LA TRAGEDIA MODERNA
Cómo canjeamos verdad y belleza por
comodidad y placer
Huxley comprendió que para que la máquina de la
producción masiva pudiera seguir rodando, se debía proveer a los individuos de
constantes gratificaciones (la ilusión de la felicidad). El problema es que la
felicidad hedonista significa un pacto fáustico en el que se sacrifica la
belleza y la verdad.
La novela Un
mundo feliz es, sin duda, una de las visiones literarias que con mayor
claridad se anticiparon a los acontecimientos que estamos viviendo.
Existe una bizantina disputa sobre si estamos
viviendo el mundo que imaginó Orwell o el mundo que imaginó Huxley (y aunque
hay claroscuros, parece que Huxley fue más preclaro).
El analista de medios Neil Postman distinguió la
visión distópica de Huxley de la de Orwell. La del primero estaba basada en el
deseo y la segunda en el miedo; de manera quizá un poco más sofisticada, Huxley
entendió que en el “futuro” íbamos a ser controlados no a través de la fuerza,
la represión violenta o la supresión de la información, sino sobre todo, a
través de la distracción y el entretenimiento.
El siguiente párrafo se lee de manera ominosa, si
bien ya en 1932, cuando se publicó por vez primera la novela, había visos de
que la producción serial -el fordismo- requería del ser humano una constante
atención hacia los productos y, por lo tanto, una asociación de la felicidad
con el consumo.
La visión distópica de Huxley
Asimismo, Huxley ya vislumbraba que las personas estaban
dispuestas a sacrificar su libertad en niveles alarmantes a cambio de
seguridad, especialmente después de haber vivido una guerra. Esto se pudo
comprobar con el movimiento nazi.
Nuestro Ford hizo por su propia cuenta una
enormidad para modificar el énfasis de la verdad y la belleza hacia la
comodidad y la felicidad. La producción masiva exigía ese cambio. La felicidad
universal mantiene las ruedas girando constantemente; la belleza y la verdad no
pueden. Y, por supuesto, cuando llegó a ocurrir que las masas tomaban poder
político, entonces era la felicidad lo que contaba y no lo la belleza y la
verdad.
Sin embargo, pese a todo, la investigación
científica aún era permitida. Las personas aún seguían hablando de la belleza y
la verdad como si fueran bienes soberanos. Hasta el tiempo de la guerra de los
9 años.
Eso hizo que cambiaran de tono completamente. ¿De
qué sirven la belleza o la verdad o el conocimiento cuando las bombas de ántrax
están brotando por todas partes? En ese momento la ciencia empezó a ser
controlada por primera vez… Las personas estaban listas hasta para que les
controlaran sus apetitos.
Todo por una vida tranquila. Hemos seguido
controlando las cosas desde entonces. No fue muy bueno para la verdad, por
supuesto. Pero ha sido muy bueno para la felicidad. Uno no puede tener algo
gratis. La felicidad se debe pagar.
La producción masiva, el capitalismo, la
deificación del dinero, la tecnología y la materia, etc., requieren de una
cierta pasividad, de un cierto estado de consumidor, de renunciar a la agencia,
de que los individuos se vean parte de una gran máquina de la cual sólo son
piezas y ante la cual no pueden hacer nada.
Para que el individuo renovara su deseo y pudiera
seguir consumiendo y alimentando el sistema que hoy se conoce como economía de
crecimiento infinito, la felicidad debió asociarse con la participación en los
bienes de consumo que produce el sistema. Huxley lleva esto a una especie de
hipérbole, considerando que es como el consumo de una droga, que mantiene a los
individuos felices y, en consecuencia, inofensivos para el sistema. Como dice
la canción de Radiohead: “happy, more
productive”.
La depresión, la melancolía y la tristeza se
convierten en anatema, en estados que deben ser rápidamente curados y
eliminados. Al eliminarse, se elimina una dimensión de profundidad de la
existencia; sólo queda la verticalidad: tratar de escalar socioeconómicamente,
de obtener más. Se pierde también la dimensión estética, ya que ésta requiere
de integrar y considerar seriamente todo tipo de sensaciones buenas y malas -el
amor y la muerte en el mismo vaso-, de la introspección, de descender a la
propia alma y demás cosas que el aséptico neoliberalismo moderno no consiente.
De aquí esta fórmula de cambiar la belleza y la
verdad a favor de la felicidad o el placer (hedonista y narcisista). Preferimos
vivir cómodos y seguros a enfrentarnos a lo desconocido, al mysterium tremendum, lo numinoso. La
sociedad se convierte en un organismo funcional, eficiente, predecible, pero
sin alma, y en una perenne crisis existencial que es suprimida por paliativos.
Crisis existencial que es rápidamente atacada por el entretenimiento, por la
manipulación del deseo (por la manufactura de deseos), y ahora, por la
captación de la atención de la tecnología digital.
Se trata de que el individuo no se enfrente a la
oscuridad de su propia mente, ya que si lo hace se dará cuenta que está sumido
en una profunda crisis y que la vida que vive no tiene profundidad, es similar
a la de una máquina.
Un ser humano realmente no puede tolerar esto
mucho tiempo; si lo hace, se enfrentará con la necesidad de una profunda
transformación. Es por ello que es mejor distraerse.
Huxley lo vio de manera genial; el monstruo de la
indolencia ya estaba latente y hoy se ha expandido como una red global de
comunicación que nos dice que estamos perpetuamente conectados. Estamos
conectados pero a la vez cada vez más desligados de nosotros mismos y de
aquellas cosas que históricamente le dieron sentido al hombre. Dostoyevski creía que el ser humano no podía vivir sin
belleza; belleza también en el sentido platónico: el esplendor de la verdad, el
símbolo del espíritu.
Quizás la gran ilusión moderna tiene que ver con
la idea de que el ser humano existe para su propia felicidad. Una felicidad que
no es ciertamente la felicidad eudaimónica de Aristóteles; se trata más bien de
la felicidad individualista de suprimir todas las amenazas, todo el dolor, todo
el miedo, toda la oscuridad, y de abrirse el terreno hacia la máxima comodidad
y hacia el más alto diseño del placer. Esta es la promesa de la tecnoutopía:
una existencia descorporalizada en la que se puedan crear paraísos hedonistas
sintéticos. Solzhenitsyn veía las cosas de manera distinta:
Si, como sostiene el humanismo, el hombre naciera
sólo para ser feliz, no nacería para morir. Ya que su cuerpo está condenado a
la muerte, su tarea evidentemente debe ser más espiritual: no el grosso
involucramiento en la vida cotidiana, no la búsqueda de mejores formas para
obtener bienes materiales y su consumo libre de preocupaciones.
Debe ser el cumplimiento de un deber sincero y
permanente, de tal manera que el viaje de la vida se convierta en una
experiencia de crecimiento moral: dejar la vida siendo un mejor ser humano del
que uno era cuando llegó.
via pijamasurf
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