LA SIRENITA NEGRA
La ingenua (y peligrosa) idea de cambiar el mundo
Idea de negocio:
«Nuestro software Camaleón adapta automáticamente el color de
la piel de los protagonistas de cualquier film para que sintonice con el color
de piel del consumidor. Todo en aras de que una concentración de melanina
disímil no interfiera en su torpe ejercicio de identificación. Porque todo el
mundo sabe que ningún telespectador blanco se sintió identificado con el
príncipe de Bel-Air por esta circunstancia.
¿Sentirse identificado con Bob Esponja? Imposible. Es de color amarillo. Y además es una esponja. ¿Qué niño o adulto puede identificarse con una esponja? ¿Y con un robot? ¿Y una hormiga? Ninguno. Solo con los personajes de su especie, sexo y color de piel. Naturalmente, habida cuenta de la escasez de personajes estrábicos, enanos, narigudos, gordos, pecosos, ciegos, sordos y de derechas, aún existen millones de niños y adultos huérfanos en ese sentido. Camaleón continuará desarrollándose para dar también cobertura a estas necesidades de identificación ficcional».
Conscientes de que este software aún no existe,
algunas majors, como
Disney, están haciendo ímprobos esfuerzos por introducir un poco de
justicia en este injusto mundo, tal
y como una miss mundo pide por la paz mundial.
Por eso ahora el hada de Pinocho es negra y está rapada.
Blancanieves es latina. La sirenita es negra. Hércules será negro. De momento,
las majors se centran, sobre todo, en el color de la piel, el
sexo del personaje y su etnia. Pero es un principio, ¿verdad? No vamos a
cambiarlo todo de golpe. Paso a paso.
LAS BUENAS INTENCIONES
«El afán de salvar a
la humanidad es casi siempre solo una falsa fachada para el afán de gobernarla.
El poder es lo que realmente buscan todos los mesías: no la oportunidad de
servir». H.L. Mencken
¿Qué es lo que motiva a Disney a designar a Halle Bailey (una actriz negra) para
interpretar a Ariel, personaje del clásico La sirenita que ha
pasado a nuestro acervo popular como una chica blanca y pelirroja? A
vuelapluma, se me ocurren dos cosas: hacer del mundo un lugar mejor o aumentar
el rendimiento económico. Ambas se
me antojan cuestionables.
Porque si es por negocio, estos cambios de color son
condescendientes y persiguen un señalamiento de la virtud. Y si en este activismo
Disney (explícito, evidente y metido con calzador) subyacen buenas
intenciones, entonces no es suficiente. Una miss mundo también podría tener buenas intenciones.
Básicamente, porque la ficción no tiene realmente ese poder
transformador, sino que más bien refleja la propia realidad, tal y como
reflejan quintales de estudios científicos. Además, no nos sentimos
identificados con un personaje únicamente por su color de piel. Por eso hay
infancias en las que somos robots, negros, zorros e incluso alienígenas con
superpoderes. Porque el color de la piel es tan profundamente irrelevante que
hacerlo relevante es una pérdida de tiempo, amén de un rasgo sospechosamente racista.
Además, hacer pedagogía, o más bien propaganda, no le sienta
nada bien a la creatividad. Por eso la mayor parte del cine y las series que
hacen tanto hincapié en su diversidad son, en el mejor de los casos, una
auténtica nadería que irónicamente perpetúa bullshit (mierda) que
necesitaría ser erradicado cuanto antes.
Por esa razón, si bien desde mediados de los años cincuenta
hasta los setenta la industria del cómic tuvo una era de explosión creativa,
más tarde hubo un declive abonado por un psiquiatra, Fredric Wertham, que persuadió al
Congreso de Estados Unidos de que los cómics instigaban a que los niños se
«desviaran» del recto camino.
En realidad, Wertham
había manipulado o inventado varios aspectos de su investigación. Hoy en
día, de hecho, sabemos que la ficción no es la que causa los delitos. Más bien
parece lo contrario (aunque los estudios que no encuentran una relación entre
el consumo de videojuegos y la agresividad, por ejemplo, tengan menos probabilidad de ser publicados). Hasta que
aquel encorsetamiento implantado por Wertham no desapareció, la creatividad no
volvió a su cauce.
CAMBIAR EL MUNDO DE ARRIBA ABAJO O DE ABAJO ARRIBA
La idea de que todos juntos, si ponemos empeño, si
colaboramos estrechamente, lograremos cambiar grandes cosas del mundo es
enternecedora, pero parte de una
premisa ingenua. Por supuesto, es justo así cómo se producen muchos
cambios sociales, pero nos solemos equivocar a la hora de identificar qué ha
encendido la mecha del cambio. Dadas nuestras limitaciones cognitivas, nos
contamos un relato en el que un héroe (como Rosa Parks), un único evento
tecnológico (como la imprenta) o un órgano superior (como una película, una ley
o una directriz educativa) producen el cambio.
Lo cierto es que las cosas no son tan sencillas. No hay una línea causal de A hacia B.
A veces la línea es inversa, de B hacia A (Rosa Parks hizo lo que hizo porque
el ecosistema de ese momento era propicio para ello). Sin embargo, normalmente
la línea es zigzagueante (por eso no podemos afirmar que fue Tom Cruise el que puso de moda
las Rayban Wayfarer tras usarlas en Risky Business) o incluso
bucles de retroalimentación causal que se relacionan unos con otros mediante
conexiones que semejan arabescos. Por esa razón, muchas campañas de marketing
no funcionan. O no podemos predecir el tiempo con exactitud. O es ingenuo
tratar de cambiar el mundo de arriba abajo, e incluso de abajo arriba.
Como escriben David
Kline y Daniel
Burstein en Road Warriors: Sueños y pesadillas a lo largo
de la autopista de la información, solo estamos ante una ilusión cuando
alumbramos la idea «de que los ciudadanos pueden actuar juntos,
conscientemente, para dar forma a los procesos económicos y naturales
espontáneos que ocurren alrededor». Los factores que alteran las condiciones
del mundo están tan alejados de cualquier medio obvio de manipulación o de
ingeniería social que ni siquiera son sujetos de maniobras políticas. O de un
departamento Woke en Netflix. Como abundan en ello William Rees-Mogg y James Dale Davison en El individuo soberano:
Si se piensa con
cuidado, debería ser obvio que las transiciones importantes de la historia rara
vez son impulsadas principalmente por los deseos humanos. No ocurren porque la
gente se harte de un modo de vida y de repente prefiera otro. Un momento de
reflexión sugiere el porqué. Si lo que la gente piensa y desea fuera el único
factor determinante de lo que sucede, entonces todos los cambios abruptos de la
historia tendrían que explicarse por cambios bruscos de humor ajenos a
cualquier cambio en las condiciones reales de vida. De hecho, esto nunca
sucede. Por regla general, un gran número de personas no deciden de repente y
de una sola vez abandonar su forma de vida simplemente porque les parezca
divertido hacerlo. Ningún forajido ha dicho nunca: «Estoy cansado de vivir en
tiempos prehistóricos, preferiría la vida de un campesino en un pueblo
agrícola».
PODEMOS CON CASI TODO O NO PODEMOS CON CASI NADA
La mayor parte de las divisiones políticas acerca de cómo
funciona el mundo dependen de una sola variable: cuán racional creemos que es
el individuo, cuán competente, cuán idiota. Cuál es su capacidad de moldear el mundo y a sí mismo bajo los dictados
de la razón.
Quienes creen que uno es lo suficientemente racional como
para comprender la complejidad de la sociedad y que, con suficiente denuedo,
puede alcanzar cualquier finisterre que se proponga suelen desplegar una cosmovisión alineada con la izquierda, el
socialismo o comunismo, entre otros. Por eso no es extraño que también
esta clase de personas tiendan a simpatizar más con la idea de la tabula
rasa en la naturaleza: que nacemos como trozos de arcilla fresca, sin
programas preinstalados a nivel biológico, sin apenas influencia de la
genética, y que podemos ser moldeados por el capricho de la voluntad social. Es
decir, en la larga y acerba batalla académica Nature
VS Nurture, son quienes apoyan más la Nurture (crianza).
En el lado diametralmente opuesto están quienes creen que el
ser humano es básicamente irracional e imperfecto y sus sesgos e ignorancia no
le van a permitir alcanzar todos los objetivos. Estos individuos suelen ser más de derechas, conservadores o libertarios (estos
últimos, en el sentido de que, dado que ningún gobierno o burocracia puede
entender el mundo, mejor que sea el ciudadano, que tampoco lo entiende, el que
decida libremente qué camino debe escoger). También son los que niegan la
existencia de la tabula rasa. Confían más en la naturaleza que en
la crianza, sencillamente porque la razón humana poco puede hacer por
combatirla.
Son quienes no consideran que se pueda crear una sociedad
desde cero, sino que esta emerge de las interacciones sociales. Quienes no
creen que las leyes intervencionistas puedan hacer del mundo un lugar
mejor, porque las ideas utópicas
tienden a derivar en distopías (sobre todo, porque eliminan la
libertad individual y consideran que, en caso de que no se cumpla la utopía,
los utópicos sostienen que no se debe tanto a que el sustento teórico sea
erróneo como que las personas no se han adaptado lo suficiente a tal sustento
teórico).
Quienes no idealizan a la humanidad tienden a pensar que el
aumento de la complejidad del sistema actual va a traer aparejados grandes
cambios, como el surgimiento de una economía que dependerá más de mecanismos de
adaptación espontáneos y menos de la toma de decisiones consciente y
centralizada.
En resumen, están los que idealizan al ser humano y los que
consideran que este es solo un mono sin pelo. Una línea divisoria que determina
hasta qué punto el individuo es libre/responsable de su destino.
Para profundizar en estas dos visiones (probablemente
ninguna de las dos posturas es cierta, o no lo es en todos los momentos o
circunstancias, sino que debemos bascular entre un extremo y otro), hay que
leer Conflicto de visiones, de Thomas Sowell. Según Sowell, en estas visiones enfrentadas está el
origen de las luchas políticas desarrolladas, primero, en Europa y, después, en
todo el mundo desde finales del siglo XVIII.
LA INGENIERÍA SOCIAL NO ES INGENIERÍA
Esperar que cambiando el color de piel de un personaje vamos
a hacer del mundo un lugar mejor es tropezar en un extremo demasiado ingenuo de las dos posturas presentadas
anteriormente. Colegir que si unas niñas pequeñas se emocionan con ese
cambio hemos hecho algo bueno, también. Negar que estos cambios de los niveles
de melanina de los personajes de ficción no traerán aparejados otros muchos
efectos secundarios que no hemos intentado ni siquiera medir, también (como un
probable efecto rebote en el que mucha gente va adoptar posturas más próximas
al racismo o el rechazo a determinados colectivos).
Cambiar el color de piel en un mundo tan libre como el
nuestro, sujeto a una miríada de interacciones sociales, es solo un postureo de
efectos indescifrables. Porque ni siquiera una cultura más encorsetada que la
nuestra como es la china ha sido capaz de calcularlos en asuntos como la
redistribución de la riqueza. A rebufo de la Revolución Comunista, la tierra de los más acomodados fue
confiscada y a los ricos se les negó la educación. Se esperaría que los menos
favorecidos adelantaran a los más favorecidos. Sin embargo, como
demuestra este
estudio, no fue eso lo que pasó.
Los más acomodados recuperaron su estatus rápidamente, incluso aumentando su riqueza inicial.
Como todo fenómeno social complejo, no sabemos la razón. Los autores, no
obstante, proponen dos teorías: 1) los niños de las antiguas clases altas
tienen mayor probabilidad de tener autocontrol y trabajar más duro; 2) las
antiguas élites tenían lazos familiares más estrechos.
Dados estos resultados, una miss mundo, o
Disney (cuyos eslóganes seguramente repetirán las miss mundo),
no concluirá que, en realidad, parece que la desigualdad de ingresos no se
deriva de la riqueza en sí misma, y no se deriva únicamente de la educación. Si
bien podemos combatir la desigualdad, la desigualdad es inevitable, porque las
personas son diferentes, tienen diferentes habilidades y también se relacionan
de forma distinta con los demás.
La buena noticia es que todo esto no depende tanto de los
genes como de la cultura. La cultura es incluso más fácil de cambiar que los
genes, aunque no tengamos mucha idea de cómo hacerlo. Como el color de piel: habida cuenta
de que en esta manifestación fenotípica apenas intervienen los genes, hay más
similitudes genéticas entre una persona de color negra de África y un europeo
que entre dos africanos con el mismo color de piel nacidos en distintas
regiones.
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