¿POR
QUÉ LA RENTA BÁSICA?
Renta
básica incondicional: una propuesta de financiación racional y
justa
Acaba
de publicarse un libro que ha tenido mucho tiempo de gestación:
Renta
básica incondicional: una propuesta de financiación racional y
justa.
Sus autores son Jordi Arcarons, Daniel Raventós y Lluís Torrens. Lo
ha editado Ediciones del Serbal con la colaboración del Observatorio
DESC (Derechos económicos, sociales y culturales) y la RRB (Red
Renta Básica), sección oficial de la Basic Income Earth Network. En
la contraportada del libro está escrito:
“No
hay duda que el debate público sobre la Renta Básica es cada vez
mayor, no solamente en el Reino de España sino en otros lugares del
mundo. El mundo ha cambiado mucho en las últimas décadas. Y mucho
más aún a partir de la gran crisis que estalló hace poco menos de
una década. Seguir haciendo propuestas como si se pudiera ir atrás
en el tiempo o como si el mundo fuera igual al de antes de la crisis
es un grave error.
Este
libro es el resultado de una investigación que puede resumirse con
estas palabras: la Renta Básica, una asignación monetaria
incondicional a toda la población de una cantidad al menos igual al
umbral de la pobreza, puede financiarse mediante una reforma fiscal.
La investigación muestra las distintas posibilidades que existen a
partir de la realidad económica e impositiva del Reino de España.
La
Renta Básica es una propuesta racional y justa para el siglo XXI,
para el momento actual, y proponemos que no se contemple como una
realidad para las décadas más lejanas de este siglo que ha
comenzado hace solamente 17 años. La Renta Básica es una necesidad
perentoria para el futuro más inmediato. Este libro aporta muchas
razones normativas y técnicas a favor de la Renta Básica
incondicional.”
Reproducimos
a continuación el prólogo que escribió para este libro David
Casassas,
miembro
como los tres autores de la Red Renta Básica. SP
La
presente publicación tiene como objetivo la exposición minuciosa de
un modelo de financiación de la renta básica. Ni es el único
modelo posible ni se ofrece como un artefacto terminado que no admite
discusión. Precisamente, a lo que este ejercicio aspira es a mostrar
que la introducción de la renta básica es posible y, todavía más,
racional, y a abrir un espacio de debate y reflexión sobre las
posibles vías por las que podría concretarse. Al fin y al cabo, el
porvenir de la propuesta de la renta básica está íntimamente
ligado a la voluntad política de aplicarla o, lo que es lo mismo, a
la disposición que tengamos a debatir colectivamente sus formas y
posibilidades y a la resolución con la que decidamos gestionar las
dosis de conflicto que la aplicación de esta medida, como la de
cualquier otra medida no anecdótica, puede conllevar.
En
esta introducción queremos señalar brevemente por qué la renta
básica es percibida hoy, tanto en medios académicos como en la
arena social y política, como una medida realmente capaz de abrir
caminos para la articulación de escenarios sociales más justos y
civilizados, para la construcción de relaciones sociales más
libres, más nuestras. ¿Qué arguyen quienes así lo ven?
Para
dar respuesta a esta pregunta es preciso detenerse en las siguientes
cuestiones: ¿Qué entendemos exactamente por renta básica? ¿Qué
ventajas presenta la renta básica con respecto a los subsidios
condicionados? ¿Por qué decimos que la propuesta de la renta
básica, precisamente porque abraza una lógica de derechos, puede
incrementar nuestra libertad, tanto individual como colectivamente?
¿Por qué decimos que la renta básica, al oponerse al
empleocentrismo,
favorece la emergencia y la extensión social de toda una miríada de
formas de trabajo, remunerado o no, que puedan
hacer efectivo nuestro derecho a un trabajo con sentido, libre y
liberador? ¿En qué sentido decimos que la renta básica no sólo es
compatible con la presencia de otros (imprescindibles) derechos y
servicios sociales, sino que, además, puede ampliar su efectividad?
Y finalmente: ¿por qué la renta
básica hoy? En otros términos: ¿qué características del momento
histórico en el que nos hallamos inmersos hacen que cada día sean
más los actores que, no sin cautelas y aun con reservas razonables,
tienden a ver la renta básica como una medida de sentido común?
La renta básica: una
definición
La definición de renta
básica que ofrece la Red Renta Básica reza como sigue: "la
renta básica es un ingreso pagado por el estado, como derecho de
ciudadanía, a cada miembro de pleno derecho o residente de la
sociedad, incluso si no quiere trabajar de forma remunerada, sin
tomar en consideración si es rico o pobre o, dicho de otra forma,
independientemente de cuáles puedan ser las otras posibles fuentes
de renta y sin importar con quien conviva". En otros términos:
la renta básica es una asignación monetaria equivalente, por lo
menos, al umbral de la pobreza que se confiere con arreglo a
tres principios: el de individualidad (la renta básica la reciben
los individuos, no las familias u otras unidades de convivencia), el
de universalidad (la renta básica la recibe todo el mundo) y el de
incondicionalidad (la renta básica se recibe al margen de cualquier
tipo de circunstancia que nos acompañe).
Centrémonos un
instante en la incondicionalidad. Que la renta básica sea
incondicional significa que se percibe de entrada, ex-ante,
al "inicio" de nuestra interacción social con los demás,
y nos sostiene a lo largo de toda esa interacción. En cambio, los
subsidios condicionados propios de los regímenes de bienestar que
hemos conocido se obtienen sólo a condición de que nos hallemos ya
en una situación social determinada
-normalmente, de vulnerabilidad alta-. Tal es el caso, por ejemplo, de las rentas
mínimas de inserción -o “garantizadas”, como se denominan en
algunas comunidades autónomas como la vasca y la catalana- y otras
prestaciones no contributivas, que entran en juego sólo cuando
podemos demostrar que hemos caído en una situación de pobreza o
extrema pobreza. También las prestaciones contributivas -subsidios
por desempleo, pensiones de jubilación, etc.- se perciben a
condición de que participemos de una determinada circunstancia: la
de encontrarnos en el paro, la de tener una edad superior a un número
de años determinado -y haber podido cotizar a lo largo
de los años anteriores-, etc. Enseguida veremos por qué la incondicionalidad es
social y políticamente importante.
Centrémonos ahora en el
principio de universalidad. Que la renta básica la reciba todo el
mundo no significa que todo el mundo salga ganando en términos de
obtención de renta. En efecto, tal como se propone en este libro, la
renta básica se encuentra integrada al sistema impositivo, del que
salen los recursos necesarios para financiarla. Por ser universal, va
destinada al conjunto de la población, incluidas las personas con
más recursos; pero por hallarse vinculada al sistema fiscal, estas
personas con más recursos aportan más -en algunos casos mucho más-
de lo que obtienen en concepto de renta básica. En este sentido, la
renta básica opera como un hospital público -allá donde el acceso a la
salud es un derecho universal, claro está-: todo el mundo, incluidas
las personas con más recursos, tienen el derecho de acudir a él
-hagan tal derecho efectivo o prefieran recurrir a la sanidad
privada-; pero, de promedio y a lo largo de toda una vida, lo que
estas personas con más recursos aportan al sistema sanitario a
través de los impuestos es más de lo que gastan
de él. En gran medida, el estudio
que aquí se presenta está destinado a mostrar por qué con la renta
básica esto también es así.
La renta básica frente
a los subsidios condicionados
Varias son las
ventajas de la renta básica con respecto a los subsidios
condicionados. Aquí nos ceñiremos sólo a tres de ellas. Como
observaremos, pese a referirse a aspectos del funcionamiento técnico
de los sistemas de transferencia de
rentas, tales ventajas adquieren un significado político
bien poco baladí.
En primer lugar, la renta
básica destaca por su simplicidad administrativa. En efecto, su
funcionamiento requiere, simplemente, que las instituciones públicas
hagan una transferencia mensual a la cuenta de todos los ciudadanos o
residentes acreditados de un espacio geográfico determinado. Huelga
decir que las dificultades que dicha tarea entraña nada tienen que
ver con las que supone el tener que arbitrar todo un costoso sistema
de controles de recursos y de comprobación de circunstancias
sociales específicas.
En segundo lugar, la
incondicionalidad de la renta básica permite evitar la
estigmatización de los perceptores de las rentas "de pobres"
-o "de enfermos", etc.-. Bien a menudo, desde el mundo del
trabajo social se pone de manifiesto que uno de los problemas más
acuciantes de los subsidios condicionados es la obligación a la que
se enfrentan sus (potenciales) perceptores de tener que significarse,
en las ventanillas de la administración, como "pobres",
como "enfermos", a veces incluso como "culpables"
de no haber sabido llevar una vida ordenada y exitosa. Tal es el peso
de este estigma social, que no son pocas las ocasiones en las que
esos (potenciales) perceptores optan por renunciar al subsidio por no
tener que dar excesivas explicaciones y someterse a humillantes
controles y comprobaciones.
En tercer lugar, la
incondicionalidad de la renta básica permite que ésta sortee el
problema de la llamada "trampa de la pobreza". Cuando somos
perceptores de un subsidio condicionado, nos hallamos ante un fuerte
desincentivo a buscar y realizar trabajo remunerado, pues ello
implicaría la pérdida del subsidio. Ni que decir tiene, sustituir
una prestación monetaria por un salario bajo resultante de una
ocupación precaria y alienante no parece la más sensata de las
opciones, razón por la cual no pocas personas prefieren no buscar o
aceptar esos empleos o hacerlo en la esfera de la economía sumergida. En
cambio, un subsidio incondicional como la renta básica funciona como
un suelo, nunca como un techo: la realización de trabajo remunerado
no implica la pérdida de la prestación, con lo que el desincentivo
a la actividad desaparece. Sencillamente, podemos ir acumulando
ingresos procedentes de las fuentes que sean, y en caso de que tales
ingresos superen ciertos umbrales, nos corresponderá ir aportando a
la sociedad a través del sistema impositivo.
Estas, pues, son algunas
de las ventajas de la incondicionalidad de la renta básica, una
renta básica que, por todo ello, actúa como un mecanismo preventivo
de la pobreza y de la exclusión, no como un dispositivo
estrictamente curativo. Y, como veremos a continuación, prevenir la
pobreza equivale a fortalecer la libertad.
La perspectiva de
derechos: incondicionalidad, poder de negociación y libertad
efectiva
Es preciso, pues,
que hagamos un paso más. ¿Por qué resulta la incondicionalidad
social y políticamente fecunda? La implicación más poderosa de la
incondicionalidad es el incremento de la libertad derivado del
robustecimiento del poder de negociación de individuos y grupos.
Tener la existencia material garantizada ex-ante,
incondicionalmente -en suma: como un derecho- nos permite oponernos a
formas de trabajo y de vida que no nos satisfacen, que poco o nada
tienen que ver con aquello que somos o queremos ser. Tener la
existencia material garantizada incondicionalmente nos permite alzar
nuestra voz y lograr participar de forma efectiva en los procesos de
toma de decisiones relativos a todo tipo de contratos y relaciones
sociales que podamos estar construyendo. En otros términos, tener la
existencia material garantizada incondicionalmente nos habilita para
(poder) decir que no
queremos vivir como se pretende que
vivamos, todo ello para (poder) decir que sí
queremos vivir de otros modos, con
arreglo a otros criterios, quizás con otras personas, quizás
orientados a arreglos productivos y reproductivos que alumbren mundos
distintos, más nuestros. Lisa y llanamente: cuando tenemos un
conjunto de recursos que garantizan nuestra existencia material,
adquirimos mayores cuotas de poder de negociación, pues tenemos
mayor fuerza para aguantar pulsos a lo largo del tiempo y mayor
capacidad de emprender riesgos y de explorar opciones alternativas.
Ello puede percibirse en
muchos ámbitos de nuestras vidas. En el mundo del trabajo
asalariado, una renta
básica nos puede ayudar a negociar mejores condiciones para la
práctica de nuestra actividad laboral. Sin ir más lejos, nos son
pocos quienes han señalado que una renta básica podría favorecer
un incremento de los salarios de las ocupaciones que estimemos más
desagradables: ni que decir tiene, podernos negar a realizar tales
actividades "a cualquier precio" podría conllevar una
presión al alza de las remuneraciones correspondientes. Por ello, en
algunas ocasiones la renta básica ha sido presentada como una suerte
de "caja de resistencia sindical" desagregada -desagregada,
porque estaría en manos de los trabajadores y trabajadoras, lo que
en ningún caso significa que
los sindicatos no puedan y deban seguir realizando una importante
tarea de negociación colectiva-.
Pero no todo el trabajo ha
de ser asalariado. La renta básica, al garantizar nuestra existencia
material como un derecho, nos capacita para salir de los mercados de
trabajo, esto es, para desmercantilizar la fuerza de trabajo. Y salir
de los mercados de trabajo no significa no realizar ningún tipo de
trabajo. Bien al contrario, poder salir de los mercados de trabajo
equivale a poder constituir otros centros de trabajo, otras unidades
productivas, unas unidades productivas gestionadas, quizás, con
arreglo a criterios cooperativos. Esta es la razón por la que en
repetidas ocasiones ha sido señalado un posible vínculo entre renta
básica y democracia económica: la desmercantilización de la
fuerza de trabajo nos puede convertir en actores con verdadera
capacidad para alumbrar estructuras productivas de titularidad
colectiva donde actuemos como trabajadores cooperativistas con
efectivos derechos políticos sobre las decisiones de inversión,
organización de la producción, distribución del excedente, etc.
Los hechos demuestran que el cooperativismo es posible sin renta
básica; la hipótesis que manejamos aquí apunta a una posible
extensión social del cooperativismo como
resultado de la garantía universal de una base material de la que
capas inmensas de la población carecen hoy en día.
Pasemos a la esfera
doméstica. La renta básica ha sido vista también como un
"contrapoder doméstico" que dotaría a las mujeres de una
fuerza negociadora vital para lograr una mayor corresponsabilización
de todos y todas en las tareas de cuidados. La renta básica no
aspira a remunerar de forma directa y específica el trabajo de
cuidados realizado por las mujeres en la esfera doméstica
-seguramente, tales remuneraciones focalizadas crearían también
todo tipo de "trampas"-; lo que pretende la renta básica
es que también la voz de las mujeres pueda alzarse, con las dosis de
conflicto que sean necesarias, para que podamos ir viendo que
repartos más equitativos del trabajo remunerado, del trabajo de
cuidados y del trabajo voluntario no sólo son posibles, sino también
beneficiosos tanto para mujeres como para hombres.
En definitiva, quienes
defienden la renta básica participan de la idea de que una vida que
merezca la pena ser vivida es una vida pluriactiva que acomoda todo
tipo de actividades -de formación, de cuidado propio y de quienes
nos rodean, de trabajo remunerado, de ocio, de participación
cívico-política-, y de que una gestión autónoma y liberadora de
toda esa diversidad de actividades, muchas de las cuales implican una
interrupción de nuestra relación con los mercados de trabajo,
requiere una base material incondicionalmente garantizada que nos
haga inmunes a cualquier forma de chantaje o coacción y que nos
empodere para proponer -y si es preciso forzar- unos repartos de los
trabajos que respeten los deseos y aspiraciones individuales y
colectivas de todos y todas.
El grueso de las
tradiciones emancipatorias que han arribado al mundo moderno
afanándose en contradecir la dinámica desposeedora del capitalismo
ha coincidido en señalar la importancia del vínculo existente entre
seguridad socioeconómica, poder de negociación y libertad para
lograr una conformación verdaderamente colectiva y democrática de
las distintas esferas del mundo en el que vivimos. Así, no nos basta
con la asistencia ex-post
a quienes salen perdiendo de una
interacción ineluctable con un statu quo también ineluctable; se
precisan estructuras de derechos que blinden ex-ante
aquellos recursos que, al garantizar
nuestra existencia material básica, puedan actuar como mecanismo
para la puesta en funcionamiento de vidas realmente nuestras.
Pero ¿trabajaría la
gente con una renta básica?
En este punto, nos
hallamos en condiciones ya para abordar una de las cuestiones de
mayor interés para el análisis crítico de la renta básica:
¿realmente estamos seguros de que, en caso de contar con una renta
básica, la gente tendría incentivos para trabajar? Seguramente
"olvidadiza" del hecho de que "trabajo" no
significa necesariamente "empleo" o, más en general,
"trabajo remunerado", constituye ésta una crítica o
cuestionamiento que se ha formulado tanto desde ciertas "izquierdas" como desde ciertas
"derechas".
Desde el punto de vista de
esas "izquierdas", se destaca siempre la centralidad del
trabajo -del "empleo", se quiere decir en realidad- para
nuestra socialización, para el desarrollo de nuestras identidades.
En efecto, la identidad personal se despliega en contextos de
interacción social, y nada mejor que las relaciones de trabajo para
el encuentro con los demás. Por todo ello -se sostiene-, "el
trabajo dignifica". Luego, no es de recibo apoyar una medida
incondicional que, como la renta básica, confiera recursos "a
cambio de nada".
Sin embargo, lo que hemos
analizado en el epígrafe anterior nos capacita para cuestionar tales
planteamientos. Pues la renta básica en ningún caso cuestiona la
centralidad del trabajo, sino todo lo contrario: la renta básica es
una medida que, al cubrir las necesidades esenciales de la vida,
favorece la emergencia del trabajo realmente deseado, un trabajo que,
bajo las condiciones actuales, se encuentra obstaculizado por la
necesidad de agarrarse a cualquier "oferta" de empleo, normalmente temporal y
precario, que se halle disponible en los mercados de trabajo -cuando
se halla disponible: es sabido que la tasa de paro en el Reino de
España hace años que se mueve entre el 20% y el 25%-. En resumen:
el capitalismo nos desposee y, como consecuencia de ello, nos impele
a abandonar nuestros proyectos y a aceptar literalmente cualquier
cosa. La renta básica, en cambio, puede ser vista como una palanca
de activación de la actividad humana, remunerada o no, obstaculizada
por esa necesidad de aceptar "cualquier cosa", como una
palanca de activación del trabajo que realmente (nos
parece que) dignifica, del trabajo que realmente queremos llevar a
término.
Y ello es importante no
sólo por una cuestión de justicia y de equidad; ello es importante
también por una cuestión de eficiencia y hasta de (re)generación
de actividad económica. Pues la necesidad de aceptar deprisa y
corriendo "lo que se nos ofrece" en el mercado de trabajo
-cuando se nos ofrece, insistamos en ello- desactiva tiempo y
oportunidades para la creatividad, capacidad para emprender caminos
propios, de explorar relaciones productivas nuevas: destruye tejido
productivo, en suma. En cambio, un suelo de renda nos eleva al
espacio donde, quizás, podamos lanzar, individual o colectivamente,
todo tipo de proyectos productivos y reproductivos propios, con el
caudal de destrezas, talento y utilidad pública que ellos puedan
llevar de la mano.
Veamos ahora cómo ciertas
"derechas" plantean la cuestión de los desincentivos al
trabajo que la renta básica supuestamente generaría. En el lenguaje
de tales "derechas", el problema aquí es más bien un
problema de parasitismo. El argumento, bien conocido por añejo -ya
se había utilizado para desacreditar medidas mucho más modestas
como el subsidio de desempleo-, reza como sigue: habida cuenta de que
el trabajo es siempre fuente de desutilidad -tal es el supuesto
antropológico que se maneja-, ¿no estaremos con la renta básica
alimentando a vagos?
En un plano estrictamente
teórico, pero no por ello irrelevante, puede argüirse que la renta
básica resuelve, precisamente, el problema de falta de reciprocidad
y de (derecho al) parasitismo que atraviesa nuestras sociedades. Pues
en ellas encontramos a un grupo minoritario pero bien numeroso de
personas que gozan del derecho a vivir sin trabajar, a saber: los
ricos que cuentan con rentas no ganadas, unas rentas no ganadas que
les permitirían vivir sin hacer literalmente nada. En este sentido, pues, con
una renta básica se podría universalizar un derecho que ya existe
para una minoría de la población: el derecho al parasitismo. Nadie
que albergue intuiciones morales elementalmente igualitaristas puede
soslayar este argumento.
En un plano puramente
empírico, nos encontramos con innumerables datos que nos
conducen a pensar que, aun
con una renta básica, existe toda una pluralidad de motivaciones
para el trabajo -remunerado o no-: trabajadores y trabajadoras
asalariadas que hacen horas extra para lograr niveles de consumo
superiores a los permitidos por el salario mínimo interprofesional o
por el umbral de la pobreza; personas jubiladas con pensiones
suficientes que siguen trabajando, normalmente en la esfera doméstica
y en el ámbito del voluntariado; los propios ricos que podrían vivir sin trabajar y que
sin embargo trabajan; los participantes en proyectos piloto y en
experimentos científicos realizados en países tan distintos como
Bélgica, Brasil, Estados Unidos, India o Namibia; todos ellos y
ellas demuestran que las motivaciones para trabajar -remuneradamente
o no- van mucho más allá del deseo de obtener la renta
estrictamente necesaria para cubrir las necesidades básicas de la
vida.
Todo ello -y todo lo visto
con anterioridad- conduce a pensar que aquello que realmente preocupa
a quienes, desde las "derechas", nos alertan del peligro
del parasitismo y se oponen al derecho a una renta básica -esto es,
al derecho a la garantía incondicional de la existencia material
para todo el mundo- no es que con una renta básica no trabajemos,
sino que no lo hagamos "para ellos": sin lugar a dudas, la
emergencia de otros tipos y formas de trabajar y de producir nos
apartarían de los espacios y procedimientos por ellos abiertos y
arbitrados.
La renta básica en la
rearticulación de los regímenes de bienestar
Conviene preguntarnos en
este punto si las virtudes que se atribuyen a la renta básica pueden
mantenerse en caso de que ésta actúe como red única de protección
social. En otros términos: ¿son incompatibles la renta básica y
los dispositivos propios de los regímenes de bienestar? ¿Qué
desaparece y qué se mantiene con la introducción de una renta
básica?
Seamos claros a este
respecto. Tal y como se muestra en el estudio que aquí presentamos,
lo único que desaparece son las prestaciones monetarias de carácter
condicionado -rentas mínimas y otras prestaciones no contributivas,
subsidios de desempleo, pensiones de jubilación, etc.-. Todas estas
prestaciones quedan refundidas en una sola prestación monetaria
individual, universal e incondicional: la renta básica. Obviamente,
si hay personas con derecho a prestaciones contributivas -pensiones
de jubilación o subsidios de desempleo- de cuantía superior a la
renta básica, ésta se
complementará hasta poder satisfacer la cantidad que corresponde a
dichas personas.
¿Constituye este el final
del camino? Más bien todo lo contrario. Personas expertas tanto del
mundo académico como de la práctica cotidiana en la gestión de
programas sociales y de bienestar aseguran que una renta básica
podría potenciar la eficacia, precisamente, de muchos de estos
programas y dispositivos propios de los regímenes de bienestar.
Pensemos, por poner un primer ejemplo, en los programas formativos en
general y de inserción socio-laboral en concreto: no es lo mismo
acceder a ellos bajo la espada de Damocles de la precariedad -y,
además, a sabiendas de que se nos está encaminando hacia un mercado
de trabajo que difícilmente nos acogerá de forma efectiva-, que
hacerlo con unos niveles de seguridad socioeconómica que nos
otorguen un margen de maniobra real en punto a ir aprovechando de
tales programas todo aquello que se nos ofrece para poder ir
definiendo una trayectoria laboral y vital realmente propia, en un
proceso largo y lento pero exhaustivo y verdaderamente eficaz.
Un segundo ejemplo lo
encontramos en el testimonio que nos ofrecen las trabajadoras
sociales preparadas para tratar problemas como enfermedades mentales,
drogodependencias, maltratos, etc., y que afirman que, bajo las
condiciones actuales, no pueden desarrollar su trabajo.
Bajo las condiciones
actuales -esto es, ante el tipo de mercados de trabajo que nos
rodean-, su tarea se limita pura y exclusivamente a ir ayudando a sus
usuarios y usuarias a ir trampeando para llegar a fin de mes. En
cambio -aseguran-, con una renta básica la cuestión de la
subsistencia material estaría resuelta y podrían dedicar su tiempo,
energía, formación y recursos a tratar el problema que interesaba
en origen -enfermedades mentales, drogodependencias, maltratos o lo
que fuera-.
Dicho en términos
generales: las políticas de bienestar -sanidad, educación,
vivienda,
cuidados, etc.- y de lucha
contra la pobreza y la exclusión social ganan en efectividad cuando
sus beneficiarios acceden a ellas desde la seguridad socioeconómica.
Pues se trata de programas parciales que atienden necesidades
específicas -y conviene que así sea-, y ello requiere un nexo de
unión que permita vincular los resultados -necesariamente parciales-
de todos estos programas específicos en una acción integral
dirigida al empoderamiento de las personas, a su inserción social
efectiva, a su capacitación para una participación real en la
sociedad. Pues bien, un flujo continuado e incondicional de renta
puede coadyuvar en estas tareas de ensamblaje del sistema de
bienestar.
En definitiva, la
renta básica que se propone en esta publicación es vista siempre
como una parte -todo lo importante y "vertebradora" que se
quiera- de un paquete de medidas mucho más amplio. Dicho paquete de
medidas -o "plan de rescate ciudadano", por decirlo en los
términos de los movimientos sociales post-crash del 2008- ha de
garantizar el poder de negociación que se deriva de la independencia
socioeconómica, para lo cual ha de considerar tres grandes
cuestiones. En primer lugar, la cuestión del "suelo": un
conjunto de recursos básico pero relevante conferido al grueso de la
ciudadanía de forma universal e incondicional. De ahí la renta
básica. En segundo lugar, la cuestión del "techo", esto
es, del control de las grandes acumulaciones de poder económico
privado, pues por muy garantizada que esté la satisfacción de
nuestras necesidades básicas, difícilmente podremos echar a andar
como productores libremente asociados si un puñado de actores logra
adueñarse del conjunto del espacio económico y social en el que
deberíamos poder desarrollar nuestros planes de vida y de trabajo.
Y, en tercer lugar, dicho plan de rescate ciudadano debe
reinterpretar algunos de los mecanismos propios de los regímenes de
bienestar tradicionales -educación, sanidad, vivienda, cuidados,
etc.-, no como formas de limitarnos a asistir ex-post
a quienes salen perdiendo de esa
interacción inevitable con los mercados capitalistas, sino como
dispositivos que operen ex-ante
y que, por lo tanto, nos empoderen
"desde el principio" y nos ayuden a crear y consolidar esas
posiciones de invulnerabilidad socioeconómica que hemos visto que
son necesarias para hacer del mundo algo más nuestro.
Conclusiones:
¿por qué la renta básica hoy?
¿Por qué movimientos
sociales y organizaciones políticas de izquierdas -especialmente sus
bases- vuelven a poner sobre la mesa, no sin ciertos titubeos, la
propuesta de la renta básica? ¿A qué se debe su reviviscencia en
este momento de ofensiva oligárquica contra los derechos sociales
conquistados tras décadas de luchas por parte de las clases
populares? Analicémoslo con algo de perspectiva histórica.
Como es bien sabido, el
pacto social que siguió a la Segunda Posguerra Mundial, que
cimentó los regímenes de
bienestar que hemos conocido -o a los que hemos aspirado-, giraba
alrededor de dos grandes ejes. Por un lado, las poblaciones
trabajadoras lograban blindar niveles relevantes de seguridad
socioeconómica que se concretaban en una ocupación con salario
digno -fundamentalmente para la población masculina, eso sí- y en
la presencia de políticas públicas más o menos ambiciosas que
terminaban de consolidar ciertas certezas. A cambio, las poblaciones
trabajadoras renunciaron, no sin la crítica de la extrema izquierda
y de la izquierda autónoma, al objetivo central de los movimientos
emancipatorios contemporáneos, a saber: el control de la producción,
esto es, el control democrático de las decisiones estratégicas
relativas al funcionamiento de centros de trabajo y economías
enteras.
Pero hoy este pacto está
roto. La ofensiva neoliberal contra derechos sociales y formas de
articulación comunitaria del tejido social popular -pensemos, por
ejemplo, en la ofensiva thatcheriana contra el sindicalismo
británico- lo ha dejado hecho añicos. Y no se observa voluntad
alguna, por parte de la oligarquía deconstituyente, de reconsiderar
su posición.
¿Qué
hacer cuando un pacto se rompe? ¿Qué hacer, además, cuando la
ruptura del pacto en cuestión ha sido de carácter unilateral? Si un
pacto incluye, como acabamos de ver, una victoria y una renuncia,
parece que una opción lógica y legítima -así lo están viendo los
movimientos sociales post-crash del 2008- puede ser la recuperación
de aquello a lo que la parte traicionada renunció con motivo del
pacto en cuestión: en este caso, la recuperación del control de la
producción -la recuperación del control sobre nuestras vidas
(re)productivas- como objetivo social y político. Vista la negativa
del capitalismo contrarreformado a aceptar ser re-reformado, parece
sensato pensar que cualquier objetivo menos ambicioso resulta también
menos realista.
Pero
¿cómo poner sobre la mesa hoy la cuestión del control de la
producción -y de la vida-? ¿Cómo recuperar y llenar de contenido
este viejo objetivo -tan viejo y sin embargo tan nuevo-, que apuntaba
y apunta a la idea de que se precisan dispositivos para que todos y
todas podamos hacernos con la capacidad de co-determinar los muy
diversos mecanismos a través de los cuales producimos bienes
materiales, bienes inmateriales, relaciones sociales, espacios de
interacción, vida?
Obviamente,
la renta básica no constituye una respuesta única y unívoca a
estos
interrogantes:
la renta básica dista de constituir una solución a todos los
problemas, como algunos críticos de la propuesta se obcecan en
afirmar que sus partidarios sostenemos. Pero la renta básica nos
puede ayudar a construir una estrategia practicable en esta
dirección. En efecto, un flujo de renta que garantice nuestras
existencias de forma incondicional, especialmente si viene acompañada
de todo el paquete de medidas del que se ha hecho mención, nos dota
del poder de negociación necesario para tratar de hacernos con otras
formas de trabajo, con otras formas de organización
de la (re)producción, con otras relaciones sociales, con un mundo
verdaderamente común.
David
Casassas
Profesor
de teoría social en la Universidad de Barcelona. Miembro del Comité
de Redacción de SinPermiso, es vicepresidente de la Red Renta
Básica. Forma parte de la Junta Directiva del Observatorio de los
Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC). Ha coordinado el
libro Revertir el guión. Trabajos, derechos y libertad (Los Libros
de la Catarata, 2016).
Fuente:
www.sinpermiso.info,
7-1-18
URL
de origen (Obtenido en 08/01/2018
- 18:07):
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