11/5/20

Todos tenemos que estar dispuestos a renunciar a algo para que nadie renuncie a todo


OCHO PROPUESTAS PARA UN GRAN DESAFÍO
Alimentar y satisfacer a millones de desempleados
El mundo empresarial ha sufrido un shock sistémico del que muchos analistas aseguran que no se recuperará nunca. Esto implica mucha gente sin empleo —o con salarios reducidos— y una bajada brusca del desgraciado PIB (que podría llegar hasta del 20% según algunos).
Nos enfrentamos así a un gran desafío: idear mecanismos para alimentar y satisfacer a muchas personas en un mundo  altamente mecanizado, con menguantes necesidades de mano de obra, con un coronavirus suelto y con un impacto ambiental muy grave. Es una nueva versión del “pan y circo” de los romanos, que haríamos bien en traducir como «trabajo y cultura, pero sostenible».
Si este problema no se aborda adecuadamente, podrá haber grandes masas de gente empobrecida que se sienta ignorada por la sociedad. La pobreza y la desigualdad no es raro que desemboquen en malestar, delincuencia y violencia. En el peor caso podríamos asistir a revoluciones, guerras, cambios de regímenes y pérdida de derechos que hoy consideramos bien asentados, pero que nada nos garantiza que vayan a respetarse en el futuro.

Cómo y dónde
El problema es global pero, en ciertas zonas será más grave que en otras. Por ejemplo, las zonas que dependan mucho del turismo (como Málaga) podrían ser algunas de las más afectadas. En el nuevo contexto mundial el turismo se va a reducir, tanto por el riesgo de contagios como por la falta de ingresos. Serán menos las personas que puedan hacer turismo y el turismo será más local.
Los viajes en avión, en tren y en autobús se reducirán por el miedo al contagio, pero también porque al incrementar la separación entre viajeros y las medidas de control, aumentarán los precios. A esto se une el clamor ecologista contra los aviones y contra las subvenciones que reciben.
La reducción en los ingresos medios y en el consumo obligará a replantear el futuro en muchos sectores, especialmente los de productos no esenciales o fácilmente prescindibles. Las empresas tendrán que reinventarse y aplicarán mecanismos para reducir gastos. Algunos de esos mecanismos serán positivos en general (como aplicar el teletrabajo cuando sea posible) pero otros pueden tener efectos negativos colaterales (la mecanización y robotización ahorran trabajo y costes, pero podría conllevar despidos).
Otros sectores, como la agricultura y la ganadería, puede que no noten mucho la crisis, al menos a corto plazo, pero a medio y largo plazo, sin duda les afectará, especialmente en un escenario de crisis energética. Debemos ir haciéndonos la idea de que se van a incrementar los empleos en el campo y se van a reducir en las industrias. Reducir el consumo de carne y la ganadería sería una buena decisión que parece que solo está en manos de los particulares. Sin embargo, los Estados pueden influir. España produce más carne de la que necesita, dejando en su territorio parte del impacto ambiental de esa industria. Reducir ganadería ahorra agua, importaciones de cereales y contaminación, todo lo cual es algo básico para la soberanía alimentaria.
Aunque algunos proclaman que la solución está en volver a la senda del crecimiento económico  anterior a la crisis, otros aseguran que ese camino es imposible o incorrecto. ¿Podremos volver a la situación anterior cuando ya sabemos que distaba mucho de ser un buen camino? Y en caso de que ello fuera posible, ¿por cuánto tiempo se podría mantener un desarrollo claramente insostenible? A medio y largo plazo, ¿no generará la vía del crecimiento más daños que intentar hacer una transición ecosocial? Para ello podemos aprovechar los efectos y lecciones de la crisis del COVID-19. En el fondo, esta crisis es una extensión de la crisis del 2008, una crisis que también se originó por los abusos (abusos inmobiliariosbancarios, a la biosfera…).
¿Quiénes son los más amenazados?
Toda la sociedad está amenazada por este problema, pero obviamente no por igual (los súper ricos también nacen en épocas de crisis). Las personas más afectadas serán aquellas que no tengan una formación específica y que realicen tareas fácilmente mecanizables.
Este problema no es nuevo. Tanto la robotización como la mecanización han generado una reducción de la mano de obra, especialmente de la no especializada. Por ejemplo, desde principios de siglo los bancos han despedido o prejubilado a muchos de sus empleados. Sin embargo, en el contexto actual, el problema adquiere una nueva dimensión. Si este problema no se resuelve bien no solo generará mucha pobreza, sino que su efecto podría ser del tipo “bola de nieve” y generar de forma creciente malestar, pobreza, desigualdad, delincuencia, inestabilidad, disturbios… En esa hipotética situación, respetar el medioambiente no será una prioridad lo que ahondará más en la crisis ambiental, con devastadores efectos especialmente para las siguientes generaciones.
Conclusiones y ocho soluciones
Tal vez uno de los más importantes ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) de la ONU sea el fin de la pobreza. El COVID-19 va a empobrecer a toda la sociedad en su conjunto. Sin embargo, como ocurre en todas las crisis, algunos se verán beneficiados. Es un reto para esta sociedad distribuir la riqueza y, a la vez, reducir los impactos ambientales para maximizar el bienestar de la sociedad presente y futura.
Algunos de los mecanismos más importantes para todo esto son:
  1. Reducir la jornada laboral (para que haya más gente que trabaje, aunque sean menos horas cada uno).
  2. Concienciar en el daño social que hacen las horas extra (especialmente las no remuneradas)
  3. Implantar una Renta Básica Universal (que garantice unos ingresos mínimos muy básicos  para todos los mayores de edad).
  4. Fiscalidad justa y verde: Evitar el fraude fiscal (especialmente en las empresas del IBEX), asfixiar a los paraísos fiscales y mejorar el sistema tributario para que las grandes empresas no paguen menos porcentaje de sus beneficios que los mileuristas (como ocurre hoy en día aunque de esto no se hable).
    • Si aplicamos el principio de “el que contamina paga”, volar en avión o utilizar las autopistas deben tener tasas adecuadas. Por supuesto, esos impuestos han de usarse en inversiones sostenibles.
  5. Ayudas públicas ecosociales: No se deben rescatar empresas con un alto impacto ambiental  y menos aún si no proponen un plan serio para reducir ese impacto. Algunas empresas de Alemania han pedido que las ayudas por el coronavirus estén asociadas a medidas por el clima. Por otra parte, Dinamarca, Francia y Polonia no rescatarán empresas registradas en  paraísos fiscales. ¿Qué harán los demás países? Es lógico dar prioridad a las empresas que no evaden impuestos. De hecho, tal vez lo más inteligente sería prohibir que vendan sus productos las empresas que evaden impuestos.
  6. Reducir temporalmente los sueldos públicos, empezando por los políticos y siguiendo con los funcionarios (Uruguay ya lo ha hecho). Todos tenemos que entender que para construir un mundo futuro mejor necesitamos reducir nuestros ingresos, y también nuestras horas de trabajo (Portugal lo hizo para sus funcionarios).
  7. Aplicar la agroecología es ya un deber moral pero pronto será una obligación. Si somos inteligentes deberíamos empezar a aplicarla de forma paulatina, incluso aunque requiera más mano de obra (o tal vez justo por eso).
  8. Reducir nuestro consumo de carne y pescado: Si lo hacemos, sobrarán tierras, cereales y energía para alimentar a las personas y no al ganado. Muchas ciudades se comprometieron a hacerlo pero han hecho poco. Hay varias razones para comer menos carne, pero lo expuesto debería ser suficiente.
En un contexto de grave crisis económica y ambiental (conceptos que se apoyan y se complementan) todos tenemos que estar dispuestos a renunciar a algo para que nadie renuncie a todo. Dado que no vamos a ir de turismo a lugares lejanos y que vamos a gastar menos en restaurantes y en comprar cosas caras, podemos reducir nuestro salario. Los precios de la comida deberían mantenerse o bajar (salvo carne y pescado).
El escritor israelita Harari expone el caso de su país, en el que el Estado mantiene a muchos pobres dedicados a cuestiones religiosas (los judíos ultraortodoxos). Lo curioso es que esa gente tiene en general una vida más satisfactoria que los obreros. Satisfacer a los seres humanos no es tarea sencilla pero se puede educar en los hogares y en los colegios para ser felices viviendo sencillamente.
No es momento de quejas vacías. Es momento de sacar nuestra austeridad y nuestra solidaridad. Es momento de exigir a nuestros políticos que se olviden del crecimiento económico, porque engañan a los incautos y comprometen nuestro presente y nuestro futuro como personas y como humanidad.

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