Hay
ricos y pobres. Una constatación trivial. Las causas aducidas para
explicar o justificar la existencia de ricos y pobres son tan
abundantes como las setas en otoño. Hay quien encuentra esta
realidad tan natural como la atracción sexual o la ley de la
gravedad. Y la justifica normativamente: por méritos, por capacidad
de iniciativa e innovación, por motivación competitiva. Cristianos
y religiosos en general, liberales doctrinarios, seguidores de la
escuela austríaca, neoliberales, darwinistas sociales… han
aportado distintas justificaciones filosóficas o pseudofilosóficas
ante esta constante histórica de la existencia de ricos y pobres.
Otros la critican a partir de criterios que pueden ir desde la
“inmoralidad” de las grandes fortunas hasta la ineficiencia
económica.
Para
la concepción de la libertad republicana o “republicanismo” como
se acostumbra a abreviar, los factores o elementos explicativos
interesantes son, aunque puedan diferir en la formulación según los
autores y las épocas, muy sencillos de explicar. Para la variante
democrática del republicanismo, la libertad política y el ejercicio
de la ciudadanía no son compatibles bajo relaciones de dominación.
Y ¿qué es la dominación para el republicanismo? La dominación
–el "dominium" en
la literatura republicana histórica- es por supuesto proteica, pero
la forma de regular la propiedad[1] ha
sido la cuestión más relevante que ha prevalecido y ha conformado
los distintos diseños institucionales que hemos conocido.
La
“distinción principal” dirá Aristóteles ya hace más de 2300
años, para entender cualquier sociedad, es la que se establece entre
ricos y pobres. Y lo que separa a unos y otros en esta
distinción fundamental es la propiedad, la cuestión relevante.
Entiéndase bien: relevante no quiere dar a entender que me refiero a
única. La dominación la ejercen los ricos propietarios sobre todas
aquellas personas que no tienen la existencia material garantizada
porque no disponen de propiedad. Lo que equivale a decir que en una
relación de dominación como la que viven la mayor parte de las
personas no ricas, estas no pueden ser libres.
Los
grandes ricos, debido a una configuración política de los
mercados pro
domo sua que
este dominio les posibilita, inciden directamente en el imperium,
es decir, en la degeneración despótica de las instituciones que
podían ser una contención del dominium.
No es escasa precisamente la literatura proveniente de los más
diversos campos académicos sobre la capacidad de los grandes ricos
propietarios para poner a su servicio las instituciones públicas. Lo
de las puertas giratorias sería solamente una manifestación de las
más visibles, pero tan solo una más.
Informe
tras informe constata las inmensas riquezas que de forma constante y
creciente está acumulando una ultraminoría de nuestra especie. Por
ejemplo el The
Wealth Report 2018 que
vale la pena consultar. También son conocidos los de Capgemini y
los de Oxfam.
La tendencia implacable: los ricos incrementan en los últimos años
su riqueza, los demás la ven decrecer. Que la crisis ha ido mal a
todo el mundo es una broma malintencionada. Solamente un dato entre
muchos referido al Reino de España: en los años 2012 y 2013,
calificados como los más duros de la crisis económica, la
diferencia entre los que ganaban más y los que ganaban menos
aumentó. Las grandes diferencias entre las fortunas y la total
carencia de las mismas crea algo bien reconocido hasta por las mentes
más proclives a justificarlo todo: desigualdad. Pero para el
republicanismo democrático hay si cabe algo políticamente más
importante: el peligro para la libertad de la mayoría no rica que
estas grandes desigualdades suponen.
La
propuesta de la renta básica, una asignación monetaria
incondicional a toda la población, podría significar una gran
medida para la mayor parte de la población no rica. Cierto. Porque
esta gran mayoría dispondría de las bases mínimas para la
existencia material, condición para ejercer la libertad. Y eso es
mucho. Pero, quizás a diferencia de otras interpretaciones, lo que
podría esperarse de la renta básica en un mundo como el actual
tampoco sea demasiado. Hace unos trece años, antes por tanto de la
gran crisis económica y las políticas económicas que atacaron aún
más las condiciones de vida de la mayoría no rica, escribía
con una amiga y un amigo que
ya no está con nosotros:
“¿Qué
puede esperarse, en un mundo así, de una propuesta modesta como es
la de una renta básica? No mucho, si la renta básica es concebida
solamente como un conjunto de medidas contra la pobreza. Menos aún,
si es entendida como una dádiva para los desposeídos del primer
mundo; o como un amortiguador de la crisis de los Estados de
Bienestar europeos.”
Y
poco después:
“Ahora
bien; una buena renta básica aumentaría la libertad de la
ciudadanía; haría a los pobres y a los desposeídos más
independientes. Más independientes, y por lo mismo, más prontos
también a organizarse. Más capaces de resistir a los procesos de
desposesión y de forjar autónomamente las bases materiales de su
existencia social: (…) y más capaces, también materialmente, de
fomentar el asociacionismo y el cooperativismo, de llevar a cabo
iniciativas como las de la recuperación de fábricas y empresas
abandonadas o echadas a perder por la incuria especulativa de sus
propietarios[2].
Más capaces de luchar contra las políticas neoliberales, promotoras
de la polarizada desigualdad entre los países ricos y los países
pobres, y dentro de cada país, entre los ricos y los pobres.”
Que
la renta básica es una propuesta que formaría parte de un conjunto
de otras medidas de política económica y social, incluso de la
política sin calificativos, se ha repetido muchas veces. Es algo
elemental puesto que nadie en su sano juicio pretende que la renta
básica puede hacer frente a todas las realidades que, al menos para
las personas de izquierda, son muy importantes y decisivas en la
configuración de nuestras vidas y existencia. Como ejemplos: el
enorme poder de las grandes fortunas y de las transnacionales que
atentan a las condiciones de existencia material de toda la población
no rica, la acelerada degradación ambiental de nuestro planeta, la
política monetaria para embridar al sistema financiero, las
condiciones de trabajo asalariado cada vez más literalmente
semejantes al “esclavismo a tiempo parcial” de Aristóteles y
recuperado por Marx, las condiciones de muchas mujeres en el ámbito
público y privado (es decir, no solamente en la vida familiar sino
en la empresa privada que, según la perspectiva republicana, nunca
ha sido un lugar público)
y, para terminar en algún sitio, una realidad política en muchos
lugares completamente apartada del laicismo y la existencia de
monarquías aún legales.
Detengámonos
solamente en una medida para hacer frente a una realidad que
configura nuestras vidas. Así, para
algunos
defensores republicanos de la renta básica, la propuesta debe ir
acompañada de una renta máxima. Entiéndase bien: no se está
diciendo que la renta básica o “va junto a” o no vale la pena,
sino que si “va junto a” más interesantes beneficios según la
concepción de la libertad histórica republicana democrática puede
tener. Renta máxima: a partir de determinada cantidad no se puede
ganar más, es decir, 100% de tasa impositiva. Liberales,
simpatizantes de izquierda respetuosos del orden existente, técnicos
de lo viejo conocido, peritos en legitimación… reaccionan
contrariamente ante esta propuesta porque aducen problemas del tipo:
la ingeniería fiscal permitirá eludir la medida, se producirá fuga
de capitales, no incentivará la iniciativa…
Republicanamente
las grandes fortunas que por la lógica de las cosas a
su "dominium" agregan
el "imperium" a
su conveniencia, son incompatibles con la libertad de la gran
mayoría. De ahí precisamente que la neutralidad republicana, a
diferencia de la liberal que se conforma con que el estado no tome
partido por una concepción determinada de la buena vida en
detrimento de las otras que puedan existir, exige acabar con los
grandes poderes privados que tienen la capacidad (y la ejercen) de
imponer su concepción privada de la buena vida y de disputarle al
estado esta prerrogativa. Cierto que lo más frecuente no es
que disputen al estado esta imposición del bien privado como
público, sino que le dicten lo que debe hacer[3],
una muestra de "imperium" que
cualquiera con ojos de ver puede constatar.
Garantizar
la existencia material de toda la población, condición para ejercer
la libertad, impedir que los grandes poderes privados sean
capaces de imponer a su arbitrio los destinos públicos, condición
también para ejercer la libertad, y dos medidas para ello: la renta
básica incondicional y la renta máxima. No son las únicas medidas
para combatir el "dominium" y
el "imperium",
pues algunas más deberían acompañarlas como, por ejemplo,
determinadas propuestas realizadas con acierto provenientes del
feminismo, la teoría económica y el ecologismo. Se convendrá,
empero, que una renta básica y una renta máxima conformarían una
sociedad que, para la inmensa mayoría de la población, sería más
libre. Esta es la razón por la que muchas personas creen que vale la
pena el esfuerzo de luchar por ello.
Notas:
[1] La
concepción de la propiedad que el liberalismo hizo posteriormente
suya (hasta hoy) fue la de William Blackstone: “el dominio
exclusivo y despótico que un hombre exige y ejerce sobre las cosas
externas del mundo, con exclusión total de cualquier otro individuo
en el universo”. Por supuesto muy diferente a otras concepciones
de la propiedad que ya contemplaba el derecho civil romano, por no
decir la que tenían republicanos contemporáneos de Blackstone como
Maximilien Robespierre.
[2] Este
artículo fue escrito para Le
Monde Diplomatique del
cono sur en unos momentos en que algunas fábricas y empresas
argentinas habían sido abandonadas por sus dueños y seguían
funcionando por la actividad autogestionaria de sus trabajadores y
trabajadoras.
[3] Rutherford
Birchard Hayes, 19 presidente de EEUU, dejó dicho al respecto algo
difícil de igualar en claridad: “este gobierno es de las
empresas, por las empresas y para las empresas”. Actualmente
podría decirse lo mismo de muchos gobiernos sin necesidad de forzar
un ápice la realidad.
Editor
de Sin Permiso, presidente de la Red Renta Básica y profesor de la
Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona. Es
miembro del Comité Científico de ATTAC.
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