PÀGINES MONOGRÀFIQUES

4/4/16

El futuro de la Humanidad pasa por una revolución económica y política que nos convierta en eso: Humanidad.

DURANTE Y TRAS EL COLAPSO: 
La Revolución Solidaria (2ª parte)
La Revolución económica y política
Para llevar a cabo la revolución tecnológica del reciclado necesitamos coordinación social además de dedicar casi toda la energía exosomática y endosomática a este esfuerzo mediante un flujo relativamente lento y sobre todo autocontrolado de la misma.
La economía circular y del bien común, la permacultura y otras visiones que se están proponiendo no son más que los primeros pasos que podrán ser útiles durante y tras el colapso.
Durante el colapso los distintos ensayos podrán darse con cierta visión global (mientras cae internet, por ejemplo, podremos saber coordinarnos con otros ensayos locales alejados de nosotros). El conocimiento global será una mina, como las urbes, solo que en este caso no de materiales pero sí de información. Aunque como toda mina, será finita. Deberíamos aprovecharla bien, luego los flujos de información seguirán existiendo pero serán a un ritmo mucho menor. Lo que una vez más, será un ventaja después, porque nos permitirá crear una diversidad de ensayos.


De nuevo: un flujo de interacción muy rápido –sea de energía o de información– suele provocar problemas; históricamente el ejemplo clásico es el choque de civilizaciones, en especial con la nuestra, pues allí con quien hemos interaccionado hemos siempre desestructurado. La palabra clave es el ritmo; entre el silencio y el ruido está la música (lo que no es sólo una analogía poética).

Así que será una bendición que no haya suficiente energía durante el colapso pues así los intercambios con la sociedad de al lado no serán demasiado rápidos y, sobre todo, dominadores (sí lo serán al principio, mientras aún se usen fósiles de alta densidad); bastante tendrán con preocuparse las sociedades por permanecer.

Además, como el reciclado exige un flujo coordinado de información y energía además del de la propia materia, hablamos de un metabolismo que tendrá que hacerse complejo poco a poco para evitar los ciclos de realimentación positivos explosivos:

Existen dos modelos políticos para hacer esta revolución económica. El jerárquico, que superficialmente se parecería al cuerpo humano con un cerebro director, o el de un árbol, con diversidad de funciones pero sin sistema nervioso central.

Sin duda es más eficiente el segundo tipo (a las pruebas históricas me remito), pero además, la enorme complejidad del cuerpo humano no es debida a una jerarquía. En realidad el cerebro no dirige, se coordina con el resto de órganos de nuestro cuerpo, recibe órdenes de las hormonas que proceden de nuestros riñones, por ejemplo, a la vez que manda órdenes para que tal músculo se apriete. Solo en los sistemas humanos de baja complejidad relativa existe un sistema jerárquico de dominación. Sólo la extrapolación de nuestro sistema de organización interpreta como relaciones jerárquicas, de dominación, lo que vemos en los seres vivos: pirámide trófica, rey de la selva, abeja reina… (es el capitalismo liberal ateo encarnado en el neodarwinismo del gen egoísta en vez de en la visión del anarquista Kropotkin).

El metabolismo de una ciudad humana en realidad funciona casi solo, sin necesidad de una dirección –a pesar de los alcaldes– al menos en sus relaciones más importantes y numerosas.
La jerarquía dominadora no solo genera desigualdad injusta, es una aberración anti-entrópica insostenible a largo plazo (nunca, ningún imperio, se ha sostenido durante milenios, y sin embargo, cientos de sociedades humanas poco o nada jerarquizadas han persistido durante miles de años). 
La desigualdad, como sabemos, es un factor de insostenibilidad. Luego, por ser antientrópica (la entropía es reparto de energía), la desigualdad es insostenible y de baja probabilidad. Solo la circunstancia del crecimiento hiperexponencial en la energía ha desordenado durante un corto tiempo el sistema humano. Las civilizaciones colapsan cuando crece demasiado rápido –incontroladamente– la energía a la que acceden (aunque pueden hacerlo por más razones). Es como una gran fluctuación en el esquema de Prigogine de los sistemas complejos alejados del equilibrio térmico (todos los de interés, de hecho).
Así que durante el colapso la economía recicladora deberá basarse en organizaciones políticas obsesionadas además por la eliminación del poder (económico, político, tecnológico) sobre el otro, sobre la otra, sobre la naturaleza.
No sólo cooperaremos con el otro, con la mujer y con Gaia, sino que, si surgen tendencias directoras, estas procederán del otro, de la mujer y de Gaia. La inteligencia individual-racional pasará a segundo plano (o, mejor, se coordinará) con la relacional-emocional-espiritual. Esto hará fácil (pero solo entonces) la revolución económico-política.

Las mujeres tomarán un papel protagonista no porque estén más capacitadas genéticamente que los hombres, sino por el hecho de que si nuestra civilización no colapsó definitivamente ya en la época griega fue precisamente debido a que se había relegado en exclusiva a la mujer al mantenimiento de esa esfera relacional-emocional, imprescindible para un cierto equilibrio psicológico y social. Paradójicamente, el dominio sobre la mujer y su papel de autosacrificio, mantuvo los sistemas a duras penas. Que sólo se les permitiera la esfera relacional-emocional-espiritual se convertirá en la fuente de la que beberán las sociedades futuras.
La familia como núcleo fundamental de las sociedades es un invento de las sociedades dominadoras, invento que sirvió al propósito de sostener psicológica y socialmente la cultura en cuestión a cambio de relegar definitivamente a la mujer (eso es el patriarcado) a un segundo plano. La ruptura que las Thatcher, Merkel y Aguirre de turno representan va en la dirección contraria a la que se dirigirá la revolución económica y política (son ejemplos de mujeres de éxito y de poder precisamente por acrecentar –más aun si cabe que los hombres, precisamente por ser mujeres– su inteligencia individual-racional sobre las demás inteligencias de las que estas mujeres en concreto claramente carecen).

Las sociedades igualitarias basan sus relaciones en la comunidad entera –por eso no suelen superar los pocos cientos de personas–, no en la familia.
Como nos recuerda Kropotkin, desde que el Homo es sapiens ha vivido en comunidades que iban más allá de la familia; las relaciones de reciprocidad, ayuda mutua, cooperación y coordinación de esos grupos no estaban unidas exclusivamente a lazos familiares –genéticos–: el cargo de hechicera no se heredaba. Esto se tiende a olvidar cuando la vara de medida interpretativa es la genética-darwinista-competitiva –que nos impide comprender mejor nuestro pasado–. Nuestra inteligencia individual-racional se rebela –con razón, si las relaciones son de dominación– a que el individuo se sacrifique por la comunidad.

Pero una sociedad que evolucione hacia una economía cooperativa-coordinada tendrá individuos que se sacrificarán por la comunidad sin necesidad de una manipulación emocional-espiritual (pensemos en el caso de la guerra, otro producto de sociedades jerarquizadas/dominadoras en la que la manipulación es tan alta que construimos  kamikazes al tiempo que se arrasa Japón con bombas incendiarias o llenamos campos de exterminio con otros seres humanos a los que negamos tal cualidad).

Las castas en las hormigas son radicalmente diferentes a las castas en la India: una hormiga aislada se estresa tanto que muere antes que varias hormigas juntas privadas de oxígeno. Solo le pareceremos robots idiotas a una sociedad individualista-dominadora de economía depredadora, pero estas se irán extinguiendo solas.

El futuro de la Humanidad pasa por una revolución económica y política que nos convierta en eso: Humanidad.

Claro que para ello necesitamos obviamente un cambio radical en nuestros mitos, emociones y paradigmas de pensamiento. Un cambio ético y de valores radical. Una revolución espiritual.
La revolución espiritual durante y tras el colapso
Quizás el argumento más contundente que demuestra la inevitabilidad del colapso de nuestra civilización es que para poder evitarlo se requeriría un cambio profundo y radical de nuestros mitos, valores y paradigmas culturales, políticos y espirituales.
La historia de la Humanidad nos dice que un cambio tecnológico importante requiere décadas, como sabemos que requeriría pasar (ordenadamente) de un consumo de energías fósiles del 90% a un 10%. Pero sabemos que los cambios profundos –revoluciones– en la esfera económica y política requieren más tiempo, incluso algunos siglos (el paso de la aristocracia a la burguesía o la Revolución Industrial). Y los cambios profundos en nuestros mitos requieren incluso milenios de experiencia directa vital.
El paso de las primeras sociedades agrarias de la Era Axial[1] (con el cambio de mitos que, por ejemplo, nos describe la mitología griega) requirió milenios para poder vencer muchas resistencias durante ese cambio: Buda, Cristo y Lao Tsé fueron algunos de los personajes que se resistieron a esos cambios al tiempo que provocaron otros.

El mito del progreso que empieza en la Era Axial en China, India y, especialmente, en Grecia, tiene su apogeo justamente ahora, más de dos milenios después. Cambiarlo no nos va a llevar tanto tiempo, pero es obvio que no se hace en 20 años.
Fue en lo más duro de las civilizaciones agrarias –al comienzo de la Era Axial– cuando surgen cambios espirituales y religiosos profundos. Esa época (800 a.C.-600 d.C.) de grandes imperios y enorme desigualdad, ve los apogeos del esclavismo, del patriarcado y de la lucha contra la naturaleza; es en ellos donde nace Zaratustra (~800 a.C.) y muere Mahoma (~600 d.C.) y cada imperio ve surgir (y luego termina por aceptar) a los Jesucristo, Mahoma, Confucio, Lao Tsé y Buda.

Estos revolucionarios del espíritu predicaron la compasión, el amor, la caridad, y aunque no rompieron en ningún lugar las desigualdades con la naturaleza, la mujer y el pobre (esclavo), sí se redujeron estas con más éxito en Oriente que en Occidente, lo que explica en parte que fuese Occidente quien retomara un milenio después la senda del dominio y la preponderancia exclusiva de la inteligencia individual-racional (léase el imprescindible La Odisea de Occidente de Pigem).

Quizás en la historia de Occidente y Oriente han tenido más éxito los cristianos, confucianos, musulmanes y budistas que los taoístas (Lao-Tsé), jainistas (Mahavirá) o pitagóricos (Pitágoras), vegetarianos desde la ética. El que los pitagóricos unieran la espiritualidad a la ciencia y que los jainistas fueran ateos y no creyeran en que el ser humano pudiera superar un conocimiento tan solo aproximado de las cosas, es indicativo además de la gran diversidad de religiones y espiritualidades que surgieron en la primera etapa axial.
Por lo que parece, las tradiciones filosófico-religiosas de la etapa axial o son ignoradas por el poder y desaparecen (sobre todo las más vegetarianas) o son pervertidas y adaptadas (en especial las más centradas en el prójimo humano visto como hombre masculino). Es decir, vemos a Pitágoras, Lao-Tsé y Mahavirá más cercanos al ecologismo de lo que puedan estar Cristo, Mahoma o Buda (este último no deja de ser antropocéntrico ya que solo los humanos podían lograr el estado de Buda, aunque la iluminación la adquiriera bajo un árbol sagrado).

En el Nuevo Testamento de la Biblia cristiana o en el Corán no abundan los pasajes en los que la naturaleza se vea como sagrada. Cristo es pescador y no se preocupa por los bosques que judíos y romanos estaban deforestando ya en su época. Mahoma obligaba a sacrificar corderos en un paisaje desertizado.

Las revoluciones espirituales que sobrevivieron y medraron lo hicieron porque el poder las acogió (y manipuló en su beneficio) y, casual o no, ni las espiritualidades  feministas (se desbancaba, después de todo, a las diosas de la etapa pre-axial) ni las ecologistas triunfaron (no niego la Verdad de ninguna de esas religiones; solo interpreto la historia de los acontecimientos posteriores).

Tras los colapsos de las sociedades dominadoras (India, Roma…) sobrevivieron algunas religiones y se mejoró la igualdad a pesar del drama que supone cualquier colapso (Edad Media en el caso de la Europa Occidental).
Tras la etapa de colapso y reestructuración volvió a crecer de nuevo el uso de la energía, que se aceleró con la llegada del Renacimiento europeo (más leña, más carbón vegetal, más productividad agrícola, más esclavitud, más dominio sobre la mujer y su energía, más energía extraída de las colonias), que se refuerza con el rescate de las viejas ideas.

Es en el Renacimiento cuando renace el embate contra la naturaleza, el otro y la mujer. El nombre Renacimiento es pura propaganda: tendemos a pensar que las brujas fueron quemadas en el medioevo cuando en realidad tuvo lugar durante el Renacimiento y su modernidad.

Vuelve, con otra cara, una nueva era axial anclada en el dominio y la profundización de la violencia (guerra), del esclavismo (colonialismo), de la moneda (capitalismo), del Estado y el patriarcado. La Segunda Era Axial será impulsada y establecida temporalmente por la Revolución Fósil (llamada habitualmente Revolución Industrial) y la tecnociencia. Vuelve el dominio, pero también regresan las resistencias (Romanticismo, Revolución Francesa, marxismo, sufragismo…), pero no son suficientes porque falta una revolución espiritual que no solo luche contra la desigualdad entre los hombres y entre estos y las mujeres en el terreno político-económico. Faltan resistencias del lado espiritual-emocional (salvo quizás, tímidamente, el Romanticismo: benditos Goethe y Beethoven) y, sobre todo faltan las resistencias contra el ataque a la biosfera.
En la era actual del colapso de nuestra civilización quizás el equivalente de Zaratustra sea Gandhi. Pero sin duda surgirán durante los próximos siglos decenas de movimientos espirituales de resistencia y cambio (hoy denominamos a algunos de ellos como New Age, neopaganismos, etc.). ¿No están aumentando ya exponencialmente a nuestro alrededor?
Al respecto de la igualdad social, de género y con la naturaleza… los futuros textos  sagrados no solo cuidarán de los pobres tratando de corregir los desequilibrios más sangrantes sino que se obsesionarán con que el otro es tu igual y necesario; buscarán también activamente una igualdad de género y promoverán toda esa parte de inteligencia emocional y de cuidados arrinconada por los mitos actuales. Los textos que no lo hagan generarán sociedades condenadas al colapso.

Parecerá lógico que sean sacerdotisas y mujeres profetas las que abunden en el proceso. Ganaremos así, no sólo al otro, sino al 50% de la población. Y aunque ésta disminuirá de manera importante, como sabemos, la densidad y diversidad de ideas y nuevos mitos será alta y, al principio, un tanto caótica (como las numerosas sectas cristianas en su momento).

Pero, sin duda, el factor más importante durante el colapso y su causa principal, es el arrinconamiento de la naturaleza, de Gaia (aunque ese arrinconamiento se explique social y culturalmente). Por tanto, la sostenibilidad futura durante y tras el colapso, basaría su revolución espiritual en la deificación de Gaia. Supongo que esto no implicará verla como una diosa a la vieja usanza griega, ni siquiera como a una madre al estilo de la Pachamama americana. Quizás esas filosofía y espiritualidad nuevas tengan algún ingrediente de inteligencia racional, de teoría científica, de ciencia ecológica o gaiana; de Gaiarquía.

Las próximas espiritualidades podrían escudarse contra la tentación del poder, de caer en sociedades dominadoras que tergiversarían los textos y los reinterpretarían en su beneficio, como se ha venido haciendo desde los emperadores de la época axial con las ideas de Cristo (Constantino, los Borgia), Buda (Asoka), Lao-Tsé (Li Shi Min), etc.
La ciencia desde la visión sistémica llega a la conclusión de que nuestra civilización global está entrando irrevocablemente en un periodo de colapso o profundísima transformación. Los problemas ambientales (caos climático, disrupción de ciclos ecosistémicos, 6ª extinción masiva de especies, colapso de ecosistemas y poblaciones animales y vegetales, etc.), junto a la pérdida de accesibilidad de fuentes energéticas y materiales (pico del petróleo, pico de los suelos, del agua, de minerales, etc.) hacen biofísicamente inviable el camino que pretende seguir esta civilización. Si a estos términos se les añaden problemas del propio sistema humano (desigualdad Norte-Sur, de género, geopolítica, paz, etc.), se concluye que una transición brusca es inevitable.
Es más, desde la ética, la filosofía, la antropología, la sociología y la historia, son los valores y mitos culturales que conforman la infraestructura de nuestra civilización donde encontramos las causas raíz que se unen a los procesos físicos que nos conducen al colapso.

La falta de “educación, concienciación y valores” –que tantas veces se repite– no es únicamente un problema estructural, sino profundo. Son nuestros mitos con siglos de antigüedad y que se han ido construyendo a la vez que han conformado nuestra civilización, los que hacen inviable cualquier transición suave. Porque los mitos profundos tardan siglos o incluso milenios en aparecer y también en desaparecer. El cambio de mitos –éticos y filosóficos– es inevitable si es que queremos paliar los mayores efectos negativos del colapso al tiempo que se sientan las bases de la reconstrucción de las civilizaciones del futuro.

Mitos como el de la racionalidad científica reduccionista y mecanicista (Descartes), el mito del progreso humano identificado con el del progreso tecnológico acelerado (Bacon), el mito antropocéntrico (el hombre como centro de todas las cosas: Biblia, Renacimiento…), el mito del macho racional (los héroes griegos contra las diosas y los seres monstruosos femeninos); todos ellos rompieron con aquellos mitos antiguos que habían permitido cierta sostenibilidad ambiental y una mayor igualdad humana.

Rompieron con la visión del Cosmos y/o la Tierra como un todo orgánico, con la diosa Gaia o la Pachamama como diosas madre, con la visión del tiempo cíclico de transformación espiritual y material lentas, con la visión –en definitiva– del ser humano como parte integrada en un mundo mágico y sagrado (de nuevo léase a Pigem y también los imprescindibles libros de Ignacio Abella sobre el reencuentro con la cultura y sacralidad del bosque y sus árboles).

Una vez asimilada la idea del colapso, ya no es tema de ética o de filosofía política la discusión acerca de si se pueden defender los mitos de nuestra cultura o cómo mejorarlos. El progreso va a quedar enormemente disminuido, la racionalidad científica reduccionista y mecanicista va a retroceder porque no encuentra soluciones, y ese camino de descenso civilizatorio con su disminución de complejidad (social y tecnológica) ridiculizará la centralidad del hombre en el Cosmos.

La discusión ética y filosófica se centrará en culturas de sostenibilidad y supervivencia, en discernir hasta qué punto los mitos antiguos volverán a ser necesarios y si serán suficientes.
La historia nos dice que los retornos nunca son idénticos. Así, podemos ver la Tierra como un organismo (teoría Gaia orgánica), no sólo como algo mítico, mágico y sagrado, sino también desde una nueva ciencia holística. La diosa madre no retornará porque Gaia nunca fue una madre que cuidara de nosotros con mimos y mamas. Esa ancestral visión maternal de la Tierra/Gaia cambió para pasar a verse como una cosa  separada del hombre que debía ser dominada primero y salvada de nosotros mismos después (“Salvemos la Tierra”, ¿se acuerdan?).

El retorno será, idealmente, una visión sacro-científica en la que el ser humano, con humildad (sacralidad) y asombro continuos (ciencia), se sienta una parte integrada dentro de un organismo mayor: Gaiarquía.

La ecología profunda inició ese camino en la ética y la filosofía, y un posible siguiente paso, ya apuntado por Naess, es que esa integración supondría no sólo acabar con el mito antropocéntrico que nos trajo el desastre (el mito de Ícaro hecho realidad), sino que acabaría con buena parte de los conflictos y contradicciones entre una ética humanista y una ética biocéntrica.

Al igual que es difícil imaginar conflictos éticos entre mi mano y mi yo, así sería si fuéramos pasando a una filosofía y ciencia gaianas. La sostenibilidad de las próximas civilizaciones (y me atrevería a decir que también la de la especie) pasará porque culturalmente nos sintamos células funcionales de Gaia. Pasarán por una re-transferencia de telos (nuestros objetivos y anhelos) a Gaia, de un engaiarse de nuevo (Harding: Animate Earth), algo que no es extraño al Homo sapiens, pero sí a nuestra cultura-civilización. No se trata de minimizar al ser humano, sino de situarnos en un contexto que nos haga, primero, sobrevivir y, después, vivir.

Déjenme que tome unos párrafos del Oráculo de Gaia, primero de una carta que  Zoroastro (el discípulo-maestro) escribe a su maestro-discípulo, Leonardo Da Vinci:
Villafranca, 14 de noviembre de 1506
Mi amado Leonardo:
¡Por fin! ¡Ojalá pudiera volar para deciros esto en viva voz!
“Es la Tierra la que está viva, el hombre es sólo un átomo viajero de ella”.
Esto significa, maestro Leonardo, que ni el hombre ni los ángeles son el centro de todas las cosas. Es la misma Tierra, y como ya sabíamos, ella está viva…
Como vos decís, si el agua es la sangre de la Tierra, entonces el hombre es una simple partícula de esa sangre…
En cualquier caso, la idea esencial es que la Tierra está viva como lo estamos vos y yo. Como si la diosa Gea resurgiera de sus cenizas como el ave Fénix.
¿Por qué hemos olvidado algo que sabíamos desde siempre?
Porque la idea de que todo lo vivo formamos parte de un ser vivo mayor que nos engloba, la conocen en oriente y también en el occidente antiguo, en Europa, tanto griegos como celtas. Es más, me encontré en mi viaje a África a gentes que ni siquiera tenían la escritura y cuyos conocimientos de ciencia y arte eran superados por cualquier niño de Florencia que, sin embargo, tenían tan clara esta idea que no entendían que alguien pudiera preguntar acerca de ella.
Sabemos pues de dónde venimos y quienes somos. Solo nos falta saber cuál es nuestro papel, cuál es nuestro propósito y destino.
Sé que pensaréis, Maestro, que nuestro destino es que la parte se convierta en el todo…
Para mí está claro que debemos asumir qué somos y a partir de ahí buscar en qué podemos servir a Gea o a Gaia.
No es la Tierra la que está al servicio del Hombre, sino al revés.
Dios nos puso aquí para ser útiles a Gaia…
Camino de Finisterre meditaré sobre cuál puede ser nuestra utilidad aquí.

Y más adelante, Zoroastro anota en su cuaderno:

Y liberada así mi mente de la carga que supone creer que el ser humano es centro de atención de algo o alguien más allá de nosotros mismos, entonces, con esta libertad recién adquirida, el pensamiento da un salto de gigante respecto al bagaje cultural que desde hace milenios aplasta, como una enorme losa, a la mayoría de la humanidad.
Este salto en el pensamiento me permite avanzar, o quizás simplemente recordar, tanto en lo científico, como en lo filosófico, como en lo ético. A partir de aquí, surgirá una nueva ciencia, una nueva filosofía y una nueva ética, incluso un nuevo arte; radicalmente diferentes. Un nuevo amanecer. Hoy muere un mundo, mañana, será un mundo nuevo.

Todo se realimenta.
Carlos de Castro
30.03.2016

Notas
[1] El filósofo alemán Karl Jaspers definió en 1949 la Achsenzeit (Era Axial, el periodo que transcurre entre el 800 a. C. y el 200 a. C.) como la línea divisoria más profunda de la historia del hombre, durante la cual apareció la misma línea de pensamiento en tres regiones del mundo: China, India, Persia y el mundo greco-romano. (Fuente: Wikipedia.)



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