La comodidad está tan sobrevalorada que parece estar
convirtiéndose en el credo de nuestra era. No sé cuando nos sedujo tanto como
para elegirla a ella por encima de otras candidatas como el desafío, la
sorpresa o la recompensa. Pero espero que tomar conciencia de los efectos que
causa su extensa presencia nos ayude a decidir si seguimos poniéndola en el
centro de nuestro criterio de acción o nos conviene apartarnos de ella.
Si se lo permites, tu móvil sabe dónde estás, dónde compras,
dónde comes, dónde te desplazas y dónde te alojas. Y en base a ello, te
pregunta tu opinión y te pide que pongas nota a tus experiencias. A partir de
esas evaluaciones, te sugiere cosas, actividades que hacer y sitios que
visitar. Es estupendo, porque es cómodo no tener que buscar lo que te apetece
hacer. Te ahorra tiempo. Es incluso agradable que te sugieran opciones acordes
con tus gustos —que conocen mejor que tú—. De esta manera reduces tu margen de
error, minimizas el riesgo de encontrarte en un sitio que creías que te iba a
gustar y finalmente no te gusta. Confiar constantemente en sugerencias es un
modo de evitar o esquivar la decepción.
Sin embargo, ¿es este reducido poder de elección lo que
queremos? ¿Es esta reducción de libertad lo que nos conviene? ¿Por qué huimos
del error y de la decepción? ¿No es parte de la vida afrontarlos para aprender
y evolucionar? Por lo tanto, ¿por qué descartar opciones que podrían
supuestamente herir nuestros gustos o no satisfacernos? Recordemos las palabras
sabias del poeta británico, William Blake: “Sin contrarios no hay progresión”.
Por otro lado, reclamamos mucho nuestra libertad en
cuanto nos dicen que no podemos o no debemos hacer algo. Pero no vemos
privación de libertad cuando nos proponen unas pocas opciones afines a nuestros
gustos. Nos conformamos. Y ¿por qué estamos tan dispuestos a hacer lo que nos
indiquen? Porque nos ciega la comodidad. Olvidamos lo que nos indica Alasdair
MacIntyre: “Si la vida ha de tener sentido, es necesario que nos poseamos a
nosotros mismos y no que seamos meras criaturas de los proyectos, intenciones y
deseos de los demás”. Por mucho que nos seduzcan, no son sugerencias que
nosotros hayamos seleccionado. “Otro” actúa para elegir como cree que lo
haríamos nosotros.
La comodidad que nos ofrecen las aplicaciones de nuestro
móvil nos empobrece a largo plazo. Nos roba el hábito de buscar por nosotros
mismos. En cierta manera nos anula la curiosidad, nos acomoda en el “no querer
saber más”. Esto es muy peligroso, ya que nos empuja a pensar solo en lo que
nos gusta y solo descubrimos cosas que es probable que nos gusten. Podría
significar un adiós a la diversidad de pensamiento, ya que acostumbrarse a una
sola manera de pensar nos lleva a distanciarnos de otras perspectivas más allá
de la nuestra, a la que tanto nos aferramos. Al acomodarnos en nuestra visión,
tendemos a rechazar lo que es diferente a nosotros y a nuestro mundo.
Además, también implica comodidad el hecho de
relacionarnos con personas afines, que entendemos y nos entienden. Se vuelve
incómodo tener que pensar para debatir, dialogar, discutir o argumentar
nuestras opiniones. Se nos desactiva el sentido crítico y la formación continua
de nuestro criterio propio para “guiarnos” hacia nuestro enemigo: nosotros
mismos. Contra más nos alejamos de lo que otros piensan y más nos encerramos en
nuestro modo de pensar, más nos cuesta ponernos en el lugar del otro e incluso
nos molesta cuando otro nos increpa con cuestiones que no son de nuestro
agrado.
De esta manera es fácil dejar de cultivar la
multiculturalidad, dejamos de trabajar la diferencia y oxidamos nuestra
capacidad de reacción o adaptación ante algo que nos disgusta. Perdemos nuestra
habilidad para la crítica constructiva. Con el tiempo incluso se nos podría
olvidar qué es la paciencia para entender la pluralidad.
Por otro lado, la comodidad fortalece nuestra voluntad
para ignorar lo que nos incomoda. Parece que a algunos cada vez les molesta más
oír hablar del cambio climático o de la explotación animal. Son “temas” incómodos,
no les dan placer; al contrario, les hacen sentir vergüenza o culpabilidad.
Nadie quiere saber cómo grita una vaca cuando la separan
de su ternero para siempre. Pocos están dispuestos a renunciar al consumo de
leche, porque están acostumbrados a ella. Así que huyen de los problemas
morales al refugio de su comodidad, con sus posibilidades positivas que
prácticamente les garantizan bienestar. Siguen el mismo principio que sigue
Donald Trump. Es incómodo enfrentarse al número de fallecidos o enfermos de
covid-19. O sea, que lo mejor es que no se hagan tantos tests. Tratan de huir
de la realidad, escogen ver otro mundo a su medida ignorando las cosas que les
molestan. Es más fácil eludir complicaciones, que actuar para solucionar las
cosas.
Ahora hablaré de la incomodidad. El primer día que salí a
correr con mascarilla me sentí rara. Creí que me iba a ahogar y que desistiría.
Notar una tela delante de nariz y boca cuando tu respiración va acelerada es
una sensación diferente a la de ir respirando sin esa tela delante. Sin
embargo, al poco rato ya me había acostumbrado; ni la notaba.
Compartir la vida con un perro implica madrugar cada día
para sacarlo a pasear a primera hora. Es incómodo, pero deja de molestarte.
Cuando dejas de comer carne, echas de menos ciertos sabores y es incómodo
sentir que te falta algo. Pero con el tiempo te adaptas y los beneficios te
hacen olvidar tus antiguos caprichos. Reducir la velocidad en las autopistas
disminuye los niveles de contaminación. Será incómodo tardar más en llegar a
los sitios, pero nos tendremos que amoldar para proteger el aire que
respiramos.
Es decir, las incomodidades no son negativas. Son retos
que nos exigen cambiar de hábitos, replantearnos prejuicios, valorar si algo
merece o no la pena. La incomodidad nos hace enfrentarnos a la incertidumbre,
pero también a la sorpresa y nos enseña que a veces, cuando nos esforzamos por
algo y renunciamos a la comodidad, conseguimos una recompensa, que no es más
que una meta, un sueño o un objetivo alcanzados.
Entonces, ¿por qué limitarnos a nuestros propios deseos?
¿Por qué no navegar nuevos mares, no conformarnos, ir más allá, descubrir por
el arte de descubrir? Recordemos que podemos enriquecernos viendo o haciendo
cosas que ni imaginábamos podían impresionarnos. Explorar no es cómodo, es una
aventura impredecible, pero es emocionante y la vida es justo eso, un viaje
incómodo para valientes.
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