PSEUDOCIENCIAS Y PSEUDOESCÉPTICOS
¿Por qué lo llaman ciencia cuando quieren decir política?
Hace unas semanas
escribí un
artículo en mi blog personal para denunciar lo
que da la impresión de ser una auténtica campaña[1]
en contra de la homeopatía y las llamadas pseudociencias y
se viene desarrollando de un tiempo a esta parte en la prensa
española. En él denunciaba que, bajo la idea de defender el
pensamiento científico frente a creencias mágicas, se está
montando un discurso lleno de prejuicios y actitudes que recuerdan
enormemente a una caza de brujas (algo muy poco científico, la
verdad). A pesar de que lo publiqué en un blog muy modesto que,
hasta entonces, apenas acumulaba unos pocos cientos de visitas, el
artículo se volvió viral llegando a tener 30.000 visitas hasta la
fecha. El tema, es, desde luego, candente, y la avalancha de
comentarios y debates que provocó sacó a relucir muchas cuestiones
interesantes que merece la pena tratar.
Los artículos que están
apareciendo en prensa, formando parte de esta especie de campaña
(organizada o espontánea), contra las llamadas pseudociencias
suelen tomar como punta de lanza el ataque
a la homeopatía pero es habitual que amplíen
las críticas a quienes se oponen a los transgénicos, las vacunas o
la
agricultura química. Frente a ellos se sitúa
otra corriente que en los últimos años ha conseguido gran
popularidad (siendo J.
Pamies su miembro más mediático), que
defiende la medicina natural y la curación mediante plantas,
mientras critica fuertemente los intereses de las compañías
farmacéuticas y agroquímicas[2].
La controversia entre ambas posturas es
comprensible y es lógico que surjan debates, porque ni la medicina
oficial está libre de la corrupción de las farmacéuticas ni las
terapias alternativas están libres de vendedores de milagros. Pero
lo que me irrita sobremanera de esta campaña contra las llamadas
pseudociencias, es su constante apropiación de lo
científico para justificar sus argumentos. Y es que muchos de estos
artículos contra las llamadas pseudociencias, a pesar de decirse
defensores de la ciencia, utilizan un batiburrillo de argumentos
mezclados de forma espantosamente simplista sin el menor atisbo de
rigor intelectual.
Así, por ejemplo, se llega a discursos tan
maniqueos como
este:
“Gracias a la ciencia, en los países desarrollados podemos disfrutar de luz, agua corriente, calefacción y aire acondicionado en nuestras casas; …podemos confiar en que, si vacunamos a smartphones para ignorar toda esta información y decidir que se vivía muchísimo mejor en la Edad Media. Sin medicamentos, sin vacunas, sin energías alternativas, sin transgénicos, sin antenas de telefonía y WiFi, sin información contrastada científicamente. Sin progreso.”nuestros hijos, los protegeremos de las enfermedades que en otros momentos de la historia, y en otros lugares del mundo, matan a miles de personas; y podemos usar Internet y nuestros potentes
Todo está muy claro en este discurso: el Progreso
y la Ciencia, con mayúsculas, son incuestionables. Toda crítica a
la Ciencia y sus gadgets tecnológicos es debida a la
ignorancia fanática de los que quieren hacernos volver a la Edad
Media. No hace falta distinguir entre vacunas y vacunas (la de la
viruela —que tanto bien hizo en su día— de la del virus del
papiloma humano —tan poco necesaria y tan
cuestionada—). No hace falta escuchar a
quienes padecen de Sensibilidad Química Múltiple o están
envenenados por el glifosato de la soja transgénica: los
transgénicos y la industria química son buenos por
definición porque traen ”el Progreso”.
¿Para qué perder el tiempo en el laborioso
proceso científico de estudiar cada terapia alternativa por separado
para saber cuáles son realmente una estafa y cuáles aportan algo
interesante, de analizar estadísticamente las historias clínicas de
quienes dicen experimentar mejorías o de leer los estudios
científicos que dicen que la homeopatía sí es efectiva (que
también los hay)? ¿Para qué vamos a tener el
rigor de no sacar conclusiones hasta tener datos suficientes o de
hablar en términos de probabilidades de error? No hace falta. Ya
se sabe a priori que todo es un engaño, ya se sabe
que todos los casos de curación de los que habla la medicina
alternativa son debidos al efecto placebo, ya se sabe que
criticar las antenas de telefonía, el WiFi y los transgénicos
siempre es una postura acientífica basada en la ignorancia, porque
si algo no valora las tecnologías de la Ciencia (con mayúsculas, la
oficial, la que vende transgénicos, medicamentos y vacunas) es
pseudociencia, es superstición.
En realidad, lo que esta especie de campaña está
haciendo es apoyarse en el prestigio del método científico para
hacer marketing de sus ideas. Su estrategia de marketing es muy
similar a la que utilizaban en el cuento de El Rey Desnudo
los astutos costureros: crear un prejuicio que haga sentir ridículo
a aquellos que defienden algo. Igual que en el cuento, en el que
quien no viera la maravillosa tela era un estúpido, se han inventado
términos como magufo o el amimefunciona que nos
fuerzan a ridiculizar lo que llaman pseudociencias (tengamos
o no conocimientos suficientes para hacerlo y aunque nuestros ojos y
nuestra experiencia personal nos digan que “el rey va desnudo”).
Si no lo hacemos, corremos el peligro de ser tildados de poco
científicos, crédulas e ingenuas víctimas de vendedores de
milagros (“¿No serás tú una de esas que creen en la homeopatía,
verdad?”).
Pseudoescépticos
Este tipo de argumentos no son nuevos, coinciden
con los del llamado movimiento
escéptico un movimiento especialmente activo
en algunos países de América Latina y en el que se encuentran
figuras como el periodista mexicano Mauricio-José Schwarz (quien ha
acuñado el término de la izquierda feng-shui o izquierda
magufa).
El escéptico es un discurso curioso, que
se dice defensor de la ciencia pero que, en realidad, no se basa en
la duda científica, sino en la fe en la Ciencia. Lo cual es bastante
absurdo porque tener fe en la ciencia es muy poco científico. Y es
que sus afirmaciones están trufadas de una gran confianza (casi fe)
en lo científico y establecen una especie de cruzada contra lo
acientífico que emprenden, supuestamente, por el bien de la
humanidad a la que tanto mal hacen estas supersticiones. Con ello,
están utilizando la ciencia como fuente de ética (todo lo
científico es bueno), olvidando que la ciencia es una herramienta
para conocer las consecuencias de nuestras acciones, pero no para
decidir si éstas son buenas o malas, porque la ciencia no es ética
ni es moral ni es una religión. La biotecnología, por ejemplo,
puede decirnos que existe un tanto por ciento pequeño de
probabilidades de que el maíz transgénico cree resistencias en las
larvas de lepidópteros, pero no puede decirnos si ese riesgo es
asumible o no, ni tampoco si la prioridad de una sociedad deben ser
los beneficios económicos de los agricultores de hoy frente a la
estabilidad de los ecosistemas que afectará a la alimentación de
mañana.
A mayores, el discurso escéptico no cree ni
defiende cualquier ciencia, ya que el actual panorama científico es
abrumadoramente extenso y muchas veces contradictorio, y en él no
faltan, también, estudios que defienden algunas cosas ellos llaman
pseudociencias. La postura escéptica, por ello, se basa en
cierto tipo de ciencia, la verdadera ciencia, la oficial, no
esa otra que dice “cosas raras” y, según ellos, no es ciencia
sino pseudociencia.
Curiosamente, esta ciencia verdadera es
siempre la que vende algo: vacunas, medicamentos, semillas
transgénicas o agroquímicos; nunca es esa ciencia alternativa
o ecologista, que no hace negocio, sino que critica y pone
pegas. Los que se dicen escépticos son sólo escépticos con la
ciencia alternativa, nunca con la oficial, con lo cual
resultan escépticos sólo a medias. Y es que el discurso escéptico,
en realidad, es sólo pseudoescéptico y pseudocientífico, ya que no
se aplica a sí mismo ni el escepticismo ni el método científico
que dice defender.
¿Por qué lo llaman ciencia
cuando quieren decir política?
Hay algo que llama poderosamente la atención del discurso
pseudoescéptico y es esa mezcla de crítica hacia las
medicinas alternativas con el ataque a cuestiones centrales del
movimiento ecologista (como la oposición a los transgénicos, la
contaminación química, la energía nuclear o el fracking[3])
sazonado todo ello por la ridiculización de una cierta
espiritualidad New Age[4].
El hecho de que el budismo y el hinduismo sean
especialmente sensibles a la problemática ambiental, hace que muchas
de las personas cercanas a ellos utilicen terapias orientales, sean
consumidoras de alimentos ecológicos y estén más o menos cerca del
ecologismo. Además, nuestra sociedad está cada vez más lejos de
los dogmas cristianos y más abierta a otras espiritualidades; esto
puede llevar a creer en tonterías y obsesionarse con supersticiones
o bien a vivir mejor y ser mejor persona. Pero, en cualquier caso, es
una opción respetable amparada por el derecho a la libertad
religiosa. Sin embargo, la oposición a los transgénicos, la
contaminación química, el glifosato o el fracking no han
surgido de estas tendencias espirituales, sino de movimientos
ecologistas que basan su crítica en estudios científicos, en una
ética laica y en reivindicaciones de justicia social.
La campaña
pseudoescéptica quiere hacernos creer que todas las
poderosas corrientes políticas de la izquierda ecologista son una
moda frívola de clases acomodadas que juegan con espiritualidades
New Age y rechazan la tecnología por tener una idea
romántica de lo natural[5].
La realidad es muy diferente: detrás de la oposición a los
transgénicos, por ejemplo, se encuentra una crítica muy dura a un
modelo agrícola que está envenenando y desertificando el planeta,
haciendo que los agricultores más pobres sufran una enorme
dependencia de los insumos y patentando conocimientos que deberían
ser patrimonio de la humanidad. Detrás de la oposición al glifosato
y los disruptores endocrinos (y los recelos ante el WiFi, aunque más
tímidamente) se encuentra la tradicional crítica del ecologismo a
la contaminación ambiental. Y detrás del auge de las medicinas
naturales está, probablemente, el hecho de que cada vez más
personas están enfermando por causas relacionadas con la
contaminación, sin que la medicina oficial, tan enormemente centrada
en el medicamento y tan dependiente de la industria farmacéutica,
sea capaz de dar respuesta a sus problemas.
¿Por qué este interés
de los pseudoescépticos en atacar a la izquierda
ecologista? Por una razón muy sencilla: el ecologismo político
presenta una crítica muy sólida a la idea del progreso
desarrollista, antropocéntrico y expansivo que rige la sociedad
actual y el movimiento pseudoescéptico es, básicamente,
conservador y neoliberal[6].
El ecologismo político
reivindica que es necesario revisar de arriba a abajo el ideal de
Progreso que surgió con la Ilustración y la Revolución Industrial
pero su crítica no está basada en el romanticismo como nos quieren
hacer creer[7].
No es la superstición o la espiritualidad la que hace que el
ecologismo critique el rumbo de la actual sociedad tecnológica, sino
la abrumadora cantidad de datos y estudios científicos que muestran
que este rumbo nos está conduciendo al caos climático, a una crisis
ecológica sin precedentes e, incluso, al colapso
de esa misma civilización tecnológica que los
pseudoescépticos dicen defender.
Después de 200 años, el ideal ilustrado de
progreso se encuentra muy anquilosado y no es capaz de dar respuesta
a los retos del siglo XXI. Por eso, defenderlo acríticamente y
aferrarse al él basándose en sus logros históricos (como hace el
discurso pseudoescéptico), es fruto de una ideología
conservadora que intenta oponerse a la gestación de una nueva
definición de progreso acorde con el siglo actual.
Y no es extraño que
haya agresivas resistencias al ecologismo político, porque algunas
de sus propuestas, como la agroecología, pueden hacer que el volumen
de negocios de ciertas grandes empresas caiga estrepitosamente. La
agroecología está demostrando que es un modelo válido para
sustituir la actual agricultura química, pero tiene el inconveniente
de que no necesita casi nada de lo que la industria química o la
ingeniería genética le pueden vender[8].
Si a ello le sumamos el hecho de que recientemente la FAO y las
Naciones Unidas han
publicado
estudios
que recomiendan este tipo de técnicas agroecológicas como la mejor
forma de luchar contra el hambre y el cambio climático o el que los
agricultores están empezando a verlas como una alternativa viable
para soportar el aumento del precio de los insumos, no es extraño
que se emprendan campañas mediáticas y se utilicen todas las
manipulaciones del marketing para desprestigiar estas peligrosas
tendencias.
En los años 70 la humanidad empezó a ver en el
horizonte los límites del crecimiento y surgieron movimientos
sociales que buscaban un futuro más en armonía con la naturaleza.
La contrarreforma neoliberal de los 80 frustró esas iniciativas y
toda la crítica política quedó reducida a un movimiento “hippie”
desprestigiado y desnaturalizado. En estos momentos las viejas
cuestiones no resueltas de los años 70 están volviendo a ser
actualidad, pero ahora con el cambio climático y los límites del
crecimiento, no ya en el horizonte, sino en el umbral de nuestra
casa. Esperemos que, en esta ocasión, la contrarreforma neoliberal
no consiga desprestigiar el ecologismo político ni dejarlo reducido
a una cuestión de folclore espiritual, porque no podemos permitirnos
el lujo de perder otros 40 años. Necesitamos, urgentemente, orientar
el timón de nuestros ideales colectivos hacia una nueva utopía de
progreso que nos permitan enfrentarnos con este siglo marcado por la
crisis ecológica.
Casdeiro, a partir de un openclipart de GDJ
Notas
[1]
En este post
se analiza la cantidad de noticias aparecidas en El País que tratan
de forma desdeñosa la homeopatía en los últimos meses:
https://medicinahumanista.wordpress.com/2017/06/18/este-pais/
[2]
Quiero dejar constancia que esta referencia no es una defensa de la
postura de Josep Pamies, quien, en mi opinión, no da suficiente
información acerca de los efectos secundarios de las plantas
medicinales que recomienda y exagera sus virtudes.
[3]
En algunos textos se mezclan todas estas cuestiones y otras más
creando batiburrillos muy extraños:
https://elpais.com/elpais/2016/05/17/buenavida/1463495853_998173.html
[4]
Una muestra de mezcla de espiritualidades extrañas con cuestiones
centrales del movimiento ecologista:
http://www.elmundo.es/sociedad/2017/06/29/59537ba6e2704e352a8b4651.html
[5]
Una muestra de esta asociación del movimiento ecológico a un
romanticismo se puede encontrar en
https://elpais.com/elpais/2016/05/17/buenavida/1463495853_998173.html:
“Hay un sector de la izquierda que asume las tesis rousseaunianas
del buen salvaje
[la naturaleza del hombre es bondadosa, pero en contacto con la
sociedad se corrompe], deshumanizado por el progreso científico y
tecnológico, y percibe la ciencia como herramienta de dominación y
esclavitud a la que se contrapone una vuelta a la pequeña comunidad
y al mito de lo ‘natural’, que apuesta por la agroecología
frente a la tecnologización agrícola, se opone a la medicina
científica a favor de una medicina ‘natural”, y que ha penetrado
en la filosofía de la ciencia, la educación y la crianza”.
[6]
Este movimiento usa una constante referencia a las tecnologías
punteras que le dan un ropaje de modernidad a todo su discurso. Es
muy curioso hasta qué punto hemos asociado la tecnología y la
sofisticación tecnológica con el progreso y el avance humano y
también, hasta cierto punto, con las ideas políticamente menos
conservadoras.
[7]
Aunque no se base solamente en la ciencia y lo haga criticando el
exceso de reduccionismo de la ciencia actual y proponiendo enfoques
más sistémicos.
[8]
No es extraño que los ataques más violentos contra la izquierda
ecologista estén viniendo de personajes como Mulet, cuyo trabajo es
la ingeniería genética:
http://jmmulet.naukas.com/2014/04/15/agricultura-ecologica-nuevo-reglamento-nueva-aberracion/
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