25/6/21

Colaborar fue el principal determinante de nuestra evolución; nuestra sonrisa da fe

RESARCIR A EVA: Historias sobre evolución

¿Por qué hemos creado una sociedad consumista?

Somos como somos por la evolución. El proceso que dio fama a Darwin explica también nuestras emociones, motivaciones y comportamientos, además de la anatomía y fisiología. Ahí se entrelazan muchos fenómenos entre los que Javier Pérez, autor de Resarcir a Eva, destaca dos: sexo y colaboración. Sin embargo, ante los retos ecológicos parece que no estamos dispuestos a colaborar. ¿Tiene esto una explicación científica mirando nuestra evolución?

Javier Pérez es doctor en Ciencias Biológicas y profesor en la Universidad de Extremadura. Con este libro, editado por su universidad (2020), mezcla ficción y divulgación científica. Cada capítulo empieza con un relato que ayuda a plantear los temas científicos que se tratan a continuación. De forma muy entretenida, nos conduce a entender parcialmente por qué pasa lo que pasa, y a meternos en temas controvertidos para los que la ciencia no tiene respuestas simples.

Es un libro de divulgación científica apoyado por relatos breves de ficción. Recorre la historia evolutiva del ser humano y cómo diversos procesos selectivos dieron lugar a lo que somos en la actualidad.

En el capítulo final se plantea cómo el ecofeminismo puede ser un movimiento que redirija la evolución humana hacia unos individuos capaces de colaborar más. Esta conclusión no se debe a cuestiones éticas, sino científicas.

1. Evolución biológica

Todas las especies que han existido o existen en la actualidad descienden de la primera célula que se originó en la Tierra a partir de procesos bioquímicos. A partir de ahí, el factor clave es el tiempo. En más de 3.500 millones de años ha habido tiempo para que billones de generaciones hayan permitido la maravillosa biodiversidad actual (aunque por culpa del hombre se están perdiendo muchas especies, para siempre).

Un relato sobre una lagartija que llega por azar a una isla es la excusa perfecta para explicar de forma práctica e intuitiva conceptos como mutación, selección natural, deriva genética, reproducción sexual y asexual, así como migración, especiación y extinción de especies. Todo está influenciado por muchas condiciones, tales como que los recursos son limitados en la naturaleza (alimentos, refugios, parejas… no existen en cantidades infinitas).

El surgimiento de la reproducción sexual cambió el proceso evolutivo. El sexo se expandió por la naturaleza diferenciando hembras y machos, individuos sobre los que la evolución actúa de forma diferente. El éxito de esta novedosa reproducción radica en la variedad de descendientes que pueden surgir de una pareja de individuos. Los hijos no son copias casi idénticas de sus padres y esa enorme variabilidad facilita la adaptación ante condiciones desfavorables que siempre surgen. La reproducción sexual tiene un inconveniente —hay que encontrar pareja—, pero los beneficios superan los costes.

Por otra parte, “en la inmensa mayoría de especies que se reproducen mediante el sexo, el esfuerzo invertido por las hembras para la reproducción es mayor que el de los machos. Las hembras gastan más, pero los hijos son tanto de sus madres como de sus padres”. Eso es “el gran dilema de la biología evolutiva”, y no está claro el porqué. Cuando el macho contribuye a la cría, el dilema desaparece, pero casi siempre la hembra es la encargada del cuidado de los hijos y el macho se encarga de conseguir el mayor número de apareamientos posibles.

El libro nos desvela curiosidades como esta: En especies con gran dimorfismo nos encontramos caracteres sexuales extravagantes principalmente en los machos (cornamentas, vistosos colores, comportamientos extraordinarios…). También es habitual la escasa colaboración por parte de los machos en las tareas de cría. Cuando los machos aportan importantes recursos a la prole, no suelen encontrarse ese tipo de características (hay más igualdad). A veces, esas características extravagantes comprometen la supervivencia de los machos, pero se compensa por la obtención de muchos apareamientos. Pensemos, por ejemplo, en el pavo real cuya vistosa cola le hace ser más torpe.

Cuando los machos no cuidan de la prole, hay más machos disponibles para la reproducción y, por tanto, las hembras son un “recurso limitante por el cual los machos compiten”. Las hembras elegirán machos con “buenos” genes para sus crías: por ejemplo, los que ganen tras una lucha (como el caso de los ciervos). Esta predilección podría dirigir la evolución a esas características extravagantes (como la impresionante cornamenta de los ciervos). Pero existen otros modelos para explicar la evolución de esas especies: todo podría iniciarse por un carácter que aportara realmente una ventaja significativa. En el pavo real, una cola más larga en los machos podría haber favorecido el vuelo. Las hembras favorecerían la reproducción con esos machos, con lo cual se expandirían mejor los genes de colas largas, pero también la predilección por los machos de colas largas. Con el tiempo, los machos de colas largas llegarían a ser más exitosos, no porque volaran mejor, sino porque son preferidos por las hembras.

Las hembras eligen a los machos mejores (que cuidan más de las crías, con mejores territorios, más alimento o protección…). Incluso algunos machos dan la vida por la fecundación. Este  comportamiento caníbal se da en las mantis religiosas y en las arañas lobo. Por otra parte, hay aves del ártico en el que las hembras ponen los huevos y los machos son los que incuban y cuidan de los pollos. Así, las hembras pueden tener varios nidos atendidos por un macho cada uno. Aquí son los machos los que eligen a las hembras y son éstas las que tienen coloraciones más vistosas.

Hay varios sistemas de apareamiento y cuidado de crías estándares, aunque en muchas especies los individuos tienden a comportarse de forma promiscua:

  • La monogamia (formar parejas estables) es frecuente entre las aves, pero en especies monógamas, las cópulas fuera de la pareja son muy frecuentes. En el fondo, “ambos progenitores están interesados en que la prole salga adelante, aportando la cantidad mínima de recursos” (para usarlos en el futuro, no por egoísmo).
  • En la poliginia, las hembras se reproducen con un único macho mientras los machos compiten por copular con el mayor número posible de hembras. Estos casos son frecuentes entre los mamíferos y en ellos el cuidado de las crías es tarea exclusiva de las hembras. Pero aquí también es frecuente que las hembras traten de copular con varios machos, dándose casos de miembros de una misma camada que pertenecen a padres diferentes. Es una estrategia buena para aumentar la diversidad genética de los descendientes.
  • La poliandria es el caso contrario y el cuidado de las crías suele recaer sobre los machos. Es un sistema poco frecuente que se da principalmente en algunas aves.
  • En la poliginandria varias hembras y varios machos intervienen en la reproducción. Todos los que participan, cuidan de la descendencia. Es también poco frecuente.

La vida en sociedad tiene ventajas e inconvenientes, y obliga a interactuar a los individuos de una población, actuando dos fuerzas: el bien individual y el bien común. A veces se forman sociedades jerarquizadas o no; y organismos con castas encargadas de diferentes tareas (eusociales), como en las hormigas o abejas, en las que la mayoría de los individuos no se reproducen. Entre los vertebrados, solo dos especies de roedores subterráneos de África pueden considerarse eusociales.

Aparentemente, la selección natural no debería favorecer comportamientos altruistas, pues el objetivo principal es perpetuar los genes propios y no los ajenos. Sin embargo, no siempre es así. Hay especies de aves y de mamíferos en los que algunos individuos no se reproducen y ayudan a los demás a la crianza. “Son los genes los que actúan de manera egoísta. El aparente altruismo de los individuos no es más que la expresión del egoísmo de sus genes”. Ofrecer ayuda podría facilitar dejar más copias de los propios genes (ayudando a parientes cercanos, por ejemplo). Hay otros argumentos para ayudar: por corresponder a una ayuda anterior, porque se recibió ayuda de otro, o porque he visto a otros individuos ayudar. “Las poblaciones con individuos egoístas tendrán más probabilidades de desaparecer en condiciones adversas” (las cuales siempre llegan). Pero para que las poblaciones altruistas funcionen se deben detectar a los egoístas y penalizarlos. En caso contrario, los egoístas obtendrán ventajas y, con el tiempo, los altruistas desaparecerían.

2. Evolución humana

Los australopitecos (antepasados humanos) se apareaban siguiendo un sistema poligínico con comportamientos promiscuos con distintos matices. Los de mayor estatus social copulaban con mayor frecuencia dado que otros machos no se lo impedían y eran preferidos por las hembras. El libro también analiza la competición espermática y la forma del pene humano. En especies de primates actuales, próximas a nosotros y a nuestros ancestros, se observan conductas promiscuas, competencia espermática y cópulas a cambio de recursos.

Esas adaptaciones y otras se efectuaron hace varios millones de años. Ante un gran cambio climático, nuestros antepasados se fueron adaptando lentamente: postura erguida, habilidad manual… Vivieron en la frontera entre la selva y la sabana y colaboraban para sobrevivir  (como bien explica Harari). El problema con el cambio climático actual es que el ritmo del cambio es tan rápido que impide a muchas especies adaptarse, además de otras consecuencias dramáticas“No somos otra cosa que monos bípedos” y “primates extraños”. Así nos define, de forma certera, Javier Pérez.

Para que un homínido sea considerado humano debe tener gran volumen cerebral y capacidad para fabricar herramientas. Por primera vez, el Homo habilis fabricaba cuchillos y otras herramientas de piedra. Esas herramientas no le permitían cazar, pero sí despiezar animales muertos, ser carroñeros. Este consumo extra de proteínas permitió que el cerebro pudiese crecer, pues es un órgano que demanda mucha energía. Sin embargo, otros animales consumían más proteínas aún y no desarrollaron un gran cerebro. La explicación está en otras presiones evolutivas.

En los primeros humanos el estatus social regulaba el acceso a recursos y la reproducción, pero ese estatus no se favorecía solo por el poderío físico, sino también por las habilidades y la inteligencia. Es decir, los individuos más inteligentes eran preferidos por las hembras y, por tanto, sus genes se fueron favoreciendo.

El humano no es el único animal que utiliza herramientas. Aves como los alimoches o mamíferos como las nutrias marinas también lo hacen. Incluso, animales como los córvidos y los chimpancés modifican estas herramientas (las fabrican) para que sean más efectivas.

Los grupos de humanos que vivían en la frontera aceptaban nuevas incorporaciones de inmigrantes, lo cual era muy positivo para evitar los problemas de la endogamia. En esos grupos, los egoístas se aprovechaban de los demás sin ofrecer nada a cambio y esto les permitió prosperar y difundir sus genes. Pero en condiciones adversas, los grupos en los que predominaban los egoístas acabaron desapareciendo. La colaboración fue esencial para sobrevivir. Los individuos colaboradores adquirían buena reputación y recibían beneficios sociales. Esto dio lugar a sociedades complejas, en las que también estaba la estrategia del pícaro (individuos que intentan engañar para tener buena reputación sin merecerla).

“Las emociones no son exclusivas de los humanos”. El miedo, el dolor, el asco, la alegría, la sorpresa… se encuentran en multitud de especies de animales. Algunas emociones están más desarrolladas en los humanos: la culpa, la vergüenza, el remordimiento, la humillación, la venganza, la compasión, la gratitud, la admiración…

Perros o chimpancés, por ejemplo, expresan sus emociones con los gestos, pero en los humanos es algo mucho más innato. Y eso demuestra que la colaboración predominó por encima de estrategias egoístas o pícaras. Las expresiones (involuntarias) sirven para intercambiar información eficazmente en sociedades colaborativas, lo cual no hubiera prosperado en sociedades egoístas. Por ejemplo: mostrar el sentimiento de culpa o vergüenza facilita el perdón. Mostrar cuando uno necesita ayuda (pena) o cuando puede ofrecerla (alegría) permite sociedades más eficaces. “Se puede afirmar que la colaboración fue el principal determinante de nuestra historia evolutiva; nuestra sonrisa da fe de ello”.

Con interesantes reflexiones, el libro se sumerge en la evolución de nuestra anatomía: los brazos pasaron a ser más débiles, pero más hábiles, las piernas más largas y se adaptaron músculos y huesos al modo de andar bípedo del Homo erectus. El calor de la sabana propició la segregación de sudor para refrescar la piel. El pelo dificultaba la refrigeración, por lo que se tendió a individuos con menos pelo, salvo en la cabeza para protegerla del sol (en axilas y pubis pudo conservarse para liberar mejor las feromonas). La piel tendió a oscurecerse por el pigmento melanina (que absorbe la radiación ultravioleta). El volumen craneal siguió creciendo y las caderas se fueron estrechando para incrementar la eficiencia al andar, lo cual complicó los partos y favoreció a las mujeres con partos anticipados. La maduración del cerebro debía completarse fuera del útero materno.

La evolución hizo crecer la monogamia, lo cual dirigía esfuerzos de ambos padres a sus hijos (aunque el padre nunca podía estar seguro de ello). Esto se demuestra en el dimorfismo sexual: los machos humanos son más corpulentos que las hembras, pero esa diferencia disminuye en el Homo erectus. Además, entre los mamíferos es muy extraña la ovulación oculta de las hembras humanas. O sea, la mayoría de los mamíferos macho saben cuando las hembras están ovulando, cosa que no ocurre en el humano. Esto podría haberse originado como una estrategia para favorecer la presencia del macho en el entorno familiar, aportando recursos y protección en todo momento (y no solo cuando la hembra estaba en celo).

Esta monogamia, aunque fuera parcial, trajo grandes cambios. Por ejemplo, en especies monógamas la elección de pareja es importante, lo cual dirige la evolución hacia individuos con las características de los más atractivos, que suelen predecir un mayor éxito reproductor. Las mujeres de todas las culturas prefieren hombres grandes, musculosos, mayores que ellas, con experiencia y estatus social. Los hombres, en cambio, prefieren mujeres jóvenes, pechos relativamente grandes y una proporción cintura/cadera que se acerque a 0,7. Puede parecer curioso la predilección de los hombres por mujeres con dificultad de movimientos (cuerpos no atléticos). Esto lo explica por el principio del hándicap: esas mujeres deben tener buena calidad genética porque en caso contrario habrían muerto. Ese mismo principio podría haber funcionado en el caso de la predilección por un pelo largo y bien cuidado, ya que esto parece más un inconveniente que una ventaja. Otras características comunes a ambos sexos para ser atractivos son la simetría (la cual facilita los movimientos y explica nuestro gusto por el baile), la inteligencia, la reputación, y el rechazo al pariente (para aumentar la diversidad genética), entre otras.

El Homo erectus no alcanzó un desarrollo tecnológico destacable: los hallazgos de los primeros yacimientos africanos son herramientas similares a las encontradas en las más recientes poblaciones euroasiáticas. Sin embargo, la colaboración paterna y la monogamia hizo surgir un sentimiento vital para el humano actual: el amor (que no existía ni entre australopitecos ni entre los Homo habilis).

Ser inteligente tiene ventajas evidentes, pero al parecer pudo haber una mutación genética en una niña, por la cual “se sentía atraída por los hombres más inteligentes”. Esa mutación se dispersó rápidamente entre sus descendientes. En Homo habilis y Homo erectus las personas inteligentes eran preferidas porque solían tener más estatus social, pero ahora la inteligencia en sí era el carácter atractivo y de ahí surgieron distintas especies de humanos cada vez más inteligentes (Homo heidelbergensisH. antecessorH. neanderthalensis o, por fin, H. sapiens). Este puede ser el motivo de que la inteligencia humana sea el carácter más extraordinario del proceso evolutivo.

Ahora bien, ¿cómo se evalúa la inteligencia? Todo apunta a que fue por el lenguaje. “Las personas que mejor utilizan y expresan el lenguaje tienden a ser más inteligentes (…). Aquellos hombres con más labia eran los que resultaban atractivos”. Esto, unido a la necesidad de cooperación, potenció el desarrollo de un lenguaje cada vez más complejo. Otros animales se comunican (danza de las abejas, silbidos en delfines, gestos y sonidos en chimpancés…), pero no con la riqueza del humano. De hecho, este lenguaje articulado ha permitido el desarrollo cultural y tecnológico, que hubiese sido imposible sin él.

Este rico lenguaje también permite fabricar mentiras y potenciar comportamientos egoístas que podrían no ser detectados y, por tanto, no ser penalizados. Si eso hubiera sido así, nuestros antepasados habrían sido cada vez más egoístas. Eso no ocurrió, porque antes o después el mentiroso es descubierto y eso tiene consecuencias en el estatus y la reputación. Los mentirosos no son atractivos. No obstante, “las mentiras piadosas disfrutan de cierta aceptación social y, normalmente, no son castigadas”.

Hace menos de un millón de años, la humanidad la formaban distintas especies que, eventualmente, se cruzaban entre sí y, como siempre, todo evolucionaba de manera conjunta. Aparentemente, una variante de la mutación anterior preferiría a los inteligentes más por su volumen cerebral que por su habilidad con el lenguaje, posiblemente porque la existencia de distintos idiomas y dialectos dificultaba hacer la evaluación. El pelo impide ver bien el volumen cerebral, pero podría haber servido mirar la frente para estimar la inteligencia, de forma que aquellos individuos con la frente más vertical serían más atractivos, haciendo desaparecer paulatinamente los genes de las frentes inclinadas.

“Después de aparecer el hombre erguido, ninguna especie de humano se ha extinguido”. Las especies se fueron hibridando y el proceso acabó generando una única especie, el hombre sabio (Homo sapiens). “El criterio de elección de pareja en base a la altura de la frente determinaba que los hombres sabios fuésemos más atractivos que los hombre de neandertal”, por ejemplo. Sin embargo, el humano actual aún conserva en su ADN genes de neandertal.

3. Evolución, cultura, consumismo y ecofeminismo

Evolución cultural y evolución biológica no son procesos independientes y ambos influyen en la configuración de las sociedades. Cultura es todo aquello que aprendemos unos de otros y perdura en el tiempo creando tradiciones. Muchas especies animales tienen hechos culturales (chimpancés, macacos, cetáceos…). La cultura humana y las enormes densidades de población están generando graves impactos en los ecosistemas y en sus ciclos biológicos que  “ponen en peligro la preservación de multitud de procesos naturales de los que dependen las especies”, y que “pueden poner en riesgo nuestra propia existencia”.

Nuestra especie se ha convertido en una especie eminentemente cultural, una revolución que nos alejó de los procesos naturales. Ese cambio comenzó  hace unos 10.000 años. Entonces, conseguir recursos no era una tarea complicada y los humanos pasaban mucho tiempo ociosos o desocupados. Había, por supuesto, épocas de escasez. El surgimiento de la agricultura y la ganadería fue la Revolución Neolítica (que pese a otras opiniones, no trajo algo mejor según Harari). Poco a poco se fueron abandonando la caza y la recolección de frutos. Los alimentos eran tan abundantes que se produjo una explosión demográfica y se desarrolló el comercio y el mercado.

La necesidad de gestionar esos recursos abundantes, originaron la escritura y desarrollaron las matemáticas, con todo lo que eso conlleva. También propició la división del trabajo y las  profesiones (artesanos, comerciantes, guerreros…) y luego la división social en clases. Pertenecer a una u otra clase social dependía del tráfico de influencias, de nacer en cierta familia… Es decir, personas de baja calidad genética podían alcanzar la clase social alta. Por el físico ya no se sabía la clase (ni la capacidad de conseguir recursos), por lo que se empezaron a usar vestimentas, pinturas, adornos…

“Hace unos 10.000 años, los criterios de elección de pareja —por parte de las mujeres— cambiaron”. Pasó de ser importante cómo uno era a lo que uno tenía. La evolución cultural comenzó a determinar los cambios ocurridos en nuestra especie. Se llegaron a fenómenos extremadamente raros en la naturaleza, como gastar recursos en acciones que no estaban relacionados directa o indirectamente con la reproducción (fiestas, por ejemplo). Poseer muchos recursos no implicaba mayor éxito reproductivo. Durante los últimos 6.000 años la presión de selección hacia la obtención de recursos perdió intensidad. Más de un millón de años se ha invertido en criar hijos y solo 6.000 años se ha estado gastando en otras cosas.

Ir de compras puede parecer una actividad alejada de nuestra naturaleza, pero en realidad “las motivaciones que nos empujan a consumir son de índole biológica”. Sabemos que el consumo desmedido genera problemas ambientales importantes (contaminación, agotamiento de recursos, pérdida de ecosistemas, crisis climática…). Sin embargo, seguimos consumiendo incluso en cosas triviales y aparentemente innecesarias. Sabemos la gravedad de los problemas ambientales y cuáles son las soluciones (véase el mejor documental al respecto). Sin embargo, “cuesta mucho asumir los cambios necesarios (…). Es difícil pensar que el marketing sea capaz de manipular nuestra mente hasta el punto de motivar un comportamiento innecesario, artificial y trivial a costa de poner en peligro nuestra supervivencia como especie”. Puede que el marketing nos conozca mejor que nosotros mismos y, por eso, las marcas intentan que las asociemos a las emociones.

Todo comportamiento tiene un porqué evolutivo, cuya base tiene dos factores:

  • Factores últimos: El animal hace algo porque obtiene una ventaja para su éxito reproductivo. Ejemplo: hay aves que cantan para atraer a las hembras.
  • Factores próximos: El comportamiento es permitido o inducido por procesos fisiológicos, neurológicos o anatómicos. Ejemplo: las aves cantan porque hay cambios hormonales que les inducen a ello.

“Lo que realmente predispone a realizar un comportamiento son los factores próximos, las causas inmediatas”, mientras los factores últimos solo son el contexto que ha asociado ese comportamiento con el éxito reproductivo. Para entender el consumismo debemos utilizar estos dos tipos de factores.

Con respecto a los factores últimosconsumimos para mostrar estatus y para expresar algunas de nuestras características (inteligencia, personalidad, capacidad de adaptación, pertenencia a una subcultura…). Esto nos aporta algunas ventajas para elegir pareja y formar coaliciones. El estatus social se muestra mediante el consumo. Muchos productos se venden más caros de lo que podría esperarse porque así los compradores suben su estatus. Exhibir joyas, por ejemplo, ayuda a crear un círculo de amistades o asociaciones profesionales de alto nivel. Pero también, productos a precios asequibles se consumen masivamente para que los demás puedan ver que no se está en un estatus bajo. Nuestra sociedad asocia el consumo de tecnología o hacer viajes caros a elevados niveles de inteligencia (teléfonos inteligentes,  coches inteligentes…).

Por otra parte, la selección natural ha ido favoreciendo a aquellos individuos con mayores  niveles de flexibilidad. Esto podría estar detrás de la ventaja que aportaría seguir las modas, pues con ello se mostraría a nuestras posibles parejas que tenemos capacidad de cambio. Que sean los adolescentes y jóvenes los más obsesionados con las modas es un argumento a favor de que esto está motivado por la evolución.

En los países pobres, la evolución podría estar siguiendo un curso más natural, pero en los  países desarrollados, la tecnología y los avances científicos favorecen la supervivencia a gran parte de la población, independientemente de su genética. Por supuesto, las personas con mayor estatus social, mayor inteligencia y mayor nivel cultural pueden tener una mayor esperanza de vida. Se ha demostrado que los hombres de mayor estatus tienen más hijos que los de menor estatus. En mujeres no ocurre así (tal vez por la menopausia, porque los hombres las prefieren jóvenes…). Las mujeres prefieren a los hombres de mayor estatus y el consumo y la exhibición de ciertos productos indican ese estatus. Aunque hay “minorías marginales” que pueden tener muchos hijos, lo cierto es que, en general, las mujeres ven más atractivos a los hombres con estatus alto, y así —indirectamente— están favoreciendo la competencia.

Las personas que suelen llegar a puestos de mayor responsabilidad y mejor remuneración son personas inteligentes, competitivas, ambiciosas, egoístas, y con habilidades para la manipulación y la mentira. Si además son varones, tenderán a producir un mayor número de hijos. Esos caracteres se transmitirán a las siguientes generaciones con mayor probabilidad que los caracteres que fomentan la colaboración. Todo cambiará ante el escenario de colapso al que nos acercamos.

Así pues, el consumo de productos triviales (consumismo) “probablemente esté motivado por procesos relacionados con la elección de pareja o la formación de coaliciones”. Intentar afrontar la crisis ambiental implica enfrentarnos a nuestras motivaciones biológicas, que son difíciles de cambiar. Si todo esto es cierto, la inercia consumista no hará más que aumentar, se fomentará más aún la competencia y los grandes problemas ambientales crecerán más aún. El autor plantea una duda: ¿aceptarías perder tu empleo por salvar la mitad del Amazonas?

Aunque Javier Pérez apunta a la revolución tecnológica para ofrecer soluciones, reconoce que “está tardando”. La tecnología puede que aporte soluciones algún día, pero por ahora, es solo la principal causa de los graves problemas ambientales. No obstante, apunta a otra esperanza: un cambio social que ya se está produciendo, aunque sea lentamente.

“Desde la Revolución Neolítica, hasta hace relativamente poco tiempo, no se han producido cambios relevantes en el comportamiento de nuestra especie. (…) En los últimos dos siglos se han ido acumulando una serie de cambios sociales que han acabado posibilitando el desempeño de profesiones por parte de la mujer.” El concepto de madre trabajadora puede ser revolucionario y necesario. Aunque sigue habiendo machismo y desigualdad de género, también hay políticas de igualdad para que hombres y mujeres tengan las mismas posibilidades de acceder al trabajo que deseen. “Las mujeres seguirán manteniendo un mayor coste reproductivo, pero tendrán las mismas posibilidades que los hombres de conseguir recursos para la descendencia”.

Esto puede traer cambios importantes porque pueden dejar de ser atractivos los caracteres que aún se asocian a la masculinidad. Las mujeres podrían elegir hombres menos masculinos, con predisposición a colaborar con los hijos, aunque aporten menos recursos y tengan menos estatus social. Rompiendo la relación entre estatus social y éxito reproductivo en los hombres, podría reducir la competitividad y facilitaría afrontar los retos ecológicos.

Si conseguimos una plena igualdad de género en el mercado laboral, las mujeres podrían tener hijos sin importar la situación de su pareja, por lo que elegirán a otro tipo de pareja. Hoy día eso no ocurre, como lo demuestran las tasas de paro femenino, los bajos salarios de las mujeres trabajadoras, la escasez de mujeres en puestos de responsabilidad (techo de cristal), o la violencia de género.

“Una mujer que decide tener hijos tiende a disminuir de manera significativa su capacidad de competir en el mercado laboral —al menos, durante un tiempo—.” La competencia (no la colaboración) domina en la sociedad consumista de mercado libre. Una empresa que quiera maximizar beneficios tiende a contratar más hombres que mujeres, salvo que se obligue a la baja por paternidad, de igual duración que la baja por maternidad, como ya ocurre en algunos países. Aun así, hay otras consideraciones a tener en cuenta.

Las mujeres de mayor estatus tienden a tener menos hijos, justo lo contrario que los hombres de mayor estatus. Una causa es que el periodo fértil de la mujer coincide con la intensa actividad académica, formativa y profesional, necesaria en muchos casos para alcanzar alto estatus. Los hombres en cambio son fértiles superados los 40 años y siguen siendo atractivos para las mujeres. “Las mujeres que invierten en éxito profesional, lo hacen a costa de su éxito reproductivo”, por lo que no transmiten mucho los genes de competencia. Podría ocurrir que esos genes se activaran en el hombre y se inhibieran en la mujer.

Como se ha dicho, en nuestros antepasados lejanos aparecieron presiones selectivas que favorecieron genes implicados en la colaboración. En cambio, la sociedad actual propicia la competencia en los hombres (y en las mujeres, aunque ellas tienen menos descendencia). Por otra parte, el ecofeminismo está ganando terreno y podría ser el “cambio social que necesitamos para preparar a nuestra especie para los retos ecológicos que se nos plantean”.

“En situaciones extremas, nuestra especie ha recurrido a la colaboración para poder sobrevivir. Nos enfrentamos a situaciones extremas, pero las personas que deciden nuestro futuro están muy motivadas a la competencia”. Aumentar la representación de la mujer en las élites profesionales equivaldría a reducir las motivaciones competitivas, siempre que haya conciliación con la vida familiar y permita promocionar a las madres. El autor destaca la disminución de la tasa de natalidad como un problema, cuando tal vez sea algo básico para alcanzar la sostenibilidad. Las tasas de paro juvenil y la inmigración demuestran que no se necesita fomentar la natalidad. Por otra parte, para aumentar la conciliación de la vida laboral y familiar será fundamental reducir la jornada laboral.

https://blogsostenible.wordpress.com/2021/06/24/libro-resarcir-eva-evolucion-javier-perez-gonzalez-sociedad-consumista/  

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