MEDIO
SIGLO DE TRANSFORMACIONES
La “teoría de la individualización” o de la
“independencia individual” promovida desde el Estado, de la que Suecia es el
máximo exponente, se ha vuelto particularmente influyente y popular en las
ciencias sociales. Hasta hace poco muchos expertos se felicitaban por ello,
porque a su juicio ha supuesto el debilitamiento de las estructuras sociales
tradicionales de clase, género, religión y familia, de tal suerte que las
personas ya no tienen trayectorias vitales predefinidas, sino que pueden
decidirlas por sí mismas.
Esta ingeniería social tenía como objetivo
desarticular los elementos nucleares de la familia tradicional y promover en su
lugar nuevas formas de “familias elegidas” que se situarían bajo el paraguas de
lo que se ha dado en llamar “familia democrática”.
En la “familia democrática” todos los asuntos están
sujetos a la negociación en la toma de decisiones. La familia tradicional, que
se sustenta en la división por género (hombres y mujeres) y la división
generacional (padres e hijos) ha sido reemplazada por la «familia negociada»,
donde los roles preexistentes deben desaparecer.
En la familia democrática no
hay normas fijas sobre quién debe hacer qué, cuándo y cómo, según sea el género
o la generación a la que se pertenece. Según sostienen los expertos, la familia
se ha transformado en un sistema de «relación pura», donde cada individuo,
libre de dependencias e imposiciones, participa libremente como miembro de
pleno derecho.
Se trata de un nuevo esquema de relación basado en la
democracia e igualdad emocional y sexual, que se caracteriza por la apertura,
la participación, la reciprocidad y la cercanía. Sin embargo, los expertos
apuntan ahora que detrás de esta beneficiosa transformación, y más allá de su
aceptación formal, en la sociedad sueca, persisten los “viejos” esquemas. Es
decir, paradójicamente, los individuos en sus decisiones prácticas parecen
alejarse cada vez más de este consenso sociológico, por lo que las relaciones
familiares vuelven a estar en el punto de mira de los expertos.
INGENIERÍA SOCIAL INTENSIVA
Antes de la década de 1960, Suecia ya había empezado a
aplicar medidas para proporcionar una mayor independencia a la mujer y
contrarrestar el rol de ama de casa, poniendo énfasis en los derechos
individuales, la autonomía y la igualdad de género. Sin embargo, aún se
consideraba que las madres eran insustituibles en la crianza de los niños. Por
lo que, según los expertos, la figura masculina como soporte económico permaneció
inalterada.
Fue a finales de la década de 1960 cuando el discurso de
la «igualdad de oportunidades» entre hombres y mujeres derivó en proceso
normativo. Esto significó un cambio crucial, pues el discurso socialdemócrata
pivotó de la lucha contra la desigualdad de clases a la lucha contra la
desigualdad de género. Fue entonces cuando surgieron toda una serie de
investigaciones gubernamentales sobre el problema de la familia y la igualdad
de oportunidades. En 1965 se creó el Comité de Política Familiar (Familjepolitiska
Kommitten) y en 1969 la Comisión de Expertos Familiares (Familjesakkunniga).
Para la década de 1970 había 74 comisiones dedicadas a analizar «familia y género”. Estas comisiones publicaron en 1972 un informe conjunto cuya conclusión fue la necesidad de promover “una sociedad en la que cada individuo adulto pueda hacerse responsable de sí mismo sin depender de sus familiares, y en la que la igualdad entre hombres y mujeres sea una realidad». Así pues, la igualdad de género también significaría autonomía individual.
Para la década de 1970 había 74 comisiones dedicadas a analizar «familia y género”. Estas comisiones publicaron en 1972 un informe conjunto cuya conclusión fue la necesidad de promover “una sociedad en la que cada individuo adulto pueda hacerse responsable de sí mismo sin depender de sus familiares, y en la que la igualdad entre hombres y mujeres sea una realidad». Así pues, la igualdad de género también significaría autonomía individual.
Desde ese momento, las reformas legislativas suecas se
sucedieron de manera vertiginosa, todas orientadas a garantizar la autonomía y
la independencia financiera, así como promover la responsabilidad mutua de los
cónyuges. En 1971 se estableció la tributación separada en el matrimonio; en
1974 se facilitó la tramitación del divorcio, eliminando la cuestión de la
culpa; en 1975 el aborto pasó a ser libre, eliminando su limitación a
determinados supuestos; en 1976 la cohabitación se reconoció legalmente como
equivalente al matrimonio… Todas estas reformas, sumadas a las ayudas públicas
en guarderías, a la atención pública especial hacia los niños, al permiso por
paternidad y la jornada reducida, transformaron el matrimonio, en términos
legales, en la unión voluntaria de dos individuos completamente independientes.
Como colofón, en 1982 se modificó la legislación para que la violencia doméstica se convirtiera en un asunto de derecho penal, y en 1993 se creó la Comisión de Violencia contra la Mujer. El trabajo de esta comisión dio lugar en 1998 a una ley penal contundente con supuestos ampliados, en cuyo texto se declara que el «requisito básico y previo para el surgimiento de la violencia de los hombres contra las mujeres es la estructura de la sociedad basada en la dominación de los hombres y la subordinación de las mujeres».
Como colofón, en 1982 se modificó la legislación para que la violencia doméstica se convirtiera en un asunto de derecho penal, y en 1993 se creó la Comisión de Violencia contra la Mujer. El trabajo de esta comisión dio lugar en 1998 a una ley penal contundente con supuestos ampliados, en cuyo texto se declara que el «requisito básico y previo para el surgimiento de la violencia de los hombres contra las mujeres es la estructura de la sociedad basada en la dominación de los hombres y la subordinación de las mujeres».
EL ESTADO COMO «RECURSO DE AMOR»
Pero la promoción en Suecia del principio de autonomía
individual no se ha detenido ahí, se ha extendido también a los niños. Ya en
1972 se constituyó una comisión encargada de demostrar que «la sociedad no
puede aceptar que la violencia física se use contra los niños como medio de
educación o castigo», lo que dio como resultado la prohibición en 1979 del
castigo corporal y su tipificación en 1982 como delito penal. A partir de ese
momento, el cuidado público de los niños también se ha concebido en Suecia como
un medio para abordar la desigualdad social y brindar a los menores un mejor
entorno social y pedagógico, dándose por supuesto que la participación del
Estado en el cuidado de los niños reduce las “restricciones estructurales”
sobre sus opciones futuras.
En consecuencia, se ha establecido la idea de que no es
bueno que un niño pase demasiado tiempo con sus padres y se considera que el
cuidado público de los niños es un «recurso de amor» para ellos: a través del
amor y cuidado público, los niños también deben independizarse de sus padres.
De esta forma, la autonomía individual y la familia democrática no sólo ha
buscado independizar a las mujeres de los hombres, sino también a los niños de
los padres. Tal y como lo expresó la Comisión de 1978 sobre la prohibición de
los castigos corporales, «la toma de decisiones independiente y la
responsabilidad voluntaria son requisitos cruciales para mantener el orden
social democrático».
LA NATURALEZA HUMANA
El Estado sueco ha llevado a cabo un enorme proceso de
ingeniería social que, partiendo de ideas de 1920, toma su forma definitiva en
1969 mediante reformas legislativas que se intensificarán a lo largo de la
década de los 70 y que se consolidarán en los años 80 y 90. A lo largo de más
de medio siglo, Suecia ha legislado y creado instituciones sociales de apoyo a
la autonomía individual, la igualdad de género, la responsabilidad compartida
de los hijos, la paternidad activa, la ciudadanía para los niños, la libertad
frente a la violencia y la autoridad negociada.
Sin embargo, si bien la aceptación formal de estas
reformas por parte de la sociedad sueca puede parecer unívoca, las elecciones
individuales siguen demostrando que prevalecen las viejas costumbres y
preferencias. Según los expertos, todavía hay una marcada desigualdad de género
en la división del trabajo y las responsabilidades familiares. Los roles
tradicionales subsisten a pesar de que los sujetos gozan hoy de una libertad
individual prácticamente absoluta asegurada por el Estado. Ciertamente, Suecia
es uno de los países con índices más altos en tasa de divorcio, participación
laboral femenina, mejores ingresos de las mujeres en relación con los hombres,
parejas de hecho y nacimientos fuera del matrimonio.
Pero, de forma voluntaria, muchos hombres y mujeres, a
pesar de que hoy son más cooperativos, siguen organizándose según los viejos
roles y sus preferencias individuales, a la hora de escoger una profesión u
oficio, expresan una marcada distinción entre sexos. Para los expertos, esta
paradoja no es fruto de las elecciones libres y voluntarias de los sujetos.
Fieles a la idea de la tabula rasa, según la cual el género es un constructo
social, afirman que la negociación familiar continúa siendo asimétrica porque
está mediatizada por el entorno y el género pre-dado. En su opinión, detrás de
esta paradoja se esconde el espectro de la violencia masculina. Si bien ha
habido cambios, estos habrían sido consecuencia de la reproducción y adaptación
de las normas familiares preexistentes a las nuevas circunstancias.
En resumen, pese a que el Estado garantiza no ya la
independencia material, sino también emocional de los sujetos; que se ha
arrogado el derecho a educar a los niños, reduciendo en todo lo posible la
influencia de los padres; que incentiva fuertemente no ya modelos de matrimonio
alternativos, sino la familia monoparental y la maternidad a la carta, incluso
subvencionando la inseminación artificial… pese a todo, digo, las viejas
costumbres permanecen. Si todas las barreras, obstáculos, dependencias y
discriminaciones han sido minuciosamente eliminadas mediante una ingeniería
social intensiva que dura ya más de medio siglo, ¿cómo es posible que muchas
personas insistan en organizarse de manera contraria a las directrices del
Estado? Ya nada ata a los sujetos, nada les obliga, nada les coacciona. Y, sin
embargo, parecen inasequibles a tanta dicha.
La explicación que los expertos ofrecen a esta paradoja
es que han confundido elección con organismo o, dicho de otra forma, han
subestimado las condiciones estructurales y sus efectos en las elecciones
personales. Su explicación es que existe una fuerza invisible que somete a las
personas. Esta afirmación no se sustenta en evidencias, sólo en hipótesis que
nacen y mueren en el hecho de que los sujetos están decidiendo por sí mismos de
manera distinta a la esperada. Sin embargo, cualquier justificación parece ser
válida, por absurda que resulte, en vez de reconocer que, quizá, esa fuerza
invisible no sea una fuerza oscura y maléfica, sino la expresión espontánea de
la condición humana a través de las decisiones de millones de individuos.
Pero los ingenieros sociales no parecen dispuestos a
asumir su fracaso, al contrario, están decididos a doblar la apuesta.
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