EL DERECHO A RESISTIR
Las constituciones establecen el marco de las instituciones
formales e informales de la democracia. Los partidos políticos, que forman el
gobierno y los que se quedan en la oposición, consiguen y conservan el
monopolio de la representación democrática formal.
Así todo el gobierno, la justicia, la legislación y el poder
proceden de las instituciones formales.
Pero ¿qué sucede cuando la rebeldía, en forma de derecho de
resistencia, está justificada en el marco del derecho positivo y de las mismas
instituciones formales?
¿Cómo el ejercicio del derecho de resistencia se convierte en una obligación moral y cívica para resistir la misma ley injusta a través de las formas constitucionalizadas del siempre posible totalitarismo político?
Este trabajo, desde un enfoque epistemológico
interdisciplinario entre el derecho constitucional y la ciencia política, se
plantea el derecho de resistencia como un derecho-garantía, anterior y superior
al Estado constitucional, por su origen en el derecho natural, pero que se
habilita en una circunstancia extrema, cuando los pilares del Estado moderno se
han derrumbado y se encuentra en una situación límite del derecho positivo.
El trabajo tiene tres partes: la primera define el marco
conceptual sobre el actual debate de la materia; la segunda parte discute sobre
los elementos estructurales del poder y del derecho; y la tercera parte sobre
los límites conceptuales en la tipicidad jurídica de la acción de
resistencia.
Henry David Thoreau:
Desobediencia civil y otros textos
Las cosas que más acaparan la atención de los hombres, como
la política y la rutina diaria son realmente funciones vitales para la sociedad
humana, pero deberían realizarse inconscientemente como sucede con las
correspondientes funciones del cuerpo físico.
Son infrahumanas, una especie de vegetación.
A veces me despierto en una semiconsciencia y las noto
funcionar del mismo modo que alguien puede sentirse consciente de algunos
procesos de digestión en un estado mórbido y llegara así a lo que llaman la
dispepsia.
Es como si un pensador se sometiera a ser digerido por la
gran molleja de la creación.
La política es, por así decirlo, la molleja de la sociedad,
está llena de arena y grava y los dos partidos políticos son sus dos mitades
enfrentadas.
A veces se dividen en cuatro y entonces se restriegan unas
contra otras.
No sólo los individuos sino también los Estados han
confirmado de este modo su dispepsia, lo cual se manifiesta por una inusitada
sonoridad que podéis imaginar.
Nuestra vida no es únicamente un olvidar, sino también, en
gran medida, un recordar aquello de lo que nunca debimos ser conscientes, al
menos no en nuestras horas de vigilia.
¿Por qué no nos reunimos alguna vez, no como dispépticos,
para contarnos nuestros malos sueños, sino como eupépticos, para congratularnos
mutuamente por el glorioso amanecer de cada día? No pido nada exorbitante, os
lo aseguro.
La autoridad del gobierno, aun aquella a la que estoy
dispuesto a someterme –pues obedeceré a los que saben y pueden hacer las cosas
mejor que yo, y en ciertos casos, hasta a los que ni saben ni pueden– es
todavía muy impura.
Para ser estrictamente justa habrá de contar con la
aprobación y consenso de los gobernados.
No puede ejercer más derecho sobre mi persona y propiedad
que aquel al que yo se la conceda. El progreso desde una monarquía absoluta a
otra limitada en su poder, y desde esta última hasta una democracia, es un
progreso hacia el verdadero respeto por el individuo.
Incluso el filósofo chino fue lo suficientemente sabio como
para considerar que el individuo es la base del imperio.
¿Una democracia, tal como la entendemos, es el último logro
posible en materia de gobierno? ¿No es posible dar un paso adelante tendente a
reconocer y organizar los derechos del hombre?
Jamás habrá un Estado realmente libre y culto hasta que no
reconozca al individuo como un poder superior e independiente, del que se
deriven su propio poder y autoridad y le trate en consecuencia.
Me complazco imaginándome un Estado que por fin sea justo
con todos los hombres y trate a cada individuo con el respeto de un amigo.
Que no juzgue contrario a su propia estabilidad el que haya
personas que vivan fuera de él, sin interferir con él ni acogerse a él, tan
sólo cumpliendo con sus deberes de vecino y amigo.
Un Estado que diera este fruto y permitiera a sus ciudadanos
desligarse de él al lograr la madurez, prepararía el camino para otro Estado
más perfecto y glorioso aún, el cual también imagino a veces, pero todavía no
he vislumbrado por ninguna parte.
No voy a rendirme tan rápidamente ante el mundo, opondré
resistencia a la esclavitud, a la cobardía y a la falta de principios de los
hombres del Norte.
Ella nos sugiere cuáles son las leyes que han prevalecido
más tiempo y en más países y aún prevalecen, de tal modo que llegará el tiempo
en que los actos del hombre despedirán la misma fragancia. Así es el olor de
esta planta.
Si la naturaleza aún puede crear esa fragancia cada año, yo
creo que todavía es joven y está llena de vigor, que su integridad y su fuerza
creadora no tienen par y que hay virtud incluso en el hombre, porque es capaz
de percibirla y amarla.
Así sucede que el olor de vuestros actos puede realzar la
frescura general del ambiente, que cuando contemplamos u olemos una flor,
podemos no darnos cuenta de lo inconsistente de nuestros actos en relación con
ella, porque todos los olores no son sino una forma de anunciar una cualidad moral,
y si no se hubieran realizado buenas acciones, el nenúfar no olería tan bien.
El fétido légamo representa la pereza y el vicio del hombre,
la decadencia de la humanidad; la fragante flor que crece de él representa la
pureza y la valentía, que son inmortales.
La esclavitud y el servilismo no han dado lugar cada año a
flores de suave fragancia para hechizar los sentidos de los hombres, porque no
tienen una vida real; son tan sólo decadencia y muerte, ofensivos para todos
los olfatos sanos. No nos quejamos de que existan sino de que no los entierren;
incluso ellos son buenos como abono.
La ley, ¡pervertida! La ley y tras ella todas las fuerzas
colectivas de la nación, ha sido no solamente apartada de su finalidad, sino
que aplicada para contrariar su objetivo lógico. ¡La ley, convertida en
instrumento de todos los apetitos inmoderados, en lugar de servir como freno!
¡La ley, realizando ella misma la iniquidad de cuyo castigo
estaba encargada! Ciertamente se trata de un hecho grave, como pocos existen y
sobre el cual debe serme permitido llamar la atención de mis conciudadanos.
¿Qué es, pues, la ley? Es la organización colectiva del
derecho individual de legítima defensa.
Cada uno de nosotros ha recibido ciertamente de la
naturaleza, de Dios, el derecho de defender su personalidad, su libertad y su
propiedad ya que son esos los tres elementos esenciales requeridos para
conservar la vida, elementos que se complementan el uno al otro, sin que pueda
concebirse uno sin el otro. Porque, ¿qué son nuestras facultades, sino una
prolongación de nuestra personalidad, y qué es la propiedad sino una prolongación
de nuestras facultades?
Si cada hombre tiene el derecho de defender, aun por la
fuerza, su persona, su libertad y su propiedad, varios hombres tienen el
Derecho de concertarse, de entenderse, de organizar una fuerza común para
encargarse regularmente de aquella defensa.
El derecho colectivo, tiene pues, su principio, su razón de
ser, su legitimidad, en el derecho Individual; y la fuerza común,
racionalmente, no puede tener otra finalidad, otra misión, que la que
corresponde a las fuerzas aisladas a las cuales substituye.
Así como la fuerza de un individuo no puede legítimamente
atentar contra la persona, la libertad o la propiedad de otro individuo, por la
misma razón la fuerza común no puede aplicarse legítimamente para destruir la
persona, la libertad o la propiedad de individuos o de clases.
Porque la perversión de la fuerza estaría, en uno como en
otro caso, en contradicción con nuestras premisas.
¿Quién se atrevería a afirmar que la fuerza nos ha sido
dada, no para defender nuestros derechos sino para aniquilar los derechos
idénticos de nuestros hermanos?
Y no siendo eso cierto con respecto a cada fuerza
individual, procediendo aisladamente ¿cómo podría ser cierto en cuanto a la
fuerza colectiva, que no es otra cosa que la unión organizada de las fuerzas
aisladas?
Si ello es cierto, nada es más evidente que esto: la ley es la
organización del derecho natural de legítima defensa: es la sustitución de la
fuerza colectiva a las fuerzas individuales, para actuar en el campo
restringido en que éstas tienen el derecho de hacerlo, para garantizar a las
personas, sus libertades, sus propiedades y para mantener a cada uno en su
derecho, para hacer reinar para todos la JUSTICIA.
Por desgracia, es mucho lo que falta para que la ley esté
encuadrada dentro de su papel. Ni siquiera cuando se ha apartado de su misión,
lo ha hecho solamente con fines inocuos y defendibles.
Ha hecho algo aún peor: ha procedido en forma contraria a su
propia finalidad; ha destruido su propia meta; se ha aplicado a aniquilar
aquella justicia que debía hacer reinar, a anular, entre los derechos, aquellos
límites que era su misión hacer respetar; ha puesto la fuerza colectiva al
servicio de quienes quieran explotar, sin riesgo y sin escrúpulos, la persona,
la libertad o la propiedad ajenas; ha convertido la expoliación, para
protegerla, en derecho y la legítima defensa en crimen, para castigarla.
¿Cómo se ha llevado a cabo semejante perversión de la ley?
¿Cuáles son sus consecuencias?
La ley se ha pervertido bajo la influencia de dos causas muy
diferentes: el egoísmo carente de inteligencia y la falsa filantropía.
https://www.scabelum.com/post/ius-resistendi-tres-lecturas-para-el-fin-de-semana
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