DURANTE Y TRAS EL COLAPSO:
La Revolución Solidaria
(2ª parte)
La Revolución económica y política
Para llevar a cabo la
revolución tecnológica del reciclado necesitamos coordinación social además de
dedicar casi toda la energía exosomática y endosomática a este esfuerzo
mediante un flujo relativamente lento y sobre todo autocontrolado de la misma.
La economía circular y
del bien común, la permacultura y otras visiones que se están proponiendo no
son más que los primeros pasos que podrán ser útiles durante y tras el colapso.
Durante el colapso los distintos ensayos podrán darse con
cierta visión global (mientras cae internet, por ejemplo, podremos saber coordinarnos
con otros ensayos locales alejados de nosotros). El conocimiento global será
una mina,
como las urbes, solo que en este caso no de materiales pero sí de información.
Aunque como toda mina, será finita. Deberíamos aprovecharla bien, luego los
flujos de información seguirán existiendo pero serán a un ritmo mucho menor. Lo
que una vez más, será un ventaja después, porque nos permitirá crear una diversidad
de ensayos.
De nuevo: un flujo de interacción muy
rápido –sea de energía o de información– suele provocar problemas;
históricamente el ejemplo clásico es el choque de civilizaciones, en especial con la
nuestra, pues allí con quien hemos interaccionado hemos siempre
desestructurado. La palabra clave es el ritmo; entre el silencio y el ruido
está la música (lo que no es sólo una analogía poética).
Así que será una bendición que no haya
suficiente energía durante el colapso pues así los intercambios con la sociedad
de al lado no
serán demasiado rápidos y, sobre todo, dominadores (sí lo serán al principio,
mientras aún se usen fósiles de alta densidad); bastante tendrán con
preocuparse las sociedades por permanecer.
Además, como el reciclado exige un flujo
coordinado de información y energía además del de la propia materia, hablamos
de un metabolismo que
tendrá que hacerse complejo poco a poco para evitar los ciclos de
realimentación positivos explosivos:
Existen dos modelos políticos para hacer
esta revolución económica. El jerárquico, que superficialmente se parecería al
cuerpo humano con un cerebro director, o el de un árbol, con diversidad de
funciones pero sin sistema nervioso central.
Sin duda es más eficiente el segundo tipo
(a las pruebas históricas me remito), pero además, la enorme complejidad del
cuerpo humano no es debida a una jerarquía. En realidad el cerebro no dirige,
se coordina con el resto de órganos de nuestro cuerpo, recibe órdenes de las hormonas
que proceden de nuestros riñones, por ejemplo, a la vez que manda órdenes para que tal músculo
se apriete.
Solo en los sistemas humanos de baja complejidad relativa existe un sistema
jerárquico de dominación. Sólo la extrapolación de nuestro sistema de
organización interpreta como relaciones jerárquicas, de dominación, lo que
vemos en los seres vivos: pirámide trófica, rey de la selva, abeja
reina… (es el capitalismo liberal ateo encarnado en el neodarwinismo
del gen egoísta en vez de en la visión del anarquista Kropotkin).
El metabolismo de una
ciudad humana en realidad funciona casi solo, sin necesidad de una dirección –a
pesar de los alcaldes– al menos en sus relaciones más importantes y numerosas.
La jerarquía
dominadora no solo genera desigualdad injusta, es una aberración anti-entrópica
insostenible a largo plazo (nunca, ningún imperio, se ha sostenido durante
milenios, y sin embargo, cientos de sociedades humanas poco o nada
jerarquizadas han persistido durante miles de años).
La desigualdad, como
sabemos, es un factor de insostenibilidad. Luego, por ser antientrópica (la
entropía es reparto de energía), la desigualdad es insostenible y de baja
probabilidad. Solo la circunstancia del crecimiento hiperexponencial en la
energía ha desordenado durante un corto tiempo el sistema humano. Las
civilizaciones colapsan cuando crece demasiado rápido –incontroladamente– la
energía a la que acceden (aunque pueden hacerlo por más razones). Es como una
gran fluctuación en el esquema de Prigogine de los sistemas complejos alejados
del equilibrio térmico (todos los de interés, de hecho).
Así que durante el
colapso la economía recicladora deberá basarse en organizaciones políticas
obsesionadas además por la eliminación del poder (económico, político,
tecnológico) sobre el otro, sobre la otra, sobre la naturaleza.
No sólo cooperaremos con el otro, con la
mujer y con Gaia, sino que, si surgen tendencias directoras, estas procederán del
otro, de la mujer y de Gaia. La inteligencia individual-racional pasará a
segundo plano (o, mejor, se coordinará) con la relacional-emocional-espiritual.
Esto hará fácil (pero solo entonces) la revolución económico-política.
Las mujeres tomarán un
papel protagonista no porque estén más capacitadas genéticamente que los
hombres, sino por el hecho de que si nuestra civilización no colapsó
definitivamente ya en la época griega fue precisamente debido a que se había
relegado en exclusiva a la mujer al mantenimiento de esa esfera
relacional-emocional, imprescindible para un cierto equilibrio psicológico y
social. Paradójicamente, el dominio sobre la mujer y su papel de
autosacrificio, mantuvo los sistemas a duras penas. Que sólo se les permitiera
la esfera relacional-emocional-espiritual se convertirá en la fuente de la que
beberán las sociedades futuras.
La familia como núcleo fundamental de las
sociedades es un invento de las sociedades dominadoras, invento que sirvió al propósito de
sostener psicológica y socialmente la cultura en cuestión a cambio de relegar
definitivamente a la mujer (eso es el patriarcado) a un segundo plano. La
ruptura que las Thatcher, Merkel y Aguirre de turno representan va en la
dirección contraria a la que se dirigirá la revolución económica y política
(son ejemplos de mujeres de éxito y de poder precisamente por acrecentar –más aun si cabe que los
hombres, precisamente por ser mujeres– su inteligencia individual-racional
sobre las demás inteligencias de las que estas mujeres en concreto claramente
carecen).
Las sociedades
igualitarias basan sus relaciones en la comunidad entera –por eso no suelen
superar los pocos cientos de personas–, no en la familia.
Como nos recuerda Kropotkin, desde que el
Homo es sapiens ha
vivido en comunidades que iban más allá de la familia; las relaciones de
reciprocidad, ayuda mutua, cooperación y coordinación de esos grupos no estaban
unidas exclusivamente a lazos familiares –genéticos–: el cargo de hechicera no
se heredaba. Esto se tiende a olvidar cuando la vara de medida interpretativa
es la genética-darwinista-competitiva –que nos impide comprender mejor nuestro
pasado–. Nuestra inteligencia individual-racional se rebela –con razón, si las
relaciones son de dominación– a que el individuo se sacrifique por la
comunidad.
Pero una sociedad que evolucione hacia
una economía cooperativa-coordinada tendrá individuos que se sacrificarán por
la comunidad sin necesidad de una manipulación emocional-espiritual (pensemos
en el caso de la guerra, otro producto de sociedades jerarquizadas/dominadoras
en la que la manipulación es tan alta que construimos kamikazes al tiempo que se arrasa Japón
con bombas incendiarias o llenamos campos de exterminio con otros seres humanos
a los que negamos tal cualidad).
Las castas en las hormigas son
radicalmente diferentes a las castas en la India: una hormiga aislada se
estresa tanto que muere antes que varias hormigas juntas privadas de oxígeno.
Solo le pareceremos robots idiotas a una sociedad individualista-dominadora de economía
depredadora, pero estas se irán extinguiendo solas.
El futuro de la Humanidad pasa por una
revolución económica y política que nos convierta en eso: Humanidad.
Claro que para ello
necesitamos obviamente un cambio radical en nuestros mitos, emociones y
paradigmas de pensamiento. Un cambio ético y de valores radical. Una revolución
espiritual.
La
revolución espiritual durante y tras el colapso
Quizás el argumento
más contundente que demuestra la inevitabilidad del colapso de nuestra
civilización es que para poder evitarlo se requeriría un cambio profundo y
radical de nuestros mitos, valores y paradigmas culturales, políticos y espirituales.
La historia de la
Humanidad nos dice que un cambio tecnológico importante requiere décadas, como
sabemos que requeriría pasar (ordenadamente) de un consumo de energías fósiles
del 90% a un 10%. Pero sabemos que los cambios profundos –revoluciones– en la
esfera económica y política requieren más tiempo, incluso algunos siglos (el
paso de la aristocracia a la burguesía o la Revolución Industrial). Y los
cambios profundos en nuestros mitos requieren incluso milenios de experiencia
directa vital.
El paso de las primeras sociedades
agrarias de la Era Axial[1] (con
el cambio de mitos que, por ejemplo, nos describe la mitología griega) requirió
milenios para poder vencer muchas resistencias durante ese cambio: Buda, Cristo
y Lao Tsé fueron algunos de los personajes que se resistieron a esos cambios al
tiempo que provocaron otros.
El mito del progreso
que empieza en la Era Axial en China, India y, especialmente, en Grecia, tiene
su apogeo justamente ahora, más de dos milenios después. Cambiarlo no nos va a
llevar tanto tiempo, pero es obvio que no se hace en 20 años.
Fue en lo más duro de las civilizaciones
agrarias –al comienzo de la Era Axial– cuando surgen cambios espirituales y
religiosos profundos. Esa época (800 a.C.-600 d.C.) de grandes imperios y
enorme desigualdad, ve los apogeos del esclavismo, del patriarcado y de la
lucha contra la naturaleza; es en ellos donde nace Zaratustra (~800 a.C.) y
muere Mahoma (~600 d.C.) y cada imperio ve surgir (y luego termina por aceptar) a
los Jesucristo, Mahoma, Confucio, Lao Tsé y Buda.
Estos revolucionarios del espíritu
predicaron la compasión, el amor, la caridad, y aunque no rompieron en ningún
lugar las desigualdades con la naturaleza, la mujer y el pobre (esclavo), sí se redujeron
estas con más éxito en Oriente que en Occidente, lo que explica en parte que
fuese Occidente quien retomara un milenio después la senda del dominio y la
preponderancia exclusiva de la inteligencia individual-racional (léase el
imprescindible La Odisea de Occidente de Pigem).
Quizás en la historia
de Occidente y Oriente han tenido más éxito los cristianos, confucianos,
musulmanes y budistas que los taoístas (Lao-Tsé), jainistas (Mahavirá) o
pitagóricos (Pitágoras), vegetarianos desde la ética. El que los pitagóricos
unieran la espiritualidad a la ciencia y que los jainistas fueran ateos y no
creyeran en que el ser humano pudiera superar un conocimiento tan solo
aproximado de las cosas, es indicativo además de la gran diversidad de
religiones y espiritualidades que surgieron en la primera etapa axial.
Por lo que parece, las tradiciones
filosófico-religiosas de la etapa axial o son ignoradas por el poder y
desaparecen (sobre todo las más vegetarianas) o son pervertidas y adaptadas (en especial las
más centradas en el prójimo humano visto como hombre masculino). Es decir,
vemos a Pitágoras, Lao-Tsé y Mahavirá más cercanos al ecologismo de lo que puedan
estar Cristo, Mahoma o Buda (este último no deja de ser antropocéntrico ya que
solo los humanos podían lograr el estado de Buda, aunque la iluminación la
adquiriera bajo un árbol sagrado).
En el Nuevo Testamento de la Biblia
cristiana o en el Corán no abundan los pasajes en los que la naturaleza se vea
como sagrada. Cristo es pescador y no se preocupa por los bosques que judíos y
romanos estaban deforestando ya en su época. Mahoma obligaba a sacrificar
corderos en un paisaje desertizado.
Las revoluciones espirituales que
sobrevivieron y medraron lo hicieron porque el poder las acogió (y manipuló en
su beneficio) y, casual o no, ni las espiritualidades feministas (se desbancaba,
después de todo, a las diosas de la etapa pre-axial) ni las ecologistas triunfaron (no
niego la Verdad de
ninguna de esas religiones; solo interpreto la historia de los acontecimientos
posteriores).
Tras los colapsos de
las sociedades dominadoras (India, Roma…) sobrevivieron algunas religiones y se
mejoró la igualdad a pesar del drama que supone cualquier colapso (Edad Media
en el caso de la Europa Occidental).
Tras la etapa de colapso y
reestructuración volvió a crecer de nuevo el uso de la energía, que se aceleró
con la llegada del Renacimiento europeo (más leña, más carbón vegetal, más
productividad agrícola, más esclavitud, más dominio sobre la mujer y su
energía, más energía extraída de las colonias), que se refuerza con el rescate
de las viejas ideas.
Es en el Renacimiento cuando renace el embate contra la
naturaleza, el otro y la mujer. El nombre Renacimiento es pura propaganda:
tendemos a pensar que las brujas fueron quemadas en el medioevo cuando en
realidad tuvo lugar durante el Renacimiento y su modernidad.
Vuelve, con otra cara,
una nueva era axial anclada en el dominio y la profundización de la violencia
(guerra), del esclavismo (colonialismo), de la moneda (capitalismo), del Estado
y el patriarcado. La Segunda Era Axial será impulsada y establecida
temporalmente por la Revolución Fósil (llamada habitualmente Revolución Industrial)
y la tecnociencia. Vuelve el dominio, pero también regresan las resistencias
(Romanticismo, Revolución Francesa, marxismo, sufragismo…), pero no son
suficientes porque falta una revolución espiritual que no solo luche contra la
desigualdad entre los hombres y entre estos y las mujeres en el terreno
político-económico. Faltan resistencias del lado espiritual-emocional (salvo
quizás, tímidamente, el Romanticismo: benditos Goethe y Beethoven) y, sobre
todo faltan las resistencias contra el ataque a la biosfera.
En la era actual del
colapso de nuestra civilización quizás el equivalente de Zaratustra sea Gandhi.
Pero sin duda surgirán durante los próximos siglos decenas de movimientos
espirituales de resistencia y cambio (hoy denominamos a algunos de ellos como
New Age, neopaganismos, etc.). ¿No están aumentando ya exponencialmente a
nuestro alrededor?
Al respecto de la igualdad social, de
género y con la naturaleza… los futuros textos sagrados no solo cuidarán de los pobres
tratando de corregir los desequilibrios más sangrantes sino que se obsesionarán
con que el otro es tu igual y necesario; buscarán también activamente una
igualdad de género y promoverán toda esa parte de inteligencia emocional y de
cuidados arrinconada por los mitos actuales. Los textos que no lo hagan
generarán sociedades condenadas al colapso.
Parecerá lógico que sean sacerdotisas y
mujeres profetas las que abunden en el proceso. Ganaremos así, no sólo al otro, sino al 50% de la
población. Y aunque ésta disminuirá de manera importante, como sabemos,
la densidad y
diversidad de ideas y nuevos mitos será alta y, al principio, un tanto caótica
(como las numerosas sectas cristianas en su momento).
Pero, sin duda, el factor más importante
durante el colapso y su causa principal, es el arrinconamiento de la
naturaleza, de Gaia (aunque ese arrinconamiento se explique social y
culturalmente). Por tanto, la sostenibilidad futura durante y tras el colapso,
basaría su revolución espiritual en la deificación de Gaia. Supongo que esto no implicará
verla como una diosa a la vieja usanza griega, ni siquiera como a una madre al estilo de la
Pachamama americana. Quizás esas filosofía y espiritualidad nuevas tengan algún
ingrediente de inteligencia racional, de teoría científica, de ciencia ecológica o gaiana; de Gaiarquía.
Las próximas
espiritualidades podrían escudarse contra la tentación del poder, de caer en
sociedades dominadoras que tergiversarían los textos y los reinterpretarían en
su beneficio, como se ha venido haciendo desde los emperadores de la época
axial con las ideas de Cristo (Constantino, los Borgia), Buda (Asoka), Lao-Tsé
(Li Shi Min), etc.
La ciencia desde la
visión sistémica llega a la conclusión de que nuestra civilización global está
entrando irrevocablemente en un periodo de colapso o profundísima
transformación. Los problemas ambientales (caos climático, disrupción de ciclos
ecosistémicos, 6ª extinción masiva de especies, colapso de ecosistemas y
poblaciones animales y vegetales, etc.), junto a la pérdida de accesibilidad de
fuentes energéticas y materiales (pico del petróleo, pico de los suelos, del
agua, de minerales, etc.) hacen biofísicamente inviable el camino que pretende
seguir esta civilización. Si a estos términos se les añaden problemas del
propio sistema humano (desigualdad Norte-Sur, de género, geopolítica, paz,
etc.), se concluye que una transición brusca es inevitable.
Es más, desde la ética, la filosofía, la
antropología, la sociología y la historia, son los valores y mitos culturales
que conforman la infraestructura de nuestra civilización donde encontramos
las causas raíz que se unen a los procesos físicos que nos conducen al colapso.
La falta de “educación, concienciación y
valores” –que tantas veces se repite– no es únicamente un problema estructural,
sino profundo.
Son nuestros mitos con siglos de antigüedad y que se han ido construyendo a la
vez que han conformado nuestra civilización, los que hacen inviable cualquier
transición suave.
Porque los mitos profundos tardan siglos o incluso milenios en aparecer y también
en desaparecer. El cambio de mitos –éticos y filosóficos– es inevitable si es
que queremos paliar los mayores efectos negativos del colapso al tiempo que se
sientan las bases de la reconstrucción de las civilizaciones del futuro.
Mitos como el de la racionalidad
científica reduccionista y mecanicista (Descartes), el mito del progreso humano
identificado con el del progreso tecnológico acelerado (Bacon), el mito
antropocéntrico (el hombre como centro de todas las cosas: Biblia,
Renacimiento…), el mito del macho racional (los héroes griegos contra las
diosas y los seres monstruosos femeninos); todos ellos rompieron con aquellos mitos antiguos que habían
permitido cierta sostenibilidad ambiental y una mayor igualdad humana.
Rompieron con la visión del Cosmos y/o la
Tierra como un todo orgánico, con la diosa Gaia o la Pachamama como diosas madre, con la visión del
tiempo cíclico de transformación espiritual y material lentas, con la visión –en
definitiva– del ser humano como parte integrada en un mundo mágico y sagrado
(de nuevo léase a Pigem y también los imprescindibles libros de Ignacio Abella
sobre el reencuentro con la cultura y sacralidad del bosque y sus árboles).
Una vez asimilada la idea del colapso, ya
no es tema de ética o de filosofía política la discusión acerca de si se pueden
defender los mitos de nuestra cultura o cómo mejorarlos. El progreso va a quedar
enormemente disminuido, la racionalidad científica reduccionista y mecanicista
va a retroceder porque no encuentra soluciones, y ese camino de descenso
civilizatorio con su disminución de complejidad (social y tecnológica)
ridiculizará la centralidad del hombre en el Cosmos.
La discusión ética y
filosófica se centrará en culturas de sostenibilidad y supervivencia, en
discernir hasta qué punto los mitos antiguos volverán a ser necesarios y si
serán suficientes.
La historia nos dice que los retornos nunca son
idénticos. Así, podemos ver la Tierra como un organismo (teoría Gaia orgánica), no sólo como algo mítico,
mágico y sagrado, sino también desde una nueva ciencia holística. La diosa
madre no retornará porque Gaia nunca fue una madre que cuidara de nosotros con
mimos y mamas. Esa ancestral visión maternal de la Tierra/Gaia cambió para
pasar a verse como una cosa
separada del hombre que debía ser dominada primero y salvada de nosotros
mismos después (“Salvemos la Tierra”, ¿se acuerdan?).
El retorno será, idealmente, una visión
sacro-científica en la que el ser humano, con humildad (sacralidad) y asombro
continuos (ciencia), se sienta una parte integrada dentro de un organismo
mayor: Gaiarquía.
La ecología
profunda inició ese camino en la
ética y la filosofía, y un posible siguiente paso, ya apuntado por Naess, es
que esa integración supondría no sólo acabar con el mito antropocéntrico que
nos trajo el desastre (el
mito de Ícaro hecho realidad), sino que acabaría con buena parte de los
conflictos y contradicciones entre una ética humanista y una ética biocéntrica.
Al igual que es difícil imaginar
conflictos éticos entre mi mano y mi yo, así sería si fuéramos pasando a una
filosofía y ciencia gaianas. La sostenibilidad de las próximas civilizaciones
(y me atrevería a decir que también la de la especie) pasará porque culturalmente
nos sintamos células funcionales de Gaia. Pasarán por una re-transferencia
de telos (nuestros
objetivos y anhelos) a Gaia, de un engaiarse de nuevo (Harding: Animate Earth), algo que no es
extraño al Homo sapiens,
pero sí a nuestra cultura-civilización. No se trata de minimizar al ser humano,
sino de situarnos en un contexto que nos haga, primero, sobrevivir y, después,
vivir.
Déjenme que tome unos párrafos del Oráculo de Gaia, primero de una carta que Zoroastro (el discípulo-maestro) escribe a su
maestro-discípulo, Leonardo Da Vinci:
Villafranca, 14 de noviembre de 1506
Mi amado Leonardo:
¡Por fin! ¡Ojalá pudiera volar para deciros esto en viva
voz!
“Es la Tierra la que está viva, el hombre es sólo un átomo viajero de ella”.
Esto significa, maestro Leonardo, que ni el hombre ni los ángeles son el centro de todas las cosas. Es la misma Tierra, y como ya sabíamos, ella está viva…
Como vos decís, si el agua es la sangre de la Tierra, entonces el hombre es una simple partícula de esa sangre…
En cualquier caso, la idea esencial es que la Tierra está viva como lo estamos vos y yo. Como si la diosa Gea resurgiera de sus cenizas como el ave Fénix.
¿Por qué hemos olvidado algo que sabíamos desde siempre?
Porque la idea de que todo lo vivo formamos parte de un ser vivo mayor que nos engloba, la conocen en oriente y también en el occidente antiguo, en Europa, tanto griegos como celtas. Es más, me encontré en mi viaje a África a gentes que ni siquiera tenían la escritura y cuyos conocimientos de ciencia y arte eran superados por cualquier niño de Florencia que, sin embargo, tenían tan clara esta idea que no entendían que alguien pudiera preguntar acerca de ella.
Sabemos pues de dónde venimos y quienes somos. Solo nos falta saber cuál es nuestro papel, cuál es nuestro propósito y destino.
Sé que pensaréis, Maestro, que nuestro destino es que la parte se convierta en el todo…
Para mí está claro que debemos asumir qué somos y a partir de ahí buscar en qué podemos servir a Gea o a Gaia.
No es la Tierra la que está al servicio del Hombre, sino al revés.
Dios nos puso aquí para ser útiles a Gaia…
Camino de Finisterre meditaré sobre cuál puede ser nuestra utilidad aquí.
“Es la Tierra la que está viva, el hombre es sólo un átomo viajero de ella”.
Esto significa, maestro Leonardo, que ni el hombre ni los ángeles son el centro de todas las cosas. Es la misma Tierra, y como ya sabíamos, ella está viva…
Como vos decís, si el agua es la sangre de la Tierra, entonces el hombre es una simple partícula de esa sangre…
En cualquier caso, la idea esencial es que la Tierra está viva como lo estamos vos y yo. Como si la diosa Gea resurgiera de sus cenizas como el ave Fénix.
¿Por qué hemos olvidado algo que sabíamos desde siempre?
Porque la idea de que todo lo vivo formamos parte de un ser vivo mayor que nos engloba, la conocen en oriente y también en el occidente antiguo, en Europa, tanto griegos como celtas. Es más, me encontré en mi viaje a África a gentes que ni siquiera tenían la escritura y cuyos conocimientos de ciencia y arte eran superados por cualquier niño de Florencia que, sin embargo, tenían tan clara esta idea que no entendían que alguien pudiera preguntar acerca de ella.
Sabemos pues de dónde venimos y quienes somos. Solo nos falta saber cuál es nuestro papel, cuál es nuestro propósito y destino.
Sé que pensaréis, Maestro, que nuestro destino es que la parte se convierta en el todo…
Para mí está claro que debemos asumir qué somos y a partir de ahí buscar en qué podemos servir a Gea o a Gaia.
No es la Tierra la que está al servicio del Hombre, sino al revés.
Dios nos puso aquí para ser útiles a Gaia…
Camino de Finisterre meditaré sobre cuál puede ser nuestra utilidad aquí.
Y más adelante, Zoroastro anota en su
cuaderno:
Y liberada así mi mente de la carga que
supone creer que el ser humano es centro de atención de algo o alguien más allá
de nosotros mismos, entonces, con esta libertad recién adquirida, el
pensamiento da un salto de gigante respecto al bagaje cultural que desde hace
milenios aplasta, como una enorme losa, a la mayoría de la humanidad.
Este salto en el pensamiento me permite avanzar, o quizás
simplemente recordar, tanto en lo científico, como en lo filosófico, como en lo
ético. A partir de aquí, surgirá una nueva ciencia, una nueva filosofía y una
nueva ética, incluso un nuevo arte; radicalmente diferentes. Un nuevo amanecer.
Hoy muere un mundo, mañana, será un mundo nuevo.
Todo se realimenta.
Notas
[1] El filósofo alemán Karl Jaspers
definió en 1949 la Achsenzeit (Era Axial, el periodo que transcurre entre el 800 a. C. y el 200
a. C.) como la línea divisoria más profunda de la historia del hombre, durante
la cual apareció la misma línea de pensamiento en tres regiones del mundo: China,
India, Persia y el mundo greco-romano. (Fuente: Wikipedia.)
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