EL INDIVIDUALISMO IMPIDE TRANSFORMAR LA HUMANIDAD
El origen del hiperindividualismo moderno y por qué esta actitud e ideología es lo que impide que el mundo pueda transformarse hacia una visión más utópica
En la época moderna –o posmoderna– en la que vivimos, se nos
ha convencido de que el individuo independiente, libre y auténtico es la piedra
angular de una sociedad igualmente libre y empoderada. Tenemos aun
relativamente fresca la imagen de las grandes masas homogéneas
controladas como rebaños del nazismo y estalinismo. O antes, de las masas
dominadas por la Iglesia, el dogma y la superstición. Esto es justo lo que
no queremos; esta diferencia, del mundo actual, en el que somos individuos
que piensan por sí mismos, libres de rasgos gregarios y comunales, es lo que
debemos proteger, es nuestro máximo logro como humanidad. Y todo lo que
atenta contra esto es retrógrado, bárbaro, fanático.
Esta idea del individuo y del individualismo como objetivo existencial es relativamente nueva. El individuo -aunque nos parezca algo evidente: es lo que somos, individuos- se empieza a consolidar a partir del renacimiento y tiene su momento de despunte con la reforma y la ilustración –con las ideas de que el hombre es el centro del universo, de los derechos humanos, de la libertad de autodefinirse y demás–.
Antes, la experiencia del ser en el mundo estaba dada con relación a la colectividad: el individuo se difuminaba en colectivos y el significado de su existencia estaba en cosas más grandes que él mismo, para las cuales vivía y en las cuales se disolvía. Pero aunque podemos trazar estos gérmenes de la conformación del individuo, lo que hoy llamamos individualismo –que es en realidad un hiperindividualismo– nació como tal a partir de las décadas de los sesenta y setenta, bajo la supuesta revolución de la contracultura.Podemos trazar la evolución del individualismo -o el individuo como eje de la realidad- a partir de la influencia de las ideas de Ayn Rand (especialmente la idea de que el fin de la existencia humana es la búsqueda de la propia felicidad), la noción inspirada por el movimiento de la contracultura (de los hippies) de que la revolución ocurría pero en el interior, solamente en la conciencia o de que se podían crear nuevos mundos pero dentro de la mente (y por lo tanto a lo que había que dedicar tiempo y esfuerzo era a desarrollarnos a nosotros mismos) pasando por la noción de la rebeldía del punk (que sería cooptada por el capitalismo: productos de consumo con los cuales afirmar la protesta y la diferencia) hasta el Internet y las redes sociales en las que lo fundamental es la autoexpresión y la autoedición de nuestras personalidades, dando lugar a lo que también se ha llamado un hipernarcisismo, que es también un utilitarismo egocéntrico.
El periodista Adam
Curtis, uno de los más lúcidos narradores de los eventos contemporáneos y
las ideas que los subyacen, llamó a uno de sus documentales justamente "El
siglo del yo" (The Century of the Self), sugiriendo que el siglo XX
podía definirse como el siglo en el que el yo, o la preponderancia del
individuo, logró consolidarse como la principal ideología de nuestra
sociedad. En una entrevista, Curtis explicó qué es el
individualismo y por qué impide la conformación de movimientos sociales
que produzcan cambios verdaderos:
Las ideas de cambio no encuentran tracción por el
surgimiento del individualismo, el cual en nuestra época puede rastrearse a la
década de los 70. El individualismo es esta idea de que tú y yo
creemos que lo que queremos, pensamos y sentimos es lo verdadero y auténtico y
nadie debe de decirnos qué hacer. Es una idea muy poderosa, que
domina nuestra sociedad a la cual contribuyeron Margaret Thatcher y el punk. El
problema es que la política no puede lidiar con esto, porque la
política requiere que un partido político te diga "ven conmigo, únete
y usaremos ese poder colectivo para cambiar el mundo", pero
para hacer esto tienes que aceptar que eres parte de algo, tienes que
rendirte a algo más grande. Para los movimientos radicales esto fue un
desastre e incluso más para la política, porque los partidos políticos se
desvanecieron; no tenían apoyo masivo y por lo tanto, no podían hacer lo que se
supone que debían de hacer en una democracia: ser tu representante, tu
puente hacia el poder, porque nos habíamos vuelto tan dispersos,
tan incapaces de unirnos a la acción colectiva...
Adam Curtis, en su documental Hypernormalisation, cita el caso de Patti Smith quien, en su libro Just Kids, deja claro que los artistas y, en general las personas, están cansadas de marchar y participar en protestas y demás porque eso no logra nada. Pero, en cambio, pueden expresar su fastidio con el sistema de formas creativas, autoexpresándose. El arte se convierte en una serie de puntos de vista radicales, entre más únicos y personales mejor. El problema con esto es que se olvida algo que era evidente antes: "cuando estás en un grupo, puedes ser más poderoso. Puedes cambiar las cosas. Tienes una confianza cuando algo sale mal que no tienes cuando estás solo", dice Curtis. En nuestra era se cree que los individuos tienen el poder; o al menos las celebridades, y si quieres cambiar el mundo: vuélvete rico y famoso. Pero el poder de los individuos, incluso las celebridades, nunca podrá compararse con el de los grupos.
El ser humano es un animal social y obtiene significado
de los demás y nunca encontrará motivación y respaldo para actuar de
manera consistente sino es dentro de un grupo. Notablemente, también la
felicidad de las personas no está en el ejercicio de sus derechos individuales
sino en el asumir responsabilidades, en saber que lo que hacen importa. Es
por ello que con el individualismo también asistimos a lo que Max Weber veía
como un progresivo desencantamiento, consecuencia
del capitalismo. Algo que se constata con el aumento exponencial de
la ansiedad y la depresión en los últimos años a nivel global.
A menudo se cree que el individualismo fue un producto o
efecto colateral del marketing capitalista, pero Curtis sugiere algo más
sutil: el marketing –amoral como es– simplemente se
aprovechó de una actitud que despuntaba entre la sociedad y con ello, por
supuesto, radicalizó el individualismo. La oportunidad estaba dada: las
personas, siguiendo la euforia del libre albedrío, de ser individuos, querían
autoexpresarse como tales "pero no sabían hacerlo", no todos podían
ser artistas, pero todos podían comprar objetos que los diferenciaran y que les
dieran un pedazo de identidad.
En el movimiento hippie se alentaba a
las personas a ser auténticas al responder a su yo -esto era una
reacción ante el conformismo, ante el viejo modo de política en el que se
te decía qué hacer-. Ahora era "yo quiero hacer lo que quiero
hacer", se trataba de buscar el yo verdadero.
Es un error creer que importantes cambios sociales -como
acabar con la segregación racial en Estados Unidos o los derechos de las
mujeres y demás- fueron producidos por la contracultura:
Los cambios verdaderos fueron producidos por el
movimiento de los derechos civiles, en el que activistas blancos y negros
(muchos de ellos anónimos) en los 50 y 60 pasaron años dando sus
vidas en el sur de Estados Unidos, a veces literalmente... De aquí surgió
lo que se llamó la nueva izquierda, pero este movimiento se detuvo en los
sesenta cuando surgió la contracultura, porque la contracultura empezó con
el mensaje de que "nunca vas a acabar con el Hombre, el poder fáctico], no
tienes el poder", por lo que la forma de hacerlo era cambiarte a ti mismo.
Fue el surgimiento de un nuevo hiperindividualismo... ya no se trataba de ir al
sur y de entregarse ahí en el anonimato, se trababa de la vanguardia de
cambiarse a sí mismo, y de allí se transformaría el mundo –lo cual dejaba de
lado a la política y creaba movimientos de psicoterapia radicales...
Este es el momento donde entra el marketing capitalista,
porque:
Si vas a ser un individuo autoexpresivo –la meta
misma de la existencia– ¿cómo haces esto? Porque no
muchos sabían cómo o tenían la confianza para
hacerlo. Yo argumento que el capitalismo consumista
moderno entró y dijo: "Nosotros podemos ayudarte a hacer
esto. Te podemos proveer con múltiples cosas para que puedas expresarte, gamas
de ropas, coches, todo tipo de productos con los que podrías expresar tu
identidad individual". Lo cual fue fantástico para el
capitalismo porque podían ahora diversificarse y hacer muchos otros productos.
Surge entonces la directriz detrás del consumismo: productos
para hacerte diferente, para verte especial, para que puedas expresarte y ser
eso que eres que te hace único. El individuo moderno ya no quiere pertenecer a
una masa social que le dé sentido y seguridad (religión, Estado, etc.),
sino que quiere distinguirse, separarse y cosechar los beneficios de
ser único y especial. Lo cool es ser rebelde, ser
diferente, no ser parte de nada. Claro que esta autenticidad individualista es
casi siempre una fantasía. Al querer ser únicos y especiales, nos volvemos
igual que los demás: solitarios en nuestras trincheras, observadores de un
pobre espectáculo que en algunas pocas ocasiones logra conmovernos
lo suficiente para que firmemos una petición o salgamos a una marcha.
Generalmente, sólo miramos la procesión de noticias de terror y escándalo
con una mezcla de ansiedad, ironía, indiferencia, enojo e impotencia.
Todos tenemos una opinión y creemos que nuestra opinión es única y muy
valiosa.
Octavio Paz entendió esto bien:
Las sociedades modernas me repelen por partida doble. Por
una parte, han convertido a los hombres -una especie en la que cada individuo,
según todas las filosofías y religiones, es un ser único- en una masa
homogénea; los modernos parecen todos salidos de una fábrica y no de una
matriz. Por otra, han hecho un solitario de cada uno de esos seres. Las
democracias capitalistas no han creado la igualdad sino la uniformidad y
han substituido la fraternidad por la lucha permanente entre los individuos...
Se creía que a medida que se ampliase la esfera privada y el individuo tuviese
más tiempo libre para sí, aumentaría el culto a las artes, la lectura y la
meditación. Hoy nos damos cuenta que el hombre no sabe qué hacer con su tiempo;
se ha convertido en el esclavo de diversiones en general estúpidas y las horas
que no dedica al lucro las consagra a un hedonismo fácil.
El mundo moderno ha logrado producir comodidad pero no
felicidad en su sentido profundo, esto es, significado y propósito y no mero
placer. Max Weber sugirió, hace casi cien años, que entraríamos en la
"jaula de hierro de la racionalidad". Un mundo en el que todo estaría
bien administrado y controlado, y todo sería eficiente, pero perderíamos
el asombro ante lo misterioso y maravilloso. Curtis cree que esto es de lo que
carece el mundo y por lo cual buscamos cosas como teorías de la conspiración
"para reencantar el mundo, aunque sea de una forma distorsionada". Es
por esto también que necesitamos de lo religioso, y es por ello que muchos
movimientos radicales fanáticos de derecha galvanizan tan fácil a las personas
–porque las personas están hambrientas de sentido, de asumirse dentro
de algo más grande que ellas–.
Curtis considera que, en la actualidad, el poder
está en los sistemas de manejo o administración, en las grandes redes de
información descentralizada, en las finanzas y en los gigantes de Internet.
Sugiere que el algoritmo ha logrado lo que los políticos no pueden:
El genio del poder moderno es que hace lo que no logran los políticos, mantener la sensación de individualismo. Las redes sociales hacen que sientas que te expresas y que eres totalmente tú en línea, expresando ideas o quejas o sentimientos y, sin embargo, a la vez sólo eres un componente dentro de un complejo circuito que te está observando y categorizando de tal forma que dice "Si está haciendo esto, eso significa que es como este grupo que categorizamos aquí, por lo cual podemos decirle a esa persona en el circuito 'ya que estás haciendo esto, no te gustaría esto otro', y tú dices "Sí, muy bien" –porque es como lo que hiciste antes y te hace sentir seguro dentro de tu individualidad–.
Los modernos sistemas de management han
logrado aceptar tu individualidad y expresividad, permitirte que
sientas que cada vez eres más expresivo y a la vez manejarte
callada y felizmente, sin que te des cuenta de que eres parte de un
grupo, porque tú eres apenas un componente en el circuito, pero las
computadoras sí lo ven y dicen "Ah, como éste hay 300
millones iguales..." Pero no es una
conspiración, es un sistema que puede ver en la información que lee de ti
y otros los patrones de los que eres parte y decir, "Ok, los
colocaremos dentro de esta categoría".
Progresivamente
el ser humano empieza a ceder su poder a las máquinas y a los
programas informáticos. Se convierte en un componente dentro de un complejo
engranaje que maneja el mundo de manera eficiente, que evita el riesgo, que
trata de domar o, al menos, hacer que el caos de la realidad pase
desapercibido. Al individuo le gustaría que el mundo cambiara, que fuera más
justo, libre y equitativo, pero sin tener que entregar su seguridad, sin tener
que aventurarse a lo desconocido o a perderse en el anonimato. Quiere cambiar
el mundo, pero quiere también el crédito y reconocimiento por haberlo hecho. El
punto que no cruza es justamente aquel en donde su identidad empieza a
ser seriamente amenazada... Se aferra a la idea de que la libertad es
hacer lo que uno quiere. Pero hay otras ideas de libertad.
Para cuestionar el poder, debes enfrentarte a él. Para
hacer esto, debes adentrarte en grupo al bosque en la noche. Debes ser poderoso
y seguro como grupo. Y debes hacer algo que creo que muchos artistas modernos y
personas en general me parece encuentran muy difícil: entregarte a
algo superior a ti. Hay otras ideas que han sido olvidadas de lo que
es la libertad. Por ejemplo, la idea religiosa de libertad, creo que la
frase es "Su servicio, la libertad perfecta".
Esto es casi inconcebible para el individuo moderno, que la
libertad verdadera sea disolverse en algo mayor, entregarse a él, abandonarse a
sí mismo, darse por completo, sin buscar beneficio personal. De alguna manera
se guía por aquella frase de Milton de Paradise Lost, la
cúspide de la soberbia: "mejor reinar en el infierno que servir en el
paraíso". Es quizás esta actitud la que impide que se pueda
construir "un paraíso en la tierra".
* * *
Como apéndice, es importante mencionar que muchas de las ideas que subyacen a la conformación del individualismo no son meros engaños o desvíos en los que ha caído la humanidad, sino que son parte de una evolución compleja, que a veces opera más en ciclos que como una línea recta. Por supuesto que el desarrollo individual, el autoconocimiento y la búsqueda del yo verdadero son cosas que tocan fibras profundas, casi intemporales, y que rinden también beneficios para el bienestar de una persona y el mundo cuando son llevados a sus últimas consecuencias y no seguidos como nuevas máscaras para el ego.
Asimismo, la idea de que si
uno cambia, el mundo cambia, es verdad en cierta forma, sin embargo,
es el más endeble pensamiento new age pensar que esto es
suficiente o que la experiencia de iluminación o conexión que tuve en un
momento inusual va derramarse por el mundo, contagiando
automáticamente a todos los seres sensibles por algún tipo de campo cuántico o
conciencia colectiva. Si bien existen indicios de que puede existir
tal cosa como una conciencia colectiva, siguiendo los trabajos de Rupert
Sheldrake (resonancia mórfica) y del Global Consciousness Project de
la Universidad de Princeton, los efectos de esta transformación
colectiva son sumamente débiles en comparación con lo que puede
hacer una persona que activamente busca a los otros, se organiza y crea un
espacio de convivencia, comunicación y, posiblemente, de acción colectiva.
Este fue por supuesto el error de los hippies,
quienes tomaron demasiado LSD y fumaron demasiada marihuana y confiaron
demasiado en el poder de la buena vibra -una buena vibra que ellos mismos no
podían sostener cuando bajaban de sus viajes psicodélicos-. Lo verdaderamente
revolucionario obviamente es trasladar el viaje cósmico o místico vivido en el
interior al mundo exterior, la experiencia personal en experiencia
colectiva. Hacer de una visión: comunión. Este es el verdadero arte, la
verdadera labor profética. Pero como Curtis señala, el arte moderno no puede
cumplir con su función de desafiar el poder y la realidad establecida,
justamente porque está basado en pura autoexpresión, y el mundo mismo
actualmente está basado en esa misma autoexpresión. Es por eso que el arte
moderno se parece tanto a la publicidad y al capitalismo. Lo que está más allá
de la autoexpresión es la rendición, el servicio, la disolución o la
destrucción del individuo: hacerse nadie y nada en favor del todo, dejar que
corra la energía vital sin exigir copyright.
Al hipeindividualismo moderno ha contribuido en gran medida a la espiritualidad moderna basada en ideas orientales de la búsqueda interior del yo, del alma o de algo auténtico y único que yace en la profundidad del ser. Estas ideas, si fueran llevadas a su última consecuencia -y no fueran mezcladas con el capitalismo consumista o con el "materialismo espiritual"- llevarían a lo opuesto del individualismo, puesto que, en el fondo de filosofías como el yoga, el vedanta o el budismo, está la noción de que el ser individual con el que nos identificamos es una ilusión y no existe de manera independiente.
Lo real, el ser verdadero, la divinidad
misma o la verdad -aquello que se busca- es lo que emerge cuando se elimina la
ignorancia y la confusión, que es básicamente creer que uno existe como
individuo separado en un mundo material -o en otras palabras cuando uno deja de
creer que es lo más importante del universo (y es que la mayoría realmente
creemos esto y vemos al mundo a través de este filtro de ser el centro del
universo)-. Lo que piden estas filosofías o religiones es la aniquilación del
yo, su anulación en algo más grande. Como dice Curtis "en Su
servicio, la libertad perfecta".
Todo esto es paradójico porque la mayoría de las
personas cuando emprendemos una búsqueda "espiritual" lo hacemos por
motivos egoístas, para obtener más seguridad, para volvernos más poderosos y
consolidar nuestra identidad -ahora como personas espirituales, maestros de
esto o aquello-. Pero esta búsqueda justamente implica, si es llevada a cabo de
manera auténtica, la destrucción de aquello que de entrada nos impulsó a
hacer la búsqueda en cierta forma: todo logro espiritual no podrá ser
"nuestro", no podrá ser algo que poseemos, de otra manera,
evidentemente, no es algo espiritual, puesto que lo realmente espiritual es
siempre la anulación de la importancia personal en favor o servicio de algo más
grande (Dios, la verdad, la humanidad, etc.).
Esto es también lo verdaderamente moral, lo bueno, lo
verdadero, lo bello. Es por ello que la religión en Occidente se ha convertido
en espiritualidad new age mayormente, porque la
espiritualidad new age no requiere algo tan radical. Uno puede
seguir siendo un individuo y disfrutar de la vida moderna. No es necesario ni
renunciar a nuestra propia identidad ni renunciar al mundo; sólo nos permite
adaptarnos mejor y hacernos menos vulnerables al caos natural de la
existencia. La espiritualidad así, es en realidad la forma en la que
nuestro ego finge su muerte para consolidar su poder en la sombra. Es el
meta-producto de consumo y, de hecho, la forma más ilusa
de materialismo, un materialismo espiritual.
Twitter del autor: @alepholo
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