Para
cualquiera que haya nacido dentro de la España del ‘desarrollo’,
un exprimidor de naranjas es un aparato eléctrico. Los aparatos
mecánicos que resultaban familiares a nuestros abuelos pueden
resultarnos conocidos ya sólo por los mercadillos de trastos viejos,
o acaso por haberlos visto usar en algún viaje por países
‘atrasados’ como Marruecos o Turquía.
Y,
sin embargo, el exprimidos mecánico es tecnológicamente superior en
todo al eléctrico: requiere menos esfuerzo físico del usuario o
usuaria (sólo bajar una palanca, en lugar de pasar un rato
oprimiendo una naranja en posición antinatural); es prácticamente
irrompible y eterno, por la sencillez de su mecanismo; menea menos el
zumo de naranja, que resulta así de mejor calidad; permite mayor
autonomía, al no requerir corriente eléctrica; es ecológicamente
superior por el ahorro en energía y materiales que implica ( al no
consumir electricidad no contribuye al ‘efecto invernadero’ o a
la nuclearización del mundo; y dura para siempre, en lugar de ser un
aparato de ‘usar unos años y tirar’ como el exprimidor eléctrico
).
Esos
dos aparatos son emblemáticos de nuestra situación actual: el que
se identifica con el progreso – y ha conseguido anular por completo
a su competidor en los países ‘desarrollados’- es el peor, y en
el tránsito del uno al otro hemos traspasado un límite que una
sociedad racional respetaría.
La
supuesta liberación a través de la tecnología –por la vía del
creciente dominio sobre la naturaleza exterior e interior del ser
humano- se convierte, en aspectos decisivos de la condición humana,
en una esclavización por los gadgets.
¿Seremos
capaces de aprender a tiempo cual es la forma correcta, productiva,
de exprimir una naranja?
Todo tiene
un límite: Ecología y transformación social. Debate. 2001
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