DEL ESTADO DEL BIENESTAR AL ESTADO DE MALESTAR
Con
la independencia de EE.UU y la Revolución francesa surge el Estado
liberal.
A partir de 1833 nos referimos a él como Estado
de Derecho en
virtud de la expresión acuñada por el jurista alemán Robert
Von Mohl.
El Estado tenía una presencia mínima y limitada en la sociedad
civil, y las libertades
individuales y
la igualdad
ante la ley eran
los valores
incuestionables que
se debían proteger.
A
finales del siglo XIX, en la Alemania de Bismarck,
el Estado interviene en la sociedad aplicando criterios de justicia
social. No obstante, esta intervención se intensifica en
la República
de Weimar durante
la década de los veinte del pasado siglo. Fue en ese período
cuando Hermann
Heller,
otro eminente jurista germano, utiliza por primera vez la expresión
Estado social de Derecho.
Tras
la Segunda
Guerra Mundial la
intervención del Estado en asuntos sociales aumenta
significativamente en Europa occidental. El Estado social de Derecho
pasa a denominarse entonces Estado
del Bienestar.
Los parias
de la tierra,
antaño famélica
legión,
se convirtieron en próspera
clase media con
escasas veleidades revolucionarias. Los principios básicos del
originario Estado liberal, aunque continuamente cuestionados por
influyentes minorías estatistas, eran más o menos respetados por
todos. Hoy la situación es distinta.
La
última crisis ha logrado empobrecer a gran parte de la clase media.
No obstante, los oficialmente necesitados de ayudas han dejado de ser
los económicamente más débiles. Nuevos
colectivos,
designados previamente como inocentes
víctimas por
sus progresistas mentores, son ahora los que deben ser protegidos
independientemente de su nivel de ingresos.
La
administración no es capaz de subvencionar un empaste dental a un
trabajador desempleado, pero es sumamente generosa con
organizaciones neofeministas y elegetebistas que hacen
del activismo y de las ayudas públicas su modus vivendi. La
clase política es cada vez más corrupta y está desacreditada; pero
el Estado, conducido por esa misma clase política corrupta y
desacreditada, es paradójicamente el nuevo
dios objeto de nuestras plegarias.
La
reflexión racional es sustituida por la empatía; por
lo que el
legislador no necesita ya un juicio ponderado, solo un buen
corazón:
en nombre de los buenos
sentimiento se
cuestiona la presunción de inocencia, se impone la discriminación
positiva y se consagra la desigualdad ante la ley. Cualquier deseo
es susceptible
de convertirse en derecho,
basta con que sea insistentemente reclamado en los medios de
comunicación y en la plaza del pueblo.
Se genera conflicto, desconfianza, resentimiento
En
la sociedad todo se politiza y, en consecuencia, se genera
continuamente conflicto,
desconfianza y resentimiento:
ceder el paso a una mujer o regalar una muñeca a una niña levanta
sospechas; discutir con la novia, roza la ilegalidad. Si tales
sucesos ocurren en el espacio público te convierten en objeto de
inquisitivas miradas que pueden acabar en delación.
Quizá usted no se había dado cuenta todavía, pero el viejo Estado
del Bienestar es ya de facto un Estado
del Malestar.
¿Hemos
tocado fondo? Los antiguos griegos decían que hace falta llegar a lo
pésimo para que comience lo óptimo, pero la lógica del picador nos
dice otra cosa bien distinta: tocar
fondo nunca está garantizado y
siempre se puede cavar un poco más.
Reconocer
que un frondoso paisaje natural es un bien digno de ser protegido no
debería implicar que las
plantas tengan derechos.
Pero por ese camino vamos. A este respecto Dave
Foreman, cofundador
de Earth
First!, llegó
a decir: «La
Tierra tiene cáncer, y ese cáncer es el hombre». Mutatis
mutandis con
los movimientos animalistas en boga. Pasaremos de asumir que no
debemos maltratar a los animales, a considerar asesino al conductor
que atropella una ardilla que cruza inesperadamente la calzada.
Entretanto,
los lobbies ecologistas
y animalistas también
habrán de ser alimentados por el Erario Público. De modo que es muy
probable que el Estado siga engordando a costa de nuestra hacienda y
de nuestras libertades. Y no es en absoluto descartable que el Estado
mismo, en un acto de suprema
justicia, bondad y empatía,
llegue a decretar la aniquilación
de la Humanidad por el bien del Universo.
Bertrand
de Jouvenel
advertía en Sobre
el poder,
una de sus obras más representativas, que el Estado en Occidente
tiene una peligrosa tendencia a cristalizar en un Estado
Minotauro:
poderosa máquina de legislar que, como el Minotauro mítico, exige
continuamente sacrificios humanos.
Si
no logramos salir del laberinto es inevitable que se cumplan los
peores pronósticos: en nombre del bien,
la igualdad,
los nuevos
derechos y
la opinión de moda un nuevo totalitarismo
con rostro
amable conseguirá
finalmente convertirnos en esclavos
voluntarios. Pero
todo esto será probablemente mañana. Afortunadamente lo
pésimo no
ha llegado todavía. Ergo,
disfrutemos mientras podamos del Estado del … Malestar.
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