RESARCIR A EVA: Historias sobre evolución
¿Por qué hemos creado una sociedad consumista?
Somos como somos por
la evolución. El proceso que dio fama a Darwin explica
también nuestras emociones, motivaciones y comportamientos, además de la
anatomía y fisiología. Ahí se entrelazan muchos fenómenos entre los que Javier
Pérez, autor de Resarcir a Eva, destaca dos: sexo y
colaboración. Sin embargo, ante
los retos ecológicos parece que no estamos dispuestos a colaborar. ¿Tiene
esto una explicación científica mirando nuestra evolución?
Javier Pérez es doctor en Ciencias Biológicas y
profesor en la Universidad de Extremadura. Con este libro, editado por su universidad
(2020), mezcla ficción y divulgación científica. Cada capítulo empieza con un
relato que ayuda a plantear los temas científicos que se tratan a continuación.
De forma muy entretenida, nos conduce a entender parcialmente por qué pasa lo
que pasa, y a meternos en temas controvertidos para los que la ciencia no tiene
respuestas simples.
Es un libro de divulgación científica apoyado por relatos breves de ficción. Recorre la historia evolutiva del ser humano y cómo diversos procesos selectivos dieron lugar a lo que somos en la actualidad.
En el capítulo final se plantea cómo el ecofeminismo puede ser un movimiento que redirija la evolución humana hacia unos individuos capaces de colaborar más. Esta conclusión no se debe a cuestiones éticas, sino científicas.1. Evolución biológica
Todas las especies que han existido o existen en la
actualidad descienden de la primera célula que se originó en
la Tierra a partir de procesos bioquímicos. A partir de ahí, el factor clave es
el tiempo. En más de 3.500 millones de años ha habido tiempo para
que billones de generaciones hayan permitido la maravillosa biodiversidad actual
(aunque por culpa del hombre se están perdiendo muchas especies, para siempre).
Un relato sobre una lagartija que llega por azar a una isla
es la excusa perfecta para explicar de forma práctica e intuitiva conceptos
como mutación, selección natural, deriva genética, reproducción sexual y
asexual, así como migración, especiación y extinción de especies. Todo está
influenciado por muchas condiciones, tales como que los recursos son limitados
en la naturaleza (alimentos, refugios, parejas… no existen en cantidades
infinitas).
El surgimiento de la reproducción sexual cambió
el proceso evolutivo. El sexo se expandió por la naturaleza diferenciando hembras
y machos, individuos sobre los que la evolución actúa de forma diferente. El
éxito de esta novedosa reproducción radica en la variedad de descendientes que
pueden surgir de una pareja de individuos. Los hijos no son copias casi
idénticas de sus padres y esa enorme variabilidad facilita la adaptación ante
condiciones desfavorables que siempre surgen. La reproducción
sexual tiene un inconveniente —hay que encontrar pareja—, pero los beneficios
superan los costes.
Por otra parte, “en la inmensa mayoría de especies que se
reproducen mediante el sexo, el esfuerzo invertido por las hembras para la
reproducción es mayor que el de los machos. Las hembras gastan más,
pero los hijos son tanto de sus madres como de sus padres”. Eso es “el gran
dilema de la biología evolutiva”, y no está claro el porqué. Cuando el macho
contribuye a la cría, el dilema desaparece, pero casi siempre la hembra es la
encargada del cuidado de los hijos y el macho se encarga de conseguir el mayor
número de apareamientos posibles.
El libro nos desvela curiosidades como esta: En especies con
gran dimorfismo nos encontramos caracteres sexuales extravagantes
principalmente en los machos (cornamentas, vistosos colores, comportamientos
extraordinarios…). También es habitual la escasa colaboración por parte de los
machos en las tareas de cría. Cuando los machos aportan importantes recursos a
la prole, no suelen encontrarse ese tipo de características (hay más igualdad).
A veces, esas características extravagantes comprometen la supervivencia de los
machos, pero se compensa por la obtención de muchos apareamientos. Pensemos,
por ejemplo, en el pavo real cuya vistosa cola le hace ser más torpe.
Cuando los machos no cuidan de la prole, hay más machos
disponibles para la reproducción y, por tanto, las hembras son un “recurso
limitante por el cual los machos compiten”. Las hembras elegirán machos
con “buenos” genes para sus crías: por ejemplo, los que ganen tras una
lucha (como el caso de los ciervos). Esta predilección podría dirigir la
evolución a esas características extravagantes (como la impresionante
cornamenta de los ciervos). Pero existen otros modelos para explicar la
evolución de esas especies: todo podría iniciarse por un carácter que aportara
realmente una ventaja significativa. En el pavo real, una cola más larga en los
machos podría haber favorecido el vuelo. Las hembras favorecerían la
reproducción con esos machos, con lo cual se expandirían mejor los genes de
colas largas, pero también la predilección por los machos de
colas largas. Con el tiempo, los machos de colas largas llegarían a ser más
exitosos, no porque volaran mejor, sino porque son preferidos por las hembras.
Las hembras eligen a los machos mejores (que cuidan más de
las crías, con mejores territorios, más alimento o protección…). Incluso
algunos machos dan la vida por la fecundación. Este comportamiento
caníbal se da en las mantis religiosas y en las arañas lobo. Por otra
parte, hay aves del ártico en el que las hembras ponen los huevos y los machos
son los que incuban y cuidan de los pollos. Así, las hembras pueden tener
varios nidos atendidos por un macho cada uno. Aquí son los machos los que
eligen a las hembras y son éstas las que tienen coloraciones más vistosas.
Hay varios sistemas de apareamiento y cuidado de
crías estándares, aunque en muchas especies los individuos tienden a
comportarse de forma promiscua:
- La monogamia (formar
parejas estables) es frecuente entre las aves, pero en especies monógamas,
las cópulas fuera de la pareja son muy frecuentes. En el fondo, “ambos progenitores
están interesados en que la prole salga adelante, aportando la cantidad
mínima de recursos” (para usarlos en el futuro, no por egoísmo).
- En
la poliginia, las hembras se reproducen con un único macho
mientras los machos compiten por copular con el mayor número posible de
hembras. Estos casos son frecuentes entre los mamíferos y en ellos el
cuidado de las crías es tarea exclusiva de las hembras. Pero aquí también
es frecuente que las hembras traten de copular con varios machos, dándose
casos de miembros de una misma camada que pertenecen a padres diferentes.
Es una estrategia buena para aumentar la diversidad genética de
los descendientes.
- La poliandria es
el caso contrario y el cuidado de las crías suele recaer sobre los machos.
Es un sistema poco frecuente que se da principalmente en algunas aves.
- En
la poliginandria varias hembras y varios machos
intervienen en la reproducción. Todos los que participan, cuidan de la
descendencia. Es también poco frecuente.
La vida en sociedad tiene ventajas e inconvenientes,
y obliga a interactuar a los individuos de una población, actuando dos fuerzas:
el bien individual y el bien común. A veces se
forman sociedades jerarquizadas o no; y organismos con castas encargadas de
diferentes tareas (eusociales), como en las hormigas o abejas, en las
que la mayoría de los individuos no se reproducen. Entre los vertebrados, solo
dos especies de roedores subterráneos de África pueden considerarse eusociales.
Aparentemente, la selección natural no debería favorecer
comportamientos altruistas, pues el objetivo principal es perpetuar los genes
propios y no los ajenos. Sin embargo, no siempre es así. Hay especies de aves y
de mamíferos en los que algunos individuos no se reproducen y ayudan a
los demás a la crianza. “Son los genes los que actúan de manera egoísta. El
aparente altruismo de los individuos no es más que la expresión del egoísmo de
sus genes”. Ofrecer ayuda podría facilitar dejar más copias de los propios
genes (ayudando a parientes cercanos, por ejemplo). Hay otros argumentos para
ayudar: por corresponder a una ayuda anterior, porque se recibió ayuda de otro,
o porque he visto a otros individuos ayudar. “Las poblaciones con
individuos egoístas tendrán más probabilidades de desaparecer en condiciones
adversas” (las cuales siempre llegan). Pero para que
las poblaciones altruistas funcionen se deben detectar a los egoístas y
penalizarlos. En caso contrario, los egoístas obtendrán ventajas y, con el
tiempo, los altruistas desaparecerían.
2. Evolución humana
Los australopitecos (antepasados humanos)
se apareaban siguiendo un sistema poligínico con comportamientos promiscuos con
distintos matices. Los de mayor estatus social copulaban con
mayor frecuencia dado que otros machos no se lo impedían y eran preferidos por
las hembras. El libro también analiza la competición espermática y la forma del
pene humano. En especies de primates actuales, próximas a nosotros y a nuestros
ancestros, se observan conductas promiscuas, competencia espermática y cópulas
a cambio de recursos.
Esas adaptaciones y otras se efectuaron hace varios millones
de años. Ante un gran cambio climático, nuestros antepasados se fueron
adaptando lentamente: postura erguida, habilidad manual… Vivieron en la
frontera entre la selva y la sabana y colaboraban para sobrevivir
(como bien explica
Harari). El problema con el cambio climático actual es que el ritmo del
cambio es tan rápido que impide a muchas especies adaptarse, además de
otras consecuencias
dramáticas. “No somos otra cosa que monos bípedos” y “primates
extraños”. Así nos define, de forma certera, Javier Pérez.
Para que un homínido sea considerado humano debe tener gran
volumen cerebral y capacidad para fabricar herramientas. Por primera vez,
el Homo habilis fabricaba cuchillos y otras herramientas de piedra.
Esas herramientas no le permitían cazar, pero sí despiezar animales muertos,
ser carroñeros. Este consumo extra de proteínas permitió que
el cerebro pudiese crecer, pues es un órgano que
demanda mucha energía. Sin embargo, otros animales consumían más proteínas
aún y no desarrollaron un gran cerebro. La explicación está en otras presiones
evolutivas.
En los primeros humanos el estatus social regulaba
el acceso a recursos y la reproducción, pero ese estatus no se favorecía solo
por el poderío físico, sino también por las habilidades y la inteligencia. Es
decir, los individuos más inteligentes eran preferidos por las hembras y,
por tanto, sus genes se fueron favoreciendo.
El humano no es el único animal que utiliza herramientas.
Aves como los alimoches o mamíferos como las nutrias
marinas también lo hacen. Incluso, animales como los córvidos y
los chimpancés modifican estas herramientas (las fabrican)
para que sean más efectivas.
Los grupos de humanos que vivían en la frontera aceptaban
nuevas incorporaciones de inmigrantes, lo cual era muy positivo para evitar
los problemas de la endogamia. En esos grupos, los egoístas
se aprovechaban de los demás sin ofrecer nada a cambio y esto les
permitió prosperar y difundir sus genes. Pero en condiciones adversas, los
grupos en los que predominaban los egoístas acabaron desapareciendo. La
colaboración fue esencial para sobrevivir. Los individuos colaboradores
adquirían buena reputación y recibían beneficios sociales.
Esto dio lugar a sociedades complejas, en las que también estaba la estrategia
del pícaro (individuos que intentan engañar para tener buena
reputación sin merecerla).
“Las emociones no son exclusivas de los humanos”. El
miedo, el dolor, el asco, la alegría, la sorpresa… se encuentran en multitud
de especies
de animales. Algunas emociones están más desarrolladas en los humanos: la
culpa, la vergüenza, el remordimiento, la humillación, la venganza, la
compasión, la gratitud, la admiración…
Perros o chimpancés, por ejemplo, expresan sus
emociones con los gestos, pero en los humanos es algo mucho más innato. Y
eso demuestra que la colaboración predominó por encima de estrategias
egoístas o pícaras. Las expresiones (involuntarias) sirven para intercambiar
información eficazmente en sociedades colaborativas, lo cual no hubiera
prosperado en sociedades egoístas. Por ejemplo: mostrar el sentimiento de culpa
o vergüenza facilita el perdón. Mostrar cuando uno necesita ayuda (pena) o
cuando puede ofrecerla (alegría) permite sociedades más eficaces. “Se
puede afirmar que la colaboración fue
el principal determinante de nuestra historia evolutiva; nuestra sonrisa da fe
de ello”.
Con interesantes reflexiones, el libro se sumerge en
la evolución de nuestra anatomía: los brazos pasaron a ser más
débiles, pero más hábiles, las piernas más largas y se adaptaron músculos y
huesos al modo de andar bípedo del Homo erectus. El calor de
la sabana propició la segregación de sudor para refrescar la piel. El pelo
dificultaba la refrigeración, por lo que se tendió a individuos con menos pelo,
salvo en la cabeza para protegerla del sol (en axilas y pubis pudo conservarse
para liberar mejor las feromonas). La piel tendió a oscurecerse por el pigmento
melanina (que absorbe la radiación ultravioleta). El volumen craneal siguió creciendo
y las caderas se fueron estrechando para incrementar la eficiencia al andar, lo
cual complicó los partos y favoreció a las mujeres con partos
anticipados. La maduración del cerebro debía completarse fuera del útero
materno.
La evolución hizo crecer la monogamia, lo cual
dirigía esfuerzos de ambos padres a sus hijos (aunque el padre nunca podía
estar seguro de ello). Esto se demuestra en el dimorfismo sexual: los machos
humanos son más corpulentos que las hembras, pero esa diferencia disminuye en
el Homo erectus. Además, entre los mamíferos es muy extraña la
ovulación oculta de las hembras humanas. O sea, la mayoría de los mamíferos
macho saben cuando las hembras están ovulando, cosa que no ocurre en el humano.
Esto podría haberse originado como una estrategia para favorecer la presencia
del macho en el entorno familiar, aportando recursos y protección en todo
momento (y no solo cuando la hembra estaba en celo).
Esta monogamia, aunque fuera parcial, trajo grandes cambios.
Por ejemplo, en especies monógamas la elección de pareja es importante, lo cual
dirige la evolución hacia individuos con las características de los más
atractivos, que suelen predecir un mayor éxito reproductor. Las
mujeres de todas las culturas prefieren hombres grandes, musculosos,
mayores que ellas, con experiencia y estatus social. Los hombres,
en cambio, prefieren mujeres jóvenes, pechos relativamente grandes y una
proporción cintura/cadera que se acerque a 0,7. Puede parecer curioso la
predilección de los hombres por mujeres con dificultad de movimientos (cuerpos
no atléticos). Esto lo explica por el principio del hándicap: esas
mujeres deben tener buena calidad genética porque en caso contrario habrían
muerto. Ese mismo principio podría haber funcionado en el caso de la
predilección por un pelo largo y bien cuidado, ya que esto parece
más un inconveniente que una ventaja. Otras características comunes a ambos
sexos para ser atractivos son la simetría (la cual facilita los movimientos y
explica nuestro gusto por el baile), la inteligencia, la reputación, y el
rechazo al pariente (para aumentar la diversidad genética), entre otras.
El Homo erectus no alcanzó un desarrollo
tecnológico destacable: los hallazgos de los primeros yacimientos africanos
son herramientas similares a las encontradas en las más recientes poblaciones
euroasiáticas. Sin embargo, la colaboración paterna y la monogamia hizo surgir
un sentimiento vital para el humano actual: el amor (que no
existía ni entre australopitecos ni entre los Homo habilis).
Ser inteligente tiene ventajas evidentes, pero al parecer
pudo haber una mutación genética en una niña, por la cual “se
sentía atraída por los hombres más inteligentes”. Esa mutación se dispersó
rápidamente entre sus descendientes. En Homo habilis y Homo
erectus las personas inteligentes eran preferidas porque solían tener
más estatus social, pero ahora la inteligencia en sí era el carácter
atractivo y de ahí surgieron distintas especies de humanos cada
vez más inteligentes (Homo heidelbergensis, H. antecessor, H.
neanderthalensis o, por fin, H.
sapiens). Este puede ser el motivo de que la inteligencia humana sea el
carácter más extraordinario del proceso evolutivo.
Ahora bien, ¿cómo se evalúa la inteligencia? Todo apunta a
que fue por el lenguaje. “Las personas que mejor utilizan y
expresan el lenguaje tienden a ser más inteligentes (…). Aquellos hombres con
más labia eran los que resultaban atractivos”. Esto, unido a
la necesidad de cooperación, potenció el desarrollo de un lenguaje cada vez más
complejo. Otros animales se comunican (danza
de las abejas, silbidos en delfines, gestos y sonidos en chimpancés…), pero
no con la riqueza del humano. De hecho, este lenguaje articulado ha
permitido el desarrollo cultural y tecnológico, que hubiese sido imposible sin
él.
Este rico lenguaje también permite fabricar mentiras y
potenciar comportamientos egoístas que podrían no ser detectados y,
por tanto, no ser penalizados. Si eso hubiera sido así, nuestros antepasados
habrían sido cada vez más egoístas. Eso no ocurrió, porque antes o
después el mentiroso es descubierto y eso tiene consecuencias en el
estatus y la reputación. Los mentirosos no son atractivos. No obstante, “las
mentiras piadosas disfrutan de cierta aceptación social y, normalmente, no son
castigadas”.
Hace menos de un millón de años, la humanidad la
formaban distintas especies que, eventualmente, se cruzaban
entre sí y, como siempre, todo evolucionaba de manera conjunta.
Aparentemente, una variante de la mutación anterior preferiría a los
inteligentes más por su volumen cerebral que por su habilidad con el lenguaje,
posiblemente porque la existencia de distintos idiomas y dialectos dificultaba
hacer la evaluación. El pelo impide ver bien el volumen cerebral, pero podría
haber servido mirar la frente para estimar la inteligencia, de forma que aquellos
individuos con la frente más vertical serían más atractivos, haciendo
desaparecer paulatinamente los genes de las frentes inclinadas.
“Después de aparecer el hombre erguido, ninguna especie
de humano se ha extinguido”. Las especies se fueron hibridando y
el proceso acabó generando una única especie, el hombre sabio (Homo sapiens).
“El criterio de elección de pareja en base a la altura de la frente determinaba
que los hombres sabios fuésemos más atractivos que los hombre de neandertal”,
por ejemplo. Sin embargo, el humano actual aún conserva en su ADN genes de
neandertal.
3. Evolución, cultura, consumismo y ecofeminismo
Evolución cultural y evolución biológica no son procesos
independientes y ambos influyen en la configuración de las sociedades. Cultura es
todo aquello que aprendemos unos de otros y perdura en el tiempo creando
tradiciones. Muchas especies animales tienen hechos culturales (chimpancés,
macacos, cetáceos…). La cultura humana y las enormes
densidades de población están generando graves impactos en los ecosistemas y
en sus ciclos biológicos que “ponen en peligro la preservación de
multitud de procesos
naturales de los que dependen las especies”, y que “pueden poner
en riesgo nuestra propia existencia”.
Nuestra especie se ha convertido en una especie
eminentemente cultural, una revolución que nos alejó de los procesos naturales.
Ese cambio comenzó hace unos 10.000 años. Entonces, conseguir recursos no
era una tarea complicada y los humanos pasaban mucho tiempo ociosos o
desocupados. Había, por supuesto, épocas de escasez. El surgimiento de la
agricultura y la ganadería fue la Revolución Neolítica (que
pese a otras opiniones, no trajo algo mejor según
Harari). Poco a poco se fueron abandonando la caza y
la recolección de frutos. Los alimentos eran tan abundantes que se produjo una
explosión demográfica y se desarrolló el comercio y el mercado.
La necesidad de gestionar esos recursos abundantes,
originaron la escritura y desarrollaron las matemáticas, con
todo lo que eso conlleva. También propició la división del trabajo y las profesiones (artesanos,
comerciantes, guerreros…) y luego la división social en clases. Pertenecer a
una u otra clase social dependía del tráfico de influencias, de nacer en cierta
familia… Es decir, personas de baja calidad genética podían alcanzar la
clase social alta. Por el físico ya no se sabía la clase (ni la capacidad
de conseguir recursos), por lo que se empezaron a usar vestimentas, pinturas,
adornos…
“Hace unos 10.000 años, los criterios de elección de pareja
—por parte de las mujeres— cambiaron”. Pasó de ser importante cómo uno era a lo
que uno tenía. La evolución cultural comenzó a determinar los cambios ocurridos
en nuestra especie. Se llegaron a fenómenos extremadamente raros en la
naturaleza, como gastar recursos en acciones que no estaban relacionados
directa o indirectamente con la reproducción (fiestas, por ejemplo). Poseer
muchos recursos no implicaba mayor éxito reproductivo. Durante los últimos
6.000 años la presión de selección hacia la obtención de recursos perdió
intensidad. Más de un millón de años se ha invertido en criar hijos y solo
6.000 años se ha estado gastando en otras cosas.
Ir de compras puede parecer una actividad alejada de nuestra
naturaleza, pero en realidad “las motivaciones que nos empujan a consumir son
de índole biológica”. Sabemos que el consumo desmedido genera problemas
ambientales importantes (contaminación, agotamiento de recursos,
pérdida de ecosistemas, crisis climática…). Sin embargo, seguimos
consumiendo incluso en cosas triviales y aparentemente innecesarias.
Sabemos la gravedad de los problemas ambientales y cuáles son las soluciones
(véase el
mejor documental al respecto). Sin embargo, “cuesta mucho asumir los
cambios necesarios (…). Es difícil pensar que el marketing sea capaz de
manipular nuestra mente hasta el punto de motivar un comportamiento
innecesario, artificial y trivial a costa de poner en peligro nuestra
supervivencia como especie”. Puede que el marketing nos conozca mejor que
nosotros mismos y, por eso, las marcas intentan que las asociemos a las
emociones.
Todo comportamiento tiene un porqué evolutivo, cuya
base tiene dos factores:
- Factores
últimos: El animal hace algo porque obtiene una ventaja para su
éxito reproductivo. Ejemplo: hay aves que cantan para atraer a las
hembras.
- Factores
próximos: El comportamiento es permitido o inducido por procesos
fisiológicos, neurológicos o anatómicos. Ejemplo: las aves cantan porque
hay cambios hormonales que les inducen a ello.
“Lo que realmente predispone a realizar un comportamiento
son los factores próximos, las causas inmediatas”, mientras los factores
últimos solo son el contexto que ha asociado ese comportamiento con el éxito
reproductivo. Para entender el consumismo debemos utilizar
estos dos tipos de factores.
Con respecto a los factores últimos, consumimos
para mostrar estatus y para expresar algunas de nuestras
características (inteligencia, personalidad, capacidad de adaptación,
pertenencia a una subcultura…). Esto nos aporta algunas ventajas para elegir
pareja y formar coaliciones. El estatus social se muestra mediante el
consumo. Muchos productos se venden más caros de lo que podría
esperarse porque así los compradores suben su estatus. Exhibir joyas, por
ejemplo, ayuda a crear un círculo de amistades o asociaciones profesionales de
alto nivel. Pero también, productos a precios asequibles se consumen
masivamente para que los demás puedan ver que no se está en un estatus bajo.
Nuestra sociedad asocia el consumo de tecnología o hacer viajes
caros a elevados niveles de inteligencia (teléfonos
inteligentes, coches inteligentes…).
Por otra parte, la selección natural ha ido favoreciendo a
aquellos individuos con mayores niveles de flexibilidad. Esto
podría estar detrás de la ventaja que aportaría seguir las modas,
pues con ello se mostraría a nuestras posibles parejas que tenemos capacidad de
cambio. Que sean los adolescentes y jóvenes los más obsesionados con las modas
es un argumento a favor de que esto está motivado por la evolución.
En los países pobres, la evolución podría estar
siguiendo un curso más natural, pero en los países desarrollados,
la tecnología y los avances científicos favorecen la supervivencia a gran parte
de la población, independientemente de su genética. Por supuesto, las personas
con mayor estatus social, mayor inteligencia y mayor nivel cultural pueden
tener una mayor esperanza de vida. Se ha demostrado que los hombres de
mayor estatus tienen más hijos que los de menor estatus. En mujeres no
ocurre así (tal vez por la menopausia, porque los hombres las prefieren
jóvenes…). Las mujeres prefieren a los hombres de mayor estatus y el consumo y
la exhibición de ciertos productos indican ese estatus. Aunque hay “minorías
marginales” que pueden tener muchos hijos, lo cierto es que, en general, las
mujeres ven más atractivos a los hombres con estatus alto, y así
—indirectamente— están favoreciendo la competencia.
Las personas que suelen llegar a puestos de mayor
responsabilidad y mejor remuneración son personas inteligentes,
competitivas, ambiciosas, egoístas, y con habilidades para la manipulación y la
mentira. Si además son varones, tenderán a producir un mayor número de hijos.
Esos caracteres se transmitirán a las siguientes generaciones con mayor
probabilidad que los caracteres que fomentan la colaboración. Todo cambiará
ante el escenario
de colapso al que nos acercamos.
Así pues, el consumo de productos triviales (consumismo)
“probablemente esté motivado por procesos relacionados con la elección de
pareja o la formación de coaliciones”. Intentar afrontar la crisis ambiental
implica enfrentarnos a nuestras motivaciones biológicas, que son difíciles de
cambiar. Si todo esto es cierto, la inercia consumista no hará más que
aumentar, se fomentará más aún la competencia y los grandes problemas
ambientales crecerán más aún. El autor plantea una duda: ¿aceptarías perder tu
empleo por salvar la mitad del Amazonas?
Aunque Javier Pérez apunta a la revolución tecnológica para
ofrecer soluciones, reconoce que “está tardando”. La tecnología puede
que aporte soluciones algún día, pero por ahora, es solo la
principal causa de los graves problemas ambientales. No obstante,
apunta a otra esperanza: un cambio social que ya se está produciendo, aunque
sea lentamente.
“Desde la Revolución Neolítica, hasta hace relativamente
poco tiempo, no se han producido cambios relevantes en el comportamiento de
nuestra especie. (…) En los últimos dos siglos se han ido acumulando una serie
de cambios sociales que han acabado posibilitando el desempeño de profesiones
por parte de la mujer.” El concepto de madre trabajadora puede
ser revolucionario y necesario. Aunque sigue habiendo machismo y desigualdad de
género, también hay políticas de igualdad para que hombres y
mujeres tengan las mismas posibilidades de acceder al trabajo que deseen. “Las
mujeres seguirán manteniendo un mayor coste reproductivo, pero tendrán las
mismas posibilidades que los hombres de conseguir recursos para la
descendencia”.
Esto puede traer cambios importantes porque pueden dejar de ser
atractivos los caracteres que aún se asocian a la masculinidad. Las
mujeres podrían elegir hombres menos masculinos, con predisposición a colaborar con
los hijos, aunque aporten menos recursos y tengan menos estatus social.
Rompiendo la relación entre estatus social y éxito reproductivo en los hombres,
podría reducir la competitividad y facilitaría afrontar los
retos ecológicos.
Si conseguimos una plena igualdad de género en el mercado
laboral, las mujeres podrían tener hijos sin importar la situación de
su pareja, por lo que elegirán a otro tipo de pareja. Hoy día eso no
ocurre, como lo demuestran las tasas de paro femenino, los bajos salarios de
las mujeres trabajadoras, la escasez de mujeres en puestos de responsabilidad
(techo de cristal), o la violencia de género.
“Una mujer que decide tener hijos tiende a disminuir de
manera significativa su capacidad de competir en el mercado laboral —al menos,
durante un tiempo—.” La competencia (no la colaboración) domina en la
sociedad consumista de mercado
libre. Una empresa que quiera maximizar beneficios tiende a
contratar más hombres que mujeres, salvo que se obligue a la baja por
paternidad, de igual duración que la baja por maternidad, como ya ocurre en
algunos países. Aun así, hay otras consideraciones a tener en cuenta.
Las mujeres de mayor estatus tienden a tener menos hijos,
justo lo contrario que los hombres de mayor estatus. Una causa es que el
periodo fértil de la mujer coincide con la intensa actividad académica,
formativa y profesional, necesaria en muchos casos para alcanzar alto estatus.
Los hombres en cambio son fértiles superados los 40 años y siguen siendo atractivos
para las mujeres. “Las mujeres que invierten en éxito profesional, lo hacen a
costa de su éxito reproductivo”, por lo que no transmiten mucho los genes de
competencia. Podría ocurrir que esos genes se activaran en el hombre y se
inhibieran en la mujer.
Como se ha dicho, en nuestros antepasados lejanos
aparecieron presiones selectivas que favorecieron genes implicados en
la colaboración. En cambio, la sociedad actual propicia la
competencia en los hombres (y en las mujeres, aunque ellas tienen
menos descendencia). Por otra parte, el
ecofeminismo está ganando terreno y podría ser el
“cambio social que necesitamos para preparar a nuestra especie para los retos
ecológicos que se nos plantean”.
“En situaciones extremas, nuestra especie ha recurrido a
la colaboración para poder sobrevivir. Nos enfrentamos a
situaciones extremas, pero las personas que deciden nuestro futuro están muy motivadas
a la competencia”. Aumentar la representación de la mujer en las élites
profesionales equivaldría a reducir las motivaciones competitivas,
siempre que haya conciliación con la vida familiar y permita promocionar
a las madres. El autor destaca la disminución de la tasa de natalidad como
un problema, cuando tal vez sea algo básico para alcanzar la sostenibilidad.
Las tasas de paro juvenil y la inmigración demuestran que no se
necesita fomentar
la natalidad. Por otra parte, para aumentar la conciliación de la vida
laboral y familiar será fundamental reducir
la jornada laboral.
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