PERSEGUIR EL PLACER NOS HACE ADICTOS AL SUFRIMIENTO
Circuitos efímeros, de corto plazo, egoístas, basados en la dopamina versus circuitos que miran a largo plazo, que comparten su felicidad y están basados en la serotonina
Una de las enseñanzas básicas del budismo es que lo que
llamamos comúnmente placer es la causa del sufrimiento. El mismo acto de
perseguir la felicidad, entendida como placer, es la principal causa de nuestro
sufrimiento. La razón: nos apegamos a cosas externas, impermanentes, que no podemos
controlar, y no somos capaces de regular nuestras emociones
El neuroendrocrinólogo Robert Lustig entiende también que perseguir el placer es el error que evita el auténtico bienestar, pero él lo explica desde la perspectiva de la química del cerebro. A grandes rasgos, la búsqueda del placer es un circuito basado en la dopamina, la cual inhibe la producción de la serotonina, que se vincula con la felicidad. Lustig señala que es demostrable "que confundir placer con bienestar, o llamémosle aquí felicidad, nos hace desgraciados".
Lustig liga la serotonina con el bienestar y con cosas más
sustentables, con una especie de eudaimonía: "El placer es egoísta; la felicidad
sólo es compartida o no es; el placer es efímero; la felicidad, en cambio, se
proyecta hacia el futuro sin límites".
Si vivimos en una constante búsqueda del placer vamos
entrenando a nuestro cerebro a necesitar más estímulos para actuar y a no
tolerar estados en los que no somos servidos con banquetes sensoriales de cosas
que nos gustan o simplemente estados en los que nos enfrentamos con algo
difícil. Generalmente este tipo de cosas son las que nos permiten
construir no sólo cosas duraderas en el mundo sino estados estables en la
mente. La felicidad es algo que requiere actitudes, una disposición,
un camino... Y cuanta más felicidad consigues, más fácil es obtener más. Por lo tanto, no existe la adicción a la
felicidad, pero sí al placer".
Lustig observa que existe una diferencia importante entre la dopamina y la serotonina. La dopamina excita a las neuronas, mientras que la serotonina las relaja. La dopamina nos pide constante gratificación y eso suele tener la consecuencia de volvernos adictos si no sabemos regular nuestras conductas mentales.
La serotonina, en cambio, crece al
compartir nuestro bienestar con otros y sus circuitos son radicalmente
distintos a la gratificación inmediata. Y, por otro lado, se ha demostrado
que se genera cuando experimentamos sentimientos de gratitud.
Mucho de lo que vivimos actualmente en una sociedad basada
en la tecnología y en la economía de crecimiento infinito fomenta la
gratificación inmediata, al tiempo que hipoteca o relega los circuitos de
bienestar sostenible, Lustig explica por qué sucede esto:
Porque el placer es inmediato y más fácil de lograr que
el bienestar, pero también porque hay interés en que los confundamos y muchas
industrias ganan billones con nuestra confusión. En Wall Street, las Vegas y
Silicon Valley y sus sucursales en el planeta se generan billones.
Hay que notar que la dicotomía que plantea Lustig entre
la dopamina y la serotonina tiene un fin de popularización de un concepto
importante. En realidad no se trata de una contra la otra, aunque la dopamina
pueda inhibir la serotonina. La dopamina es necesaria para una vida saludable
en la que hay deseo y se establecen hábitos positivos, pero lo esencial es no
adherir el deseo sólo a la búsqueda de recompensa inmediata por los actos,
desarrollar tolerancia a estados de estrés en los que no hay cascadas de
dopamina pero que construyen hacia el futuro. Orientar la mente no hacia placeres
inmediatos y efímeros sino a encontrar placer en el significado, en
fuentes internas y de esta manera ligar nuestro sistema de dopamina a la
auténtica felicidad.
En otras palabras, preferir la satisfacción de cosas como
escribir un libro, aprender un idioma, construir algo con nuestras manos…
a la descarga más o menos constante que ocurre cuando recibimos likes o
cuando comemos helado o vemos una serie de TV.
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