LA PROPIEDAD DE UNO MISMO
Cuando el totalitarismo colectivista avanza, engulle a su
paso cada una de las libertades de las que disfrutamos los ciudadanos de a pie,
sin darles quizá demasiada importancia. Es un error imperdonable dar cualquier
cuestión por supuesta, por sabida o por superada; mucho menos las relacionadas
con la Libertad. En cualquier momento nos quedamos en blanco frente a la
pregunta clave del examen del día a día y nos queda colgada la asignatura de
vivir, para la que no hay recuperación en septiembre, ni en julio. Aquello que
no defendimos hoy, jamás volverá.
Mutiladas ya a nivel mundial la libertad de movimiento o de expresión y esperando como estamos a que nos concedan el pasaporte de buen ciudadano, mientras el incansable ministerio de Hacienda nos esclaviza más o menos la mitad de nuestra vida, no quedan en realidad muchas parcelas donde podamos defender nuestra autonomía y es por ello que los poderosos líderes del mundo libre, si me permiten la broma de mal gusto por usar la expresión, osan, sin pudor ni vergüenza, mostrar en cuales de nuestras partes blandas apetecen hincar el diente.
Prostitución, gestación subrogada, vacunas –o en realidad su
falta de aplicación– y eutanasia, son varias formas, entre otras posibles, de
reivindicar nuestra última posesión. El saco de huesos y vísceras que todos
somos no es más que el medio físico con el que ejercemos. Sea alma, sea un
conjunto de afortunadas reacciones químicas, nuestra consciencia, nuestro ser
metafísico, se vale de un conjunto material de células, músculos y sangre para
poner en práctica aquello que nuestra imaginación pergeña, sintiéndolo como
propio, como indisoluble y atado por nuestros sentidos, nuestro sistema
nervioso, por la propia percepción y por nuestra inteligencia a eso que algunos
llaman alma.
Aunque todos entendemos intuitivamente que nadie puede
privarnos del control total sobre nuestro cuerpo, las pulsiones por someternos
al capricho legislativo son compartidas a diestra y siniestra. No faltan en
ningún partido con representación parlamentaria y acercan en la misma postura,
curiosamente, a los que dicen estar más alejados.
Si es cierto que nadie en su sano juicio contradiría que
sobre el propio cuerpo no cabe más voluntad que la de uno mismo, todo cambia
una vez en la Carrera de San Jerónimo o en algún otro despacho con coche
oficial en la puerta. Algunos se encuentran enfermizamente habilitados para
romper la necesaria simetría y reciprocidad que toda ley debería tener para que
podamos empezar a considerarla justa o universal, y proponer limitaciones a un
principio que nunca nadie de forma individual y para sí mismo, discutiría. A
reglón seguido son necesarios infinidad de hombres de paja y cabriolas
argumentales para justificar lo injustificable. Si, efectivamente, nuestro
cuerpo es de cada uno de nosotros, no hay decisión que se pueda tomar sobre él
en contra de nuestro criterio y aquel que lo haga estará quebrantando, sin
lugar a dudas, todos los principios en los que debería basarse una convivencia
pacífica.
De hecho, si ahondamos un poco más en este razonamiento y
según me explicaron alguna vez, atendiendo a lo que pretendían los romanos, la
finalidad de la legislación no puede ser otra que la resolución de conflictos
puesto que todo lo que se salga de esta meta implica, necesariamente, una merma
de libertades. Recuerden lo que decía Ben Franklin. Preservar, proteger, cuidar
o garantizar siempre y de forma ineludible, precisarán de una renuncia a alguno
de nuestros derechos negativos o, en el mejor de los casos, a una fracción de
ellos.
Podrán decirme que el hecho de no ponerse una vacuna, por
ejemplo, pone en peligro la vida de terceros y tendrán razón en ello. Pero tan
cierto es eso como que para que se pueda iniciar el proceso punitivo y aplicar
un castigo, debe demostrarse que el presunto realmente fue el causante del mal.
La presunción de inocencia es, sin duda, la piedra angular sobre la que debe
descansar un sistema judicial en Libertad. Quebrar este principio nos acerca a
la barbarie tiránica, no importa que sea por seguridad o prevención. Los grises
y los transitorios existen en este mundo imperfecto, por eso es necesario
ejercitar nuestra fuerza mental para resistir la frustración y asumir que no
todo está en nuestra mano.
Todo aquello que se nos limite arbitrariamente en el uso de
nuestros cuerpos no debería tener cabida en las leyes para aquellos que
defendemos la Libertad. Si nadie puede disponer de nuestro físico, no podemos
aprovecharnos del de nadie y, solo en el caso de conflicto, cabría la
posibilidad de habilitar alguna forma para resolverlo. No importa si se trata
de lo que consumimos o de qué partes de nuestro cuerpo utilizamos para ganarnos
nuestra vida. O de cómo nos la ganamos.
Es indiferente si queremos vivir o morir. Cualquier
limitación a la propiedad sobre nosotros mismos, que no se haya demostrado
perniciosa para un tercero, es un paso adelante en la senda hacia una
dictadura.
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