«DECIMOS QUE ES LA ÚLTIMA LLAMADA PORQUE YA HEMOS EMPEZADO LA CUESTA ABAJO Y LA TECNOLOGÍA NO NOS VA A SALVAR»
En estos días un
grupo de científicos, ecologistas y activistas sociales hemos redactado un manifiesto para llamar la atención sobre un tema
que está ausente de la mayor parte de los debates políticos y cuya importancia,
creemos, es enorme.
Cuando uno quiere llamar la atención
lanza frases de urgencia, y, por ello, el manifiesto se titula “Última llamada. Esto es más que una crisis económica y de
régimen: es una crisis de civilización”. Desgraciadamente esta
sociedad está demasiado acostumbrada a la urgencia y, quienes no conocen los
datos básicos, nos pueden tachar de alarmistas y contestar con el típico mantra
que se suele aplicar a estos casos: “ya muchos antes han
profetizado el fin del mundo y eso nunca ha sucedido”.
Por ello me gustaría pedir a las
lectoras y lectores que nos den, simplemente, un momento para explicarnos.
Antes de acusarnos de fustigar las conciencias con “sermones sobre el
Apocalipsis”, por favor, escuchen por qué decimos que, ahora especialmente,
estamos viviendo una última llamada.
En estos primeros años del siglo XXI la humanidad está viviendo
un momento especialmente crítico porque nos enfrentamos al deterioro de todos
los recursos naturales sobre los que descansa nuestra civilización. Muchas
personas son conscientes del problema que suponen la contaminación o el cambio
climático, pero estos no son los únicos problemas globales que tenemos. Mucho
menos conocidos, pero mucho más obvios, son los problemas relacionados con la
escasez de recursos naturales (deterioro de acuíferos, tierras fértiles,
pesquerías) y, además un problema especialmente importante para la tecnología:
el agotamiento de los combustibles fósiles de los que depende el 80% de nuestra
energía.
De todos
estos límites naturales quizá el energético sea el más decisivo y,
probablemente, también el más desconocido. Es decisivo porque toda la
tecnología descansa sobre el uso de energía y porque gran parte de las
soluciones a problemas como el agotamiento de las tierras fértiles, los
acuíferos o el cambio climático, también requieren de energía para poder ser
contrarrestados.
Los combustibles
fósiles están empezando a dar señales de agotamiento, especialmente el más
versátil y utilizado: el petróleo. En las revistas científicas (ver figura 1)
ya hace tiempo que se habla ampliamente de un fenómeno conocido como cenit o pico del
petróleo (“peak oil”) que nos dice que, cuando
los pozos empiezan a mostrar signos de agotamiento, la extracción se hace
forzosamente más lenta. Este fenómeno se está observando ya: la producción de
petróleo crudo está cayendo desde el año 2006. Los sustitutos a este petróleo
barato y fácil de extraer (como los extraídos mediante fractura hidráulica, de
peor calidad y mucho más contaminantes) apenas están consiguiendo aumentar la
producción y los expertos coinciden en que antes de 2020 veremos una
disminución neta de la producción de petróleo mundial (más detalles).
Si el declive del petróleo se está observando en esta década, el
del gas natural se prevé antes de 2035 y el cenit del carbón y el uranio, aunque
pueden demorarse un poco más, tendrá probablemente lugar alrededor de 2050
(dependiendo de hasta qué punto su explotación aumente para compensar el
declive del gas y el petróleo).
Ante este hecho,
una se pregunta si la tecnología va a ser capaz de proporcionarnos alternativas
en forma de energías renovables, fusión o tecnologías del hidrógeno. Esta
pregunta es la que nuestro grupo de investigación ha intentando responder con un estudio
que hemos llevado a cabo en los últimos siete años. Para ello hemos realizado
un análisis detallado de los recursos energéticos mundiales y las tecnologías
alternativas con ayuda de simulaciones matemáticas por ordenador. Ello nos
ofrece una perspectiva muy amplia de lo que probablemente va a ser el futuro
energético del siglo XXI (trabajos anteriores sobre aspectos parciales se
pueden ver aquí, y aquí).
Los resultados se pueden resumir en las gráficas de la figura 2.
En ellas comparamos la demanda de energía mundial que tendría lugar si
continuamos con las tendencias actuales de crecimiento económico y mejora de la
eficiencia, con la producción máxima de energía de todo tipo que vamos a poder
poner en marcha.
Las conclusiones del estudio
son claras: no tenemos tiempo. Deberíamos
haber empezado el cambio tecnológico unas décadas antes. En estos momentos las
energías alternativas no pueden compensar el declive, especialmente por la
falta de sustitutos a los combustibles líquidos, muy dependientes del petróleo.
Si hubiera tecnologías mejores por descubrir, no van a llegar a tiempo, porque
la tecnología necesita décadas para su desarrollo y el declive empieza ya. Esto
quiere decir que vamos a vivir un descenso global de la energía, que va a ser
especialmente importante en esta misma década para el sector del transporte.
Estamos empezando la cuesta abajo. Hemos vivido siglos de
constante aumento del consumo apoyándonos sobre la energía abundante de los
combustibles fósiles y ahora esa energía empieza a disminuir. Empujados por la
dinámica demencial de una sociedad basada en el crecimiento, hemos dormido
durante décadas cerrando los ojos a lo obvio: los combustibles fósiles no
pueden durar siempre.
El pico del petróleo y el cambio
climático nos dicen claramente una cosa: ya hemos perdido el avión.
El avión de un futuro de consumo creciente
impulsado por un fabuloso desarrollo tecnológico se ha marchado ya. Es inútil
quedarnos en el aeropuerto esperando a ver si viene otro. En estos momentos lo
que tenemos que hacer es ir corriendo a la estación a ver si todavía podemos
coger el tren. El tren de un modelo de desarrollo
basado en energías renovables y compatible con el Planeta está en el andén,
pero tampoco espera y los altavoces de la estación están dando el aviso de
salida.
Podemos oír las llamadas de urgencia
como la que pretende ser nuestro manifiesto, asustarnos un poco y correr al
andén… pero también podemos descalificar a los “agoreros”, quedarnos sentados
esperando que nos salve la tecnología y perder el tren. Eso no sería el fin del
mundo. Si perdemos el tren de una
sociedad industrial sostenible, la vida en el Planeta probablemente continuará
y no será el fin de la raza humana. Lo que pasa es que solo nos quedará la
opción de realizar el viaje en bicicleta.
Nos veremos,
probablemente, embarcardos en un turbulento siglo de guerras por los recursos,
estados de caos social, destrucción y declive tecnológico hasta que las
sociedades humanas se acomoden a civilizaciones sostenibles con niveles de vida
mucho más modestos que los actuales y en un mundo de recursos escasos.
No es cuestión de que cunda el pánico pero sí tenemos que darnos
prisa. Una civilización basada en energías renovables, que no sobrexplote los
ecosistemas y que mantenga un nivel de vida aceptable para toda la población
humana todavía es posible, pero sería una sociedad muy diferente a la que
conocemos. Tenemos que realizar un cambio de una magnitud enorme, y eso no se
puede hacer en dos días. La transición es posible, pero tenemos que abrir los
ojos y hacer caso a los avisos. El tren no espera.
(Artículo acerca del manifiesto, publicado por Marga Mediavilla, una de
las firmantes iniciales, en el web del Grupo de Energía y Dinámica
de Sistemas de la Universidad de Valladolid)
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