1.4.25

Fuimos, lanzados a la existencia con un rol que está más allá de nuestra elección

EL GRAN TRABAJO                                  

Nuestro camino hacia el futuro

Extracto del libro "El Gran Trabajo", de Thomas Berry - Noviembre de 2000. Thomas Berry (1914-2009) fue un sacerdote, historiador, filósofo y autodenominado "geólogo".

En respuesta a la crisis sin precedentes a la que se enfrentan la Tierra y sus habitantes, el padre Berry vio surgir una nueva visión histórica. La describió como la Era Ecozoica, una era en que los seres humanos aprenderán de nuevo a vivir en armonía con la Tierra. 

Esta sensibilidad con la Tierra se plasmó en varios libros: El sueño de la Tierra, El gran trabajo: Nuestro camino hacia el futuro; Reflexiones sobre la Tierra como comunidad sagrada.

El gran trabajo ahora, mientras entramos en un nuevo milenio, es llevar a cabo la transición de un periodo de devastación humana de la Tierra a un periodo donde los humanos estén presentes para el planeta en una forma mutuamente beneficiosa.

El cambio histórico es más que una transición de la Roma clásica al periodo medieval, o del periodo medieval a los tiempos modernos, esta transición no tiene paralelo histórico desde la transición geo-biológica que tuvo lugar hace 67 millones de años cuando los dinosaurios se extinguieron y una nueva era biológica comenzó. Así que ahora nos despertamos a un periodo de mucho desorden en la estructura biológica y el funcionamiento del planeta.

Desde que empezamos a vivir en asentamientos con agricultura y domesticación de los animales, hace 10 mil años atrás, los humanos han incrementado la presión sobre los sistemas biológicos del planeta. Estas cargas eran, hasta cierto punto, manejables por la prodigalidad de la naturaleza, la poca cantidad de humanos, y su limitada capacidad para desequilibrar los sistemas naturales. En los siglos recientes, bajo el liderazgo del mundo occidental, primordialmente con los recursos, la energía psíquica y las invenciones de la gente de EEUU, se desarrolló una civilización industrial con el poder de arrasar la Tierra en sus bases más profundas, con un impacto asombroso en su estructura geológica, su constitución química, y sus formas vivientes a través de vastas expansiones de tierra y los confines del mar.

Hoy, 25 mil millones de capa fértil del suelo se pierden cada año con consecuencias no dichas para el suministro de alimentos de las futuras generaciones. Algunas de las más abundantes especies de la vida marina se han vuelto comercialmente extintas debido a la sobreexplotación de los barcos pesqueros factoría y el uso de redes que tienen de 20 a 30 millas de largo y 20 pies de profundidad. Si consideramos las extinciones que tienen lugar en la selva del sur del planeta, encontramos que estamos perdiendo grandes cantidades de especies cada año. Mucho más podría decirse en lo concerniente al impacto de los humanos en el planeta, de los desequilibrios causados por el uso de los ríos para la disposición de residuos, de la polución de la atmósfera por la quema de combustibles fósiles, y de la basura radioactiva por el uso de energía nuclear. Todas estas alteraciones del planeta nos están llevando a la fase terminal de la Era Cenozoica. La selección natural ya no puede funcionar como funcionaba en el pasado. La selección cultural es ahora una fuerza decisiva en determinar el futuro de los biosistemas de la Tierra.

La causa profunda en la presente devastación se encuentra en un modo de conciencia que ha establecido una radical discontinuidad entre lo humano y otros modos de ser y la concesión de todos los derechos a los humanos.

Los otros modos no humanos de ser son vistos como sin derechos. Tienen realidad y valor solo a través del uso para los humanos. En este contexto los otros seres vivientes no humanos son totalmente vulnerables a la explotación por los humanos, una actitud que es compartida por las cuatro instituciones fundamentales del ámbito humano: los gobiernos, las corporaciones, las universidades y las religiones –el ámbito político, económico, intelectual y religioso. Los cuatro están -consciente e inconscientemente- abocados a una radical discontinuidad entre lo humano y lo no humano.

En realidad, hay una sola comunidad de la Tierra que incluye todos los miembros que la componen, tanto humanos como no humanos.

En esta comunidad cada ser tiene su propio rol a cumplir, su propia dignidad, su espontaneidad innata. Cada ser tiene su propia voz. Cada ser es una declaración en sí mismo del universo entero. Cada ser entra en comunión con los otros seres. Esta capacidad de relacionarse, de estar presente para otros seres, de la acción espontánea, es una capacidad que posee cada modo de ser a través de todo el universo.

Así que cada ser tiene derecho a ser reconocido y a ser reverenciado. Los arboles tienen derechos de árbol, los insectos tienen derechos de insectos, los ríos tienen derechos de ríos, las montañas tienen derechos de montañas. Así con todos los seres que existen en el universo. Todos los derechos son limitados y relativos. También los derechos de los humanos. Tenemos derechos humanos, tenemos derecho al alimento y a la vivienda. Tenemos derecho al hábitat pero no tenemos derecho a privar a otras especies del suyo propio. No tenemos derecho a interferir con sus rutas migratorias. No tenemos derecho a perturbar el funcionamiento básico de los biosistemas del planeta. No podemos poseer la Tierra ni ninguna parte de la misma en ninguna manera absoluta. Somos propietarios de acuerdo al bienestar de la propiedad y para el beneficio de toda la comunidad como para el nuestro.

El gran trabajo frente a nosotros, la tarea de cambiar la moderna civilización industrial de su influencia devastadora en la Tierra a una presencia más benigna, no es un rol que hayamos escogido.

Es un rol que nos fue dado. No lo elegimos. Fuimos escogidos por algún poder más allá de nosotros mismos para esta tarea histórica. No elegimos nuestro momento de nacimiento, quienes iban a ser nuestros padres, ni la cultura particular ni el momento histórico en el que íbamos a nacer. No escogimos nuestra espiritualidad ni las condiciones políticas ni económicas que serían el contexto de nuestras vidas.

Somos, y fuimos, lanzados a la existencia con un desafío y un rol que está más allá de nuestra elección personal. La nobleza de nuestras vidas, sin embargo, depende de la manera en la cual lleguemos a entender y cumplir nuestro rol asignado.

Nuestro propio y especial rol, que trasladaremos a nuestros hijos, es el de manejar la ardua transición de la fase terminal de la Era Cenozoica a la emergente Era Ecozoica, periodo en donde los humanos van a estar presentes para el planeta como miembros participantes de la comunidad total de la Tierra.

https://www.climaterra.org/post/el-gran-trabajo-nuestro-camino-hacia-el-futuro-por-thomas-berry  

 

No hay comentarios: