¿EL FIN DEL TIEMPO?
Érase una vez el
tiempo. Pero el tiempo ya no existe. Al menos no como lo concebíamos antes. La gente del tercer milenio está condenada a vivir en el presente. A
merced del momento. Fragmentos móviles de la sociedad líquida en la era del
tiempo líquido. En otras palabras, en una evolución interminable e imparable.
Esta es la descripción que nos ofrece, con voz tranquila y
con una corriente de pensamiento ordenada, dando el peso justo a cada idea,
Zygmunt Bauman: filósofo, sociólogo, observador de la posmodernidad y
de sus transformaciones transitorias.
Bauman ha vivido el siglo XX con sus vericuetos, los horrores de la historia y la aceleración del desarrollo y la tecnología. Y durante medio siglo, como profesor de Universidad de Leeds, en Inglaterra, ha aplicado una paciencia y una dedicación a la antigua usanza a la tarea de proporcionar a generaciones de estudiantes las categorías necesarias para comprender la realidad.
Con una condición previa. «El mundo cambia demasiado
deprisa para poder atribuir un sentido universal a las cosas. Hoy en día es una
lucha individual: cada uno de nosotros lucha solo para dar sentido al tiempo»,
explica amablemente.
¿Cómo ha cambiado la noción del tiempo?
ZB: Hay dos aspectos a tener en cuenta, ambos
influyen significativamente en nuestra forma de percibir y utilizar el tiempo. El primero es la ausencia de una perspectiva
a largo plazo. Hoy en día, las personas ya no están acostumbradas a planificar
sus acciones en el tiempo porque son cada vez más y dolorosamente conscientes
de la rapidez de los cambios. La velocidad a la que se suceden los
acontecimientos es tal que cualquier suceso es en gran medida espontáneo. Y
quizá también imprevisible.
Entonces, ¿estamos a merced del presente?
ZB: Ya no es posible concebir y planificar cosas que
tardan años en realizarse, porque en el tiempo que media entre la idea y su
realización todo puede cambiar. La idea
que la gente tiene hoy del tiempo no difiere de la del café instantáneo: echas
agua, pones el polvo y te lo bebes inmediatamente.
¿Así que incluso el tiempo es desechable?
ZB: Hay una palabra para definir esta noción: tiempo nowist.
El tiempo de este momento concreto.
¿Qué diferencia el tiempo actual del pasado?
ZB: La
velocidad, la velocidad con la que perdemos el interés por algo: no podemos
mantener nuestro compromiso y nuestra atención en el mismo tema durante
demasiado tiempo.
¿Y qué más?
ZB: El hecho de que no podemos utilizar las armas del
pasado para enfrentarnos al tiempo.
¿Por ejemplo?
ZB: La paciencia, que solíamos enseñar a los niños:
planificar las cosas con cuidado, trabajar para conseguirlas paso a paso, hacer
primero una cosa y luego otra.
Si hemos perdido la linealidad de la planificación, ¿qué
nos queda?
ZB: El puntillismo, por tomar prestada una palabra
del mundo del arte. Como un cuadro, la
vida está hecha de momentos, de puntos de color. Si los observamos
individualmente, no son más que puntos, cada uno muy parecido al siguiente,
pero combinándolos cuidadosamente el pintor es capaz de crear un cuadro.
Ha dicho que hay que tener en cuenta dos aspectos.
ZB: Sí, el
otro es la morfología del tiempo: el tiempo solía estar estructurado. La gente
luchaba por hacerlo estable. En mi época el tiempo se dividía en tiempo de
trabajo y tiempo privado, entre el deber y el placer, por así decirlo.
¿Ya no es así?
ZB: Hoy en
día las divisiones se difuminan, ya no son claras. No sólo los límites no son
negociables, sino que además se basan en acontecimientos que no se pueden
predecir. ¿Sabe por qué?
¿Por qué?
ZB: Porque hoy en día ya nadie está ausente, todos
estamos constantemente presentes. Cualquiera
que tenga un iPhone en el bolsillo puede enviar una señal en cualquier momento.
Y esa señal significa que alguien quiere que hagas algo distinto de lo que
estás haciendo.
Un efecto secundario del correo electrónico, que nos
mantiene encadenados al trabajo.
ZB: Eso no es todo: la idea funciona en todos los
sentidos. Cuántas veces vemos grupos de jóvenes por la calle, cada uno con su
teléfono. Cuando se aburren, cuando la conversación deja de ser interesante,
sólo tienen que sacar el teléfono para sumergirse en otra cosa.
¿Tan cerca y tan lejos?
ZB: El tiempo
también es líquido, como la sociedad. Se puede mantener la proximidad física,
pero no la espiritual.
Si es limitado y fugaz, ¿cómo debemos utilizar el tiempo?
ZB: Esta es
una sociedad muy individualista y cada uno libra su propia batalla para dar
sentido al tiempo. Benjamín Franklin decía que el tiempo es dinero, pero yo no
creo que eso sea cierto.
¿Por qué no?
ZB: Pongamos un ejemplo sencillo: uno ahorra toda la
vida para su vejez, pero el tiempo deprecia el dinero, lo hace valer menos. Es
una contradicción. En teoría, el tiempo te lo devuelve de otra manera...
¿Cómo?
ZB: Al menos en teoría, cuando lo utilizas para cosas que hoy en día
parecen imposibles: por ejemplo, proyectos a largo plazo que nos obligan a
priorizar nuestros intereses, sacrificando quizá los placeres momentáneos en
favor de cosas duraderas. En teoría, al hacer esto podemos mirar atrás y
sentirnos gratificados por el tiempo.
¿Y usted insiste en que esto es sólo teórico?
ZB: Sí, porque en la práctica a menudo las
condiciones no son estables, por lo que la planificación no aporta
gratificación después de todo. Los estudiantes son el mejor ejemplo. Eligen qué
carrera cursar en función de las competencias que requiere el mercado laboral:
en teoría, su elección debería recompensarles.
Pero, ¿en lugar de eso?
ZB: En cambio, las circunstancias son tan cambiantes
e inestables que al final de la carrera elegida esas competencias ya no sirven:
el mercado ya está buscando otra cosa.
Así que no hay salida.
ZB: Las cifras son claras: el 50% de los jóvenes
titulados en Europa no tienen trabajo o no hacen aquello para lo que
estudiaron.
Díganos un aspecto positivo del cambio que se está
produciendo.
ZB: La tecnología -la posibilidad de estar
constantemente en contacto con el espacio público utilizando un smartphone en
cualquier momento- es una revolución. Ha
barrido los obstáculos institucionales, los guardianes que hasta hace 30 años
bloqueaban el acceso a la esfera pública.
¿Es el mundo moderno más democrático?
ZB: No
podemos decirlo: las consecuencias de la revolución tecnológica son enormes,
pero imposibles de evaluar hoy en día. Si bien es cierto que todo el mundo
puede acceder al espacio público, también lo es que podemos convertirnos en
esclavos de los «me gusta» de Facebook y del número de personas que leen
nuestro blog. Este fenómeno tiene un nombre.
¿Qué?
ZB: El Pobre
Hombre sustituye a la celebridad: el éxito se mide por ser visto lo más posible. Esta es la estadística
clave de nuestro tiempo.
https://www.climaterra.org/post/zygmunt-bauman-el-fin-del-tiempo
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