DECRECIMIENTO INCLUSIVO: El reto del futuro
Cuando
hablamos de decrecimiento
no
estamos ante una simple opción. Algunas personas somos partidarias
que se reduzca
el volumen actual de producción
global para que disminuya su impacto sobre el medio ambiente y sobre
nuestra propia naturaleza. Esto nos permitiría
aspirar a una Economía del Estado Estacionario.
Pero en realidad el decrecimiento será, más que una opción,
algo inevitable en un plazo incierto aunque no muy alejado.
Por tanto cualquier medida de futuro tendrá que pensarse en ese
escenario, o más bien tenemos que pensar qué propuestas podrán
hacerle frente y prever su encuentro en la medida de lo posible.
Pero anticipar el decrecimiento
no tiene por qué entenderse como la resignación a un futuro peor.
Ya he sugerido que reducir este exceso productivo en realidad
favorecería nuestra propia naturaleza, actualmente alienada por el
fetichismo económico. La cuestión es cómo organizar la
reconversión necesaria para que de ella resulte una liberación más
que una pérdida. Aunque toda elección implica renuncias, en nuestro
tiempo la mayor renuncia sería la de elegir la continuidad. En tal
caso estaremos descartando un futuro razonable.
Un
concepto irrenunciable a la hora de pensar en un futuro mejor es el
de la
inclusión.
No se trata sólo de compasión o de solidaridad. Creo que es
bastante obvio que la estabilidad social beneficia a todo el mundo,
pues rara vez alguien puede vivir al margen de las condiciones
generales de su sociedad, especialmente en tiempos turbulentos.
Incluso quien cuente con ser un afortunado triunfador
no podrá disfrutar su éxito del mismo modo si este implica un mundo
en descomposición. Sus propias oportunidades como las de todos los
demás se verán reducidas. El futuro de todos será muy diferente en
función de si mantenemos o no la convivencia y una inclusión social
y cultural que permita el desarrollo sano de todas las inteligencias.
Hasta el punto de que la propia biosfera que dio a luz a la humanidad
ha cambiado su estado,
y podría hacerlo más
si nos empeñamos en mantener un modelo económico que acepta la
exclusión.
Lo
que
Herman Daly
llama "crecimiento moral", necesario para intentar dotarnos
de una economía sostenible y equitativa, debe concretarse en
instituciones que lo reflejen y que permitan estabilizarlo en la
práctica. La
Renta Básica Universal
(RBU) podría cumplir con esta función por cuanto establece un
sistema permanente de redistribución universal de una parte de lo
producido, sea cual sea su volumen.
En
el
congreso
sobre RBU y decrecimiento celebrado en Hamburgo este mismo año se
ponían en relación ambas propuestas tratando de iluminar este
escenario de futuro en sus dos vertientes: qué ganaríamos respecto
a la situación presente, y por qué es, más que una opción, una
necesidad. En dos entradas anteriores reseñamos las primeras partes
del congreso
[1]
[2]
y
ahora vamos a abordar la tercera y última, en la que se recogieron
nuevas ideas y se plantearon algunas controversias. ¿Cómo habrá de
aplicarse una RBU en un contexto de decrecimiento? ¿Cómo se
financiaría? ¿Son propuestas que deben vincularse de alguna manera
o quizá se entorpecerían mutuamente en el intento? Al final
añadiremos brevemente un punto de vista propio sobre lo tratado por
los ponentes.
El conflicto entre la RBU y
el decrecimiento y una posible solución
Cuando se debate sobre modelos
de financiación de una RBU la principal solución que se presenta es
el aumento de los impuestos sobre la renta o al consumo. Esto implica
que incluso si la RBU se pudiera financiar así desde el principio,
ni las rentas del trabajo ni el consumo podrían reducirse
sustancialmente, ya que esto haría peligrar su base financiera.
La
propuesta de
Martin Finger
para solucionar este conflicto es la introducción de una moneda
electrónica complementaria, denominada Credere,
que aplicaría dos reglas simples. La primera define la creación de
dinero. Credere se crea libre de deuda y se paga en forma de renta
básica. El pago mensual varía entre 100 y 1.000 Crederes por
persona y depende de la tasa de participación en un país, pues el
uso de esta moneda complementaria es voluntario. La segunda regla
define la “decreación” de dinero, que se establece en un 1% al
mes, o 12% al año, respectivamente. De esta manera el sistema
monetario contrarresta la acumulación de dinero causada por interés
compuesto.
Sólo una renta básica que
esté básicamente desconectada de la actividad económica permitirá
a la gente obtener la libertad y el control de su tiempo individual.
Este es el prerrequisito más importante para una sociedad en la que
los trabajos pueden ser abandonados y abre un gran potencial para la
protección de los recursos y el medio ambiente. Los puestos de
trabajo, donde la gente produce cosas sólo porque necesita un
ingreso, no volverán a ser necesarios. Esto ahorrará más recursos
mucho más rápido de lo que podría hacerlo nunca una reducción del
consumo. A medio plazo esto podría conducir a una economía
orientada a la demanda y a las necesidades fundamentalmente
diferente. En este tipo de economía la producción sólo se llevaría
a cabo con el fin de satisfacer las demandas y necesidades de las
personas, y no con el fin de acumular dinero a costa de los demás.
Una de las razones por las que
es preferible un programa de renta básica voluntaria es que puede
iniciarse inmediatamente. No es necesario obtener mayorías
políticas. Podemos comenzar inmediatamente la creación del marco en
el que queremos vivir en lugar de quemarnos tratando de cambiar las
estructuras existentes. Al fin y al cabo son las personas las que
mantienen todas las instituciones, y sólo unos pocos pueden sentirse
motivados para llevar una vida diferente en la medida en que no ven
una forma alternativa de vida.
Líneas de pensamiento:
terreno común y no común, objetivos y dirección cuando se trata
del medio ambiente
Jeremy
Heighway
se fija en los objetivos de esta conferencia, en cuya página de
presentación se dice: “la renta básica es un camino para
dirigirnos a una sociedad de decrecimiento, sin embargo, una renta
básica no inicia necesariamente la transformación ecológica que
tan urgentemente necesitamos", y continúa: "...este
propósito... necesita ser incorporado a fondo en cualquier
implementación de una renta básica y de las medidas que lo
acompañan".
Sin embargo se dan pocas pistas
para esto, sugiriendo otras áreas de discusión, ninguna de las
cuales apunta a una transformación ecológica. Es perfectamente
posible que un partidario de la RBU ignore la transformación
ecológica. En cierta medida incluso es posible que sea partidario de
un mayor consumo.
El movimiento por el
decrecimiento es una forma de pensar; la renta básica es un
mecanismo. Esto plantea un posible desencuentro desde el principio,
basado en la cuestión de qué se espera lograr y cómo. En los
movimientos sociales se da un buen solapamiento y es una estupenda
idea que trabajen juntos. Pero se pueden perder oportunidades si dos
grupos no atienden también a lo que no va a aflorar automáticamente
cuando trabajan juntos.
Un área enorme es, como se ha
indicado anteriormente, la transformación ecológica. La propuesta
de Jeremmy se centra en la fiscalidad ecológica, y sugiere que el
consiguiente aumento de los ingresos se devolverá a todo el mundo de
manera uniforme como renta básica. Sin embargo no cree que esto
fuera suficiente para poner en marcha la financiación del coste
básico de la vida. Sería más bien un cómodo acompañamiento para
la RBU y no una fuente directa de financiación. Curiosamente es algo
en lo que necesitan hacer énfasis los partidarios del decrecimiento,
desde la perspectiva del beneficio ambiental, y defenderlo junto con
los partidarios de la RBU.
Tener la naturaleza como
preocupación secundaria es quizá una razón por la que los
partidarios de la RBU no han dado mucho apoyo a esta idea de momento:
si realmente no hace gran cosa para financiar una verdadera RBU ¿por
qué complicar las cosas, y quizá alejar a la gente en el intento,
con un dispositivo fiscal impopular? Es tarea de los partidarios del
decrecimiento lograr que se reconsideren las preocupaciones
ambientales. Y los partidarios de la RBU pueden ganar firmes
partidarios y nuevos aliados si adoptan este propósito que,
recordando los objetivos declarados de la conferencia, “...necesita
ser incorporado a fondo en cualquier implementación de una renta
básica y de las medidas que lo acompañan".
Decrecimiento, RBU y
educación
El
documental
Can Man Woman
(42 min.) entrevista a hombres al cuidado de su familia sin otro
trabajo remunerado, rol tradicionalmente asignado a las mujeres,
y
además aborda la valoración del trabajo parental por medio de una
RBU. De esta manera la película pretende alentar a que se replantee
la protección de la infancia.
Según
Gabriele von Moers
este es un posible enfoque para discutir el tema del decrecimiento:
estamos hablando de una condición básica para seres humanos
auto-determinados. Necesitamos tiempo y atención. Sin embargo no
tenemos sentido de la responsabilidad con estos recursos. Estar
continuamente presionados por el tiempo de trabajo reduce el espacio
para ellos. Nuestro tiempo disponible disminuye para cada vez más
cosas.
La cuestión es si una RBU crea
el ocio suficiente que necesitamos de manera urgente con el fin de,
por ejemplo, hacer posible el juego libre y creativo con nuestros
hijos, y en fin, para ser creativos nosotros mismos lejos de toda
frenética programación.
Euro-dividendo Ecológico
como experimento voluntario
Ulrich
Schachtschneider
propone realizar un experimento con una red de voluntarios para
probar una RBU parcial con financiación ecológica. Su idea básica
es esta: los participantes medirán mensualmente su
huella ecológica
con la ayuda de una web; pagarán ecotasas en función de su huella y
estas se devolverán en cantidades iguales a todos los participantes.
Todos ellos cobrarán un "Euro-dividendo Ecológico", o en
otras palabras, una RBU parcial. Las personas con una huella
ecológica pequeña obtendrán más de lo que dan. Las personas con
una huella ecológica superior a la media tendrán un saldo negativo.
Todos se verán incentivados para reducir su huella, (mediante
tecnología alternativa o mediante un comportamiento alternativo). Y
todos obtendrán sin condiciones una parte similar de los ingresos de
manera que puedan percibir la noción de ingreso básico.
El
experimento puede empezar con un grupo muy pequeño de participantes
y crecer paso a paso. El eco-dividendo mensual será calculado
automáticamente en función de la huella ecológica sumada, por
ejemplo, 1hag (una
hectárea global)
equivale a 100 €. El consumo promedio real es de aproximadamente 5
hag. Para hacerlo con transparencia necesitamos una plataforma web en
la que los participantes tienen que calcular y anunciar su huella
ecológica. Un administrador financiero hará efectiva la ecotasa,
pagará el Euro-dividendo Ecológico y documentará todo.
Hasta aquí la idea. Pero todavía hay cuestiones sin resolver: sólo deben participar personas en las que podamos confiar. ¿Pero cómo podemos asegurar esto? ¿Qué principios permitirían confiar en los participantes? ¿Hasta qué punto es válida la medida de la huella ecológica mediante el procedimiento de la hectárea global?
Se puede seguir una variante:
antes de poner en marcha esto con dinero real, podríamos simularlo y
pagar un Euro-dividendo Ecológico Virtual a quienes participen
en el cálculo mensual de la huella.
Este experimento, en primer
lugar, conectaría las ideas de decrecimiento y RBU. En segundo
lugar, acercaría ambas ideas al público. En tercer lugar, es
apropiado para aplicarlo a nivel europeo. Cualquier ciudadano europeo
puede unirse al proyecto a pesar de las diferencias actuales en los
diferentes sistemas nacionales de Seguridad Social. Basta con el
acceso a la web. En cuarto lugar podríamos conseguir un primer
conocimiento empírico sobre el cambio de estilos de vida y de formas
de trabajo, especialmente por medio de una evaluación científica
paralela.
¿Renta Básica para una
sociedad más justa? El ejemplo del automóvil
La Renta Básica suele
elogiarse por su reconocida capacidad para reducir la pobreza, o para
hacer frente al probable aumento del desempleo, etc. Lo que se suele
pasar por alto, sin embargo, es que una correcta aplicación de la
RBU también puede reducir la distribución injusta de los subsidios
públicos no monetarios.
Una
de las más injustas asignaciones de bienes públicos -nos recuerda
Csaba Toth-
es la referida al uso del coche. Hoy en día vivimos en un mundo
donde el uso del automóvil está fuertemente subvencionado en la
mayoría de las sociedades. En primer lugar, las externalidades
de la utilización del automóvil, tales como problemas de salud
debido a la contaminación, el consumo de espacio público, etc.
están escasamente consideradas en general. En segundo lugar, los
pagos por el uso del coche (ej. combustible, peajes) rara vez cubren
siquiera los costes reales de uso del automóvil, (especialmente los
costes de la infraestructura que utilizan). La distribución de los
subsidios del usuario coche es muy desigual: en el extremo inferior
se encuentran las personas sin coche que no reciben ningún subsidio,
mientras que en el extremo superior nos encontramos con aquellos
usuarios de automóviles que estacionan a menudo en plazas de
aparcamiento públicas y gratuitas, y/o conducen muy a menudo,
obteniendo así subsidios cuyo valor puede exceder varios miles de
euros al año. Y como, por término medio, la persona que no tiene
coche está probablemente en una situación económica menos
favorable que el propietario de automóvil, esta distribución de los
subsidios no es sólo desigual sino también enormemente injusta. Y
para hacerlo aun peor, estos subsidios fomentan el uso excesivo del
automóvil, altamente contaminante, lo que agrava los efectos
negativos del uso del automóvil, sobre todo en las personas más
pobres que tienen menos medios para contrarrestar estos efectos
negativos.
¿Pero cómo podría la RBU
reducir estas injustas desigualdades? Obviamente, los subsidios a los
usuarios de automóvil deben ser reducidos, (es decir, el combustible
debe ser gravado con mayor intensidad, todo el mundo debe pagar por
aparcar en lugares públicos, los peajes deben ser introducidos al
menos en los centros de las ciudades y en las autopistas, etc.). Sin
embargo hoy día la posesión y el uso del coche están considerados
como un "derecho básico" hasta el punto de que incluso los
no usuarios de coche podrían desaprobar tales políticas, sobre todo
si no se benefician de ellas directamente. En consecuencia, es más
bien imposible introducir esas políticas de "empuje" por
sí solas en un contexto democrático. La introducción de una RBU,
sin embargo, ofrece una oportunidad histórica para abordar la
cuestión de los injustos subsidios al uso del automóvil. Si la
introducción de mayores impuestos al combustible y peajes de
aparcamiento y circulación estuvieran ligados a la introducción de
una RBU, serían mucho más aceptables para la mayoría de la gente,
sobre todo si los ingresos adicionales por esos pagos y tasas fueran
utilizados para cubrir el coste de la RBU. Sería una pena perder
esta oportunidad histórica.
CONCLUSIONES
Lo expuesto en el congreso de
Hamburgo nos ha servido para tomar el pulso al debate sobre la
implementación de la RBU en un contexto de decrecimiento que, como
hemos dicho al principio, no es sólo una opción, (con apoyo
minoritario de momento), sino que vendrá impuesto por las
circunstancias tarde o temprano. Puede que a largo plazo la única
RBU posible sea la agricultura comunitaria de proximidad con la que
podamos contar, pero entre tanto cabe plantearse medidas de
transición que no sólo faciliten la reconversión hacia un modelo
más sostenible sino que, además, puedan mitigar nuestra propensión
actual hacia el crecimiento. Como dijo, Sandra Antelmann, una de las
ponentes, “Para aplicar un cambio socio-ecológico a la relación
entre economía y naturaleza son necesarios puntos de entrada y
estrategias transitorias.”
Varios
conferenciantes señalaron la sintonía de los valores que defienden
tanto los partidarios del decrecimiento como los de la RBU, (la
necesidad de reconocer el valor del trabajo de cuidados y
el valor de la actividad humana por sí misma,
al margen de su valor de cambio; el beneficio de reducir la presión
productivista sobre nuestras vidas; la posibilidad de relegar el
crecimiento del PIB como prioridad absoluta). Pero a la hora de
concretar el modo de implementar esta nueva visión surgen ideas
diversas que merece la pena clarificar (o al menos intentarlo
aportando un punto de vista propio).
Desde
una óptica decrecentista la RBU puede parecer una medida relacionada
sólo con la equidad y no con la completa transformación social a la
que aspira este movimiento. De ahí que algunos ponentes propongan
vincular la RBU a los problemas ambientales financiándola mediante
una
reforma fiscal ecológica:
impuestos
pigouvianos
que
discriminen la producción en función de su impacto ambiental. Con
ello se buscaría, de paso, una alianza entre los dos movimientos.
Sin embargo cabe la posibilidad de que este vínculo entre ambas
medidas creara un incentivo perverso: la necesidad de que no
disminuya el nivel consumo para poder mantener la financiación. El
objetivo general de recaudación no debería depender del consumo de
recursos.
Esto
no anula el papel que podría jugar una reforma fiscal ecológica,
pero su objetivo sería otro: orientar la producción favoreciendo
unos consumos en detrimento de otros mediante criterios éticos,
democráticos y de sostenibilidad, (lo que la
EBC
denomina el balance
del bien común).
Además esta reforma podría lograr una relocalización económica no
nacionalista, (no basada en aranceles clásicos sino en criterios
racionales sobre el transporte innecesario y el dumping social o
ambiental). Pero en general su virtud sería cualitativa más que
cuantitativa.
En
cuanto a la eficacia de este tipo de impuestos cabe mencionar sus
limitaciones: los cambios hacia la sostenibilidad que inducen en la
microeconomía no garantizan la sostenibilidad general, (pues la
demanda agregada puede no verse afectada o incluso aumentar con las
mejoras de eficiencia). Y cuando hablamos de decrecimiento estamos
planteando el problema esencial de
la dimensión de la economía.
Es decir, la biosfera tiene límites y es necesario poner el acento
en los
topes al uso de recursos y sumideros,
(más allá de la necesaria discriminación del consumo y de la
producción encaminada a acercarlos al
cierre de ciclos).
Por tanto, la reforma fiscal,
los límites a la producción o la renta básica son medidas
complementarias con objetivos propios que no hay por qué confundir.
Pero sí es necesario observar cómo se relacionan entre sí y su
efecto conjunto. Al no asociar la RBU a un impuesto específico
estaremos asumiendo que en realidad se trata de una responsabilidad
social colectiva, y no de algo que nos podemos permitir sólo porque
es posible gravar tal o cual consumo. Entonces ¿cuál es la relación
entre ambas propuestas?
La
virtud esencial que aportaría la RBU para el medio ambiente y para
el cambio cultural que necesitamos es más profunda y no depende de
asociarla a otro tipo de medidas. Es necesario comprender el problema
de los incentivos
estructurales
del sistema económico: si actúan en favor de la acumulación,
(alentando el apoyo a las políticas de crecimiento), o si por el
contrario hacen posible cierta conformidad, (y con ella, la apuesta
por otras prioridades). Es decir, se trata de una cuestión de
libertad colectiva. Al establecer una separación entre el empleo y
la obtención de alguna renta, la RBU abriría la posibilidad de
iniciar ya un decrecimiento voluntario y ordenado, facilitaría el
reparto del empleo restante y, en general, nos permitiría
liberar tiempo para la autonomía
ganando calidad de vida en ese decrecimiento. El resto del contexto
decrecentista habría que dibujarlo con otras medidas asociadas a
otros fines, (y de hecho la RBU podría servir a distintos modelos en
función del contexto en el que se aplique).
La
cuestión de la financiación
pública,
por ejemplo, tanto para esta como para otras medidas, ha de abordarse
con un cambio orientado a este problema concreto. Cabe mencionar que,
incluso sin salirnos del paradigma monetario actual, y a pesar de
las limitaciones que impone la globalización,
es posible financiar una RBU, (y
disponemos de cálculos ya realizados para el Reino de España).
Pero esta no es la única solución ni la ideal. Los estados
necesitan liberarse del corsé monetario actual, cuando la creación
y la destrucción de dinero queda en manos de los bancos y al
servicio de su especulación. La adopción de un sistema de dinero
soberano
[1]
[2]
dotaría de autonomía monetaria y financiera al estado.
Simplificando mucho, bajo este sistema el gobierno no necesita
plantearse problemas de recaudación para decidir cuánto dinero
distribuye y cómo lo hace. El papel de los impuestos sería dotar al
dinero de valor social al hacerlo necesario, y en segundo lugar,
controlar la inflación.
Otro
ejemplo. Algunos partidarios del decrecimiento temen que la RBU tenga
un efecto crecentista porque en alguna medida actúa como un estímulo
keynesiano. Pero cuando hablamos de decrecimiento solemos distinguir
entre los países que necesitan decrecer y los que necesitan más
desarrollo. La RBU aplicaría esa distinción también dentro de los
países opulentos, estimulando el consumo, sí, pero en relación
directa con la situación de pobreza de cada cual, pues el efecto
redistributivo haría que quienes tienen un sueldo medio se vean poco
beneficiados en cuantía (aunque muy beneficiados por el “seguro de
vida” que supone, y por la posibilidad de reducir su jornada), y
que quienes ganan mucho tengan menos renta disponible para el consumo
superfluo. Es decir, por sí misma la RBU no implica un crecimiento
innecesario, y una vez más, eso dependerá del contexto
ideológico
en el que se inserte, del resto de políticas que la acompañen. De
hecho hay quien plantea esta medida en un contexto más neoliberal,
en sustitución de los servicios públicos. Por eso conviene resaltar
el valor que subyace en esta propuesta entre la mayoría de quienes
la defendemos: esa
inclusión básica
que habría que mejorar, (y que empeoraría si el contexto de
aplicación fuera el que pretenden los neoliberales).
Por
último, en ocasiones se cuestiona la aceptación social o el apoyo
democrático que
podrían tener las medidas necesarias para el decrecimiento, pero
esto supone aceptar la hipótesis de que actuamos como meros agentes
económicos maximizando el beneficio a corto plazo. Sin embargo el
apoyo de gran parte de la población a las medidas de represión
económica impuestas por la política neoliberal, (mal llamadas de
"austeridad") muestra que es posible elegir
democráticamente los sacrificios cuando las personas creen que son
necesarios para un futuro mejor. Y en la medida en que va siendo
comprendido, el
decrecimiento va ganando apoyo entre la población
(frente ese engaño represivo). Es lo que ocurre en cualquier
comunidad de vecinos que necesita arreglar su tejado común.
La
confusión de la represión
económica
con la idea de austeridad
se debe a la falsedad del relato neoliberal, que en realidad ahoga
económicamente a quienes están en peor situación, y por tanto ya
viven con (forzosa) sobriedad, mientras, por otro lado, se fomenta el
enriquecimiento y el consumismo basado en la deuda para alimentar un
crecimiento económico ya insostenible y en las antípodas de la
austeridad. En realidad se reprime a los austeros y se premia a los
derrochadores. A lo que se añade que "en las últimas décadas
se da una tendencia a transformar las condiciones de trabajo de
manera que el riesgo de sucumbir a la competencia propio del
capitalismo se desplaza de la empresa a los trabajadores", nos
decía
Werner Rätz
en la tercera charla. El objetivo de estas políticas no es el
sacrificio en favor del futuro sino forzar la entrega servil y la
sumisión de toda la economía al sistema financiero para salvar
las rentas especulativas.
Cuando se nos propone más crecimiento se está ocultando
el problema de la distribución.
Frente
a esto hay que reivindicar la sana virtud de una austeridad
inclusiva
que parta de la suficiencia económica de todos. O como decía Sandra
Antelmann en su charla: “[el feminismo] subraya la estrategia de
sostenibilidad de la suficiencia, no como abstinencia individualizada
sino sociopolítica.” Esto requiere hacernos dueños de
otra narrativa
que
lleve a comprender la necesidad de dejar atrás la ideología de la
sobre-explotación humana y ambiental.
El fracaso en la apuesta por el crecimiento
será
más duro y difícil de abordar que la adaptación a una economía
sostenible. Pero si garantizamos colectivamente la inclusión, si
dejamos atrás la dependencia absoluta, ganaremos autonomía
(económica, cultural y política), y tendremos las manos libres para
intentar esa adaptación. Este es el reto del futuro por el que
necesitamos
cooperar.
Añado
una charla que ha tenido lugar en Madrid este mes conincidiendo con
la misma temática de esta serie de artículos. En ella podemos
escuchar más ideas sobre todo esto, como la propuesta
de financiación para
una renta básica que ha planteado Varoufakis recientemente.
Me
quedo con esta frase de Cive Pérez: “A efectos del PIB morir o
nacer es indiferente. Cunas o féretros, todo puntúa en el PIB.”
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