LA MAYOR TRAGEDIA EN LA VIDA
NO ES MORIR, SINO
VIVIR SIN UN PROPÓSITO
La memoria resuena cuando se arrastran los pasos por las
huellas del otoño, como prueba de nuestra realidad. Nuestra voluntad,
encaminada siempre hacia un propósito, se dirige de manera turbia y
deambulante, confundida y retorcida hacia reglas imposibles. Es el indeleble
paso del tiempo, a ése que no damos importancia, pero que nos cierra el paso.
Lo más peligroso de ello es la falta de conciencia y de la forma que tenemos de
gozar de la vida: un lapsus de años de placer, a veces comprado, a veces robado
por quienes desconocemos.
Al final es esa maldita ambición la que nos ciega en el mundo de la matrix del control de todo lo que nos rodea, como una gran obsesión, cuando todo se encamina hacia el fruto soñado, sin importar lo que hagamos, como si en el sistema social viviésemos presas de una ilusión vaga e imprecisa que, por desesperación, la masa acepta como su único alimento, dentro del marco de la inanición moral. Lo más peligroso de todo ello es cómo se pierde el sentido de la vida conforme ese viento nos arrastra.
En el último artículo titulado “El gran vodevil” uno
de mis lectores me pedía una propuesta para salir de tan disparatado show de
engaños y mentiras y he aquí la respuesta. No siendo para nada fácil lo que le
voy a sugerir, sí considero que es la única clave posible, sin la cual toda
acción se vuelve inútil.
La gente se conforma con sobrevivir, día tras día, aunque
sea con migajas, mientras otros deciden sobre su futuro desde hace años y sin
que haya la menor conciencia de ello. En mi libro “Ansiada libertad” uno
de sus subapartados lleva como título una pregunta: ¿Una sociedad de zombis? No
olvidemos que los muertos no piensan, lo que acaba siendo identificado como que
no analizan y, en el mar de la confusión de la falta de líder o de hoja de ruta
por parte de los gobernantes, caen en la terrible trampa de la ingenuidad. De
ahí al entretenimiento sólo hay un paso, como único recurso para tener al
pueblo calmado.
Las primeras preguntas que tenemos la obligación de tener
respondida son para qué estamos aquí, junto a qué legado debemos dejar a la
humanidad cuando nos lleve el tiempo y acabemos arrastrados. Y es que el
sentido de la vida es consustancial al ser, a su acción, a su intencionalidad y
a su propia satisfacción, que no es sólo material, sino afectiva y espiritual.
Al mismo tiempo, el hecho de creer en un orden superior al que nos dibujan,
como guías o gurús desde los palacios, tal vez nos haga entender que todo
evoluciona.
Las mentes que no son críticas piensan ingenuamente que todo
es plano, como algunos piensan que es la tierra, cuando, muy al contrario, el
cambio o el transcurso de nuestras vidas no nos perdona aquello que pudimos
hacer o modificar de nosotros mismos porque nos han introducido el terrible
chip de que todo está en el entorno y en las oportunidades más no en nosotros
mismos, siendo merecedores de premios o castigos, como cuando nos hablaban del
cielo o el infierno. Pero se olvidaron o no les conviene decirnos que nosotros,
como entes espirituales, no sólo tenemos el don del libre albedrío, sino el de
descubrirnos y saber cuál es la sagrada función en esta existencia.
Por eso, en cuanto se refiere a lo que es salirse de la
realidad autodestructiva en la que estamos inversos, no podemos olvidar un dato
primordial: el trabajo social es en equipo, la conciencia es grupal, el
inconsciente colectivo nos controla y nuestro cuerpo colectivo no es un ataúd,
o no debería de serlo. Más bien, la educación debería de estar encaminada a la
reconstrucción de nuestra identidad, a descubrir la clave que encierra la
fuerza de nuestra esencia como seres capaces de aprender para entender el
sentido que se encuentra detrás de ese sentido. Nos enseñan a esforzarnos, a
trabajar duramente por un esfuerzo que, muchas veces, es una quimera creada por
otros hombres, cuando es la chispa de lo que nos impulsa a aprender y al mismo
tiempo compartir lo que nos puede salvar del desastre de estar encerrados en
nuestra propia jaula gigantesca.
Por eso cuando abrimos los ojos nos encontramos con la
terrible realidad y, cuando deseamos cambiar el escenario, muchas personas se
dan cuenta de que les han robado la magia de sus sueños, de que otros se
apropiaron de ellos como una sagrada mercancía que dejan en el altar de un
tempo antiguo y que no hay mucha gente que ni tan siquiera esté al tanto. Lo
cierto es que, de conocer cuál es nuestro propósito de vida, nuestra función
podría ser cómo salvar la existencia de los demás ante una situación de peligro
o simplemente avisar en tiempos donde el sistema social tiene activada la
cuenta sin retorno.
Dado que ello ocurre porque nos encontramos en la sociedad
de la inacción, está claro que la solución que le propongo al lector depende de
cada uno porque nosotros somos los puentes para que las ideas fluyan, el
conocimiento corra como la tinta, la solidaridad se convierta en la sangre de
la sociedad que deseamos tener y el saber sobre nuestras propias capacidades
sea tan importantes como ser capaces de cambiar nuestro entorno y crear otro en
el que no sólo podamos sobrevivir, sino alimentarnos de la fuente, la cual está
dentro de nosotros mismos.
Se trata de un trabajo interior, de una labor de
reconocimiento de lo que somos partiendo del olvido o desaprendizaje de lo que
dábamos como cierto, de alzarnos desde la duda y de compartir con nuestra sed
de autoconocimiento, de un viaje hacia dentro de nuestra alma. Una sociedad con
seres vivos, seres conscientes y una chispa que despierte al otro de su largo
sueño, haciéndole ver que no está solo en la aventura, sino en el fluir que nos
induce a vivir nuestra propia verdad.
Llegados a este punto podemos relacionarla con la conciencia
de la vida, de modo que lo cierto resulta ser innegable y un hecho por sí
mismo, lo cual nos libera no sólo de dudas innecesarias, sino que simplifica
nuestra perspectiva. Todo ello conduce a una acción efectiva, que puede ser más
directa en la medida en que muchas personas coincidan en un punto.
Todos estos elementos existen en el arquetipo de nuestro
inconsciente y nuestra labor es alterarlos para impedir no sólo juicios
tergiversados, sino falsos que nos conducen a sobrevivir en un estado de
esclavitud, derogando todas las creencias no sólo limitantes, sino que nos
imponen la idea de la imposibilidad de nuestra intención, quizás el único
tesoro de nuestra mente donde todo es posiblemente realizable. Se trata
entonces de un trabajo mental de cada uno de nosotros, de un trabajo interno.
Sólo así es posible lograr que la libertad sea un proceso en
sí mismo y que nuestra voluntad libere nuestro verdadero propósito.
Si piensas que tu objetivo es trabajar y sobrevivir,
soportando como un héroe las amenazas de los enemigos, empieza a preguntarte si
verdaderamente sabes qué haces en esta dimensión incomprensible. Y no olvides
nunca que son tus hechos los que hablan de ti, no tus palabras, y que descubrir
la verdad te hará libre, aunque sea tan dolorosa que ahora no desees verla.
Nada es lo que parece y lo que es habrá de ser revelado por
tu compromiso contigo mismo.
https://eldiestro.info/2024/08/la-mayor-tragedia-en-la-vida-no-es-morir-sino-vivir-sin-un-proposito/
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