El
sistema productivo actual, basado en el ciclo
producir-consumir-tirar, genera graves impactos. Frente a él, la
economía circular plantea la variable producir-consumir-reintegrar.
Pero aunque el término esté de moda, nos queda todavía un gran
trecho para ser tan eficientes como la naturaleza.
La
economía circular es un concepto de moda. Nació del ecologismo
basándose en el sistema de la naturaleza y hoy también se usa por
los neoliberales. Madrid acogió el pasado seis de julio la
primera Cumbre
de economía circular e innovación que
contó con la presencia de Barack Obama y otros cuatro premios nobel,
a la que acudieron Albert Rivera y Pablo Casado. Pero la cuestión
primordial es: ¿es posible aplicarla con éxito en un modelo
capitalista lineal? Para
responder esta pregunta vayamos por partes.
Nuestro
modelo económico y productivo capitalista global es abierto, lineal
e industrial, por lo que produce-consume-tira, mientras el que
funciona en la naturaleza es cerrado o circular
(produce-consume-reintegra), es decir, que no genera residuos y lo
reaprovecha todo en ciclos.
Si
pensamos, por ejemplo, en la piel de una fruta tirada al campo, esta
al descomponerse genera humus (abono) que fertiliza el suelo y sirve
de nutrientes para crear nueva vida, nada que ver con los plásticos
industriales convencionales que persisten en el medio ambiente
siglos.
Y
por esta idiosincrasia lineal el sistema productivo actual genera
graves impactos, no solo de residuos sino también de contaminación
aérea, hídrica o terrestre, además de contribuir al cambio
climático y a la brecha social mundial.
LA
CIRCULARIDAD ESTÁ DE MODA
Si
desde los años 60, ecologistas y economistas como Kenneth E.
Boulding abogaban por pasarnos a un modelo circular, hoy hasta la
Comisión Europea alega que hacerlo puede generar para el 2030 un
beneficio de 1,8 billones de euros en el conjunto de la Unión
Europea, un ahorro en materias primas de 600.000 millones de euros y
la creación de 580.000 nuevos puestos de trabajo, alrededor de
70.000 en España.
Además,
el deterioro del suelo europeo disminuiría un 80% en 2050, evitaría
la mitad las emisiones de dióxido de carbono en 2030, rebajaría el
consumo eléctrico no renovable y los móviles fabricados con
componentes recuperados costarían un 50% menos. Según la
Fundación Ellen MacArthur, podría hacer crecer el PIB europeo hasta
un 11% en 2030 y un 27% en 2050. Solo Reino Unido ahorraría 1.100
millones de dólares anuales en vertederos y suministraría 2 GWh de
electricidad.
“Es necesario repensar nuestra forma de producir y consumir, esto pasa por sustituir la economía lineal de ‘usar y tirar’, por un modelo de economía circular. Es una exigencia ética y un modelo rentable gracias al cual las empresas serán más eficaces y eficientes. La transición a esta economía circular será realidad cuando compañías, administraciones y la población sean conscientes de sus beneficios”, explica Juan Verde, exsubsecretario de la administración Obama y presidente de la Advanced Leadership Foundation, uno de los anfitriones de la primera cumbre sobre ella celebrada en Madrid.
Esta
cumbre, además de contar con Obama, reunió a Sir Christopher A.
Pissarides y Finn Kydland (nobel de Economía en 2010 y 2004,
respectivamente), Barry Barish (de Física en 2017) e Erwin Neher (de
Medicina en 1991) y a los líderes de la derecha patria Albert Rivera
y Pablo Casado, que no quisieron faltar aunque hicieron gala de no
manejar el concepto, por lo que se limitaron a hablar de la
importancia de innovar empresarialmente.
¿QUÉ
ES EN REALIDAD?
Esta
economía de la que tanto oímos hablar ahora, se nutre de las
primeras teorías regeneradoras del ecologismo de los años 60 y se
desarrolló a finales de los años 80 y comienzos de los 90, cuando
se comenzaron a analizar los impactos de los bienes y servicios en el
planeta, pues pretende paliarlos promoviendo que al final de su vida
útil sus elementos biodegradables regresen a la naturaleza (los
residuos vegetales, alimentarios, etc. pueden fertilizar el suelo,
por ejemplo) y que los componentes tecnológicos (piezas, materiales,
etc.) se reutilicen para fabricar otros artículos similares.
El
concepto, aunque tan antiguo como la propia la Tierra, pasó a la
agenda global en el Foro de Davos de 2012, cuando la Fundación Ellen
McCarthur la expandió mundialmente. También se abrió otra etapa
importante con la publicación por parte de la Comisión Europea, el
2 diciembre de 2015, de una estrategia
de economía circular con
50 nuevas iniciativas europeas para cerrar los circuitos de vida de
los productos.
“En
esos últimos meses en Europa se adoptaron diversas estrategias a
favor de la economía circular a nivel nacional, regional y local”,
rememora Jean-Pierre Hannequart, presidente de Honor de la Fundación
para la Economía Circular de España,
formada por profesionales con 20 años en el sector medioambiental
que la promueve en aquí, en Europa y en Latinoamérica
Hannequart
afirma: “La economía circular es la esperanza para desarrollar un
nuevo sistema de producir y consumir que pueda resolver muchos
problemas medioambientales aportando ventajas socio-económicas: una
nueva forma de vivir y de generar bienestar sin deteriorar más el
entorno”.
REDISEÑAR
CÓMO PRODUCIMOS Y CONSUMIMOS
Aunque
muchas veces la economía circular se asocia solo con la gestión
adecuada de los residuos, va mucho más allá: implica rediseñar los
bienes y servicios para que estos, al final de su vida útil, puedan
reintegrarse en el ciclo biológico o en el técnico evitando los
residuos, así como sus impactos, y reaprovechar los recursos
terrestres mejor porque, como advierte Global
Footprint Network,
globalmente consumimos al año 1,7 tierras de ellos, es decir, por
encima de la capacidad del planeta para renovarse.
“Efectivamente,
la economía circular es mucho más que reciclar, es un nuevo modelo
de producción y consumo que incluye actuaciones a todos los niveles
del ciclo de vida y de la cadena de valor”, confirma
Hannequart.
El especialista prosigue: “Requiere cuestionar la necesidad de explotar los recursos, sobre todo si no son renovables, porque se trata de producir de la manera más ecoeficiente”, señala, “y una vez que se ha puesto el artículo en el mercado optimizar su duración (reutilización, reparación, etc.), la de los materiales (reciclar, reutilizar, etc.) y la energía destinada a ellos”.
VACIANDO
EL CONCEPTO
Walter
R. Stahel, eminencia en la materia que la promueve desde el Product
Life Institute (fundado
en 1982 en Génova), responsable de convertir la circularidad en la
actual economía circular, profesor en la Universidad de Surrey
y miembro del Club de Roma, advierte que “se está convirtiendo en
un patio de recreo para intelectuales y, sin embargo, es bien simple:
administra adecuadamente las existencias y mantiene su valor. Pero en
los últimos años se han propuesto más de cien definiciones
distintas y el término corre el riesgo de perder su claridad”,
alerta.
No
en vano muchas grandes multinacionales comienzan a apostar por la
circularidad. Ford, Nike, H&M, Philips o Renault, C&A,
Unilever, Google, Aldi, Zara o Danone, entre otras muchas, acometen
medidas puntuales en residuos, envases, energía o materias más bien
simbólicas pues con su tamaño mastodóntico y con sus millones de
consumidores mundiales implementarla resulta una meta inalcanzable
hoy y puede que también dentro de las próximas décadas.
Resultan
más creíbles la circularidad de pequeñas compañías como las
españolas Equilicuá o Lapizdavida. Ambas nacieron con
planteamientos circulares. La primera crea chubasqueros de fécula de
patata que al final de su vida se entierran con una semilla de la que
surgirá una planta, y la segunda lapiceros que una vez casi
consumidos se siembran con el mismo fin.
LA
CIRCULARIDAD SE EXTIENDE…
Sea
como fuere actualmente existen en España planes o programas que
apoyan ciertas actuaciones circulares como el Plan Estatal Marco de
Gestión de Residuos 2016-2022, el Programa Estatal de Prevención de
Residuos, la Estrategia más alimento, menos desperdicio de 2013; la
de ahorro y eficiencia energética de 2004-2012 y 2011-2020, la de
Bio-economía Horizonte 2030, así como la de Economía Circular o el
Pacto por la Economía Circular firmado por numerosas entidades a
final del 2017.
Pero
respecto a este último, a expertos como Tom Kucharz, asesor
europarlamentario y miembro de Ecologistas en Acción, les preocupa
que las ambiciones nacionales queden por debajo de las incipientes y
frágiles medidas europeas y esperan que mejore no solo en su proceso
participativo, sino también prohibiendo la obsolescencia programada,
concretando objetivos obligatorios para alcanzar un nivel de residuos
cero, así como para reducir de gases de efecto invernadero, o para
disminuir el uso de recursos per cápita y de consumo de energía,
además de aumentar la eficiencia energética.
Muchas
ciudades están a favor de tomar medidas circulares: Valladolid apoya
40 proyectos de este tipo, Bruselas destinó 1,7 millones de euros en
ayudas para ellos, Londres otorgó 58,5 millones de euros y apoya a
las PYMES que se decantan por la circularidad, Lyon quiere ser “cero
residuos” y Madrid se comprometió con la economía circular como
Copenhague, Lisboa, Ámsterdam, Milán, Roma, Sevilla o Zaragoza.
También
muchas comunidades asumen la circularidad: Extremadura y Catalunya
promueven un modelo productivo de bajas emisiones que use mejor los
recursos; en el País Vasco se fomenta empresarialmente; en Murcia
van a aplicar las 9 erres (repensar, rediseñar, refabricar, reparar,
redistribuir, reducir, reutilizar, reciclar y recuperar energía) y
Navarra contempla el “residuo cero”, el reciclaje, la
reutilización, el ecodiseño, la compra pública de productos verdes
y, en línea con la propuesta de la Comisión Europea (para que en
2025 se reciclen el 90% de las botellas de agua), una nueva ley
promueve experiencias demostrativas del sistema de depósito de
envases los próximos dos años para empezar a vender bebidas bajo
depósito evitando que más de 300.000 latas y botellas acaben a
diario en el entorno o en los vertederos.
Por
supuesto muchos países ven su potencial. Es el caso de Francia,
Inglaterra, Holanda, Bélgica, Finlandia o Portugal. Incluso el
gobierno escocés fue finalista en los premios mundiales (The
Circulars Economy Awards)
por contar con empresas que elaboran cerveza a partir de panes
desechados o que fabrican pintura con restos de hortalizas.
“La
cuestión ha avanzado mucho, en interés y en la formulación de
ideas por parte de las administraciones públicas y de las grandes
empresas”, valora Hannequart, “pero aún queda mucho camino para
concretar las acciones programadas e integrarla en los
comportamientos de todos los actores del sector público, del privado
y de la sociedad civil”, reconoce.
DIFICULTADES
DE IMPLEMENTACIÓN
Abordando
la cuestión planteada al comienzo, Hannequart puntualiza: “El
problema es que sin un cambio en el modelo dominante, la economía
actual nos conduce hacia un muro de impactos muy negativos
económicos, sociales y medioambientales. La huella ecológica de
España sobrepasa 2,4 veces su superficie”, recuerda.
Tom
Kucharz apunta un hecho clave: “Gran cantidad de los fondos
europeos, de las subvenciones públicas y de las ayudas fiscales
fomentan flujos de materiales, de energía y construcción que hacen
que la economía sea marcadamente lineal. Por ejemplo, las
políticas urbanísticas de la UE de expansión de las urbes, de
construcción, vivienda e infraestructuras cumplen un papel
estratégico clave en la economía globalizada y es uno de los
principales activos en los que invierten capital las transnacionales
con enormes tasas de beneficios que sostienen gran parte del sistema
bancario y financiero. Por ello en el contexto del sistema actual y
de la economía europea, es un hecho probablemente irresoluble”.
Por
tanto, nos queda todavía un gran trecho para ser tan eficientes como
la naturaleza por mucho que el término esté en boga. Si el objetivo
de la naturaleza es generar vida sosteniblemente, el de la compleja
economía y sociedad de consumo es crear beneficios y crecimientos
ilimitados en un planeta de recursos finitos, unas matemáticas
terrestres suicidas e imposibles que nos arrastran a “Danzar al
borde de un volcán” como metafóricamente advertía el informe Los
límites del crecimiento de
2012, la cuarta entrega del publicado en 1972, que desde hace décadas
nos advierte sobre este peligro. Eso sí, no perdamos la esperanza.
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