LA FELICITAT SOSTENIBLE
Sé feliz de cualquier modo
El auge económico no nos trajo felicidad (ni al planeta tampoco). Así que quizás haya un lado positivo en la recesión. “La búsqueda de la felicidad.” es tan norteamericano que está en nuestra Declaración de la Independencia, donde está considerado junto con la vida y la libertad como un derecho inalienable. ¿Pero cuán exitosa ha sido esta búsqueda? Y ahora que el sistema financiero mundial está desplomándose, ¿qué tan probable es que seamos felices en los próximos meses y años?
No se puede comprar el amorAproximadamente desde la década de los ’70, los norteamericanos han estado comprando cosas a lo loco, ya sea con o sin suficiente dinero para pagarlas. Nos prometieron que un auto más grande, una cartera más a la moda o un televisor de pantalla plana nos brindaría la felicidad, y hemos venido actuando en consecuencia. Nos prometieron que una economía cada vez mayor nos haría ricos a todos. Pero mientras nuestro producto bruto interno creció a ritmo más o menos constante desde la década del ’70 hasta la actual crisis financiera, la mayoría de nosotros no notó una mejora en nuestro nivel de vida o bienestar.
Los salarios se
estancaron, mientras que el costo de las necesidades básicas—como
la vivienda, la atención médica, la comida y la energía—subieron
rápidamente. Aquellos que están en la franja del 20 por ciento
superior aumentaron su patrimonio en un 80 por ciento en los últimos
25 años, mientras que el 40 por ciento con menores recursos en
realidad perdió terreno.
Pocas familias pueden
vivir con una sola fuente de ingresos, y un problema de salud o la
pérdida de trabajo puede mandar a una familia de clase media a la
pobreza o incluso dejarla sin hogar.
Aún
así continuamos comprando los productos que se suponen nos hacen
felices, conduciendo a muchos de nosotros a un profundo
endeudamiento. Con la tarjeta de crédito las familias están
teniendo una deuda promedio de $5.100, con tasas de interés que a
veces hacen imposible pagarlas. En los últimos años, el porcentaje
de valor líquido de las viviendas en
manos de sus propietarios alcanzó los registros más bajos a medida
que la gente pedía prestado contra el valor de sus hogares. En 2004,
el año más reciente en el cual los números de la Reserva Federal
están disponibles, la deuda asegurada con propiedades inmuebles
excedía los $290.000 por familia, casi tres veces más de lo que era
tan sólo 15 años atrás.
Todas
estas deudas hacen nuestra vida más precaria. También incrementan
nuestra dependencia de largas horas de trabajo, las cuales—si es
que podemos encontrar trabajo—se combinan con largas idas y vueltas
para terminar de comerse el tiempo que podríamos de otro modo tener
para aquellas cosas que la investigación demuestra que nos hacen
realmente felices.
Es
fácil caer en la trampa de creer que tener más cosas nos llevará a
la felicidad, porque hay un elemento de verdad en la promesa del
anunciante. Necesitamos cierta cantidad de comida para vivir, después
de todo. Tener una vivienda es bueno. Necesitamos ropas,
herramientas, un poco más allá de lo estrictamente
esencial puede ser agradable. Y tener cosas ha sido siempre un modo
para demostrar que eres exitoso y merecedor de respeto. Pero una vez
desgastada la novedad de un nuevo traje o computadora portátil, nos
quedamos con un agujero en nuestros bolsillos y una sensación de
vacío, el cual, nos dicen, debemos llenar comprando aún más cosas
nuevas y mejores.
Puede que seguir este consejo mantenga a gusto la economía de las corporaciones, ¿pero nos habrá hecho felices?
Muchas
cifras sugieren que la respuesta es: en realidad no. Las normas
generales de bienestar como los Indicadores de Progreso Genuino
muestran que nuestra salud, calidad de vida, seguridad económica y
medioambiente, considerados en su conjunto, se mantuvieron planos,
aunque trabajamos más duro. Un estudio de 20 años hecho por la OECD
encontró que Estados Unidos tiene la tasa más alta de desigualdad y
pobreza entre los países desarrollados, y la brecha de ingresos ha
crecido desde el año 2000. Una encuesta reciente de Gallup encontró
que sólo la mitad de los norteamericanos vive libre de las
preocupaciones del dinero y la salud, comparado con el 83 por ciento
de los habitantes de Dinamarca. Cuando la Organización Mundial de la
Salud y la Facultad de Medicina de Harvard estudiaron las tasas de
depresión en 14 países, Estados Unidos encabezó la lista.
¿Cuántos planetas se necesitan?No sólo los norteamericanos están siendo golpeados por un sistema económico que da prioridad al dinero y al crecimiento frente al verdadero bienestar. Las personas alrededor del mundo están perdiendo acceso a sus propios recursos naturales y soberanía económica.
Las
corporaciones que buscan beneficiarse estimulando y alimentando
nuestro apetito por cosas han atropellado el sustento y estilos de
vida de productores mexicanos, habitantes indígenas de selvas
tropicales, mineros africanos y trabajadores de fábricas
tailandesas. Cuando las adquisiciones de tierras o las importaciones
agrícolas subvencionadas hacen imposibles los estilos de vida
tradicionales, muchas de esas personas llegan a las atestadas
ciudades sin más opción que trabajar por los salarios más bajos o
intentar una difícil migración a un país con mejores sueldos.
Campeones
de la globalización como Thomas Friedman nos dice que en unas pocas
generaciones esos trabajadores van a tener un nivel de vida similar
al nuestro en Estados Unidos. Pero el análisis de la huella
ecológica muestra que se necesitarían más de seis Tierras para
darle a cada uno en el mundo el nivel de consumo que los
norteamericanos “disfrutan”. Por supuesto, sólo tenemos un
planeta, y éste está sobrecalentado.
La búsqueda de la felicidad
¿Es esto lo que Thomas Jefferson tuvo en mente cuando substituyó “la búsqueda de la felicidad” por la frase contenida en el anterior proyecto del Congreso Continental, “vida, libertad y propiedad”?
El
ideal de Jefferson era una economía basada en pequeños granjeros
que produjeran para sí mismos la mayoría de lo que necesitaran. Su
felicidad no era algo que confiara proveer a las corporaciones por
una tarifa, sino más bien algo que crearan ellos mismos, a través
de sus trabajos y relaciones humanas dentro de una comunidad. La
economía de esa época se basaba, en parte, en una sociedad
esclavista construida en tierras a menudo robadas a los pueblos
nativos, pero los ideales de Jefferson tenían una fuerte influencia
en el joven país. La libertad, la independencia y la autosuficiencia
eran valores populares.
Estados
Unidos se ha apartado un largo trecho del ideal Jeffersoniano. Hoy en
día, producimos poco de lo que usamos. Canjeamos nuestro trabajo por
dinero, y compramos comida, ropa y otras necesidades en grandes
tiendas, y obtenemos el cuidado de los niños y ancianos a través de
las cadenas corporativas.
Como
ya no tenemos el tiempo suficiente, las habilidades, las familias
extensas y el acceso a tierras que eran comunes hace sólo décadas
atrás, nos hemos vuelto totalmente dependientes del dinero. Esa
dependencia nos deja a merced de aquellos que controlan la economía
y el suministro de dinero. Y aquellos que acumulan dinero tienen
excesiva influencia sobre nuestro gobierno. Es precisamente lo
opuesto al ideal Jeffersoniano. Es también una desviación de la
forma en que los humanos han vivido la mayor parte de la historia.
La vida después de la caídaPor lo tanto quizás sea mejor así que la crisis finalmente esté sobre nosotros. Tal vez este momento de destrucción creativa nos ofrezca la posibilidad de un nuevo comienzo, la posibilidad de construir una sociedad que ponga primero a la gente común y suministre las condiciones para su felicidad.
Después
de que el shock de la crisis desaparezca, quizás miremos alrededor
como los personajes en una película de Fellini que salen al amanecer
después de una desenfrenada noche de excesos. Apagaremos la
televisión, saldremos de internet, notaremos los brillantes colores
del amanecer y hablaremos con los vecinos que nunca tuvimos tiempo de
conocer.
Quizás
podamos gastar menos de nuestras vidas trabajando mientras la
economía monetaria se reduce y las compañías cierran sus puertas.
Pero
tal vez aprenderemos a compartir el trabajo y reclamar tiempo para
los aspectos de nuestras vidas que la investigación nos dice
contribuyen a la verdadera felicidad: tiempo con familiares y
amigos, participación
cívica,
ejercicio, creatividad. No sería la primera vez. Durante la gran
depresión, por ejemplo, la compañía Kellogg recortó los turnos de
los empleados de ocho a seis horas para extender el número de
puestos que tenía. La productividad aumentó tanto que la compañía
se pudo darse el lujo de pagar lo mismo para el turno reducido.
Mientras tanto, las organizaciones civiles, la educación adulta y la
vida familiar en Kalamazoo florecieron.
Tal
vez encontraremos la forma de comerciar entre amigos y vecinos:
alguna calabaza o pastel casero a cambio del cuidado de los chicos o
de una reparación casera. Tal vez recuperemos las habilidades que
solíamos tener, y nos enseñaremos uno al otro cómo cultivar
alimentos, reparar cosas nosotros mismo, coser y tejer, y transmitir
habilidades a nuestros chicos y nietos.
De
alguna manera, en la exuberancia de las burbujas económicas de los
’80, ’90 y ’00, perdimos la pista de algo. El dinero existe
para servirnos como herramienta, no al revés. Nuestras vidas y
sociedades no deben ser entregadas a los gobernantes de las altas
finanzas y sus representantes contratados en Washington, D.C.
Nosotros, el pueblo, podemos rechazar la ortodoxia económica que nos
ha servido tan mal, y reconstruir nuestra economía sobre una base
diferente.
Reconstrucción¿Qué tipo de sociedad queremos reconstruir? ¿Qué expandirá nuestra vida, libertad y búsqueda de la felicidad sin disminuir las posibilidades de que otras personas, ahora y en el futuro, puedan tener lo mismo?
He aquí algunas de las cosas que necesitaremos hacer:
- Las políticas económicas para el futuro deben asegurar que todos estén incluidos, y que elevemos a los de más abajo. Cuando permitimos que la desigualdad brote en nuestra sociedad, creamos crímenes y violencia y odio, que dañan la capacidad de todos de encontrar felicidad. No podemos seguir permitiéndonos cifras de nueve números en los sueldos de los gerentes ejecutivos ni retornos de dos dígitos sobre inversiones especulativas. Citando a Gandhi, tenemos lo suficiente para las necesidades de todos, pero no para la avaricia de cada uno.
- El excedido juego medioambiental se acabó. La próxima economía debe funcionar dentro de la producción actual de nuestro medioambiente. No podemos darnos el lujo de vivir de la abundancia del pasado, como los millones de años de depósitos fósiles que componen hoy las reservas de petróleo en disminución. En cambio, debemos recurrir a la energía solar, la eólica y otras renovables, y cultivar alimentos y fibras que enriquecen el suelo, no derramar productos del petróleo en él. No podemos continuar usando nuestra atmósfera, los océanos, los acuíferos y suelos como vertederos. Ninguna cantidad de “carreras por la cura” resolverá el problema del cáncer si continuamos envenenando nuestra comida, el agua y el aire. Y el clima está llegando a un peligroso punto de inflexión.
- Ya no podemos permitir que la economía monetaria crezca como un cáncer en nuestra sociedad, hasta que se haga cargo de todas las facetas de la vida. La economía necesita servirles a las personas, a las comunidades y a la salud de los sistemas naturales, y no al revés. En lugar de fiarnos de incontables corporaciones globales vagabundas y sin responsabilidades, podemos apelar a la producción local y regional para satisfacer nuestras necesidades y proporcionar empleos sostenibles, incluyendo pequeñas y medianas empresas, cooperativas, mercados de granjeros, y así sucesivamente.
- Mientras lo hacemos, tendremos mucho más claro las verdaderas fuentes de felicidad. La investigación nos dice que las fuentes de la buena vida se encuentran en las relaciones amorosas, el respeto mutuo, el trabajo significativo y la gratitud, y mientras descubramos el poder de esas cualidades, la tentación de las publicidades y el materialismo no nos engañarán más. El sobreconsumo tomará su lugar junto a otras modas pasajeras.
A medida que empecemos a aprender las habilidades y reconstruir las relaciones que perdimos en la búsqueda del dinero y de las cosas, empezaremos a encontrar una felicidad de la que hacernos cargo; una que no dependa de las fluctuaciones del mercado de acciones o de la cantidad de cosas que tenemos.
Aunque
pueda ser doloroso a corto plazo, podemos emerger de esta crisis más
saludables y ricos, con el tipo de riqueza que realmente importa:
fuertes comunidades y relaciones con seres queridos, ecosistemas
sanos y las habilidades para ganarse la vida y disfrutarla.
Sarah van Gelder & Doug Pibel para Felicidad Sostenible, edición 2009 de YES! Magazine. Sarah es redactora ejecutiva and Doug es redactor principal de YES! Magazine. |
Publicat en aquest bloc el
10/3/11
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