LA NATURALEZA ARTIFICIAL
Vivimos en un planeta humanizado en el que una sola
especie, Homo sapiens, se ha erigido dominante gracias a diferentes
rasgos biológicos, ecológicos y conductuales adquiridos evolutivamente.
El extraordinario desarrollo cognitivo de esta especie le ha
posibilitado la construcción de un relato, a partir de la ciencia, sobre la
realidad física, su origen y las leyes que la rigen. Pero en este relato parece
haber olvidado su propia inclusión, quedando normalmente al margen de la misma.
Como si estuviese dotado de esencia divina y fuera por tanto ajeno a la
realidad a la que, por otro lado, tan bien se aproxima.
Esto le ha llevado a conceptualizar el ambiente en dos categorías: natural, o ajeno a la humanidad, y artificial, fruto directo de esa misma humanidad. Este enfoque genera una percepción dual, equívoca, de la naturaleza, que de facto se estructura a lo largo de un gradiente de presión humana. De manera muy simplificada, iría de situaciones más o menos libres de nuestra presencia a otras completamente antropizadas.
Una segunda percepción derivada de este enfoque, en buena
medida también errónea, es que la biodiversidad tiende a estar desplazada hacia
la naturaleza o sea, al polo menos antropizado del gradiente. Sin embargo,
ambientes fuertemente humanizados también pueden poseer valores de
biodiversidad muy relevantes y, consecuentemente, también un alto valor de
conservación.
¿Natural o artificial?
La dualidad humano-naturaleza, lo que solemos llamar natural
frente a lo considerado artificial, representa una dialéctica falsa al
presuponer la existencia de dos realidades diferenciadas que aparentemente
deben responder a principios diferentes: el de la razón y el de la biología. Y
esto, a día de hoy y desde una perspectiva evolutiva, no se sostiene.
En este planeta solo existe una realidad, una naturaleza. La
vida se ha desarrollado a lo largo de miles de millones de años igual para
todos los seres que poblamos este mundo. Todos poseemos la misma composición
química y todos nos regimos por los mismos principios: físicos, biológicos,
ecológicos y evolutivos.
La estructura de las neuronas es invariable para todos los
animales. Y la
transmisión del impulso nervioso se lleva a cabo igual siempre, desde el
más simple de los nematodos, hasta el primate aparentemente más sofisticado.
Las diferencias a lo largo de la escala zoológica son
fundamentalmente de grado. Así lo creía Darwin. Por tanto, no procede
establecer divisiones entre humanidad y naturaleza como si de dos realidades
distintas se tratase, como si lo uno respondiera a unos principios y lo otro a
otros. Es, pues, una división completamente artificial, lo único artificial en
esta historia.
La biología que nos mueve
De este concepto dual humanidad-naturaleza se derivan reglas
y presupuestos erróneos. Por ejemplo, sobre la interpretación
del fenómeno de la extinción masiva que estamos causando y,
especialmente, sobre los mecanismos necesarios para contrarrestarla.
Pretendemos salvaguardar la biodiversidad del impacto humano
aplicando fórmulas, modelos de gestión, basados
en principios que nos otorgan una naturaleza más divina que biológica.
Sería como afrontar la pandemia de coronavirus con ritos chamánicos o de otro
tipo.
Hemos de mirarnos como lo que somos: un bello primate sin
pelo apenas a quien descubrir la vacuna para salvar al mundo de extraños virus
servirá, además, para subir peldaños en el escalafón social que da acceso a más
recursos, más supervivencia y más éxito reproductor, que es finalmente el
parámetro esencial seleccionado por la evolución.
El planeta está completamente intervenido por los humanos.
Somos la especie dominante que controla los flujos
de materia, energía e información, en el más amplio sentido del término.
Esta es una mera conducta biológica que a la postre tiene que ver con nuestra
supervivencia y con nuestro éxito reproductor. Una conducta que fluye a través
de un sofisticado sistema nervioso, de enorme complejidad, que nos ha permitido
llegar a este punto de dominio y control, quizás aberrante, porque su
consecuencia final puede ser nuestra propia aniquilación.
Gradientes de presión antrópica
Antes que de natural o artificial, se debería hablar de
gradientes de presión humana, de niveles de impacto antrópico. Los espacios que
normalmente carecen de interés para la obtención de recursos útiles, no son
cultivables o no contienen minerales rentables, sufren menos presión humana y
en ellos bulle la “naturaleza”. La ausencia de actividad humana deja margen
para que se desarrolle el resto de la biodiversidad, con especies en muchos
casos raras, incluso poco tolerantes o refractarias a nuestra presencia.
En los medios antropizados la actividad humana es constante
e intensa, como en las urbes, o en las explotaciones agrarias. Ahí imponemos
las condiciones ambientales e indirectamente la composición de su
biodiversidad, formada aparentemente por especies capaces de explotar los
resquicios de vida que les dejamos, de más amplia valencia ecológica y de
comportamiento, en general, más flexible.
La naturaleza será, por tanto, donde menos estemos y lo
menos natural, lo contrario. En el medio hay un gradiente continuo de
situaciones a las que podemos asignar una u otra etiqueta, según nuestra
percepción subjetiva.
Biodiversidad en espacios humanizados
La biodiversidad de ambientes humanizados es poco
considerada, hasta obviada. Por dos razones: primero, porque lo habitual llama
poco la atención y, segundo, porque inmersos en nuestra vida cotidiana no nos
detenemos demasiado a mirar a nuestro alrededor. Somos limitadamente curiosos.
Al final, la biodiversidad que convive con nosotros pasa
desapercibida, es bastante desconocida y termina siendo poco o nada valorada.
Y, sin embargo, su importancia es crucial. No solo en términos evolutivos o
ecológicos ¡sino cuantitativos! ¿Nos hemos preguntado alguna vez cuántas
especies de aves conviven con nosotros? ¿Cuánta biodiversidad de vertebrados,
por ejemplo, nos circunda? ¿Cuál es el valor de conservación de las especies
que nos rodean? Muchos naturalistas quedarían asombrados.
No solo podemos encontrar en entornos muy transformados una
biodiversidad muy rica, sino que su valor de conservación puede ser
excepcional. Por ejemplo, si tenemos en cuenta el estatus legal de conservación
de la avifauna registrada en la Campiña de Carmona, resultado de combinar su
nivel en Europa, España y Andalucía, se tienen registros de especies de valor
muy extraordinario, como la cerceta pardilla, el alimoche, la focha moruna o el
fumarel común. Aunque, en estos casos, su presencia sea más bien anecdótica.
Para evaluar objetivamente el valor de conservación de estas
aves, se ha tenido en cuenta no solo el estatus legal, sino su inclusión
en Libros
Rojos, corregido por su respectiva frecuencia de aparición y su condición
reproductora. Con estas premisas, el área de estudio es especialmente
importante por sus poblaciones de calandria, cernícalo primilla, terrera común,
aguilucho lagunero, milano real, buitrón, bisbita pratense, canastera y águila
culebrera.
Aparte, es un área de importancia para la dispersión e
invernada, incluso para la reproducción de especies emblemáticas, algunas muy
amenazadas, como el águila imperial ibérica, el águila perdicera, la avutarda,
el sisón y la grulla. Todas viven en un medio cultivado intensivamente,
industrialmente, recorrido a diario por miles de vehículos, atravesado por
múltiples líneas de alta tensión, moteado de pueblos y pequeñas ciudades en las
que la caza es una actividad generalizada y cotidiana. Esta biodiversidad tan
valiosa y cercana, de la más llamativa a la más discreta, no está exenta de
amenazas y dificultades. Todo lo contrario.
La humanización del planeta y el futuro de la
biodiversidad
En un futuro cada vez más antropizado, de lo que nos da
buena cuenta el presente desbocado en el que nos hallamos, la importancia de la
biodiversidad que coexiste con los humanos (no la que pretendemos guardar de
nosotros en espacios protegidos) aumenta.
La solución no pasa exclusivamente por crear santuarios
cerrados en los que a modo de grandes zoos o parques temáticos blindados
aislemos ciertos paisajes y a los seres que contienen de la perniciosa
influencia humana. Pensemos en el caso de alguno de los espacios protegidos más
emblemáticos y con leyes de conservación más estrictos, como Doñana.
La solución debería pasar por adoptar modos de vida que
contemplen que no somos los únicos en este arca de dimensiones finitas. Esto
parece un ingenuo mantra, pero no queda otra. Hace 150 años se abolió la
esclavitud. A pesar de ser una conducta muy arraigada en el espacio y en el
tiempo, con profundas raíces “culturales”, su desaparición por execrable era
imprescindible. Quién lo duda hoy. En el mismo sentido habrá que caminar para
facilitar la coexistencia plena de todos los seres que hemos evolucionado
juntos. Aunque parezca falaz. Ya no caben distingos y superioridades entre
humanos.
Igual habrá de acontecer con las mentalidades depredadoras
de recursos, esclavizadoras de la biodiversidad, que solo perciben el entorno
como una fuente de beneficios económicos, sin mirar las consecuencias que ello
tendrá para otros seres. Será inaceptable una agricultura “esclavista”, por
ejemplo, en el sentido que monopolice la producción del sistema, sin dejar
opciones a otras especies que deben coexistir con las cultivadas.
Nadie puede erigirse en dueño del destino de la
biodiversidad, que es patrimonio de todos, del planeta. Más cuando la necesidad
alimentaria humana está resuelta. Y para esto solo se requieren políticas
adecuadas. Nada más. Igual habrá de ocurrir con todos los grandes sectores
productivos: el energético, el minero o el fabril.
La verdadera humanidad, la que se aparta del falso cliché de
especie homicida, es hipersocial y necesariamente empática. Tenemos capacidad más que
de sobra para exterminar varias veces al conjunto de la biodiversidad. Y no
lo hicimos, ni lo hacemos, aunque parezca que no vayamos por mal camino.
Reservar recursos, especies, podría parecer una conducta absurda. Mas igual
esta biofilia es
un rasgo adaptativo que nos predispone a guardar para mañana, también las
especies, porque nunca se sabe que nos deparará el futuro.
José Prenda - Catedrático de Zoología, Universidad de Huelva
https://theconversation.com/la-naturaleza-artificial-161559
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