UNA TRENZA DE HIERBA SAGRADA
La posición del ser humano en la biosfera terrestre, los
nexos que lo vinculan con todos los demás seres naturales y la voz de aquellos
a quienes creemos constitutivamente en silencio. Una trenza de hierba
sagrada conjuga el saber indígena, el conocimiento científico y la
enseñanza de las plantas. Robin Wall Kimmerer, mujer, madre, profesora
universitaria de botánica y escritora estadounidense de ascendencia
anishinaabe, nos tiende la mano y la voz a lo largo de toda su última obra para
enseñarnos a hablar el idioma que el colonialismo negó y que la colonialidad
ignora.
Con el exilio como condición fundacional, Una trenza de hierba sagrada nos adentra en las raíces del hogar que diariamente agotamos, y nos muestra cómo la ecología puede ser la herramienta decisiva para evitar la actual deriva mundial de pérdida, remando hacia procesos de enriquecimiento a través de la consecución de un equilibrio planetario. El objetivo de este libro es mostrar al lector el vínculo que tiene el ser humano con la T(t)ierra y los seres que habitan en ella a través de una ética de la reciprocidad. Se trata de cambiar nuestra forma de pensar el mundo, y la experiencia del desarraigo servirá, a lo largo de todo el relato, como posición diaspórica ineludible contra un consumismo exacerbado que se nutre de un capitalismo y un colonialismo criminales.
La propia escritora atestigua de qué manera esta rapiña
suprimió la presencia de los pueblos indígenas (sus culturas, sus idiomas, sus
costumbres), imponiéndoles con violencia una forma de vida en la que la
economía de dones basada en la reciprocidad se vio reemplazada por la economía
de mercado basada en la propiedad. Se eliminaron todas las perspectivas
idiomáticas que configuraban mundos diversos y se implantó la gramática de la
excepción humana, sentenciando un monólogo colonial, silenciando la otredad y
poniendo en marcha un ecocidio sin precedentes.
Una trenza de hierba sagrada nos coloca así un
gran espejo delante que pivota entre la fragilidad, la sabiduría y la avaricia.
Nuestro modo de vida se sostiene sobre una herida que imposibilita el alcance
de una moralidad biocéntrica cuya condición de posibilidad es la
autolimitación. La obra muestra que solo bajo este prisma construiremos el
sedimento de una cultura basada en la gratitud, reflejando el círculo real de
profunda dependencia donde somos víctimas y verdugos en la trama de la vida.
El rostro que tutelamos con vergüenza y culpa posee la
mirada de una deuda incalculable a ojos de Kimmerer. ¿Cómo devolver, se
pregunta, esta deuda que hemos contraído con una biosfera que solo nos ha
proporcionado amor? Un amor que se ratifica incondicional, pero que impone los
límites mortales ante el desfondamiento infecundo de la expoliación.
A través de la figura del Wendigo, monstruo mítico del
pueblo anishinaabe (y de otros pueblos de la familia lingüística algonquina)
que representa el alter ego caníbal de la humanidad, se data la expansión de un
consumo violento que se dice ilimitado bajo el amparo de la economía del
bienestar y la presión irracional de sus congéneres. La reciprocidad como modo
de vida se hace invisible a los ojos de esta criatura, pero si la aceleración
en la extracción de recursos es mayor que la del ciclo natural, esto es, si
consumimos recursos rebasando su tiempo de regeneración, estamos condenados a
un fracaso aún más ensordecedor que el actual.
Una trenza de hierba sagrada muestra cómo la
verdad de nuestra relación con la tierra está escrita en la tierra misma. Una
tierra definida como víctima colateral del progreso, por desgracia al servicio
de la técnica y el mercado bajo las constricciones de la cultura dominante. Las
ficciones políticas que hemos construido, mediadas por el dinero, nos alienan
en el rebasamiento absoluto de las leyes mismas de la termodinámica. Debemos
elegir entre decirnos holobiontes o decirnos wendigos: he aquí la cuestión.
Ante esta tesitura, Kimmerer nos habla de los principios de
la Cosecha Honorable como alternativa moral: “toma solo lo que necesites, toma
solo aquello que se te ofrece y da las gracias por aquello que se te ha dado”,
situando así la necesidad en la mesura y en el agradecimiento. La Cosecha
Honorable es equilibrio y responsabilidad. Recibir y dar vida no debe, ni
puede, basarse en relaciones transaccionales que despersonifican a nuestros
iguales. Si somatizamos y deglutimos todas nuestras relaciones
proporcionalmente, empezaremos a ofrecer lo que llevamos siglos recibiendo:
respeto y equidad, en vez de usurpación e ingratitud.
Las enseñanzas de la Cosecha Honorable manifiestan en el
libro la posibilidad de existencia de otros modos de vida sin derivas abusivas.
Pero ¿cómo diferenciar entonces lo que se encuentra a nuestra disposición y lo
que no? ¿Dónde se dice el límite cuando se piensa? El peligro de la historia
única ha intentado arrebatar la posibilidad de que cada cual pueda encontrar la
hoja de ruta de su propio discernimiento. Por ello se hace imprescindible
escuchar la voz de la Naturaleza y del resto de especies si queremos hacer
justicia en una balanza cuyo peso ganador se sitúa actualmente en la represión,
la censura, la explotación y la indiferencia.
Kimmerer expone cómo un agente moral que se precie debe
situarse a la altura de tal actuación, pues solo es posible respetar a otros
seres vivos si se les concede una identidad. Un cambio gramatical supone
entonces un cambio político que sitúa en el centro la verdadera
interdependencia biofísica, y la representa mediante una trenza de wiingaashk (hierba
sagrada), imbricando “un tejido en el que se unen la ecología, la economía y el
espíritu”, logrando un sistema económico cuya sede fuese el bienestar
indispensable del conjunto de la vida en la Tierra.
Mishkos kenomagwen, las enseñanzas de la hierba, se
entrelazan ineludiblemente entonces con el relato indígena y con la parcela que
debe ocupar en el mundo el conocimiento científico y la técnica moderna,
transformando así la jerarquía piramidal planetaria en la que nos incardinamos
a día de hoy en un círculo vital y fraternal de dependencia, acorde con una
realidad que nos pide coherencia a gritos.
Tal coherencia pasa por la unión apropiada del ser humano
con el medio al que pertenece y la traducción inmediata de esta resituación en
la adquisición definitiva de una responsabilidad para con los demás seres,
donde el Homo sapiens ya no es el único que puede decirse
sujeto moral. Solo así la Naturaleza y el resto de las especies podrán ser
maestras en un diálogo recíproco que nos devolverá la oportunidad de ser
nativos. Hablamos, en definitiva, de “la
reciprocidad última, el amar y el ser amado”, que Kimmerer promueve en cada
palabra.
“¿Cómo sería, me pregunto, vivir constantemente con esa
sensibilidad agudizada hacia las vidas que hemos recibido?”. Sería vivir en
comunidad, sería escuchar las voces de los ríos, los vientos, los árboles,
tender la mano al resto de especies. Sería tomar, de verdad, solo aquello que
necesitamos, sería convivir en una armonía ecológica basada en la reciprocidad
y el intercambio de dones.
Una trenza de hierba sagrada entreteje el
asentamiento sobre el que construir, esta vez sí, un Nuevo Mundo trilateral:
saber indígena, conocimiento científico y la enseñanza de las plantas. Este es
el camino del equilibrio, de la economía ecológica, del verdadero sistema de
bienestar y del entendimiento suficiente para adquirir la consciencia que
supone el privilegio del respirar mismo.
https://www.15-15-15.org/webzine/2021/06/29/resena-de-una-trenza-de-hierba-sagrada/
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