Alimentar y satisfacer a millones de desempleados
El mundo empresarial ha sufrido un shock sistémico
del que muchos analistas aseguran que no se recuperará nunca. Esto implica mucha gente sin empleo —o con salarios reducidos— y una
bajada brusca del desgraciado PIB (que
podría llegar hasta del 20% según algunos).
Nos enfrentamos así a un gran desafío: idear mecanismos para alimentar
y satisfacer a muchas personas en un mundo altamente
mecanizado, con menguantes necesidades de mano de obra, con un coronavirus
suelto y con un impacto ambiental muy grave. Es una nueva versión del “pan y
circo” de los romanos, que haríamos bien en traducir como «trabajo y
cultura, pero sostenible».
Si este problema no se aborda adecuadamente, podrá haber grandes masas de
gente empobrecida que se sienta ignorada
por la sociedad. La pobreza y la desigualdad no es raro que desemboquen en
malestar, delincuencia y violencia. En el peor caso podríamos asistir a
revoluciones, guerras, cambios de regímenes y pérdida de derechos que hoy consideramos bien
asentados, pero que nada nos garantiza que vayan a respetarse en el futuro.
Cómo y dónde
El problema es global pero, en ciertas zonas será más grave que en otras.
Por ejemplo, las zonas que dependan mucho del turismo (como Málaga) podrían ser
algunas de las más afectadas. En el nuevo contexto mundial el turismo
se va a reducir, tanto por el riesgo de contagios como por la falta de
ingresos. Serán menos las personas que puedan hacer turismo y el turismo será
más local.
Los viajes
en avión, en tren y en autobús se reducirán por el miedo al contagio, pero
también porque al incrementar la separación entre viajeros y las medidas de
control, aumentarán los precios. A esto se une el clamor ecologista contra los
aviones y contra las subvenciones que
reciben.
La reducción en los ingresos medios y en el consumo obligará a replantear
el futuro en muchos sectores, especialmente los de productos no esenciales o
fácilmente prescindibles. Las empresas tendrán que reinventarse y aplicarán
mecanismos para reducir gastos. Algunos de esos mecanismos serán positivos en
general (como aplicar el teletrabajo cuando
sea posible) pero otros pueden tener efectos negativos colaterales (la mecanización
y robotización ahorran trabajo y costes, pero podría conllevar
despidos).
Otros sectores, como la agricultura y la ganadería, puede que no noten
mucho la crisis, al menos a corto plazo, pero a medio y largo plazo, sin duda
les afectará, especialmente en un escenario de crisis
energética. Debemos ir haciéndonos la idea de que se van a
incrementar los empleos en el campo y se van a reducir en las
industrias. Reducir el consumo
de carne y la ganadería sería una buena decisión que parece que solo
está en manos de los particulares. Sin embargo, los Estados pueden influir.
España produce más carne de la que necesita, dejando en su territorio parte del
impacto ambiental de esa industria. Reducir ganadería ahorra agua,
importaciones de cereales y contaminación, todo lo cual es algo básico para
la soberanía alimentaria.
Aunque algunos proclaman que la solución está en volver a la senda
del crecimiento económico anterior a la crisis, otros
aseguran que ese camino es imposible o incorrecto. ¿Podremos volver a la
situación anterior cuando ya sabemos que distaba mucho de ser un buen camino? Y
en caso de que ello fuera posible, ¿por cuánto tiempo se podría mantener un
desarrollo claramente insostenible? A medio y largo plazo, ¿no
generará la vía del crecimiento más daños que intentar hacer una transición
ecosocial? Para ello podemos aprovechar los efectos y lecciones de la crisis
del COVID-19. En el fondo, esta crisis es una extensión de la crisis del
2008, una crisis que también se originó por los abusos (abusos inmobiliarios, bancarios,
a la biosfera…).
¿Quiénes son los más amenazados?
Toda la sociedad está amenazada por este problema, pero obviamente no por
igual (los súper ricos también nacen en épocas de crisis). Las personas más
afectadas serán aquellas que no tengan una formación específica y que realicen
tareas fácilmente mecanizables.
Este problema no es nuevo. Tanto la robotización como la mecanización han
generado una reducción de la mano de obra, especialmente de la no
especializada. Por ejemplo, desde principios de siglo los bancos han despedido
o prejubilado a muchos de sus empleados. Sin embargo, en el contexto actual, el
problema adquiere una nueva dimensión. Si este problema no se resuelve bien no
solo generará mucha pobreza, sino que su efecto podría ser del tipo “bola de
nieve” y generar de forma creciente malestar, pobreza, desigualdad,
delincuencia, inestabilidad, disturbios… En esa hipotética situación, respetar
el medioambiente no será una prioridad lo que ahondará más en la crisis
ambiental, con devastadores efectos especialmente para las siguientes
generaciones.
Conclusiones y ocho soluciones
Tal vez uno de los más importantes ODS (Objetivos de
Desarrollo Sostenible) de la ONU sea el fin de la pobreza. El
COVID-19 va a empobrecer a toda la sociedad en su conjunto. Sin embargo, como
ocurre en todas las crisis, algunos se verán beneficiados. Es un reto para esta
sociedad distribuir la riqueza y, a la vez, reducir
los impactos ambientales para maximizar el bienestar de la sociedad
presente y futura.
Algunos de los mecanismos más importantes para todo esto son:
- Reducir la jornada
laboral (para que haya más gente que trabaje, aunque
sean menos horas cada uno).
- Concienciar en el
daño social que hacen las horas extra (especialmente
las no remuneradas)
- Implantar una Renta
Básica Universal (que garantice
unos ingresos
mínimos muy básicos para todos los mayores de edad).
- Fiscalidad justa y
verde: Evitar el fraude
fiscal (especialmente en las empresas del IBEX), asfixiar a
los paraísos
fiscales y mejorar el sistema tributario para que las grandes
empresas no paguen menos porcentaje de sus beneficios que los mileuristas
(como ocurre hoy en día aunque de esto no se hable).
- Si aplicamos el
principio de “el que contamina paga”, volar en avión o utilizar
las autopistas deben tener tasas adecuadas. Por supuesto, esos
impuestos han de usarse en inversiones sostenibles.
- Ayudas públicas
ecosociales: No se deben rescatar empresas con un alto impacto ambiental y
menos aún si no proponen un plan serio para reducir ese impacto.
Algunas empresas de Alemania han pedido que las ayudas
por el coronavirus estén asociadas a medidas por el clima. Por otra
parte, Dinamarca, Francia y Polonia no rescatarán empresas
registradas en paraísos fiscales. ¿Qué harán los demás países?
Es lógico dar prioridad a las empresas que no evaden impuestos. De hecho,
tal vez lo más inteligente sería prohibir que vendan sus productos las empresas
que evaden impuestos.
- Reducir
temporalmente los sueldos públicos, empezando por los
políticos y siguiendo con los funcionarios (Uruguay ya lo ha hecho). Todos tenemos que entender
que para construir un mundo futuro mejor necesitamos reducir nuestros
ingresos, y también nuestras horas de trabajo (Portugal
lo hizo para sus funcionarios).
- Aplicar la agroecología es ya un deber moral pero pronto será una obligación. Si somos
inteligentes deberíamos empezar a aplicarla de forma paulatina, incluso
aunque requiera más mano de obra (o tal vez justo por eso).
- Reducir nuestro
consumo de carne y pescado: Si lo
hacemos, sobrarán tierras, cereales y energía para alimentar a las
personas y no al ganado. Muchas
ciudades se comprometieron a hacerlo pero han hecho poco. Hay
varias razones
para comer menos carne, pero lo expuesto debería ser suficiente.
En un contexto de grave crisis económica y ambiental (conceptos
que se apoyan y se complementan) todos tenemos que estar dispuestos a
renunciar a algo para que nadie renuncie a todo. Dado que no vamos a ir de
turismo a lugares lejanos y que vamos a gastar menos en restaurantes y en comprar
cosas caras, podemos reducir nuestro salario. Los precios de la comida deberían
mantenerse o bajar (salvo
carne y pescado).
El escritor israelita Harari expone
el caso de su país, en el que el Estado mantiene a muchos pobres dedicados a
cuestiones religiosas (los judíos ultraortodoxos). Lo curioso es que esa gente
tiene en general una vida más satisfactoria que los obreros. Satisfacer a los
seres humanos no es tarea sencilla pero se puede educar en los hogares y en los
colegios para ser felices viviendo sencillamente.
No es momento de quejas
vacías. Es momento de sacar nuestra austeridad y
nuestra solidaridad. Es momento de exigir a nuestros políticos que se
olviden del crecimiento económico, porque engañan a los incautos y
comprometen nuestro presente y nuestro futuro como personas y como humanidad.
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