servicios prestados
a través de la Policía acaban desempeñando un papel en actividades de
vigilancia y de represión, lo que socava su eficacia y fomenta la agenda
criminalizadora.
Analizas temas sobre los que hoy trabaja la Policía
(drogas, migraciones, personas sin hogar, conflictos escolares, trabajo sexual,
etc.) para demostrar su inocuidad a la hora de resolverlos y sus efectos
nocivos en esos campos. ¿Podrías citar las experiencias de sustitución de la
policía que más te hayan impactado?
Portugal despenalizó las drogas y dejó el problema en manos
de las autoridades sanitarias, y consiguió mejores resultados en materia de
salud pública. Los votantes del estado de Oregón aprobaron recientemente una
medida similar. Esto reducirá el poder de la policía, y salvará vidas.
La ciudad de Austin, Texas, decidió hace poco detraer dinero
del presupuesto policial para cubrir los costes de funcionamiento de un nuevo
centro de apoyo a la vivienda, que albergará a personas que vivían en la calle
y eran objeto habitual de atención policial, y les proporcionará asistencia
social para ayudarles a mantener su vivienda.
Muchas ciudades de Estados Unidos han empezado a crear
equipos no policiales de salud mental que puedan responder a crisis
conductuales, de manera que no lo haga la Policía. Los primeros resultados en
ciudades como Denver son muy positivos. Se están salvando vidas y se está
ahorrando dinero.
A la hora de plantear alternativas al trabajo policial
sugieres su sustitución por otras figuras propias del trabajo social y la
acción comunitaria. ¿Podrías explicar qué claves deben impregnar a la
intervención social para que no acabe reproduciendo el trabajo policial por
vías blandas?
Debemos asegurarnos de que las estrategias que se adoptan
para abordar los problemas de seguridad pública responden a dos objetivos. En
primer lugar, deben diseñarse con una participación y supervisión comunitarias
que sean significativas, y no a través de una planificación centralizada. En
segundo lugar, no deben obstaculizar las iniciativas que aspiran a construir el
poder político necesario para abordar cambios estructurales más amplios.
¿Qué impresión te merece la evolución del
programa Defund the Police impulsado por el movimiento Black Lives Matter?
Defund the Police es
congruente con la idea de reorientar radicalmente las prioridades del Estado,
alejarlas de los sistemas de coerción y control, y acercarlas a la solidaridad
y a los cuidados. Existe una importante resistencia política a estas ideas,
pero cada vez en más ciudades se percibe presión política para avanzar en esta
dirección. Un número creciente de candidatos electorales está, además, haciendo
suyas estas ideas, y ganando elecciones.
Ninguna ciudad estadounidense ha llevado a cabo una
transformación total, pero dos han dado ya grandes pasos en esta reorientación
política: San Luis y Minneapolis. Ambas ciudades siguen gastando enormes cantidades
de dinero en Policía, pero han iniciado un proceso de creación de un amplio
abanico de iniciativas de seguridad pública no policiales que, con el tiempo,
les permitirán reducir el alcance del modelo policial.
Alex S. Vitale es
profesor de Sociología, coordinador del Proyecto de Policía y Justicia Social
en el Brooklyn College y profesor invitado en la London Southbank University.
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