LOS LÍMITES DE LA CONVERSACIÓN
Prefiero las
charlas en ‘petit comité’
La recursividad es
frecuente cuando hablamos con los demás y puede alcanzar construcciones
difíciles de entender si se leen de corrido, del tipo: yo «pienso» que tú
«crees» que me «pregunto» por qué «supones» que «pretendo» hacer lo contrario
de lo que «quieres» que haga.
Cada una de estas
recursividades, seis en total, están indicadas con un verbo que sugiere un
estado mental diferente, es decir, un intento de saber qué pienso o qué
piensa el otro. Este es uno de los motivos por los que nuestras relaciones
pueden ser tan embrolladas. A la vez que es muy fácil que se originen
malentendidos en cada uno de los grados de recursividad.
Lo raro, de hecho, es que nos entendamos. Y todo se complica exponencialmente si, además, la interacción no se produce entre dos personas, sino entre media docena.
El lenguaje, en ese
sentido, es una herramienta que se pretende bisturí en estas lides, cuando en
el fondo, en demasiadas ocasiones, obra
como un martillo neumático.
Sutilezas del
lenguaje
El lenguaje humano
es una herramienta formidable que nos permite comunicar ideas, compartir
emociones y construir relaciones. Sin embargo, a pesar de su poder casi
taumatúrgico, resulta sorprendente cuán limitado puede llegar a ser. No solo
parece ser un medio insuficiente a la hora transmitir la profundidad y la
complejidad de nuestros sentimientos, sino que también presenta limitaciones en nuestra capacidad para interactuar
simultáneamente con un gran número de personas.
En realidad, no se
trata de que no seamos capaces de dirigirnos a multitudes, pues los discursos,
las conferencias y las presentaciones son claros ejemplos de comunicación
unidireccional a grupos numerosos. La verdadera limitación aparece cuando se
establece una interacción bidireccional, es decir, una conversación.
Cuando se estudian
cómo tienen lugar las conversaciones en diferentes países del mundo, a pesar de
las diferencias culturales y ambientales, parece aflorar un patrón común: rara
vez perduran las conversaciones que involucran a más de cuatro personas.
Parece que existe un
límite casi natural de cuatro participantes para mantener una conversación
sostenida y coherente. Cuando una quinta persona intenta unirse a la
conversación, la dinámica del grupo cambia de manera significativa, usualmente
resultando en la división de la
conversación original en dos grupos diferenciados.
En su libro Amigos,
el antropólogo, psicólogo y biólogo evolucionista británico Robin Dunbar refiere un estudio realizado
por él mismo en el que se observó el tamaño del grupo social (es decir, el
número de personas sentadas alrededor de una mesa en un bar) y el número de
personas que realmente participaban en una conversación independiente.
A partir de estos
datos, advirtió que los grupos sociales tienden a generar una nueva
conversación cada vez que su tamaño alcanza un múltiplo de cuatro. Si el grupo
tiene hasta cuatro personas, es probable que haya una sola conversación. Si hay
más de cinco, se formarán dos conversaciones; con más de ocho habrá tres, y con
más de doce, habrá cuatro.
Esto no significa
que uno esté obligado a permanecer en la misma conversación cuando el grupo se
divide. Las conversaciones son entidades dinámicas; las personas suelen moverse
de un subgrupo a otro, o incluso iniciar conversaciones individuales,
especialmente cuando el tema principal ya no les resulta interesante.
Límites
cognitivos, líderes y alborotadores
La existencia de
este límite de cuatro personas para las conversaciones podría estar arraigada
en nuestra biología o en la dinámica social, pero sin duda es un elemento
fundamental para entender la forma en que nos comunicamos.
Así pues, según
Dunbar, la única forma de evitar que una conversación que involucra a más de
cuatro personas se divida en pequeños círculos es transformándola en una
conferencia. En ese caso, se instauran normas socialmente aceptadas que obligan
a los participantes a mantener un silencio respetuoso para no interrumpir al
orador principal. Si se elimina esta regla o se retira al conferenciante,
pronto se desatará el caos, como sucede, por ejemplo, cuando un agitador comienza a interrumpir al
orador y se niega a sentarse.
Parte del problema
es que, si se busca la equidad en el turno de palabra, cada nuevo participante
que se incorpora a la conversación disminuye el tiempo de intervención de los
demás. En una conversación con diez participantes, solo tendrás la oportunidad
de hablar durante un minuto de cada diez (si se distribuye el tiempo
equitativamente), por lo que te verás obligado a escuchar a los demás hasta que
llegue tu turno.
Esto se debe a una
regla psicológica inmutable que estipula que solo una persona puede hablar a la
vez. Si se rompe esta norma, se generará confusión cuando varias personas
intenten hablar simultáneamente.
Por lo tanto, algunas personas optan por relegarse a sí mismas al papel de oyentes. Algunos estudios sugieren que suelen ser las mujeres, quizás porque su tono de voz suave es más difícil de escucharse entre el ruido) o se separan para formar su propio grupo (lo que puede dar lugar a conversaciones segregadas por género). En mi caso, suelo ser este tipo de persona. La que habla poco o nada.
Mentalización
Sin embargo, la
mayor limitación en cuanto al número de personas que pueden participar en una
conversación probablemente radica en nuestra capacidad limitada para
mentalizar.
Para mantener una
conversación fluida, debemos observar a cada participante y considerar su
disposición para hablar, para saber cuándo es nuestro turno y cuándo deberíamos
ceder el turno a alguien más, así como lo que es apropiado decir y lo que
no. La autorregulación es crucial
en este contexto: el delicado equilibrio en la toma de turnos solo se
mantendrá si somos capaces de contener nuestra inclinación a acaparar la
conversación.
El valor de la
mentalización fue claramente destacado en un
estudio llevado a cabo por Jaimie Krems, de la Universidad de Oklahoma. Krems estudió varios
grupos de conversación en un campus estadounidense, contabilizó la cantidad de
personas que los integraban y luego tuvo la perspicacia de preguntarles sobre
qué o quién habían estado discutiendo.
Se encontró que si
la conversación se centraba en el estado mental de una persona ausente, nunca
había más de tres personas en la conversación. Si la conversación se centraba
en el estado mental de un miembro del grupo, o en un tema trivial (dónde
comerían ese día), el límite estaba en cuatro personas.
Es decir, que parece
que ajustamos la cantidad de estados mentales que debemos manejar en la
conversación a lo que queremos discutir.
Ficción
Todas estas
conclusiones también quedan reflejadas en la ficción. Jamie Stiller y Jaimie Krems realizaron un análisis exhaustivo de
las obras de Shakespeare y el cine contemporáneo, utilizando para ello el
número de personajes que aparecían simultáneamente en escena como indicador del
tamaño del grupo de conversación.
Descubrieron, así,
un límite estricto de cuatro personajes tanto en las obras de Shakespeare como
en las películas de Hollywood. Los investigadores, incluso, analizaron dos
géneros cinematográficos muy diferentes: películas que atraen a las mujeres (como Orgullo
y prejuicio, El club de las primeras esposas, Ellas dan
el golpe) y películas mixtas (Crash y Babel), donde
se intenta superar las limitaciones de la interacción cotidiana, permitiendo a
diversas personas de diferentes partes del mundo, o del mismo lugar en
diferentes épocas, interactuar.
Los dramaturgos, al
parecer, están limitados por el hecho de que los espectadores solo pueden
prestar atención a cuatro personas en una conversación. De este modo, se
observó que en las obras de Shakespeare, cuando los personajes hablan del
estado mental de alguien que no está presente, generalmente hay un máximo de tres personas en escena. Pero si
hablan del estado mental de uno de los interlocutores o de un evento que
ocurrió en otro lugar, puede haber hasta cuatro personajes.
Es decir, algo
similar a lo que ocurre en las conversaciones de la vida real.
Porque nuestras
limitaciones naturales a la hora de conversar no solo determinan el tamaño de
los grupos, sino cómo se escriben las obras de teatro o las películas. Incluso el tamaño de las mesas de los bares y
cafeterías.
Cuatro personas es
perfecto porque pueden tener una única conversación. Seis u ocho está bien
porque aportan más puntos de vista. Y en una única mesa pueden mantenerse dos o
incluso tres conversaciones separadas, porque la mesa es lo suficientemente
pequeña para que la gente pueda saltar de una conversación a otra según lo
desee.
Sin embargo, con más
personas la mesa tiene que ser tan grande que las conversaciones se vuelven
imposibles (no puedes oír lo que dice la persona en el extremo opuesto) y
terminas hablando solo con las personas a tu lado. Además, es muy fácil que
alguien quede atrapado entre dos conversaciones y termine sin poder hablar con
nadie.
¿Entonces?, ¿por qué
las mesas de una boda son tan grandes, a veces para diez o doce personas?
Exacto. Porque el propósito de esa reunión no es tanto que hables con los demás
como que escuches atentamente los discursos que se sucederán a los largo de la
velada.
En los demás casos,
recuerda: mucho mejor el petit comité.
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