VENCER LA CULTURA DEL MIEDO
Vivimos en una sociedad atrapada por el miedo, y ese miedo nos está arrebatando nuestra libertad y nos está impidiendo vivir, porque vivir esclavizado por el miedo no es vivir. El hombre fue creado libre, y no para arrastrar los pies tristemente atado a las herrumbrosas cadenas del miedo.
La sociedad actual es mucho más miedosa que la de nuestros antepasados. Cuando yo era pequeño y montábamos en bicicleta, de vez en cuando nos caíamos y nos hacíamos alguna herida. La culpa no era del exceso de velocidad ni de la impericia del niño, sino de la fuerza de la gravedad. Sin fuerza de gravedad es imposible caerse, ¿verdad? Pero es lo que hay, qué le vamos a hacer. Vivir es arriesgarse. Hoy en día hay niños que van en bici con casco, coderas, rodilleras, guantes (y móvil, naturalmente).
Nuestros padres y abuelos no vivían obsesionados por la salud ni por vivir cien años.
Cierto es que nadie les recomendaba excentricidades como beber dos litros de agua al día, pues en aquel entonces no se bebía por obligación sino cuando se tenía sed, un sistema milenario bastante infalible que recomiendo encarecidamente.Hoy, por el contrario, los medios tienen una sección de
“Salud” en la que nos asustan con todo tipo de enfermedades y nos prometen que,
si cumplimos con unas normas, seguimos un estilo de vida determinado o la dieta
de moda, vamos constantemente al médico y nos atiborramos a medicinas,
viviremos eternamente.
El deseo de inmortalidad del hombre moderno
El hombre moderno, controlado por la Cultura del Miedo, vive
obsesionado con la eterna juventud fingiendo que la muerte no existe. ¿Han
tenido éxito estas ínfulas de inmortalidad?
La respuesta quizá les sorprenda. Naturalmente que la
esperanza de vida al nacer ha aumentado mucho, pero no hay que confundir
esperanza de vida con longevidad. No es que el ser humano viva mucho más, sino
que un número mayor de los que nacen llegan a la vida adulta gracias, sobre
todo, a la reducción de la mortalidad infantil.
De hecho, la esperanza de vida a los 65 años apenas ha
aumentado 4 o 5 en el último siglo, lo que significa que un hombre de 65 años
que a finales del s. XIX esperaba vivir hasta los 78 ahora puede confiar en
vivir hasta los 83. En personas de más de 80 la esperanza de vida apenas ha aumentado
en Occidente en los últimos cien años, y esto a pesar de vivir en la sociedad
más medicada de la Historia.
¿Necesitamos vivir entre algodones? Una vida de privaciones
físicas tampoco parece ser óbice para alcanzar una provecta edad. Diógenes, en
el s. IV a.C., caminaba descalzo todo el año, dormía en los pórticos de los
templos envuelto en un manto y alcanzó los 90 años. Claro está, lo hizo durante
el Período Cálido Romano, cuando la temperatura del planeta era superior a la
actual (para desmayo de los cambioclimatistas).
San Antonio Abad, uno de los eremitas del s. III conocidos
como los Padres del Desierto, llegó a los 105 de edad de ayuno en ayuno. Y el
psicólogo Viktor Frankl, superviviente de Auschwitz, murió con 92, y no fue una
excepción, pues los supervivientes de los campos de concentración han sido
estadísticamente longevos.
El miedo a todo
Pero ¿qué es el miedo? El miedo es la ansiedad anticipatoria
de un daño, real o imaginario. Cuando el miedo anticipa un daño real evitable
nos protege, pues podemos prevenirlo. Sin embargo, cuando nos anticipa un daño
inevitable, o un daño evitable, pero lo hace de forma desproporcionada o, peor
aún, cuando nos anticipa un daño meramente imaginario, puede resultar funesto.
La Cultura del Miedo exacerba, interioriza y extiende a
la vida cotidiana un miedo desproporcionado, creando una sociedad caracterizada
por la búsqueda compulsiva de una seguridad inalcanzable que idealiza una
fantasía: que es posible vivir con riesgo cero.
La Cultura del Miedo nos ofrece la manzana envenenada
de una falsa promesa de seguridad a
cambio de nuestra libertad y lo hace bajo dos premisas. La primera es que
todo es peligroso; la segunda es que todo peligro puede ser evitado si
obedecemos determinadas normas ordenadas por el Poder, sea político, científico
o médico, que nos protegerá de todo mal.
La divinización de la seguridad no deja ser otra idolatría
y, como buen ídolo, no es fiel a sus promesas. Efectivamente, la seguridad es
elusiva por inexistente.
El miedo al covid, al cambio climático o a la guerra nuclear
son sólo ejemplos concretos. Los principales temores con los que nos asusta la
Cultura del Miedo son el miedo a la falta de amor, a la soledad, a la
enfermedad, a la ancianidad y a la muerte, a la crítica, a la pobreza, y, de
forma muy significativa, a la libertad. En definitiva, la Cultura del Miedo nos
propone que tengamos miedo a la vida.
Las trampas de la Cultura del Miedo
Lo siniestro es que esta cultura del temor constante no
desea solucionar estos miedos, sino hacerlos crónicos. Así, frente al miedo a
la pobreza nos propone más Estado, menos libertad y menos propiedad privada,
exactamente aquello que aumenta la pobreza.
Frente al miedo a la crítica propone las redes sociales,
donde se fomenta precisamente el miedo a no ser aceptado y se censura o lincha
a quien no comulga con las ruedas de molino del pensamiento único.
Frente al miedo a la falta de amor y a la soledad propone la
destrucción de la familia mediante el divorcio exprés, el aborto y la perversa
ideología de género.
Frente al miedo a la enfermedad propone la hiper medicación
que conduce a la hipocondría, o los aberrantes confinamientos de personas
sanas, el aislamiento social, la farsa de las mascarillas o la vacunación
coercitiva con terapias genéticas ineficaces y peligrosas.
Frente al miedo a la ancianidad, propone la eutanasia; y
frente al miedo a la muerte, la desesperanza. Hay algo oscuro en todo esto,
¿verdad?
La
Cultura del Miedo, y los yonquis del poder que la promueven, desean fervientemente
que tengamos miedo a la libertad, pues libertad implica responsabilidad.
Simultáneamente crean el miedo a lo que ellos llaman “perder
la libertad”, pero se trata de un sucedáneo. Por ejemplo, nos proponen que no
nos comprometamos de por vida con nuestro cónyuge y que no luchemos por nuestro
matrimonio (divórciate y recobra “tu libertad”).
O que no tengamos ese maravilloso hijo que nos atará de por
vida con los lazos del amor, sino que lo destruyamos en el vientre de su madre
(aborta y recobra “tu libertad”). O que no intentemos, en fin, vencer nuestras
pasiones y luchar por obrar bien: “libérate”, hombre, y haz lo que te dé la
gana. Esto sólo conduce a la infelicidad y a la esclavitud, pues en vez de
elevar al ser humano lo animaliza. Como decía Séneca, “en la virtud radica la
dicha verdadera”.
Para los cristianos la historia del miedo está ligada al
pecado original, pues la primera vez que aparece el miedo en el Génesis fue
después de que Adán comiera del fruto prohibido. De modo significativo, por
tanto, el temor y el mal aparecen unidos. En el Nuevo Testamento, por el
contrario, la Buena Noticia comienza con el “no temas” del ángel a la Virgen
María, y una de las frases más recurrentes de Jesucristo es “no tengáis miedo”.
El miedo también nos paraliza impidiendo que desarrollemos
nuestros talentos y demos fruto, no en balde en la parábola de los talentos el
motivo que esgrime el siervo para no haberlo hecho fructificar es que sintió
miedo.
El miedo como instrumento del Poder
¿De dónde proviene la Cultura del Miedo? ¿Es éste un
fenómeno espontáneo o responde a factores inducidos? El miedo es consustancial
al ser humano, pero existen elementos exógenos interesados en exacerbarlo.
Sin duda, el elemento exógeno más importante es la ofensiva
del nuevo totalitarismo, que utiliza el miedo para controlarnos. En efecto, el
poder no quiere individuos pensantes que dominen sus temores, sino clones
obedientes y asustados, al igual que no desean individuos libres, sino
hombres-masa dependientes y controlables.
La libertad, don fundamental de Dios al hombre, siempre está
amenazada por el poder. Así, poder y libertad son un juego de suma cero: si
aumenta uno, necesariamente tiene que disminuir el otro.
Decía Ralph Waldo Emerson que el antídoto contra el miedo es
el conocimiento, y es cierto, pero el conocimiento exige pensar, y Occidente
vive hoy un declive de la razón. Cuando hace muchos años preguntaron al Premio
Nobel Albert Schweitzer qué le ocurría al hombre moderno, respondió: “El hombre
de hoy simplemente no piensa”.
Si pensar es al antídoto del miedo y el miedo es el
instrumento de los yonquis del poder para controlarnos, éstos procurarán que no
pensemos y que nos limitemos a repetir como papagayos la última noticia o el
menú ideológico del día.
Dicho sea de paso, el miedo no es el único instrumento que
los yonquis del poder utilizan para dominarnos. Conscientes de que el vicio
esclaviza y la virtud libera, fomentan el vicio en vez de la virtud, y, como la
serpiente del Génesis, lo presentan de modo que sea “atrayente a los ojos y
deseable”.
Raro es que un político proponga a los votantes sacrificio,
generosidad, esfuerzo, responsabilidad, altruismo, fidelidad, cumplir con la
palabra dada, veracidad o respeto a quien opina diferente. Más bien les
enseñará a temer (y, por tanto, a detestar) al adversario político, denominará
“solidaridad” a la envidia, a la codicia de los bienes ajenos y a fantasías
como vivir sin trabajar (o sea, del trabajo de otros) y “derechos” a evitar
toda obligación y toda responsabilidad, incluso hacia nuestro cónyuge e hijos.
Las astutas tácticas de la Cultura del Miedo
Los yonquis del poder utilizan el miedo como táctica de
control: primero crean un miedo, real o ficticio, que pronto se transforma en
ira; luego señalan un culpable, real o inventado, hacia el que dirigir dicha
ira; y finalmente se postulan como salvadores si les entregamos nuestra
libertad. Así, el miedo acaba conduciendo a la servidumbre.
El caso del covid es revelador: primero crearon el pánico;
luego buscaron un chivo expiatorio: los jóvenes, estigmatizados por su
comportamiento supuestamente irresponsable, y más tarde los no vacunados, a los
que condenaron a un vergonzoso apartheid; y finalmente se postularon como
salvadores si les obedecíamos sin rechistar renunciando a nuestra libertad con
los confinamientos, mascarillas, “vacunas” y demás tomaduras de pelo.
Pero el miedo también funciona como arma para doblegar
voluntades de forma más directa mediante la presión de grupo. El hombre, animal
social y gregario, teme el aislamiento, y por tanto es vulnerable a la amenaza
de ser estigmatizado y condenado al ostracismo si se atreve a ir
contracorriente.
Dios nos creó individuos, únicos e irrepetibles. Los yonquis
del poder buscan destruir esa individualidad para transformarnos en dóciles e
indistinguibles autómatas.
Un instrumento muy útil para lograrlo son las redes
sociales, diseñadas para diluir la individualidad en una masa informe cuyos
individuos sean esclavos de su “popularidad” y, por tanto, fácilmente
controlables por quien decide lo que es popular. Para eso inventaron los likes,
utilizando no sólo el miedo a quedarnos solos, sino nuestra tendencia a
construir nuestra opinión sobre nosotros mismos en función del aplauso ajeno,
craso y frecuente error.
Al miedo a la presión de grupo se suele unir el abuso del
principio de autoridad, que antaño era política, militar o religiosa. Hoy los
yonquis del poder han decidido manipular la Ciencia (con mayúscula) para
convertirla en la nueva Autoridad, en un nuevo dios, y a los científicos en los
nuevos sumos sacerdotes, siervos útiles del poder. Lo dice “la Ciencia”, así que no discutan: obedezcan.
Todo esto está inventado desde hace milenios y los
estudiantes de siglos anteriores, más inteligentes que los de hoy -pues
carecían de móviles-, lo estudiaban en cualquier curso de lógica antes de
cumplir los 16 años.
Se trata de la falacia ad verecundiam, que
defiende algo únicamente porque alguien considerado una autoridad lo ha
afirmado, la falacia ad hominem, que en lugar de proponer
argumentos desacredita a la persona que defiende la postura contraria, y la
falacia ad populum, que defiende que algo es verdad sólo porque así
lo opina una mayoría o la “opinión pública”.
Durante el covid, las medidas “científicas” más absurdas,
las mentiras más descabelladas y las creencias supersticiosas repetidas ad
nauseam por los yonquis del poder y sus portavoces mediáticos no han
sido más que una sucesión de falacias.
En el siguiente
artículo expondré a qué extremo llegamos y propondré cómo combatir la Cultura
del Miedo en la que se ha basado la locura que hemos vivido, pues no podemos
permitir que se repita.
Fernando del Pino Calvo-Sotelo
28 de noviembre de 2022
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