LO BUENO, LO CORRECTO Y LO OBLIGATORIO
Todos queremos hacer lo correcto. También lo bueno. Incluso, eventualmente, lo obligatorio, so pena de ser castigados. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. ¿Qué es lo bueno? ¿Qué es lo correcto? ¿Qué es lo obligatorio?
Incluso asumiendo que podamos acordar una definición para tales conceptos, ¿con qué intensidad deberán ser adoptados? Por ejemplo, si lo moralmente correcto es incrementar el bienestar humano, entonces deberíamos hacer lo que fuera necesario para conseguirlo. Pero ¿cuánto?
El filósofo Peter Singer llega a poner un ejemplo límite, el de Zell Kravinsky, en su libro Vivir éticamente: Cómo el altruismo eficaz nos hace mejores personas. Kravinsky fue un hombre que no solo entregó la mayor parte de su fortuna para obras benéficas, sino que incluso donó uno de sus riñones a un desconocido después de calcular que su riesgo de morir si continuaba adelante con la donación era de 1 entre 4.000. Es decir, si no donaba su riñón estaría valorando su propia vida en 4.000 veces la de un desconocido.
Incluso quienes tratan de reducir toda la complejidad que
entraña lo bueno, lo correcto y lo obligatorio apelando a una entidad divina,
no están a salvo de incurrir en problemas teológicos derivados de seguir la
voluntad de Dios. ¿Cómo saber si se está malinterpretando, como humano, dicha
voluntad? ¿Cómo saber si se está siendo engañado por un diablo haciéndose pasar
por Dios?
O tal vez Dios solo te está poniendo a prueba para
comprobar, tal y como dijo Woody Allen, si eres realmente una buena persona o simplemente
estás dispuesto a «seguir cualquier orden por estúpida que sea, siempre que
provenga de una voz resonante y bien modulada».
TRANVIOLOGIA
En 1967, Philippa
Foot diseñó uno de los dilemas morales hipotéticos más célebres de
la filosofía moral del siglo XX. Un tren fuera de control avanza a toda
velocidad hacia un estrecho túnel en el que están trabajando cinco operarios.
Si continúa, estas personas morirán, sin ninguna duda. Si tira de la palanca
morirá una sola persona que trabaja en la otra via ¿Deberías tirar de la
palanca?
De acuerdo con la tradición
consecuencialista, lo que importa es producir el mejor resultado global
posible, que en este caso significa claramente tirar de la palanca a fin de que
mueran cuatro personas menos. Pero, según la tradición deontológica, el fin no
siempre justifica los medios, porque
tenemos el deber de evitar ciertas acciones, como matar a otros.
En este escenario, parece que la mayoría de las personas se
sienten atraídas por la posición consecuencialista: consideran justificado
tirar de la palanca porque se salvan más vidas, aun cuando ello implique que la
acción cause directamente una muerte.
Sin embargo, si describimos el dilema del tranvía de un modo
un tanto diferente, puede provocar intuiciones muy distintas. En otra versión,
la única forma de detener el tren consiste en empujar a alguien a la vía,
sabiendo, como experto ferroviario, que eso sería suficiente para detener el
tren. En este caso, la gente no tiende a ser tan utilitarista porque tiene que
empujar directamente a una persona. Se siente más responsable del acto de matar a una persona para salvar a
cinco. Lo que produce más asco moral.
Como se ve, el contexto puede cambiar lo que consideramos
moral e inmoral. Además, las reglas morales, a pesar de parecer fijas y
uniformes, muchas veces se incumplen o tergiversan.
Nuestra forma de procesar moralmente el mundo está tan
sujeta a la psicología y el contexto que siempre podemos encontrar dilemas
morales en los que no hay acuerdo universal o en los que cambiamos nuestros
principios sin apenas darnos cuenta. Porque si hay algo parecido a un principio
moral, es solo un principio: en el
mundo real, no siempre vamos a regirnos por él.
E incluso encontraremos sugerentes justificaciones morales
para haber contravenido dicho principio. Por eso, esta cita atribuida a Stalin no puede ser más
escalofriantemente cierta: «La muerte de un hombre es una tragedia; la muerte
de millones es una estadística».
De hecho, somos tan sensibles a las condiciones en lo
referente a nuestro comportamiento moral que quienes se medican con inhibidores
selectivos de la recaptación de serotonina, una clase de compuestos
generalmente usados como antidepresivos, son más reacios a aceptar que matar a
una persona, aunque sea para salvar a cinco, está moralmente justificado. La simple alteración neuroquímica con un
fármaco altera tu percepción de tus principios morales.
Otro ejemplo de cómo podemos tener principios, pero a la vez
los tergiversamos para salir ganando, lo plantea así el filósofo Julian Baggini en su libro Los
límites de la razón:
El ejemplo más evidente de ello es el amor materno y
paterno. ¿Sería el mundo un lugar mejor si los padres considerasen por igual
los intereses de todos los niños, sin dispensar un trato preferente a sus
propios hijos? Aparentemente, no. Y, sin embargo, dado que los padres colman de
amor a sus hijos, el dinero que podría evitar que un niño muriese de malaria se
gasta, en cambio, en frívolos juguetes y regalos que el niño no necesita. No
está nada claro cómo se puede resolver esta tensión, pero creo que la mayoría de
la gente aceptaría que es preciso equilibrar la razón caliente y la fría más
que eliminar una de ellas.
De hecho, cuando planteamos un principio moral ni siquiera
estamos ante un principio en sentido estricto, sino ante un consejo de escasa resolución. Un
principio moral es una simplificación incapaz de encontrar siempre camino en la
jungla de las complejas interacciones sociales, hasta que acaba perdida en
contradicciones, cambios de senda, retrocesos y hasta el autoengaño.
Por eso ni siquiera existe un principio utilitarista, sino
innumerables versiones del utilitarismo. O sea, que no solo debemos escoger ser
mayormente utilitaristas o deontológicos, no solo vamos a cambiar esa opción
según las circunstancias o si nos estamos medicando con un antidepresivo, sino
que, además, vamos a escoger una
versión u otra del utilitarismo para que encaje con nuestra decisión moral.
Por ejemplo, en la mayoría de las versiones del utilitarismo
se nos exige que hagamos aquello que más reduzca el sufrimiento general. Aceptando
la validez de ese principio, sencillamente hacemos lo que podemos, o nos
justificamos aduciendo que lo importante es acercarnos lo máximo posible.
Cuando ese máximo normalmente es el que está asociado a
nuestro bienestar.
Es decir, que un principio moral, finalmente, no es algo que
se deba hacer, sino un ideal al que aspirar pero que aceptamos que nunca
alcanzaremos. El problema está de
nuevo en cómo decidimos dónde está la aproximación más moralmente justificable.
A veces, habrá personas que se comportarán tan alejadas del
principio que parece incluso que no lo cumplen, aunque interiormente crean
que están aproximándose «todo lo
posible o razonable». Aquí podríamos poner el ejemplo de mucho
ecologista de boquilla, que da el coñazo todo el día sobre evitar las botellas
de plástico, pero cada año toma un avión comercial para irse de
vacaciones, causando un impacto en un solo viaje mayor que el de
todas las botellas de plástico que vaya a dejar de usar en toda su vida.
AXIOLOGÍA, MORALIDAD Y DERECHO
Consideremos la distinción entre axiología, moralidad y
derecho. La axiología es el estudio de lo que es bueno.
La moralidad es el estudio de lo que es correcto hacer. La ley es lo que socialmente es prescriptivo.
Estos tres conceptos son bastante similares. Son directrices
vagas de lo que es o no es deseable. Pero la mayoría de las sociedades no llegan a hacerlos exactamente
iguales.
Solo los más puros consecuencialistas y los utilitaristas
absolutos pueden decir que la axiología es exactamente igual a la moralidad. Y
solo los puritanos más severos tratan de legislar la ley estatal para que sea
exactamente idéntica a la ley moral.
Pero lo normal es que estos conceptos estén separados. Y
estos conceptos se mantienen separados porque cada uno hace compromisos diferentes entre la bondad, la implementación y la
coordinación.
Un ejemplo:
la axiología no puede distinguir entre asesinar a tu molesto vecino y no donar
dinero para salvar a un niño que se está muriendo de hambre en Uganda. Para la
axiología, ambos son solo una vida extinguida del mundo antes de tiempo. De
hecho, sería mejor salvar al niño, que, al menos, tiene una vida más larga por
delante. O sea, que le den al vecino.
Pero la moral establece una distinción: dice que no matar es
obligatorio, pero donar dinero a Uganda es supererogatorio (es
decir, un acto que supera al deber positivo).
Otro ejemplo:
donar a la caridad el 10% de tus ingresos puede ser una regla moral. La
axiología dice: «¿Por qué no donar todo?». La ley dice: «No te meterás en
problemas, incluso si no donas nada», pero a nivel moral establecemos una regla
clara y práctica que encaja con nuestra sistema motivacional y hace que la
donación, tachán, suceda.
En otras palabras:
desde una perspectiva utilitarista, la moralidad es un intento de evaluar las
infinitas demandas de la axiología, para hacerlas implementables por personas
específicas que viven en comunidades específicas.
Por su parte, la
ley es un intento de formalizar las complicadas demandas de la moralidad,
para hacerlas implementables por un Estado con oficiales de policía y
tribunales de justicia.
También trata de evitar el desorden civil o la guerra civil
asegurando a todos que lo mejor para ellos es apelar a un código legal justo y
universal, en lugar de tratar de resolver sus desacuerdos directamente. Si
desafías la ley, sigues teniendo todos los problemas de desafiar la axiología y
la moralidad. Y haces que tu país sea menos pacífico y estable. Y vas a la cárcel.
En una situación saludable, cada uno de estos sistemas
refuerza y promueve al otro.
La moralidad te ayuda a implementar la axiología desde tu
limitada perspectiva humana, pero también
te ayuda a evitar que te sientas culpable por no ser Dios y no poder salvar a
todo el mundo.
La ley ayuda a hacer cumplir las reglas morales y
axiológicas más importantes, pero también deja a las personas que sean lo
suficientemente libres para usar su mejor juicio sobre cómo perseguir a los
demás.
Y la axiología y la
moralidad ayudan a resolver disputas sobre lo que debería ser la ley, y
luego brindan el apoyo de la comunidad, la Iglesia y la conciencia individual
para favorecer que las personas sean respetuosas de la ley.
En estas situaciones saludables, la prioridad universalmente
acordada es que la ley triunfa sobre la moralidad y la moralidad triunfa sobre
la axiología.
Primero, porque no puedes cumplir con tus obligaciones con
tu comunidad desde la cárcel, y no puedes trabajar para hacer del mundo un
lugar mejor cuando eres un marginado social universalmente odiado. Pero también
porque no se puede trabajar para construir comunidades y relaciones sólidas en
medio de una guerra civil, y no se puede trabajar para hacer del mundo un lugar
mejor desde un entorno de baja confianza.
Entonces, primero cumples con tu deber legal, luego
con tu deber moral, y luego, si te sobra energía, tratas de hacer del mundo un
lugar mejor.
Naturalmente, todo esto es solo una aproximación, porque
todos son conceptos porosos y no universales. Pero es una forma de abrir senda.
Algo así como el camino de baldosas amarillas que nos conduce hacia el mago de
Oz moral (aunque luego descubramos, un poco defraudados que detrás del
magnífico mago de Oz solo había un hombre corriente envuelto
en efectos especiales).
https://www.yorokobu.es/lo-que-es-bueno-lo-que-es-correcto-y-lo-que-es-obligatorio/
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