VER LIBRO |
CAMBIAR EL SISTEMA: El factor del gancho
El mundo se puede cambiar, pero ello requiere mucho conocimiento.
Desde Autonomía y Bienvivir proponemos cambios sociales que algunos consideran radicales. Nosotros también, porque consideramos que van dirigidos precisamente a la raíz de los problemas que padecemos. Hemos desarrollado una visión utópica que es muy extraña en la actualidad, en mi opinión porque, como ocurre siempre en las sociedades, se han “reificado” o naturalizado nuestras instituciones sociales, de tal forma que parece tan imposible cambiarlas como a la ley de la gravedad.
En realidad esto no es así, y como dice Satis Khumar, lo que ha sido
hecho por el hombre puede ser cambiado por el hombre.
VER VIDEO.
|
Pero aquí hay que hacer algunas precisiones. Si entendemos la
sociedad como un sistema complejo, y creo que esta es la forma
correcta de entenderla, debemos reconocer que los sistemas dependen
de la trayectoria, son históricos. No es posible darnos la vuelta
como un calcetín y cambiar nuestras creencias, ideas, y todo lo que
motiva nuestros actos de la noche a la mañana. No tengo la
conciencia de que esto sea bien comprendido por la gente que me rodea
y que es favorable al cambio. La
herencia de la modernidad y su énfasis en la razón instrumental
nos hace concebir el proceso de cambio de forma similar a como
concebimos un proceso de producción. Diseñar, planificar, redactar
leyes y ordenes ejecutivas, movilizar recursos, trabajar. Pero el
cambio social no funciona así, no es como construir un coche, es más
como educar un niño. Tratamos con seres vivos que además tienen
ideas que dan sentido a su historia personal.
Los partidarios del decrecimiento, muchos de los cuales proceden de
la izquierda, están lastrados por las ideas heredadas de su
tradición de pensamiento, que incluye conceptos como “modo de
producción capitalista”, que nos alejan de una idea cabal sobre el
cambio social. La derecha, por el contrario, con pensadores como
Milton Friedman o Friedrich von Hayek, ha comprendido mejor ese
proceso, obteniendo de esta forma una ventaja sustancial, que
le ha permitido obtener una innegable hegemonía cultural.
El eterno debate entre reforma o revolución en el que se suelen
quedar encalladas las reflexiones sobre el cambio desaparece en
cuanto empiezas a pensar en términos de sistema. El cambio puede ser
paulatino o suceder de golpe, pero el activista tiene poco control
sobre ello, depende del estado del sistema. Para hacer una revolución
es necesario una masa importante de población muy concienciada, y
ello no es posible sin un proceso de cambio paulatino previo, que
haga que se tome conciencia de que los problemas son acuciantes y son
necesarias medidas drásticas.
En
un artículo en mi blog personal, desarrollé
estas ideas con más detalle, fijándome en varios ejemplos exitosos
de cambio social. Allí defendí que dado que nos encontramos en un
contexto inestable, o como mucho estable a medio plazo, y no podemos
tener mucha confianza en nuestras intervenciones (no podemos asegurar
que conduzcan a un cambio exitoso) lo mejor que podemos hacer es
lanzar apuestas, actuar, aunque sea sin mucho conocimiento, y evaluar
rápidamente los resultados para corregir rápidamente el rumbo si es
preciso.
Los resultados que se están consiguiendo no son demasiado
deslumbrantes. En cuanto a la concienciación, se genera mucho
contenido en blogs pero la penetración es escasa en publicaciones
más mayoritarias. En cuanto a las prácticas económicas
alternativas, son muy minoritarias, y todavía lo es más el impacto
de estas ideas en las leyes y la política. Entre los hechos
positivos que podemos ver están la aceptación del cambio climático
como una realidad y la consolidación del marco de los “planetary
boundaries” a nivel científico. Son buenas noticias que llegan
desde el ámbito académico, pero muy restringidas al campo de las
ciencias naturales, mientras que los académicos más cercanos a la
política continúan manteniendo una lealtad numantina al
neoliberalismo.
Si tomamos al pie de letra mi recomendación de experimentar y
analizar el resultado para modificar el rumbo, la realidad nos
muestra de forma muy clara la necesidad de un giro de timón ¿Hacía
donde? Ese es el debate. Una pequeña pista nos la muestra Malcolm
Gladwell en su libro El
punto clave.
En una parte del libro, que me recordó tremendamente a los debates
que solemos tener en Autonomía y Bienvivir y en los foros
decrecentistas, Gladwell nos habla de un experimento sobre la
prevención de una enfermedad, el tétanos. Me resultó muy curioso
que el experimento, inicialmente, consideró dos variables sobre las
que a menudo solemos debatir, presentar una información de manera
“cruda”, con todas sus implicaciones, lo que algunos llaman
“alarmista”, o presentarla de manera más bien aséptica. En este
experimento se repartieron dos folletos, uno donde se mostraban
crudamente las consecuencias del tétanos, con fotos de seres humanos
pasando mucho sufrimiento por la enfermedad, y otro folleto donde se
describía el problema de forma anti-sensacionalista. Posteriormente
se pasó un test a los sujetos que habían participado en el
experimento, y se vio que, de forma poco sorprendente, quienes
estaban más preocupados por la enfermedad eran los que habían leído
el folleto más alarmista. Sin embargo, la sorpresa llegó después,
cuando solo se vacunó contra la enfermedad un 3% de las personas
informadas. Además, el hecho de vacunarse o no carecía de relación
con haber recibido un folleto u otro. Una primera conclusión sería
que presentar la información de forma más o menos alarmista es
irrelevante de cara a que las personas actúen en favor del cambio.
Sin embargo lo más interesante no es esto, sino que cuando se
modificó el experimento incluyendo en el folleto un pequeño mapa
con el lugar (conocido por todos de antemano) donde los alumnos
podían vacunarse, el porcentaje de los que lo hicieron subió al
28%.
Lo único que hizo falta fue un
cambio sutil en la presentación. Los estudiantes necesitaban saber
cómo encajar el asunto del tétanos en sus vidas, y la información
adicional que implicaban aquel mapita y los horarios en que se
realizaba la vacunación hizo que pasara de ser una lección
abstracta sobre riesgo sanitario (una lección más dentro del
conjunto de incontables lecciones académicas que habían recibido a
lo largo de su carrera universitaria) a convertirse en un consejo
médico práctico y personal. Así que, en cuanto el consejo se vio
como algo práctico y personal, tuvo éxito.
Práctico y personal, fijémonos en este último punto: personal. Las
invocaciones para superar el “sistema capitalista” o (de forma
mucho más precisa) la modernidad, para cambiar el sistema, no son
demasiado personales, al fin y al cabo no es una tarea que uno se
pueda echar a los hombros de forma personal. Puede ser una invocación
para unirse a un movimiento colectivo pero ¿cual es la tarea de uno
allí? ¿Existe una agenda clara con acciones concretas?
Añadir un mapa con unos horarios en nuestro discurso implica invitar
a quién recibe el mensaje a realizar una acción concreta, que debe
realizar personalmente. Eso no es fácil, pero quizás se puedan
encontrar unas pocas, por ejemplo unirse a una cooperativa de consumo
y producción de energías renovables ¿Estamos, como diría Bauman,
aplicando soluciones individuales a problemas colectivos? Pues no,
una solución individual es ir al psicólogo porque te sientes mal
ante la deshumanización creciente, pero en nuestro caso,
especialmente si tenemos éxito y conseguimos movilizar a un 28% de
la población como en el ejemplo, nos estaremos moviendo en el
terreno sistémico de las normas sociales.
A partir de ese porcentaje el grupo empieza a ejercer una presión
importante sobre los no convencidos y puede alcanzarse un punto de
inflexión que convierta lo bizarro en la nueva norma. En el futuro
espero dedicar algún otro espacio a esta distinción clave entre lo
individual y lo sistémico.
Pero ¿no estaremos, a través de pequeños cambios, apuntalando un
sistema que está destinado a desaparecer más pronto que tarde? No
es posible responder a esta pregunta como no es posible predecir el
futuro. Para reducir la incertidumbre conviene ir haciendo un mapa
más detallado del sistema, pero yo me atrevo a aventurar algunas
ideas, en primer lugar, no veo que la crisis de 2008 haya
desencadenado un movimiento ni hacia la sostenibilidad ni hacia la
igualdad, por el contrario veo un movimiento hacia el caos.
Es difícil que la población realice un giro de 180 grados desde sus
creencias actuales hacia un estilo de vida y unas normas sociales
totalmente opuestas, como son las que planteamos desde Autonomía
y Bienvivir, incluso tras una nueva crisis económica. Veo más
factible que haya pasos previos mucho antes de que desarrollen la
creencia en la necesidad de un cambio radical. El factor del gancho
nos habla de transmitir la información de forma que sea un revulsivo
para el actuar del individuo, pero también hay que considerar que al
actuar se modifica su conciencia. Por ejemplo, si alguien está
preocupado por el cambio climático y decide unirse a una cooperativa
de producción y consumo es posible, y probable, que ese hecho le
haga ser mucho
más favorable a una legislación que favorezca a las cooperativas,
incluso es probable que el hecho de actuar, de hacer algo, le haga
mucho más consciente de los problemas de sostenibilidad.
Propongo que tengamos en cuenta el conocimiento que nos ofrecen
Gladwell y otros e intentemos lanzar proyectos e ideas que rebasen el
punto crítico, y se conviertan en normas sociales que cambien la
conciencia de los individuos acerca del mundo en el que viven. Se
trata de dar pasos, evaluar, y dar más pasos, pero sin dar el primer
paso no será posible dar el segundo.
FUENTE: http://autonomiaybienvivir.blogspot.com.es/2017/11/cambiar-el-sistema-el-factor-del-gancho.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario